Entre tales sectores -que con proverbial ignorancia y calculada malicia se califica de "ultraconservador y filonazi"- menciónase a la revista Cabildo, que tengo el honor de dirigir (cfr.vg. La Nación, 23-8-06) Un par de afirmaciones se impone al respecto.
La primera, para repudiar esta medida tiránica, ya desembozadamente persecutoria para quienes quieran profesar públicamente el catolicismo. Considerar delictiva la animación musical castrense de una procesión mariana, y castigar consecuentemente a quienes protagonizaron el hecho, sólo puede caber en el magín marxistoide y moralmente despreciable de los actuales gobernantes. Los deificadores de la libre expresión y de la libertad religiosa ya tendrían que hacer oír el unísono chirrido de sus túnicas rasgadas. Sea la segunda afirmación para lamentar que este nuevo agravio a la persona de Monseñor Baseotto haya contado con la complicidad de la misma jerarquía de la Iglesia, cuyas medrosas actitudes ante la presión de la pasquinería oficialista impidieron a un obispo argentino celebrar la Santa Misa en la Basílica de Luján.
Cuadro tristísimo de deserción de las más altas autoridades eclesiales, completado por la hostilidad manifiesta del actual párroco y rector de la histórica basílica, Jorge Torres Carbonell, cuyo odio enfermizo a la tradición viva de la Iglesia y a la Argentina cristiana más reclaman un exorcismo que el aval que insensatamente se le prodiga.
Como si debiera admitirse naturalmente que el solo contacto con el Pastor de las Fuerzas Armadas tornara punibles a los soldados, estos gendarmes fueron castigados ante la mudez inexplicable de la Jerarquía. El Ordinariato Castrense no sólo resulta así una sede impedida por el terrorismo estatal de Kirchner, sino una sede librada a su propia suerte por quienes debieran ser los primeros custodios de la integridad de la Iglesia. Llegue nuestra solidaridad y nuestro encomio a los gendarmes castigados. Dios recogerá sus marciales sones, y no habrá resentimiento que pueda acallarlos, así procedan de las gavillas erpianas y montoneras adueñadas hoy del poder político.
Llegue asimismo nuestro respaldo a Monseñor Baseotto, que está pagando a precio grande el testimonio de la Verdad, frente a los enemigos externos e internos de la Iglesia. Hay una bienaventuranza prevista para quienes tales dolores padecen. Ninguna en cambio para los tiranos y los apóstatas. Llegue al fin, nuestro rezo esperanzado a la Patrona de la Argentina, para que la salve y la rescate de esta ominosa tiranía.Ha tomado estado público la noticia, según la cual, el Gobierno dispuso la sanción de "cuatro altos oficiales de la Gendarmería por permitir la participación de una banda de música de esa fuerza en un acto organizado por sectores católicos ultraconservadores que culminó con una misa oficiada por el obispo castrense Antonio Baseotto".
Entre tales sectores -que con proverbial ignorancia y calculada malicia se califica de "ultraconservador y filonazi"- menciónase a la revista Cabildo, que tengo el honor de dirigir (cfr.vg. La Nación, 23-8-06) Un par de afirmaciones se impone al respecto. La primera, para repudiar esta medida tiránica, ya desembozadamente persecutoria para quienes quieran profesar públicamente el catolicismo. Considerar delictiva la animación musical castrense de una procesión mariana, y castigar consecuentemente a quienes protagonizaron el hecho, sólo puede caber en el magín marxistoide y moralmente despreciable de los actuales gobernantes.
Los deificadores de la libre expresión y de la libertad religiosa ya tendrían que hacer oír el unísono chirrido de sus túnicas rasgadas. Sea la segunda afirmación para lamentar que este nuevo agravio a la persona de Monseñor Baseotto haya contado con la complicidad de la misma jerarquía de la Iglesia, cuyas medrosas actitudes ante la presión de la pasquinería oficialista impidieron a un obispo argentino celebrar la Santa Misa en la Basílica de Luján.
Cuadro tristísimo de deserción de las más altas autoridades eclesiales, completado por la hostilidad manifiesta del actual párroco y rector de la histórica basílica, Jorge Torres Carbonell, cuyo odio enfermizo a la tradición viva de la Iglesia y a la Argentina cristiana más reclaman un exorcismo que el aval que insensatamente se le prodiga.
Como si debiera admitirse naturalmente que el solo contacto con el Pastor de las Fuerzas Armadas tornara punibles a los soldados, estos gendarmes fueron castigados ante la mudez inexplicable de la Jerarquía. El Ordinariato Castrense no sólo resulta así una sede impedida por el terrorismo estatal de Kirchner, sino una sede librada a su propia suerte por quienes debieran ser los primeros custodios de la integridad de la Iglesia.
