Ante la apoteosis liberal de Sarmiento, ciertos católicos están empeñados con celo digno de mejor causa, en la inútil tarea de probar el catolicismo del prócer de moda. Tal actitud revela una de estas dos equivocaciones, o ambas quizás, por parte de tales católicos: o una excesiva admiración por Sarmiento, lo cual demuestra la ausencia en ellos de una criterio verdaderamente católico y tradicionalista en la interpretación de nuestra historia; o un pobre concepto del catolicismo, que no necesita del visto bueno de Sarmiento ni de nadie, para seguir siendo la verdad revelada.
Y es de lamentar que se hagan tan vanos esfuerzos para justificar a Sarmiento, apoderarse de él y arrancárselo al liberalismo, al cual en justicia pertenece, cuando hay en nuestra historia glorias mucho más puras, confesadamente católicas e inclusive sacerdotes que, como el verdadero maestro cristiano que fue el P. Castañeda, yacen hoy en el olvido en que ese liberalismo glorificador de Sarmiento los ha sepultado.
Se aducen como razones en pro del catolicismo del “prócer”, la “Vida de Jesucristo” que tradujo para las escuelas, frases sueltas, su testamento iniciado “en nombre de Dios Todopoderoso”, el sacerdote que llegó hasta la antesala de la casa en que moría… Hay una evidente falta de seriedad en semejante argumentación. Una cosa es ser católico y otra es haber parecido serlo algunas veces en la vida. Católicos creyentes y practicantes fueron, cualesquiera hayan sido sus errores humanos, José Manuel Estrada, Félix Frías, Tristán Achaval Rodríguez, Pedro Goyena. El caso de Sarmiento es distinto. Sarmiento fué ante todo, masón. Y fue masón después de haber sido condenada la Masonería por Clemente XII, Benedicto XIV y Pío VII; después de haber sido confirmadas para siempre estas condenaciones por León XII en su Constitución Apostólica Quo Graviora de 1825; y después de las encíclicas Traditi de Pío VIII, Mirari de Gregorio XVI y Qui Pluribus de Pío IX, dadas en 1828, 1832 y 1846, respectivamente. No podía alegar, por lo tanto, ignorancia invencible.
Su iniciación en la Masonería data del año 1854. Se hallaba entonces en Chile y allí ingresó en la Logia “Unión Fraternal” Nº 1. Carlos Octavio Bunge parece creer que este ingreso se produjo antes, en su viaje a Francia y Estados Unidos de 1845 a 1848, pero no da datos ni fecha exacta. Lo que es probable es que para entonces comenzase su acercamiento a la secta. Bunge dice que durante ese viaje “se confirmó en su credo de librepensador”. Quiere decir esto que el catolicismo en que fue educado no le había durado mucho tiempo.
En 1865 aparece en Buenos Aires como orador fundador de la Logia Madre “Unión del Plata” Nº 1, que fue la base de la constitución del Gran Oriente Argentino. En 1860 el Supremo Consejo y Gran Oriente de la República, “estimando debidamente las eminentes calidades cívicas y masónicas que adornan a los dignos hermanos Bartolomé Mitre, grado 30; Juan A. Nelly y Obes, grado 30, y Domingo Faustino Sarmiento, grado 18, los eleva a Soberanos Grandes Inspectores Generales, grado 33”. Este Decreto de fecha 18 de Julio de 1860, firmado por Pedro Díaz de Vivar, lugarteniente comendador y Fernando C. Cordero, Gran Secretario General del Santo Imperio, puede verse en el libro de Martín V. Lazcano, “Las Sociedades Secretas, Políticas y Masónicas en Buenos Aires”, Tomo II, pág. 354, de donde extraemos estos interesantes datos.
En 1864 Sarmiento termina su gobierno en San Juan y se traslada a Norteamérica. El Gran Oriente Argentino lo nombra -y él acepta- Plenipotenciario ante el Gran Oriente de los Estados Unidos, para celebrar un tratado de amistad.
En 1868, Sarmiento es elegido Presidente de la República. Al regresar de Norteamérica para asumir el cargo, no olvida su Logia “Unión del Plata” y se reincorpora a ella. Pero no se le ocultaba lo espinoso de su situación ni las desconfianzas que suscitaba. Grado 33 de la Masonería, había sido llamado a presidir los destinos de un país católico. Era necesario “tranquilizar a los timoratos”, y para ello eligió precisamente el banquete que, pocos días antes de asumir la presidencia, le ofreció la masonería argentina.
“Llamado por el voto de los pueblos -dijo allí- a desempeñar la primera magistratura de una República que es por mayoría del culto católico, necesito tranquilizar a los timoratos que ven en nuestra institución una amenaza a las creencias religiosas”.
Veamos ahora como concilia su masonismo con las condenaciones pontificias:
“No debo disimular que S.S., el Sumo Pontífice, se ha pronunciado en contra de esta sociedad. Con el debido respeto a las opiniones del Jefe de la Iglesia, debo hacer ciertas salvedades para tranquilizar los espíritus.
