(Y echaba agua en la leche). Y que no muy otra es la acción que se me propone desde los contendientes que he ido cosechando.
Pretendo con el presente ir cercando el nudo de la discusión que se viene llevando y que no a pocos debe tener perplejos, ya que no se expresa con claros argumentos, sino en un especie de bronca contra un “estilo” o contra una “extremación de argumentos”, siendo que en el fondo pareciera que estamos diciendo lo mismo o algo muy parecido. Este algo muy parecido se denota con el hecho de que ambas partes recurrimos al mismo autor para centrar la posición, lo que indica que tan lejos no estamos uno del otro, pero sin embargo la mínima diferencia se hace enconosa y nos toca indagar porqué.
Debo admitir que mi postura parte, sin duda alguna, de una extremación de los argumentos como premisa pedagógica, pero en mi descargo alego que los argumentos que extremo se tratan de argumentos a favor del absoluto. A favor de la primacía de regimiento de la Gracia, de la Revelación, de la Iglesia y del alma, por sobre la naturaleza, la razón, la sociedad y el cuerpo, que son sustento subordinado y coprincipios de lo que es simplíciter uno en cada caso. Es decir que el recurso siempre se justifica y que lo que me motiva, como decía Lacordaire “... no es tanto convencer de error a quienes no piensan como yo, cuanto unirme a ellos en una verdad más excelsa”.
Me enfrento del otro lado con personas que gustosas de la filosofía, reivindican el esfuerzo de la razón en las ciencias y solicitan una cierta libertad del criterio religioso para partir en sus aventuras, queriendo sacarse de encima al “fraile” que los persigue con la dogmática desde el vamos y al cual pretenden relegar hacia el final del camino, cuando ya sabios, pretendan salvarse. Estos tipos seguro que no aprecian como graciosos aquellos argumentos extremistas pascalianos como el de: “la filosofía entera no merece la pena de una hora de trabajo”, ya que, dice el genial autor “El último paso de la razón será reconocer que hay una infinidad de cosas que superan nuestra razón”. Dice Karl Barth: "Es la revelación la que juzga a la razón. El que cree en filosofías o religiones humanas, habla. El que cree en Jesús como Palabra de Dios, escucha".
También corresponde admitir que el curso de mis reflexiones se encuentra bastante huérfano de conocimientos filosóficos y reclamo el derecho del rústico de entender todas las cosas bajo la perspectiva de la revelación, solicitando de Dios el Don en suplencia de la capacidad y confiado que se me pueden escapar las particularidades de las cosas, pero no lo esencial de las mismas que surge en su condición de cosas ordenadas a El.
Digamos que el esfuerzo pedagógico que me anima parte de la premisa de que la libertad de las ciencias no corre peligro alguno de ser mancillada en estas épocas en que vivimos. Muy por el contrario es el exceso de este criterio el que determina la revolución anticristiana y corresponde a los católicos devolver a las mismas el quicio que les cabe, para lo cual el hombre católico debe desandar sus pasos para buscar la Fuente del saber que es Cristo.
Creemos ver en nuestros contendientes a los cultores de una sabiduría de fuentes helénicas a la que se supravalora desde una exagerada consideración del mito griego al que se pone en paralelo de valor con la Revelación Bíblica (hay concretos artículos de autoría de los actuales contendientes, que lo dicen sin mayores reparos) y hacen de la teología natural no sólo la posibilidad de captar “algo de Dios”, sino que terminan explicando desde allí el Dios de Cristo, destruyendo el principio básico que indica que hay que partir de Cristo para captar algo de Dios. “Sobre las espaldas desnudas de Cristo se echó, como por pudor o temor, el manto de la filosofía griega, romana o árabe” dice Messori y agrega “Los mismos que debieran ser apóstoles del evangelio, los cristianos, se convierten con demasiada frecuencia en embajadores del Dios de los filósofos; es decir, de esa sabiduría mundana que para el Evangelio, que trastorna todos los valores aceptados, es locura a los ojos de Dios”. El autor citado, después de estas útiles precisiones desemboca en una versión un tanto judaizante, pero a quienes impugnamos, los vemos inspirados por un prejuicio de tono antisemita, como si fuera un poco vergonzante el que la Verdad absoluta nos viniera de este pueblo de pastores y que con ella debamos poner a juicio la más egregia aventura de la razón humana. El hecho es que para no descartar el elemento numinoso convierten en Revelación lo que es el complejo artilugio literario del mito y parten de un “extraño” tipo de conocimiento que se obtiene de una forma “no racional”, entrando a los ignotos y oscuros meandros disandristas para los que evidentemente no estoy preparado y que me suenan a un cierto romanticismo fenomenológico. Por desgracia sólo entiendo lo que se me propone concretamente a la razón por la via de la Autoridad en la abrupta forma del Dogma, y unos poquitos razonamientos que he logrado desde allí en el más crudo estilo escolástico.