Llegue nuestra solidaridad y nuestro encomio a los gendarmes castigados. Dios recogerá sus marciales sones, y no habrá resentimiento que pueda acallarlos, así procedan de las gavillas erpianas y montoneras adueñadas hoy del poder político. Llegue asimismo nuestro respaldo a Monseñor Baseotto, que está pagando a precio grande el testimonio de la Verdad, frente a los enemigos externos e internos de la Iglesia. Hay una bienaventuranza prevista para quienes tales dolores padecen. Ninguna en cambio para los tiranos y los apóstatas. Llegue al fin, nuestro rezo esperanzado a la Patrona de la Argentina, para que la salve y la rescate de esta ominosa tiranía.
Ha tomado estado público la noticia, según la cual, el Gobierno dispuso la sanción de "cuatro altos oficiales de la Gendarmería por permitir la participación de una banda de música de esa fuerza en un acto organizado por sectores católicos ultraconservadores que culminó con una misa oficiada por el obispo castrense Antonio Baseotto". Entre tales sectores -que con proverbial ignorancia y calculada malicia se califica de "ultraconservador y filonazi"- menciónase a la revista Cabildo, que tengo el honor de dirigir (cfr.vg. La Nación, 23-8-06)
Un par de afirmaciones se impone al respecto. La primera, para repudiar esta medida tiránica, ya desembozadamente persecutoria para quienes quieran profesar públicamente el catolicismo. Considerar delictiva la animación musical castrense de una procesión mariana, y castigar consecuentemente a quienes protagonizaron el hecho, sólo puede caber en el magín marxistoide y moralmente despreciable de los actuales gobernantes. Los deificadores de la libre expresión y de la libertad religiosa ya tendrían que hacer oír el unísono chirrido de sus túnicas rasgadas.
Sea la segunda afirmación para lamentar que este nuevo agravio a la persona de Monseñor Baseotto haya contado con la complicidad de la misma jerarquía de la Iglesia, cuyas medrosas actitudes ante la presión de la pasquinería oficialista impidieron a un obispo argentino celebrar la Santa Misa en la Basílica de Luján.
Cuadro tristísimo de deserción de las más altas autoridades eclesiales, completado por la hostilidad manifiesta del actual párroco y rector de la histórica basílica, Jorge Torres Carbonell, cuyo odio enfermizo a la tradición viva de la Iglesia y a la Argentina cristiana más reclaman un exorcismo que el aval que insensatamente se le prodiga. Como si debiera admitirse naturalmente que el solo contacto con el Pastor de las Fuerzas Armadas tornara punibles a los soldados, estos gendarmes fueron castigados ante la mudez inexplicable de la Jerarquía.
El Ordinariato Castrense no sólo resulta así una sede impedida por el terrorismo estatal de Kirchner, sino una sede librada a su propia suerte por quienes debieran ser los primeros custodios de la integridad de la Iglesia. Llegue nuestra solidaridad y nuestro encomio a los gendarmes castigados. Dios recogerá sus marciales sones, y no habrá resentimiento que pueda acallarlos, así procedan de las gavillas erpianas y montoneras adueñadas hoy del poder político. Llegue asimismo nuestro respaldo a Monseñor Baseotto, que está pagando a precio grande el testimonio de la Verdad, frente a los enemigos externos e internos de la Iglesia. Hay una bienaventuranza prevista para quienes tales dolores padecen. Ninguna en cambio para los tiranos y los apóstatas. Llegue al fin, nuestro rezo esperanzado a la Patrona de la Argentina, para que la salve y la rescate de esta ominosa tiranía.
Ha tomado estado público la noticia, según la cual, el Gobierno dispuso la sanción de "cuatro altos oficiales de la Gendarmería por permitir la participación de una banda de música de esa fuerza en un acto organizado por sectores católicos ultraconservadores que culminó con una misa oficiada por el obispo castrense Antonio Baseotto".
Entre tales sectores -que con proverbial ignorancia y calculada malicia se califica de "ultraconservador y filonazi"- menciónase a la revista Cabildo, que tengo el honor de dirigir (cfr.vg. La Nación, 23-8-06) Un par de afirmaciones se impone al respecto.
La primera, para repudiar esta medida tiránica, ya desembozadamente persecutoria para quienes quieran profesar públicamente el catolicismo. Considerar delictiva la animación musical castrense de una procesión mariana, y castigar consecuentemente a quienes protagonizaron el hecho, sólo puede caber en el magín marxistoide y moralmente despreciable de los actuales gobernantes.
