A 221 años de la muerte de LUIS XVI

Enviado por Esteban Falcionelli en Mié, 22/01/2014 - 7:24pm

Un día como hoy se cumplen 221 años de uno de los más terribles acontecimientos de la historia de la humanidad, la muerte de Su Muy Cristiana Majestad, Mártir, Luis XVI el Benéfico, Rey de Francia y Navarra por la Gracia de Dios, asesinado por la horda de criminales que desencadenaron con sus demoníacas acciones esa orgía de sangre conocida como revolución francesa, que con la colaboración de cuantos enemigos de Dios y la humanidad sirven en el mundo al príncipe de las tinieblas, acabaría sumiendo  la Tierra entera en la más absoluta y terrible desolación.

Una vez derrocada la Monarquía Católica, el único sistema de gobierno verdaderamente digno de llamarse cristiano, fueron devastando la Tierra un monstruo tras otro, las sangrientas guerras napoleónicas, el marxismo, el nazismo, y las demás pestes de los siglos XIX y XX, hasta llegar a la esclavitud en que el liberalismo capitalista anticristiano ahoga a los hombres en nuestros días.

Reproducimos aquí el testamento del Rey, escrito de su puño y letra en la prisión del Temple el día de navidad de 1792, que fue entregado al funcionario de la comuna momentos antes de salir al lugar de ejecución junto a su sello, su anillo de matrimonio y mechones de cabello de su familia, suplicando se lo hiciera llegar a su esposa la Reina María Antonieta, y el sello le fuera entregado a su hijo, Luis Carlos.

Los revolucionarios tampoco tuvieron la dignidad de atender esta petición.

En el nombre de la Santísima Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En el día de hoy, vigésimo quinto día de diciembre de mil setecientos noventa y dos, yo, Luis XVI de nombre, Rey de Francia, estando desde hace más de cuatro meses encerrado con mi familia en la Torre del Templo de Paris, por aquellos que eran mis súbditos, y privado de cualquiera comunicación, incluso, desde el 11 del presente, con mi familia; y además implicado en un juicio cuyo desenlace resulta imposible anticipar debido a las pasiones de los hombres, y para el cual no encuéntrase ningún pretexto ni causa en ninguna ley existente, y no teniendo más que a Dios por testigo de mis pensamientos y a quien pueda dirigirme, aquí declaro en su presencia mi última voluntad y mis sentimientos.

Dejo mi alma a Dios, mi creador, y le ruego recibirla en su misericordia, no juzgarla por sus méritos, sino por los de nuestro Señor Jesucristo, quien se ofreció en sacrificio a Dios su padre por nosotros los hombres, por mas indignos que fuésemos y yo en primer lugar.

 Muero en la unión de nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Roman, que detenta sus poderes por una sucesión inintenumpida de San Pedro a quien Jesucristo los había confiado. Creo firmemente y confieso todo lo que está contenido en el Símbolo y los mandamientos de Dios y de la Iglesia, los Sacramentos y los Misterios tal como la Iglesia Católica los ensena y siempre los ha ensenado.

No pretendí jamás hacerme juez en las diferentes maneras de explicar los dogmas que desgarran a la Iglesia de Jesucristo, pero me he confiado y siempre me confiare si Dios me presta vida, a las decisiones que los superiores Eclesiásticos unidos a la Santa Iglesia Católica dan y dieron conforme a la disciplina de la Iglesia seguida desde Jesucristo. Compadezco de todo corazón a nuestros hermanos que pueden estar en el error, pero no pretendo juzgarlos, y a todos ellos en Jesucristo no los amo menos tal como la caridad cristiana nos lo ensena.Ruego a Dios que me perdone todos mis pecados. Intente conocerlos escrupulosamente, detestarlos, humillarme en su presencia, y al no poder servirme del Ministerio de un Sacerdote Católico ruego a Dios recibir la confesión que le he hecho y sobre todo el arrepentimiento profundo que tengo de haber puesto mi nombre (aunque haya sido en contra de mi voluntad) en actas que pueden ser contrarias a la disciplina y a la creencia de la Iglesia Católica a la que siempre permanecí sinceramente unido de corazón, ruego a Dios recibir la firme resolución en la que me encuentro si me otorga vida, servirme tan pronto como me sea posible del Ministerio de un Sacerdote Católico para acusarme de todos mis pecados, y recibir el sacramento de la Penitencia.

Ruego a todos aquellos a los que podría haber ofendido por inadvertencia (porque no recuerdo haberle hecho a sabiendas ninguna ofensa a nadie) o a aquellos a quienes hubiese podido dar malos ejemplos o escándalos que me perdonen el mal que crean pude haberles hecho.

Ruego a todos aquellos que tienen Caridad unir sus oraciones a las mías, para obtener de Dios el perdón de mis pecados.

Perdono de todo corazón, a aquellos que se hicieron mis enemigos sin que les haya dado yo razón alguna y ruego a Dios que los perdone, igual que a aquellos que por un falso celo, o por un celo mal entendido, mucho daño me hicieron.