“Hay muchos puntos que no son de dogma, en los que sin dejar de ser apostólicos romanos los pueblos y los gobiernos, pueden diferir de opiniones con la Santa Sede. Dictaré algunos.
“En el famoso Syllabus, S.S. declaró que no reconocía como doctrina sana ni principio legítimo la “soberanía popular”.
“Bien. Si hemos de aceptar esta doctrina papal, nosotros pertenecemos de derecho a la Corona de España. Pero tranquilizaos. Podemos ser cristianos y muy católicos teniendo por base de nuestro gobierno la soberanía popular.
“El Syllabus se declara abiertamente contra la libertad de la conciencia y la libertad del pensamiento humano.
“Pero el que redactó el Syllabus se guardó muy bien de excomulgar de la comunidad católica a las naciones cuyas instituciones están fundadas en la libertad del pensamiento humano por miedo a quedarse solo en el mundo con el Syllabus en la mano.
“Por lo que a nosotros respecta, tenemos por fortuna el patronato de las Iglesias de América, que hace al Jefe del Estado, tutor, curador y defensor de los cristianos que están bajo el imperio de nuestras leyes, contra toda imposición que no esté de acuerdo con nuestras instituciones”.
¡Catolicismo sui generis el preconizado por Sarmiento! Y en lo más hondo de su espíritu ¡cómo se reiría de ese famoso Patronato en vista del cual era “tutor, curador y defensor de los cristianos”, un masón del grado 33!
Pero veamos como aborda el nudo de la cuestión:
“El Presidente de la República Argentina debe ser por la Constitución, católico, apostólico, romano, como el rey de Inglaterra debe ser un protestante cristiano anglicano”.
Sarmiento pasa por esto como por sobre ascuas y continúa:
“Este requisito impone a ambos gobiernos sostener el culto respectivo y proceder realmente para favorecerlo en todos sus legítimos objetos. Este será un deber y lo llenaré cumplidamente.
“Un hombre público no lleva al gobierno sus propias y privadas convicciones para hacerlas ley y reglas del Estado…” Y cita a continuación el ejemplo de Guizot, ministro protestante de un rey católico.
He aquí, claramente precisada, la posición de Sarmiento y la confesión de su desacuerdo entre el culto religioso del Estado y sus propias y privadas convicciones.
Luego, para tranquilizar también a los masones, añade:
“Más este deber no va hasta desfavorecer, contrariar, perseguir otras convicciones”. Y a continuación se explaya en loas a la masonería y a la libertad de conciencia, para concluir con la siguiente declaración: “Hechas estas manifestaciones para que no se crea que disimulo mis creencias, tengo el deber de anunciar a mis hermanos que de hoy en adelante me considero desligado de toda práctica o sujeción a estas sociedades. Llamado a desempeñar altas funciones públicas, ningún reato personal ha de desviarme de los deberes que me son impuestos; simple ciudadano volveré un día a ayudaros en vuestras filantrópicas tareas, esperando desde ahora que por los beneficios hechos habreis de continuar conquistando la opinión pública, etc.
”Como puede verse por estas palabras, no hubo de parte de Sarmiento ninguna renuncia a la Masonería, y menos a sus convicciones masónicas, sino –en el mejor de los casos- un simple desligamiento temporario destinado a “tranquilizar a los timoratos”. En efecto, catorce años después, es electo Gran Maestre de la Masonería Argentina para el período 1882-1885, teniendo como Vice-Gran Maestre a Leandro N. Alem. Y en el discurso de aceptación ordena mantener el secreto masónico sobre su nombramiento y exaltación, y manda comunicarlo al Gran Maestre General de la Orden, residente en Massachussets, a quien quedaba así sometido el altivo enemigo de la autoridad extranjera de los católicos. Demás está decir que la magnífica encíclica Humanum Genus, contra la Masonería, dada por León XIII el 20 de abril de 1884, pasó inadvertida para el supuesto “catolicismo” del jefe de la Masonería Argentina.
Ante estos hechos, las ideas de Sarmiento en materia religiosa no son un misterio para nadie ni se prestan a tergiversaciones. Encuadran dentro del criterio masónico. Cree en el Gran Arquitecto del Universo y en la inmortalidad del alma.
En el discurso pronunciado al asumir el cargo de Gran Maestre, dice al respecto:
“Trabajaremos para traer la educación al buen camino; pero oíd mis palabras, oh hermanos, la de los masones es una aspiración al bien, sin violencia, sin perturbar el orden público, sin defender ni atacar creencias religiosas; porque precisamente el masón no las profesa sino hasta el reconocimiento de un Grande Arquitecto y de la inmortalidad del alma, para que quepan en su seno todos los cultos, y se reunan en sus templos todos los que adoran al ser supremo de alguna manera”.
