La Cuaresma está iniciada cuando escribimos estas páginas, y
al tiempo que entramos en la Semana Santa, casi sin pena ni gloria, se
cumple un año del desenlace del caso Williamson. Sin embargo, por
diferentes que puedan parecer, estos dos temas –el caso de obispo y el
tiempo litúrgico– se encuentran íntimamente entrelazados. Lo discutido y
lo implicado en aquella polémica excede con creces la figura del
pastor, razón por la cual creemos que es una oportunidad para plantear
algunas cuestiones al respecto.
Momento para reflexionar en torno al Holocausto, lo
cual no constituye -como cualquier observador imparcial sabe- única ni
principalmente un debate histórico; oportunidad de desarticular el
léxico político manejado hoy día, el cual, haciendo uso de la falsa
ecuación antisemitismo=exterminio, pretende perturbarlo todo sin
hacernos razonar demasiado. Ocasión, además, para una seria revisión de
nuestro pensamiento en esta materia, en una época displicente, que se
vanagloria de sostener que todo está sujeto a crítica.
Aunque pareciera que no todo. Queda abierta la puerta para
preguntarse, y preguntarles a los transgresores, a los que demuelen
tabúes, por qué existe uno que todavía no se atreven siquiera a rozar.
De estos audaces pudo decir Nicolás Gómez Dávila que encarnaban el
siguiente prototipo: “El inmoralista de este siglo crapuloso, es el
asaltante heroico de una fortaleza sin defensores”.
No estará de más reflexionar acerca de la calculada
indignación del mundo judío y sus innumerables voceros, que descubrió
dos meses después de la entrevista de Mons. Richard Williamson que se
ofendía la memoria de las invocadas víctimas.
La polémica en torno al Holocausto está conectada con
una cuestión de legitimidad para las potencias aliadas, vencedoras de
la Segunda Guerra Mundial; al decir esto, invariablemente entramos en el
terreno político. Porque la mentalidad del hombre común –y no tan
común– es insufriblemente maniquea. Allá los malos, aquí los buenos. Y
si repiten su versión hasta el hartazgo, haciendo creer al mundo que son
los buenos, automáticamente –por simple mecanismo psicológico– “los
otros” quedan en el bando reprobado.
En la vereda de enfrente, Ian J. Kagedan lo confirma
indirectamente cuando dice:
“El
recuerdo del Holocausto es el elemento principal del Nuevo Orden
Mundial”[1].
El caso Williamson mostró, una vez más, cómo opera la guerra
semántica: ambigüedades, imprecisiones e inexactitudes respecto de los
términos políticos -y también religiosos- fueron utilizadas como
estrategia capital de confusión. Resulta lamentablemente infructífero el
esfuerzo de las autoridades católicas de tomar distancia respecto al
Nacionalsocialismo en la discusión con sus acusadores judíos y no
judíos, pues no se puede discutir razonablemente con quienes son
impermeables a razones. No interesándoles distinguir ni discriminar con
justicia, no hay argumento que valga.
Debe decirse que todo el montaje mediático en torno a lo
sucedido -pero también en cualquier tema relacionado con los vencidos en
la II Guerra- gira alrededor de una formidable petición de principio: “la
realidad del Holocausto es indiscutible porque nos consta la
perversidad intrínseca del Nacionalsocialismo; y la perversidad
intrínseca del Nacionalsocialismo es indiscutible porque nos consta la
realidad del Holocausto”. De modo que el fundamento de aquel
amarillismo y obsesión periodística puede ser calificado, sin
escrúpulos, como un inmenso sofisma.
“Islandia no existe, porque sólo la vieron unos
marineros estúpidos; y los marineros son estúpidos sólo porque vieron
Islandia”, clamaba Chesterton
desde las páginas de Ortodoxia, reemplazando Islandia por
lo sobrenatural. Y explicaba cómo, haciendo uso de este razonamiento
circular, los materialistas cierran el camino de sus inteligencias hacia
lo que está por encima del hombre. En ninguno de los dos casos, algo se
prueba mediante este recurso. El carácter indiscutible de estas
convicciones es producto, exclusivamente, de la fuerza de la rutina y el
acostumbramiento mediático.