A Dios le encomiendo a mi mujer, a mis hijos, a mi hermana, a mis tías, a mis hermanos, y a todos aquellos con los que me unen los Lazos de Sangre o cualquiera otra manera que pudiera ser. Ruego a Dios particularmente que mire con ojos de misericordia a mi mujer, a mis hijos y a mi hermana, quienes desde hace mucho tiempo sufren conmigo, que los sostenga con su gracia si llegan a perderme, y mientras sigan en este mundo perecedero.

A mi mujer le encomiendo a mis hijos, jamás dude de su ternura maternal para con ellos, le encomiendo sobre todo que haga de ellos buenos Cristianos y hombres honestos, que los haga mirar las grandezas de este mundo terrenal (si acaso los condenan a vivirlas) tan solo como bienes peligrosos y perecederos y que vuelvan sus miradas hacia la gloria de la Eternidad, única solida y perdurable, a mi hermana le ruego que siga con su ternura hacia mis hijos, y que les haga las veces de madre, si tuviesen la desgracia de perder la suya.

A mi mujer le ruego que me perdone todos los males que por mi sufre, y las penas que podría haberle dado en el transcurso de nuestra unión, e igual puede estar segura de que nada guardo en su contra, si creyese tener algo de que reprocharse.

A mis hijos muy encarecidamente les encomiendo, después de lo que se deben a Dios quien ha de transitar antes que todo lo demás, que permanezcan unidos entre ellos, sumisos y obedientes con su madre, y agradecidos por todos los cuidados y trabajos que tiene ella para con ellos, y en mi memoria les ruego que miren a mi hermana como a una segunda madre.

A mi hijo le encomiendo si tuviese la desdicha de volverse Rey, que piense que débese todo entero a la felicidad de sus conciudadanos, que ha de olvidar todo odio y todo resentimiento y en especial todo lo que tiene relación con las desdichas y los sufrimientos por los que estoy pasando, que no puede hacer la felicidad de los Pueblos más que reinando de acuerdo con las Leyes, pero al mismo tiempo que un Rey no puede hacerlas respetar, y hacer el bien que hay en su corazón, más que en la medida que tiene la autoridad necesaria, y que de otra manera al estar ligado en sus operaciones y al no inspirar respeto, resulta más perjudicial que útil.

A mi hijo le encomiendo que cuide a todas las personas que me tenían aprecio, tanto como las circunstancias en las que se encuentre lo faculten para ello, que piense en que es una deuda sagrada la que contraje con los niños o los padres de aquellos que por mi perecieron, y además de aquellos que son desdichados por mi causa, yo sé que hay varias personas de entre las que me tenían aprecio que no se condujeron hacia mi persona como debían, y que incluso mostraron ingratitud, pero lo perdono (a menudo en los momentos de confusiones y de efervescencia, no es uno el dueño de si) y ruego a mi hijo, si encuentra la ocasión para ello, que de ellos no tenga en mente más que su desdicha.

Quisiera poder aquí dar testimonio de mi reconocimiento a aquellos que me mostraron un verdadero y desinteresado aprecio, aunque por una parte solo me hubiese afectado la ingratitud y la deslealtad de la gente a quien nunca manifesté mas que bondades, a ellos, a sus padres o amigos, por la otra tuve consuelo en ver el aprecio y el interés gratuito que muchas personas me mostraron, les ruego recibir por ello todo mi agradecimiento, en la situación en la que vemos están las cosas, me daría temor comprometerlos si hablase mas explícitamente, pero a mi hijo le encomiendo especialmente que busque las ocasiones de poder identificarlos.

Sin embargo, creería estar calumniando los sentimientos de la Nación si a mi hijo no le encomendara abiertamente a los Señores De Chamilly y Hue, cuyo verdadero aprecio por mí los había llevado a encerrarse conmigo en esta triste morada, y quienes pensaron en ser sus desdichadas victimas, también le encomiendo a Clery, de cuyos cuidados tantas veces pude mostrarme satisfecho desde que está conmigo, y como es él quien ha permanecido conmigo hasta el fin, ruego a los Señores de la Comuna le entreguen mi ajuar, mis libros, mi reloj, mi monedero y los demás pequeños efectos que quedaron depositados en el Consejo de la Comuna.

A aquellos que me vigilaban también de muy buen talante les perdono los malos tratos y los tormentos que pensaron debían utilizar conmigo, encontré algunas almas sensibles y compasivas, que sean esas las que gocen en su corazón de la tranquilidad que debe darles su manera de pensar.

A los Señores de Malesherbes, Tronchet y de Seze les ruego recibir aquí todo mi agradecimiento y la expresión de mi sensibilidad, por todos los cuidados y las molestias que se tomaron en mi respecto.

Termino declarando ante Dios y dispuesto a comparecer ante Él, que no me reprocho ninguno de los crímenes que se me achacan.

Hecho en dos ejemplares en la torre del Templo el día veinticinco de diciembre de mil setecientos noventa y dos.