Para él la verdad absoluta no existe en ninguna religión. Todas son iguales y ninguna debe predominar sobre otras.
“La religiones -dice el mismo discurso- que parecían destinadas a ser el vínculo de unión entre todos los hombres hijos de un mismo Dios, han degenerado en la manzana de la discordia, y llegaron hasta encender hogueras, creyéndose los sacerdotes de cada culto poseedores de la verdad única y los verdugos ejecutantes de las altas obras de un Dios de Misericordia.
El objeto de la Masonería es promover en la sociedad la tolerancia recíproca en materias religiosas, y oponerse sin violencias, sin trastornos, al predominio y poder que quiere una creencia ejercer sobre las otras; a fin de que todos vivamos en paz”.
Debemos advertir, sin embargo, que hasta aquí ha hablado Sarmiento como masón. Personalmente, Sarmiento, fanático de la libertad de conciencia, estaba mucho más cerca del libre examen protestante y de toda rebeldía herética, que de la verdad católica, que odiaba cordialmente. No poco influye esto en su admiración por Estados Unidos y en esa invencible antipatía por España, que le hace decir en su “Facundo” que la España de Felipe II y Torquemada abjuró del porvenir y del rango de nación culta.
Cuando murió Félix Frías, escribió Sarmiento en “El Diario” del 15 de noviembre de 1881 una nota necrológica que termina en la siguiente forma:
“Frías deja pues una escuela y partido literario religioso político. Ojalá que se inspire en el ejemplo de su fundador argentino, y sus miembros cultiven las virtudes que les dejó por modelo y herencia. El estilo católico ultramontano contundente y que abre tajos y hace heridas, no es de frías sino de Veuillot”.
“Veuillot ha creado también la escuela de las piadosas injurias y de las santas calumnias “ad majorem gloriam Dei”.
“La mayor gloria de Dios, ténganlo presente los fanáticos restauradores, son los Estados Unidos, la Inglaterra, Alemania y Norte de Europa, donde no dominan sus ideas exclusivas; pero que son prodigiosamente ricos los unos, eminentemente libres los otros, sabios profundos sus pensadores y altamente morales sus pueblos que se cuentan como los granos de arena en el mar”.
Al hablar de la actitud de Sarmiento ante la verdad católica hemos dicho que “odiaba”. El término podrá parecer excesivo, pero no lo es. Sarmiento es un hombre apasionado en sus convicciones. Las defendía con amor y atacaba con violencia a sus contrarios. Y, dígase lo que se diga, el catolicismo contrariaba dichas convicciones.
En publicaciones recientes se ha pretendido explicar su anticatolicismo en la siguiente forma: “En algunos años su fé, con alternativas explicables en la diversidad cambiante de su temperamento inquieto, sufrió eclipses “parciales” y “momentáneos”. No es cierto.
En el año 1854, como hemos visto, Sarmiento ingresó en la Masonería a pesar de todas las condenaciones pontificias, es miembro activo de ella, asciende de grado en grado y a veces a saltos, “por sus cualidades cívicas y masónicas” y de 1882 a 1885, ejerce la jefatura de la Masonería Argentina. Son 31 años de su vida, los 31 años de su plena madurez, transcurridos fuera de la Iglesia y dentro de una secta en cuyo Plan, “tan criminal e insensato -son palabras de León XIII- bien se puede reconocer el odio inextinguible que anima a Satán contra Cristo, y su pasión de venganza”. ¿Es posible hablar de eclipses “parciales y momentáneos” de su fé?
El catolicismo de su juventud no prueba nada, desgraciadamente. Decimos mal. Contrapuesto a las ideas de su madurez, prueba una sola cosa: su apostasía. También era católico Voltaire cuando dedicaba a Benedicto XIV su tragedia sobre Mahoma; pero nadie habla hoy de la “fe católica de Voltaire”.
De 1885 en que termina su período de Gran Maestre hasta el año de su muerte, 1888, transcurren solo tres años. No hay en ellos, que sepamos, ninguna renuncia a sus convicciones de adulto. Su testamento iniciado en nombre de “Dios Todopoderoso” se ha invocado como prueba de su vuelta al catolicismo. Aparte de ser esa una fórmula muy usual en la época, el Dios invocado puede ser lo mismo Nuestro Señor Jesucristo que el Gran Arquitecto del Universo que reconocen los masones.
La muerte es el momento de las grandes conversiones. Terribles enemigos de la Iglesia, en ese trance han creído y han recibido los sacramentos. Nada de esto vemos en Sarmiento. Un sacerdote es llamado -no se sabe por quién- a la casa en que agoniza, permanece en la antesala unos veinte minutos y luego se le anuncia que el enfermo ha muerto y no se le franquea la entrada. Hasta esto se ha citado como prueba del catolicismo de Sarmiento. Ojalá probase algo, siquiera su conversión final. Desgraciadamente no prueba nada, ni siquiera eso.