Afirmamos, entonces, que se presenta una oportunidad
importante para reflexionar, además, sobre la Filosofía, discurriendo
respecto del significado de las palabras. En el nombre de la rosa,
está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo, decía Borges en El
Gólem. Pues bien, quien mire con atención el caso Williamson y sus
implicaciones, advertirá de golpe la falsedad del nominalismo; porque
tan importante es para los judíos la palabra Holocausto, que no
están dispuestos a retroceder ante nada con tal que ella -y sólo ella-
se mantenga incólume en su uso y significación.
¿No era que todas nuestras discusiones eran sólo palabras y
no cosas? ¿Se advierte que no es indiferente el uso de determinados
términos? ¿Se comprende, entonces, cuánta razón le asistía a San
Atanasio al mantener firmemente el vocablo que hacía patente la
divinidad de Cristo en el Credo? ¿Se ve qué importancia tiene
expresarse mediante una correcta y clara semántica? ¿Se descubre el
peligro de usar términos ideologizados para significar cosas buenas? ¿Se
comprende que elegir correctamente las palabras no comporta un ridículo
detallismo ni purismo sino una preocupación por evitar
las confusiones? Evidentemente, a partir de 1945, la palabra
“holocausto” adquiere un carácter indiscutible e intocable.
Indudablemente se plantea, como dijimos al inicio, toda una
cuestión respecto de la libertad y de la crítica. La palabra libertad -ya deformada y convertida en un absoluto- parece encontrar ciertas
limitaciones que sus mismos adoradores no hubiesen sospechado. Sin
embargo, lo que habilita a criticar y a juzgar el Holocausto no
es la libertad de expresión, sino los derechos de la Verdad.
No sería equivocado reflexionar, en plena Cuaresma, sobre la
responsabilidad ineludible de Pilatos, que dándole la espalda a la
Verdad, termina yendo a buscar la norma de su conducta en la turba
mayoritaria. La quintaesencia de la soberanía popular, como reconoce el
mismísimo Kelsen en la última página de su Esencia y valor de la
democracia, citando precisamente el ejemplo del Viernes Santo. No,
Pilatos, tus manos no estaban limpias aquella mañana. Como tampoco la de
aquellos que aceptan la ley de la mayoría y pretenden desentenderse de
sus efectos. Pilatos, tú no creías en la Verdad, y le diste la espalda
cuando Ella se proclamó delante tuyo. Y la Verdad no insistió. “¡Temed
a la verdad que se retira!”, grita Castellani en San Agustín y
Nosotros.
El último enfoque del tema no puede ser sino sobrenatural.
El misterio de la concurrencia de la sobrenaturaleza y la naturaleza
queda patente en el caso Williamson. La Iglesia de Cristo goza de la
promesa de su Divino Redentor y al mismo tiempo está conformada por unos
miserables que somos nosotros. La Iglesia de Cristo, con sus luces y
con sus sombras, con el pudor a la contradicción de sus mejores figuras y
con el temor mundano de sus autoridades ante el poder judío; la Iglesia
de Cristo, con su impecable doctrina en sus mejores teólogos y con sus
defecciones diplomáticas y doctrinarias en los otros. Ésa, sí. A esa
Iglesia amamos y queremos servir. Y por amor a Ella nos atrevemos a
decirle estas cosas. Ni desesperanza ni derrotismo. Creemos firmemente
en que las puertas del Infierno no prevalecerán. Cree más en Ella quien
acepta y admite las defecciones de sus autoridades, manteniendo con todo
su carácter sobrenatural, que quienes niegan sus errores, como si la
verdad de nuestra fe dependiera de la bondad moral de la jerarquía.
Practica mejor la obediencia quien sabe distinguirla de la obsecuencia.