Los deificadores de la libre expresión y de la libertad religiosa ya tendrían que hacer oír el unísono chirrido de sus túnicas rasgadas. Sea la segunda afirmación para lamentar que este nuevo agravio a la persona de Monseñor Baseotto haya contado con la complicidad de la misma jerarquía de la Iglesia, cuyas medrosas actitudes ante la presión de la pasquinería oficialista impidieron a un obispo argentino celebrar la Santa Misa en la Basílica de Luján.
Cuadro tristísimo de deserción de las más altas autoridades eclesiales, completado por la hostilidad manifiesta del actual párroco y rector de la histórica basílica, Jorge Torres Carbonell, cuyo odio enfermizo a la tradición viva de la Iglesia y a la Argentina cristiana más reclaman un exorcismo que el aval que insensatamente se le prodiga. Como si debiera admitirse naturalmente que el solo contacto con el Pastor de las Fuerzas Armadas tornara punibles a los soldados, estos gendarmes fueron castigados ante la mudez inexplicable de la Jerarquía.
El Ordinariato Castrense no sólo resulta así una sede impedida por el terrorismo estatal de Kirchner, sino una sede librada a su propia suerte por quienes debieran ser los primeros custodios de la integridad de la Iglesia. Llegue nuestra solidaridad y nuestro encomio a los gendarmes castigados. Dios recogerá sus marciales sones, y no habrá resentimiento que pueda acallarlos, así procedan de las gavillas erpianas y montoneras adueñadas hoy del poder político.
Llegue asimismo nuestro respaldo a Monseñor Baseotto, que está pagando a precio grande el testimonio de la Verdad, frente a los enemigos externos e internos de la Iglesia. Hay una bienaventuranza prevista para quienes tales dolores padecen. Ninguna en cambio para los tiranos y los apóstatas.
Llegue al fin, nuestro rezo esperanzado a la Patrona de la Argentina, para que la salve y la rescate de esta ominosa tiranía.Ha tomado estado público la noticia, según la cual, el Gobierno dispuso la sanción de "cuatro altos oficiales de la Gendarmería por permitir la participación de una banda de música de esa fuerza en un acto organizado por sectores católicos ultraconservadores que culminó con una misa oficiada por el obispo castrense Antonio Baseotto".
Entre tales sectores -que con proverbial ignorancia y calculada malicia se califica de "ultraconservador y filonazi"- menciónase a la revista Cabildo, que tengo el honor de dirigir (cfr.vg. La Nación, 23-8-06) Un par de afirmaciones se impone al respecto. La primera, para repudiar esta medida tiránica, ya desembozadamente persecutoria para quienes quieran profesar públicamente el catolicismo. Considerar delictiva la animación musical castrense de una procesión mariana, y castigar consecuentemente a quienes protagonizaron el hecho, sólo puede caber en el magín marxistoide y moralmente despreciable de los actuales gobernantes. Los deificadores de la libre expresión y de la libertad religiosa ya tendrían que hacer oír el unísono chirrido de sus túnicas rasgadas. Sea la segunda afirmación para lamentar que este nuevo agravio a la persona de Monseñor Baseotto haya contado con la complicidad de la misma jerarquía de la Iglesia, cuyas medrosas actitudes ante la presión de la pasquinería oficialista impidieron a un obispo argentino celebrar la Santa Misa en la Basílica de Luján.
Cuadro tristísimo de deserción de las más altas autoridades eclesiales, completado por la hostilidad manifiesta del actual párroco y rector de la histórica basílica, Jorge Torres Carbonell, cuyo odio enfermizo a la tradición viva de la Iglesia y a la Argentina cristiana más reclaman un exorcismo que el aval que insensatamente se le prodiga. Como si debiera admitirse naturalmente que el solo contacto con el Pastor de las Fuerzas Armadas tornara punibles a los soldados, estos gendarmes fueron castigados ante la mudez inexplicable de la Jerarquía.
El Ordinariato Castrense no sólo resulta así una sede impedida por el terrorismo estatal de Kirchner, sino una sede librada a su propia suerte por quienes debieran ser los primeros custodios de la integridad de la Iglesia. Llegue nuestra solidaridad y nuestro encomio a los gendarmes castigados. Dios recogerá sus marciales sones, y no habrá resentimiento que pueda acallarlos, así procedan de las gavillas erpianas y montoneras adueñadas hoy del poder político.
Llegue asimismo nuestro respaldo a Monseñor Baseotto, que está pagando a precio grande el testimonio de la Verdad, frente a los enemigos externos e internos de la Iglesia. Hay una bienaventuranza prevista para quienes tales dolores padecen. Ninguna en cambio para los tiranos y los apóstatas. Llegue al fin, nuestro rezo esperanzado a la Patrona de la Argentina, para que la salve y la rescate de esta ominosa tiranía.