Desagravio a La Virgen de Lujan. La Falacia del Bicentenario

Enviado por Esteban Falcionelli en Lun, 03/05/2010 - 3:09pm

Como lo
advirtiéramos desde hace años, y con mayor insistencia en los últimos
tiempos,
el Bicentenario ha dado lugar a una serie inacabable de
mentiras. Gobernada la patria por los peores enemigos de su genuina estirpe, no hay
esperanza
posible de que alguna verdad pueda colarse entre los entresijos de un
poder
sostenido en el engaño sistemático cuanto en la falsificación más
atroz de la
historia y de la política. Si la línea Mayo-Caseros fue toda
ella una
impostura, si las distintas escuelas historiográficas desnaturalizaron
el
significado esencial de los hechos, incluyendo cierto
revisionismo, esta
versión ahora remozada que presenta el kirchnerato, agrega
repugnancia
al sofisma de una nación supuestamente gestada en la rebeldía contra
la
Tradición Hispano Católica.
Al
igual que
ante los
doscientos años de la gloriosa Reconquista y Defensa de
Buenos
Aires
, ocurridos durante los años 2006 y 2007, el oficialismo no tiene
otra
cosa que decir más que mendacidades gravísimas, sobrecargadas todas
ellas del
odio liberal-marxista hacia nuestros auténticos orígenes. Repletos de
subsidios y de prebendas torvas, los “intelectuales” del Régimen no
dejan
ruindad por difundir, ni confusión por alimentar, ni tergiversación
por
promover. Son, en su conjunto, esa ramería cobarde que aprisiona
siempre la
verdad.
 
El
Te
Deum
 
En
este marco
fatal de fraudes y de
trampas, la presidenta eligió su propio Te Deum a la carta 

para conmemorar la fecha, como ya lo viene haciendo en
situaciones
similares. No siendo ella ni su entorno de malandras personas
religiosas, la
elección del lugar y del maestro de ceremonias para el oficio
litúrgico tiene
en su perspectiva groseramente maquiavélica la misma importancia que
la del
alquiler de un catering: conseguir el
más acomodado y
placentero.  Sólo que esta vez ha ido demasiado lejos.
Porque para justificar la elección de la Basílica Lujanense como
centro del
piadoso acto, ha dicho textualmente: “a la Virgen de Luján, la tengo
muy
adentro de mi corazón”
(cfr. AICA, 31-3-10).
 
 
 
Aceptamos el principio "de
internis
non iudicat Ecclesia”
-esto es, la Iglesia no juzga la interioridad- y
en su
cumplimiento, nos apresuramos a declarar que adentro del corazón de
nadie
estamos ni queremos estar. Mucho menos de quien parece tenerlo de
piedra
estercolada.
 
Pero también sabemos que “de adentro del corazón salen
las
intenciones malas”
(Mt. 15, 19-20), y que por los frutos se conocen
bien tanto
las corazonadas virtuosas como las pútridas. Por eso es posible
distinguir con
Santo Tomás (S.Th, III, q. 96,a.4) entre el fuero interno y el fuero


externo, siendo el primero aquel en el que habitan esas
intenciones no
sujetas a ningún juicio humano, y el segundo el de las acciones
públicas,
visibles, evidentes. Si el primero es el fuero de Dios, el otro
expresa
las acciones y las reacciones públicas, es el fuero
de la
Iglesia  y puede llegar a ser también, de
existir dolo, el fuero de la justicia.
 
Distinciones
hechas, la conclusión categórica es
que
Cristina Kirchner ha blasfemado. Porque del análisis de sus frutos
objetivos,
de sus conductas visibles,  de sus acciones políticas, de
su
fuero externo expuesto cada día ante la sociedad, no hay nadie más
alejada que
ella de un corazón mariano. No hay nadie más distante de las
palpitaciones
virginales que este manojo de rencores, latrocinios, usura,
vanagloria, torpor
e ignorancia culposa. No hay nadie más enteramente en las antípodas
del cor
inmaculatum
que esta mujeruca abocada a promover la destrucción
del Orden
Natural y a despreciar el Decálogo en cada acto de gobierno. Lo que
pueda
tener la infeliz en su espacio cordial está ocupado por el vicio de la

soberbia, del que se sigue un repertorio abultado de pecados
capitales, sin
excluir el pecado contra el Espíritu, ése que “no se le perdonará ni en
este
mundo ni en el futuro”


(Mt. 12, 31-32).
 
Monseñor Radrizzani,
que insensatamente le ofreció el histórico
templo,
no es un
caso
aislado de complicidad clerical con la corrupción gubernativa.
 