Así, el caso Williamson se vuelve ocasión para reflexionar
sobre la Humildad. La humildad es la verdad, y quien no entiende
esto, anda en la mentira. Pues bien, ¿Qué es la verdad? Dice
Castellani que con las mismas palabras con que se escribe esta pregunta,
pero en latín, puede formarse esta otra oración: Est vir qui adest.
«Es el varón que tienes delante», pudo haberle dicho Cristo a Pilatos.
Tenían a la verdad delante. Tenían a infinitos periodistas,
hombres de negocios, cancilleres, jefes de gobierno, políticos, los más
altas autoridades de la Iglesia, movilizándose a su gusto, acaso como un
niño caprichoso que –sabedor de la debilidad de su familia– hace y
deshace, exige y sube la apuesta, convencido de que maneja los hilos de
la tiranía que danza y baila a su son. Entonces, ocurre toda esta
movilización inaudita y ¿nadie sospecha nada? ¿Nadie olfatea nada?
¿Nadie se sorprendió de ver cómo la jerarquía católica volvíase de
repente poseedora de una semántica unívoca, reacia a sucesivas
interpretaciones? ¿Acaso no hubo escándalo cuando las autoridades,
portavoces de la nueva enseñanza teológica, afirmaron que “quien
niega la Shoah no conoce el misterio de Dios ni de la Cruz de Cristo”?
Nos quieren imponer que el Credo de Nicea se ha ampliado
hasta reconocer en el orden de la fe sucesos que, de haber
ocurrido, tuvieron lugar en pleno siglo XX. ¡Qué equivocados los mejores
teólogos cuando enseñaron que la Revelación estaba cerrada con la
muerte del apóstol Juan, autor del Prólogo del Verbo Increado, allá a
fines del siglo primero! Apostaríamos que nadie puede explicar el nexo
entre la Cruz y el Holocausto sin hacer uso de la picana
intelectual.
Por lo dicho, es el momento de reflexionar sobre los límites
de la autoridad. Ocasión para entender que algo es ley -o debería
serlo- porque es bueno, y no es bueno porque es ley. Y ocasión, sobre
todo, para desenmascarar la hipócrita utilización del argumento de
“obediencia al Papa”, el cual en boca de algunos parece significar el
rechazo y obstaculización del Summorum Pontificum de Benedicto
XVI, la omisión de la fórmula de la consagración por muchos y la
perturbación de la conciencia de los fieles que desean comulgar de
rodillas.
Viene a cuento recordar cómo el mundo católico
en las garras del progresismo puso el grito en el cielo ante la sola
posibilidad de que la Fraternidad San Pío X quedara “incorporada” a la
Iglesia. Leonardo Boff se expresó en estos términos: “Esta decisión
del Papa me parece despreciable” [2]. Hans Küng afirmó que el Papa “ha cometido un error colosal acogiendo
a los cuatro obispos que dieron la espalda al segundo Concilio
Vaticano…”[3]. Estos son los rebeldes contra el Papa: pseudo
teólogos, falsos profetas, realmente. Hasta el mismísimo rabino Yehuda
Levin, cabeza de 800 rabinos ortodoxos, declaró contra “el movimiento
izquierdista disidente en la Iglesia Católica”, el cual “ha
debilitado severamente las enseñanzas morales católicas sobre la vida y
la familia durante los últimos cuarenta años”.
Y por eso dijo: “¿Qué está haciendo el Papa?
Está intentando traer de regreso a los tradicionalistas porque tienen
muchas cosas muy importantes para contribuir para el bien del
catolicismo” [4].
Hasta el rabino se da cuenta del daño que el progresismo le hace a la
Iglesia, en particular lo relacionado con la cultura de la vida.
En el medio de tantas cosas sucedidas, en el medio de tal
cruce de caminos, es un deber no añadir más confusión a la ya existente,
porque de toda palabra ociosa deberemos dar cuenta en el Último
Día. Y por eso publicamos estas líneas, esperando no escandalizar a
quienes aman sinceramente a la Iglesia, con el deseo de deshacer la
confusión en que los fieles nos hallamos.
