Ante el proyecto de reforma de la excepción penal al delito de Aborto, presentado por dos diputadas K y que en la práctica implica la despenalización lisa y llana del aborto, se me ocurren ciertas indicaciones a los católicos bien intencionados, ya que he creído inútil entablar una discusión con los abortistas, personas cuyo especial transcurso del eros el tánathos -ellos follan y otros mueren- los ha llevado a solicitar (de malas maneras, como se acostumbra desde 1789 a esta parte) el permiso oficial de aquella faena hasta ahora clandestina que implica el aborto; a fin de que esas inmundas clínicas precarias se conviertan en ascépticas líneas de desensamblado donde ¡chaf! ¡chaf! ¡chaf! … un tipo de blanco con buenos dientes y mejor sonrisa no tira fetos por las letrinas, sino que prepara unas cremas para la piel que son un despelote de buenas.
Me resulta francamente repugnante verme obligado a la defensa de lo obvio frente al ataque de lo inaudito, y… que a resultas de la desacondonada de la chocho loco hija de la vecina, estemos nosotros bajando una biblioteca de eufemismos pseudo intelectuales y lugares comunes de la pelotudez universal, para no decir que todo el asunto es una putada, como siempre lo supimos y como todos los saben. (Sin embargo la chochito nunca se pensó que aquel rítmico jadeo entre los pastos era el inicio de un discurso liberador, y que el destino la ponía en la galería de las grandes mujeres conquistadoras de libertades y que… si abortaba -mejor aún en televisión- sería como aquella que osó fumar en la glorieta o la valiente muchachada de aquel París cuyo olor a pantaletas con semana y media de barricada era el sueño dorado del onanista de Marcuse).
Es por ello, repito, que ninguna gana me asiste de entablar con ningún representante de la nausea, discusión alguna y como verán, no hace falta un exceso de perspicacia para saber de que lado me bato. Sin embargo no puedo reprimir el impulso de salir al cruce de los argumentos católicos bien intencionados, que bajo pretexto de resultar medianamente correctos, entran en el lenguaje que el enemigo ha creado y del cual no pueden salir sino perdidosos transformando a la defensa católica en una mala parodia del pensamiento moderno, privándolo de sus mejores razones, de sus principales argumentos intelectuales, morales, teológicos y aún emotivos. No hace mucho un correcto católico me endilgaba la falta de ser insultante contra un pro aborto, no sabía que como en el artículo de Alberto Falcionelli, lo que en realidad yo acariciaba era la posibilidad de golpearlo repetidas veces con un hacha y todavía me tortura el no haberlo hecho.
Tres armas se utilizan en esta defensa contra el aborto y las tres son de factura moderna y anticristiana, a saber: El Discurso, el vitalismo y una moderna visión del derecho.
Foucault inventó el concepto moderno de “discurso” una vez constatado el vaciamiento de sentido que sufrió la “palabra” como producto de su aplicación en la propaganda; aplicación que redujo su sentido a la capacidad casi pavloviana de suscitar reflejos. De aquella palabra que era para la cristiandad (la edad media dicen los historiadores) una designación de lo real, un acto de fe que pone en juego la esencia misma de quien la dice (dar la palabra) y hasta el Nombre de la misma Divinidad, llegamos a este momento donde lo propio de la palabra es no tener ningún valor (los innumerables chistes sobre las promesas políticas nos muestran que en el sentir común, nadie se ofende por las mentiras permanentes de la gente, ya que de la palabra sólo eso se espera). De esta manera, esta ”palabra falsa” que nada designa –constatan los autores- suscita un mundo paralelo (onomaturgia ahora humana) donde el “poder” -residual- que arrastra la palabra, sirve para crear una vasta ilusión retórica que cobra un sentido no por efecto de referirse a lo real, sino por una especie de “complicidad intelectual” establecida y momentánea. A partir de esto la comunicación o el diálogo ya no es un intercambio de realidades (“intercambio de presentes”, indica la etimología), sino un acuerdo de sentidos encaminados a lograr un resultado práctico.
Besancon hablaba de “logocracia” -gobierno por el discurso- en el sistema soviético, y para quienes tengan tiempo, lean las obras de Orwell -que están de moda- y entiendan que a este fenómeno maligno del uso de la palabra, se refiere en sus anuncios futuristas más ominosos. (Es gracioso lo que ha venido a ser en el “discurso” imbécil televisivo el Gran Hermano. En Orwell es -sin más vueltas- el demonio).
