“El aborto no es un infanticidio, es un crimen metafísico”. J. P. Sartre.
Cuando uno se ha criado en el convencimiento de que ante el milagro de la procreación -donde Dios directamente infunde el alma- el mundo entero debería arrodillarse, claro que resulta horriblemente inexplicable este celo criminal por acabar con la vida de un niño. Más chocante aún resultan las excusas y eufemismos que promueven este infanticidio, hoy políticamente correcto.
Es mi intención el mostrar cuál es el nivel de las ideas y el fuste de los hombres que lo cometieron, avisando que el proceso de descenso a las razones y argumentos que se usan para la ejecución es de alguna manera tan vulgar, que ameritaría otro acápite para indagar en la oscura psicología del drama. De ese desbalance entre la bajeza y la nimiedad de las razones y la enormidad del crimen; volviendo, por qué no, a aquella parecida historia que fundó la civilización, paradojalmente tramada por la simiesca desfachatez de la pretensión deicida. Siempre reiterada por parecidos personajes.
El asunto debía enfrentar y resistir al más simple silogismo y llegar a la lisa desempolvando teorías condenadas por cualquiera que tenga dos dedos de frente y medio dedo de caridad. Teorías que no se pensaron, sino que se fueron recogiendo por el camino de la persecución, como se recogen los guijarros para lapidar a alguien.
El silogismo al que me refiero se forma así: La vida del hombre inocente es inviolable, el embrión es un hombre inocente, por consiguiente su vida es inviolable.
La certeza parte de varias ciencias: de la ciencia biológica surge irrebatible que el embrión es un hombre -individuo humano- (siempre algún necio lo niega) y su integridad se consagra hasta en la Constitución Nacional (es decir que ningún Juez puede dejar de tenerlo en cuenta). Igualmente surge de la ciencia moral y la jurídica que el inocente no debe sufrir pena y que la privación de la vida en forma violenta y provocada es una pena; las excepciones en el derecho penal son para morigerar la Ley y no para endurecer sus efectos. Por último cabe a la filosofía el definir lo que es un hombre, y allá iremos en su momento.
Frente a esta contundencia, se esgrime una supuesta excepción por vía de la ley positiva, excepción que deroga la biología, la ética, la filosofía, la teología, la lógica jurídica y aún la misma escala legal positiva. Es decir que primariamente se acepta el silogismo -porque no queda otra- y luego se busca una excepción que pasa por establecer un caso en que sea justificable que un inocente sea condenado a morir, fundado en otro valor superior a su vida.
Se llama “Teoría del Contrapeso de los Valores” y encontró años atrás su formulación sistemática en un jesuita católico modernista y en el Metodismo norteamericano; advirtiendo los mencionados que la excepción puede encontrar justificación para el aborto en dos casos:
a) cede el bien individual frente al bien de muchos, y aunque repugna el estado de inocencia, se resuelve en casos de “fuerza mayor” como “el exceso de población” (China - Malthus) , “la pureza de la raza” etc.
b) se encuentra un argumento para el mayor valor de una vida frente a otra vida; en general se argumenta que entre la madre y el hijo, entre el adulto y el niño, entre lo desarrollado y lo que está por desarrollarse, no hay igualdad de valor, sino que predomina el primero. El elemento que diferencia es la prioridad en la existencia y el mayor desarrollo. Es decir que establecemos una métrica cuantitativa para el valor de las personas, error común en la ideología biologista de distintos signos. Un fallo del Tribunal de Luneville de 1937, coincidiendo con nuestra Corte actual en la aplicación del aborto eugenésico, entiende excusable el aborto de un feto hebreo.
Por supuesto que todas estas teorías parten de una errónea concepción del hombre desde el punto de vista filosófico, de un idealismo y un existencialismo que niega las esencias y por tanto no repara en la igualdad esencial de madre e hijo y toma su prioridad existencial como valor de medida. Perdido igualmente el razonamiento de la dependencia de la criatura con respecto a un Creador (razonamiento todavía filosófico y no religioso) perdemos a la par la clara idea de la independencia esencial de una criatura con respecto a otra y establecemos una dependencia solamente humana que deriva en el abuso.
Se entiende ahora aquello de que sólo perteneciendo a Dios es imposible ser esclavizado. Si mi “título” axiológico no es la Idea Divina, quedo a merced de los hombres. En el fondo y sin saberlo concientemente -pero resultando bastante congruente con la dinámica llevada en el caso- los argumentos pro-aborto fueron levantados en los senderos de las llamadas ideologías materialistas totalitarias, que subyacen latentes en el tolerante hombre moderno esperando el “día de furia” que vendrá por la insatisfacción de los deseos ampliamente prometidos en la publicidad.
No vayan a creer ni por un minuto que la discusión adquiere hoy este mínimo nivel (ni siquiera alguna profundidad existencial que muestra nuestro epígrafe, que no es precisamente de un Padre de la Iglesia). Aquí las consideraciones pro abortistas no pasan del derecho positivo engañosamente interpretado al crepitar de la vanidad, del efecto publicitario, del miedo, del resentimiento moral y religioso, de la ambición y de la soberbia.
Salvo excepciones, cuando se retoma el sentido común del silogismo antes enunciado, y la hombría de bien, el asunto mantiene la llaneza de la consabida ignorancia filosófica e indigencia de formación humanista de los magistrados.
En general la doctrina prevalente para justificar el aborto choca contra los datos más seguros de la ciencia biológica, de la ciencia médica, del ordenamiento jurídico, de la lógica, de la ética y de la filosofía (ni hablar de la Teología). La muerte del inocente está ordenada desde el punto más ilícito y grosero de todos, desde el preferir una vida no porque es más que la otra (criterio de valor) sino simplemente por una razón de bienestar, de salud y aún peor… por la simple voluntad de la mujer. Con lo que llegamos a la “raíz filosófica” del drama: el feminismo, lugar común de la banalización de la inteligencia.
Es en el altar de esta cortedad intelectual que se inmolan inocentes; altar ante el cual queman incienso la mayoría de miembros de la intelligentzia oficial, y hasta resignan su posición -respetuosos y sibilinos- ciertos mitrados.
Este tema de conversación de comadres en la peluquería, entra a la historia provincial de la mano del sacrificio humano logrado en su nombre.
El feminismo es por fin algo serio porque puede matar.
Nota: Lo que está marcado en “negritas” es mío. La Imagen: también. Bueno: en realidad es, de, y para todos.
Dardo Juan Calderon