¿Se advierte aquí efectivamente se juega la
teología? ¿Acaso el Holocausto podría ser una nueva verdad -intocable- de la fe?: “Pero aún cuando nosotros mismos o un ángel
del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado,
¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno
os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea
anatema!” [5].
El caso Williamson, además, desafía nuestra comprensión de
la Iglesia y de Cristo, por lo que se convierte en una ocasión para
profundizar más acabadamente la naturaleza de la Iglesia, divina y
humana a la vez, como su Redentor. Esta es nuestra fe. Creemos que
Cristo se ha inmolado por muchos y que el requisito para ir al cielo es
la santidad, a la que accedemos por la Gracia. Y esto porque admitir que
Dios puede hacerse verdadero hombre, implica admitir la naturaleza
humana y visible de su Cuerpo Místico, la Iglesia, lo mismo que sus
limitaciones, imperfecciones, por desconcertantes que fuesen.
Es más perfecto el amor que ve los defectos que el que no
los ve. El primero es un amor lúcido: ama a pesar de lo que ve. El
segundo, negándose a admitir las limitaciones de aquello que ama, es
notoriamente distinto. Aquí la tensión interior se vuelve dramática,
resplandece la virtud de la fe: “«El objeto de la fe es la paradoja» (…)
La fe es lo más fácil y lo más difícil que hay. También es lo más claro
y lo más oscuro; y así todos los místicos hablan de «la luz de la Fe», y
de «la noche oscura de la Fe» (…) Así, el fiel tiene que
mantener todas las paradojas de la fe, que crean en él una tensión que a
veces lo crucifica. Sin a veces. Siempre lo crucifica, cuando la fe ha
ingresado de veras en la vida. (…) Interminable crucifixión
interna, Crux intellectus”.
Nuestro amor debe ser lúcido, y así será superior, sin
eludir las tremendas pruebas que supone el sacrificio de lo más alto que
posee el hombre -el entendimiento- cuando movido por la fe es llamado a
postrarlo ante una luz que no puede ser colmada. Castellani nos
advierte entonces que “Cuando la fe toca el intelecto, se produce la
lucha y la oscuridad…”[6].
Concluyamos hacia el punto principal.
Fue nuestro querido maestro, Antonio Caponnetto, el que
desde valientes y esclarecedoras páginas puso el núcleo de la cuestión
sobre el tapete[7], al señalar que
la palabra Holocausto buscaba ser, en la teología judaica,
atribuida exclusivamente al pueblo hebreo, de tal manera que su
aceptación implicaba que Cristo ya no fuese el único y verdadero
Holocausto:
“Según esta teología, Israel, no Cristo, es el
Cordero Inmolado. Perseguido durante siglos y ofreciéndose en sacrificio
permanentemente, alcanza el punto culminante de su ofrenda cuando muere
masivamente bajo las tropelías del Tercer Reich. Tropelías antisemitas
que, en esta cosmovisión mesiánica del Israel carnal, no tendrían sino
como fundamento último las mismas enseñanzas católicas que durante
siglos y siglos habrían predicado la culpabilidad hebrea en la muerte de
Cristo. Al nazismo se llega por culpa del cristianismo; y bajo el
nazismo la oblación mesiánica de Israel alcanza su punto culminante”.
¿Advertimos que la aceptación de esta falsa teología por
parte de los católicos abre el camino para la deformación de toda la
historia de la salvación?
Lo que se busca es -arguyendo una inexistente continuidad
entre nazismo y catolicismo- quitar de las espaldas de los judíos el
adjetivo de deicidas, disfrazando su injusta agresión contra la
Iglesia con el ropaje de una legítima defensa.
El lugar de la Víctima pasa a ser ocupado por los
victimarios.
Deliberadamente, se omite discutir la cuestión judía a la
luz de la mejor teología católica, para reducirla a cuestiones
políticas, raciales y aún mundanas, desfigurando y confundiendo las
nociones que permitirían resolverla, e impidiendo un honesto
acercamiento al tema.