Para el cristiano nada de esto sirve. No interesa a dónde hago marchar los hombres como producto de un reflejo o seducción, ya sea malo o bueno, sino que me interesa que el alma se alimente de Verdad, que es su única oportunidad de Vida. Y por tanto nada me importa cómo saldrá la votación por la ley del aborto si he usado el “eslogan” apropiado para concitar las emociones necesarias a mi objetivo (la competencia seguro que tiene emociones más fuertes); sino, si he dado las razones correctas y reales por las cuales aunque sea una sola alma, fuera capaz de alcanzar a través del verbo al Verbo. (No quiero pensar lo que ha hecho el “discurso” católico con la Liturgia, donde la Palabra es Acción Divina. Pero eso es harina de otro costal).
El gran eslogan cristingo es “la vida”. La vida como valor supremo y luego derecho humano a integrar con los otros. Aquel argumento con que en otros tiempos -desde el vitalismo- se condenó la misericordia cristiana, se hizo burla del sacrificio y se parodió nuestra religión de perdedores; ahora aparece de nuestro lado, misturado con un sensualismo que haría vomitar al mismo Nietzche. “La Vida…. La fuerza de la vida… la cultura de la vida contra la cultura de la muerte…” etc. (esto se dice con voz aflautada), son el centro del “discurso” católico en el asunto del aborto.
¿De qué hablan con este culto a la vida?... Para nosotros está claro que Cristo dijo "Yo soy la Vida” y no creo que ningún católico lo negara. Pero es evidente que los que usan el discurso saben que el común de la gente entenderá con el argumento la exaltación de la vida contingente y temporal -es decir en lo que tiene de más material- y no en su dimensión teológica. Se trata de una confusión concientemente lograda. Lograda a fuerza de que el discurso mantenga cuidadosamente un lenguaje ambiguo con términos modernos y ni una sola alusión a las realidades sobrenaturales. Ni siquiera al discapacitado Dios del preámbulo. Un cristianismo vergonzante que se vende a partir de una publicitación de ser la trinchera de la vida. Casi una propaganda de vermouth…
Lo cierto es que la contra no es tan zonza y nos miran como diciendo ¿deande venís vos con esto…? Una religión que nunca se destacó por ser muy devota de la vida en pos de la “otra” vida. Una religión mas bien sangrienta donde su Dios se hace asesinar previo suplicio y se entrega para ser comido por sus fieles. Donde los héroes son tipos que van cantando hacia los leones, los asan en parrillas y otras linduras sadomasoquistas… Y no dejan de tener razón. Porque lo terrible del aborto en idioma católico, lo que lo hace aún peor que el homicidio…, es poner en situación a esa pequeña alma de perder la posibilidad de Esa otra Vida, de la Vida en Cristo, de la Vida de la Gracia y de la Vida Eterna… y tanto susto no nos da la muerte. Y muchos deben estar agarrándose la cabeza… ¡lo dijo! ¡vieron! ¡Quieren que nos jodamos por un asunto de otra vida en un séptimo cielo -y para colmo nada segura por aquello de los diez mandamientos- y en el fondo… LA VIDA, la de la propaganda del vermouth, les importa una verdadera m…! ¡touché! ¡cherchez la femme! ¡caput! Y va fan… ¡tomá de acá!. Para colmo el Vaticano con la abolición del Limbo nos deja más afuera, ya que la otra vida está asegurada, ¡la que importa es esta!.
La cereza de la torta es el asunto del derecho. En cuestiones de esta índole queda bastante bien hablar de derechos de ambas partes que “han de reconocerse e integrarse condicionándose entre sí, para que puedan vivirse de manera más plena”. La cuestión es que los que estamos en el frío oficio del derecho y no en el “discurso”, sabemos que todo derecho es el término de una relación y que en la otra punta no hay ningún derecho que integrar, sino que hay una obligación que cumplir. Un prestamista no entiende que debe acomodar sus cobros para que el deudor pueda vivir más plenamente se derecho a pagar, sino que tiene bien claro que el otro tipo tiene una obligación exigible y normalmente -in this country- de plazo vencido, coño, y que más te vale que de buenas o malas, vengas a pagar. Mi derecho de propiedad es la obligación que todos tienen de respetarlo. Pues bien... si el feto -persona por nacer- tiene algún derecho…, lo más probable es que la madre que lo parirá tenga por ende algunas OBLIGACIONES. Ergo, así se debe decirles, ya que lo que quieren estas tías no son adquirir derechos sino sacarse obligaciones, lo cual es humanamente comprensible y es lo que todos queremos. Es más, en esos casos es lo que el tipejo que puso la semillita ya hizo hace un rato y lo que todos los vivos que lucran de calentar la pava desde la pornografía franca u oculta ya hicieron. (La última moda es pornografía con filantropía, a lo Tinelli en algunos casos o aún más solapada; hace poco en Mendoza era un desfile con esas maravillas plásticas en ropa interior -o internada- y unos muchachos divinos con bultos envidiables; todo organizado por un puto que premia a un médico filántropo -hay que reconocer que en eso de amar a los hombres tiene más autoridad el puto- y con la recaudación (sólo de las entradas, se entiende. De la publicidad minga) a favor de un filial del opus que da leche a los niñitos pobres que vienen a este mundo en un acto de irresponsabilidad de un pobre tipo medio indio al que le han llenado la cabeza de culos y tetas de unas mujeres que nunca tendrá ni de cerca, y que se desquita con una pobre muchacha que no produce ni leche . ¡Se me ocurre cada brutalidad!… en fin).
