Ya vemos que para la ideología mundialista es un objetivo primordial destruir la familia y restringir la población a su gusto. Son incontables los ataques que bajo distintas excusas se hacen contra lo que la naturaleza exige y el hombre ha tenido siempre por natural: la procreación.
Baste aquí partir de las doctrinas mathusianas, primas de las evolucionistas, en el s. XIX hasta llegar hoy, en los umbrales de nuestras naciones católicas de Hispanoamérica, a estar a la cabeza de la absurda pretensión de un “matrimonio” homosexual. Y adopción... y lo que quieran, que una vez roto el dique...
Y la respuesta masiva de la población, lejos de erigirse en una ola de furor indignado, es de cierta tolerante resignación. Se ha inculcado el concepto de determinismo histórico, y se ha minado la voluntad de resistencia. Para colmo, nuestros guías espirituales nos anestesian...
Como digo, hay que llamar a las cosas por su nombre y levantar las banderas de la hora.
Hoy por hoy, un buen católico debe ser paladín del concubinato. No digo que él mismo lo practique, sino que lo defienda a muerte. Es más, voy a decir algo más arriesgado aún. Que lo practique si es necesario. Sí, que los católicos se concubinen.
- Bueno, pare un poco. ¿De qué habla? Primero, que ya se concubinan. Segundo, ¿bajo qué razones puede defender esta afirmación?
Le respondo: propicio el concubinato en contra del sincubinato.
- No entiento
Ya va a entender. Antes del hablar de homomonio, putimonio o exhaltación de los degenerados al plano jurídico, hemos de ver qué pasa con el matrimonio. Porque una sociedad donde existe un matrimonio sólido no ha lugar para otros monios...
Y el primer golpe contra el matrimonio es el divorcio, que lo hace precario, consagrando la poligamia sucesiva. (Y haciendo miserable la vida de millones de hombres, mujeres y niños que ya no saben de quien son padres, madres o hijos).
El segundo golpe es la contracepción. O tal vez podría ser el primero. En fin, ordenen Uds. como quieran. No hay matrimonio sin hijos. Y antes de que alguien pueda sentirse ofendido, aclaro: el matrimonio es una institución divina para tener hijos. ¿Se entiende? Esto es fina teología. Lo demás, en especial lo que dicen la mayoría de los curas en los casamientos, es paparruchada sentimental.
Tanto el derecho canónico como la moral cristiana y natural observa y sentencia que quienes se unen carnalmente con la intención de evitar la prole ejercen una suerte de prostitución mutua. Si esta intención está en la cabeza de los novios que van a dar el sí a la iglesia, con vestido blanco ella y él con jaquet, esa ceremonia es una blasfemia, y lo que de allí surje no es siquiera un honesto concubinato. Es algo mucho peor. Es una relación prostibularia, de momento exclusiva (no siempre) y seguramente de corta duración.
Antes que esto, propicio que los católicos y los acatólicos se junten como Dios manda, es decir, con el deseo de permanecer fieles y tener hijos, lo cual se parece bastante más a un matrimonio que lo anterior. Técnicamente, se trataría de un concubinato. Y en buena hora, que el concubinato así encaminado solo tiene alguno que otro defecto técnico que reparar y fácilmente reparable. (Claro, si el matrimonio es posible, porque todo matrimonio tiene como prerrequisito de suyo, la aptitud nupcial de los cónyuges).
Pero que sea con-cubinato y no sin-cubinato. Que no se eviten los hijos. Dios los dará o no, pero que no se eviten voluntariamente. Aquellos que evitan los hijos no pueden tener un matrimonio válido, y si lo han tenido previamente, aunque el vínculo esté formado, viven como prostitutos.
La contracepción es más grave que el aborto en cuanto a sus consecuencias espirituales y sociales. Es más, es condición previa para la generalización del aborto y de las perversiones que hoy en día están siendo legalizadas.
No solo porque la contracepción es hoy en día casi siempre abortiva, eso es una consecuencia técnica de la que la mayoría de los usuarios de anticonceptivos no tienen idea. Lo es por el concepto mismo de impedir el fin natural y único que justifica la institución del matrimonio. (Ya sé que hay fines secundarios, pero Dios ha instituido y atado todo el asunto al fin primario). En todo matrimonio realmente constituido hay hijos, actuales o potenciales. O imposibles. Pero los hijos están.
Así pues, recuperar el orden natural exige, no solo la firme defensa de la doctrina, que casi nadie hace, sino más bien la práctica de esta doctrina. Y curiosamente (me lo dice mi mujer, que es pediatra y atiende a muchos pacientes “carecientes”) los pobres en la Argentina, y en Hispanoamérica siguen teniendo hijos, aunque no se casen.
No se casan por muchos motivos, No vamos a dedicar tiempo a explayarlos. Pero se juntan cristianamente para tener hijos.
- Hombre... cristianamente... es un poquito optimista de su parte.
La gracia supone la naturaleza y la fe católica está metida en ellos como una herencia genética (algo que no siempre puede decirse de la clase media). Así pues, se juntan, tienen hijos, tienen muchos hijos (“como los animales”, dicen las señoras gordas de parroquia). Sí, como los animales, pero un grado más arriba que su hijo, señora gorda de parroquia (en realidad hoy son señoras flacas) es decir, conforme a mandato divino y no violándolo para “no ser como animales”.
Sí, señora, gorda o flaca. Sí, señor beatón. Esos concubinos son cuasi esposos según la naturaleza y poco va para que lo sean según el sacramento. Un buen cura es lo que falta.
En cambio sus hijos e hijas, y Uds. mismos, vamos, que con la complicidad de los confesores (siempre hubo alguno cómplice, hoy lo son casi todos) Uds. son los veraderos concubinos. Y no salgan ahora a clamar contra el homomonio si no han sabido defender el matrimonio. Ni practicarlo.
¡Que les aproveche la parejita!