Va de suyo que no
habrá un solo obispo que le cierre a Cristina

Kirchner las puertas de la Iglesia a la que persigue y a la que
combate,
principalmente con su política desembozada en pro de la
contranaturaleza
, del
crimen abortero
, de la ideologización cultural gramsciana, del lujo
propio y
la pobreza ajena
, de la decadencia moral y del terrorismo marxista. Va
de suyo
que no hay en toda la Argentina un Pastor que se atreva a
excomulgarla, a
repudiar públicamente su tiranía, ni a llamar a los católicos al
combate
frontal contra cada uno de sus estultos personeros, amalgamados en la
indecencia y en la piratería.
 
Para

aumento de nuestras heridas, no ha nacido aún el purpurado que, báculo
en mano
y crucifijo en el pectoral, se atreva a cortar rotundamente el paso al
cortejo
impío que encabezará la Presidenta el próximo 25 de Mayo, rumbo a la
Basílica
Lujanense.
 
Pero
a
este
pecado de omisión de los obispos debía sumársele el de comisión, para
que los
padecimientos de la grey católica fueran aún más dolorosos; y
mayúsculo, si
cabe, el agravio a la Virgen Gaucha. Veamos porqué.
 
La

Constitución
 
Sucede que según
anuncios
oficiales de la Iglesia, el día 8 de mayo, Festividad de Nuestra
Señora de
Luján, “en la plaza frente a la Basílica, se celebrará una misa que
estará
presidida por el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos
Aires y
primado de la Argentina. Después de la bendición, como signo de
compromiso de
los laicos, se dejará ante los pies de la Virgen de Luján un ejemplar
de la
Constitución Nacional”
(cfr. AICA, 22-4-2010).
 
He aquí
la
segunda blasfemia. Le van a dejar a María Santísima como ofrenda, el
estatuto
legal del coloniaje, el positivismo jurídico de masónica inspiración,
el
derecho iluminista, la jurisprudencia revolucionaria condenada por Pío
VII
,
León XIII o Gregorio XVI, el constitucionalismo moderno, que al buen
decir de
Pietro Grasso, comete el atropello de sustituir la “imperfección
divina”
por
la “perfección” de la diosa razón.
 
Le van a
entregar a
la Madre de Dios las inicuas Bases de Alberdi, el 
ominoso Pacto de Olivos, la supresión de la
confesionalidad del
Estado, la renuncia a la evangelización de los aborígenes, la
secularización
de la política, la superstición de la soberanía del pueblo, la
síntesis más
lamentable de ese Derecho Nuevo, contra el que se alzaron en su
momento en la
patria –en consonancia con el Magisterio Universal de la Iglesia- un
sinfín de
católicos cabales, como Monseñor Marini, Federico Aneiros, Olegario
Correa,

los Padres Carlos Coria, Pedro Zenteno, José Manuel Pérez y el
mismísimo Fray
Mamerto Esquiú
, tras constatar los  frutos aborrecibles
del
engendro demoliberal.
 
Le
van a entregar a María
todo ese mal
enorme que la hizo profetizar ruinas severas e implacables en Fátima, o
llorar
amargamente en la montaña de La Salette.
 
Nuestra
ofrenda
 
Señora

de
Luján:
permítenos desagraviar tu nombre y tu imagen. Permítenos otra
vez –como
la vez primera- caer de rodillas ante tu carreta inmóvil, ante tu
manto
salpicado de estrellas, ante tu túnica encarnada. Permítenos
impetrarte, así
como te vemos desde niños en tu camarín, sobre tu nimbo de nubes,
flanqueada
de testas angélicas, las manos orantes junto al regazo y las puntas de
la luna
asomando en cuarto creciente. Permítenos, al fin, Virgen Gaucha,
ofrecerte la
Patria, y reparar la vileza de los blasfemos y la inacción de los
cobardes,
con la promesa de nuestra piedad filial.
 
Señora
de
Luján.
A dos siglos del Mayo crucial y turbulento, te ofrecemos
primero
un  navío español, con el yugo y las flechas de Isabel y
Fernando
. Te ofrecemos Las Partidas, las Leyes de Indias,
el
Fuero Juzgo
, y la jurisprudencia sapiencial del Imperio
Católico
.
 
Te

ofrecemos el Derecho Natural inabolible, por cuya vigencia bregaron y
pelearon
nuestros mejores Caudillos, nuestros héroes marianos y cristianos,
nuestros
guerreros sin tacha, nuestros paisanos decentes y
laboriosos.
 
Te

ofrecemos, María, lo que ya tienes, puesto que ha estado en tu seno:
el
Derecho de tu Divino Hijo, cuya conculcación no estamos dispuestos a
permitir
en esta tierra
.
 
¡Ave
Cor Mariae!
 
Antonio Caponnetto