Porque a saber... que en este juego tan divertido de las cosquillas y los arrumacos todos tenemos claro que la que puede perder es ella. ¡Que para eso es la moral, mujer… que a los hombres sólo les interesa dejar vigente los mandamientos referidos a la propiedad! Que cuando ya llegaste al asunto del aborto es troppo tardi y vienes de hace rato averiada y por tocar tierra ¡meidei! ¡meidei! -que dicen las películas- …que el mayor problema del asuntito no es que sea un homicidio, sino que,… mal que lo entiendan los hombres… es un suicidio… un suicidio en el que sigues viva. Porque entre nos y más allá de títulos de propiedad, es muy cierto el argumento de los adversarios sobre que ese cuerpito dentro del tuyo es tuyo y depende en todo de tu decisión, y quienes hemos tenido la desgracia de conocer casos concretos de abortos, hemos visto languidecer por toda la vida el alma de una mujer hasta abismos de tristeza por esa decisión y por el contrario, rara vez encontramos alguna que aún teniéndolo bajo circunstancias muy adversas, no constituya ese hecho la columna vertebral moral de su vida. La mas rancia prostituta lleva tatuado en el cuerpo el nombre de un hijo con el que justifica toda una vida extraviada.
Lo más lindo en este “derecho a la vida” es… ¿a quién se lo exijo? ¿Quién me lo debe? ¿Quién es el que debe frenar a la muerte? ¿Quién frena la enfermedad y la miseria y toda la cabronería que campa a gusto? Porque reconozcamos que si hay un derecho que siempre queda conculcado es este (esto se dice con una calavera en la mano ¿tubí or not tubí?). Por más que busquemos no hay ley que lo recoja ni procedimiento que establezca la forma de lograr la inmortalidad y toda la vez que el “discurso” lanza esta emotivas declaraciones del derecho a la vida, a la felicidad o a medir un metro ochenta y cinco, es -al decir de Lewis- nuestro Dios quien termina en el banquillo. Viejo amarrete que da para quitar.
En fin… mujer. Que no se trata de un asunto de derecho a la vida del que llevas en tu vientre ya que tampoco es muy claro para ti que sea otro y eso lo reconozco. Que todo el asunto se trata de que si hay un Dios vale la pena joderse un rato y hasta poray es justamente eso lo que te salva – aquí y Allí- aún más, hasta a veces termina resultando divertido… que tanto no te amargues ni te asustes por lo que viene…, que el pecado es una manera de empezar (y de hecho es la manera en la que empezamos todos) y que sólo el que sabe que tiene algo que hacerse perdonar resulta grato al Señor. Que de última, todo este asunto de leyes que autorizan o argumentos que justifican no van a cambiar en mucho el desarrollo del drama de tu vida, que quieras o no, se va a jugar en el centro de tu conciencia, solita y tu alma frente a Dios, con tu femenino vientre como testigo, altar al fin, sagrado o sacrílego.
Recuerda también que esta cuestión del derecho no es un asunto entre nosotros solos…, se trata de un viejo ajuste de cuentas que nunca dan porque el debe es más grande que el haber, y que a pesar de que algunos necios se encaprichan en buscarle balances absurdos, lo mejor y más increíble… es el hecho de que todas las cuentas ya están saldadas por Él, quedando para nosotros – eternos fallutos- lo único posible de cumplir, la opción de demostrar un poco de gratitud… o no.
Dardo Juan Calderón