Pero hay algo que nadie puede cambiar, y es lo que se
desprende de las Sagradas Escrituras:
“Bien sé que sois la posteridad de Abrahán, y
sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no halla cabida en
vosotros” (Jn. VIII, 37); “Sin
embargo, ahora tratáis de matarme a Mí, hombre que os he dicho la
verdad que aprendí de Dios” (Jn. VIII, 40); “Vosotros sois hijos
del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue
homicida desde el principio…” (Jn. VIII, 44); “Entonces tomaron
piedras para arrojarlas sobre Él” (Jn. VIII, 59); “De nuevo los
judíos recogieron piedras para lapidarlo” (Jn. X, 31); “Desde
aquel día tomaron la resolución de hacerlo morir” (Jn. XI, 53); “¡La
sangre de Él, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mt. XXVII,
25); “Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha
hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado”
(Hc. II, 36); (“Vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis
que se os hiciera gracia de un homicida. Pero matasteis al autor de la
vida…” (Hc. II, 14-15).
Si los judíos no son deicidas, Cristo y la Biblia han
mentido.
“¿Qué hemos de hacer, hermanos?” preguntaron los judíos afligidos, luego de
escuchar al vigoroso Cefas. “Pedro les contestó: Arrepentíos y
bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hc. II, 38).
Si los judíos no necesitan convertirse, Cristo está de más. Y
si Cristo está de más, la Iglesia misma no es divina. Vana es nuestra
fe.
“Cuando descubrimos que no podemos huir de Tí,
huimos hacia Ti”. Vayamos
corriendo a abrirle a la puerta al Señor en esta Cuaresma, sin responder
mañana le abriremos, sino yendo derechamente a la Verdad, si
acaso la hemos visto. El Cardenal Pie ponía en boca de un Cristo triste
las siguientes palabras: “Si queréis venir a mí oblicuamente, yo
también iré oblicuamente a vosotros”.
No vayamos a Nuestro Señor de costado, zigzagueando; no
vayamos al Verbo con palabras anfibológicas; no vayamos al Crucificado
sin asumir la realidad de la Cruz, las presentes y las futuras, las
propias y ajenas.
“Si el mundo no te persigue, señal que el
infierno no te teme”. Monseñor
Williamson fue perseguido por las verdades que dijo. No convirtamos los
signos de aprobación en signos de reprobación; sería tanto como decir
Cristo expulsó a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios.
Que nuestra palabra se convierta en luz para los que buscan la verdad y
en cólera para los que la niegan con empecinamiento. Y que nuestras
oraciones sean para todos, porque también es un precepto el amor a los
enemigos.
Muy cercanos al Viernes Santo, pedimos, rogamos,
imploramos por la conversión de los judíos, para que -rechazando la
más injusta sentencia dictada por tribunal humano alguno, tal como los
hermanos Lehman- vuelvan sus corazones, sus inteligencias y voluntades a
la Verdad, la única excomulgada, y reconozcan a Jesucristo como
el Mesías, Salvador del Mundo, incorporándose a las filas de su Santa
Milicia.
Juan Carlos Monedero (h)
Marzo de 2010
[1] Ian J. Kagedan, Director de Relaciones
Gubernamentales de la B´nai B´rith de Canadá, Toronto Star, 26.11.1991.
[2] http://www.infocatolica.com/blog/meradefensa.php/leonardo_boff_desprecia_lo_que_hace_el_p
[3] http://www.webislam.com/articulos/35511-hans_kung_el_papa_es_quien_deberia_pedir_disculpas.html
[4] http://sacristanserrano.
[5] Carta a los Gálatas 1, 8-9.
[6] Las ideas de mi Tío el Cura, Padre
Leonardo Castellani, Editorial Excalibur, Buenos Aires, 1984, págs.
224-225. Ideal comunista o ideal cristiano, capítulo 11: “Las
paradojas de la fe”.
[7] Cfr. El juramento
antinegacionista, Antonio Caponnetto, http://revistacabildo.