Intuyo en ellos al enemigo como ellos lo intuyen en mi. Es probable que yo esté equivocado ya que por falta de elementos de juicio sobre argumentos concretos e identidades designadas, “sospecho”, y a tientas trato de formarme una idea de qué les molesta. Pero ellos no están equivocados, me tiene perfectamente calado, y ese es mi rumbo. Trato de armarme con lo poco que me dan y con lo mucho que me niegan. En el caso concreto leo: “es como si únicamente consideráramos legítima la teología y le negáramos autoridad a las ciencias particulares”. En gran parte acierta. Efectivamente sólo le concedo Autoridad Divina a la Teología y sólo considero legítima la ciencia en la medida que reconoce sus límites negativos en la verdad Revelada. Pueden pensar “hasta ahí”, hasta que su razonamiento choca con la verdad revelada y debe retroceder en humilde retirada. Es más, debe partir de un conocimiento de la Teología a fin de estar consciente de sus límites. Es decir que debe pensarse “desde ahí”. Esto nos llevaría a creer que un médico debe partir para su ciencia en saber que el hombre está hecho para Dios y no sólo para la salud y que sus criterios médicos deben anteponer la salud del alma antes que la salud del cuerpo…. Sí. Eso mismo. Es más, vamos a la actividad principal del hombre terreno, la política.
¿Debe el político conducirse en su regimiento a partir de la filosofía política? No. Debe buscar el bien temporal a la luz de la teología política. “Así como un físico se pierde en incertidumbres si estudia el origen del universo sin saber nada del dogma de la Creación y un psiquiatra pierde su mejor remedio sino sabe nada de la Gracia; así también un político pierde su pueblo si nada sabe del Dogma de la Redención. Un intelectual católico no puede declararse ajeno al saber Teológico. “Una universidad sin facultad de Teología es un cuerpo sin Alma” (Lumen Gentium)” . La cita es del Padre Alvaro Calderón… claro es un fraile y da sermones.
La razón del enojo partió de mis “sermoncetes” en que decía que lo político es inabordable para una mínima eficacia sin la asistencia de la Gracia administrada por la Iglesia Católica y desde la misma Iglesia Católica. Que de nada sirven los “sistemas”, por más que surjan de una reflexión filosófica adecuada al orden natural y destinada a lograr en el hombre la virtud como fin propio. Ya que el fin propio de la política es la salvación de las almas y no la virtud. Y esto ya puede justificar un anatema liberal en mi contra.
Voy más allá. Una naturaleza sin gracia no es concebible. Es un cadáver. Como un cuerpo sin alma. Y no doy a esto una analogía metafórica sino propia. Y aún peor, una sociedad natural que no esté vivificada por el poder espiritual de la Iglesia, es un cadáver de ciudad. Y la analogía sigue siendo propia y no metafórica. Y por último, hablar de una sociedad o ciudad, por una parte, y de la Iglesia por la otra, es hablar de un cuerpo muerto y de un alma que se separó del cuerpo. Porque no son realidades completas sino co-principios de un mismo organismo social “uno simplíciter”.
Sigamos con la otra frase con la que se me impugna. “Clarísimo: la legitimidad del saber y las actividades humanas está en el propio ámbito de ellos. La religión no los desautoriza. Los eleva a la visión de la fe y las subordina al fin de la salvación. Pero eso no significa que sea errónea una mirada peculiar según cada ciencia y un juicio según cada actividad”. Pero al hablar del “propio ámbito” y poner en segunda instancia una elevación y una subordinación, pareciera que hablamos de un punto libérrimo que luego se rescata y producimos una cierta confusión. La pregunta es : ¿Cuál es el principio ordenador de la ciencia? Primero en el tiempo y último en la finalidad. Y ahí volvemos a la frase de Calderón Bouchet que ellos mismos me traen: “ La vida religiosa requiere que todas las actividades del espíritu: la ciencia, el arte, la política y la economía ESTÉN INTRÍNSECAMENTE ORDENADAS POR EL CONOCIMIENTO DE LAS VERDADES SUPREMAS”. Primer paso. Es decir que se parte del conocimiento de las verdades supremas y a partir de ellas se entra en la ciencia. Y ya el asunto no parece tan libérrimo y Galileo se quejaría. Luego, Calderón Bouchet no sale a rescatar la ciencia, sino que a partir de ello, le otorga su grado de autonomía. Es más, queda el fraile vigilante para “tratar de evitar que los hombres concedan a estas tareas una INTENCIÓN DE ABSOLUTO que SOLO CONVIENE A LA RELIGIÓN”. Es decir que deja muy en claro que la religión absolutiza legítimamente toda la actividad del hombre.
Agregan mis detractores “ El problema está en reducirlo todo al fin sobrenatural” . Vuelvo a repetir que la frase es una contradicción lógica. Debería decir que el problema está en “amplificarlo todo al fin sobrenatural” , y es ciertamente su problema, no el mio. Para mi es la solución. Ya que el remitir todo al fin sobrenatural, lo ordeno. ¿O hay alguna otra forma de orden en Aristóteles que no sea por el fin?. “con olvido de los intermedios” agrega. Y no me los olvido, yo también voy al médico, pero no para ponerme un implante en el traste, ya que “el fin último es razón formal y regla de todos los fines intermedios” dice el Filósofo, o para mejor palanganear “idem oportet ese iudicium de fine totius multitudinis et unius” dice el Aquinate.
En fin, podemos estar todo el día con esto y me divierte horrores, pero el asunto es que quienes se me quejan, se quejan de una sujeción que estiman inconveniente para su libertad, ¡ y justamente es la sujeción al fin último! El que asegura el orden de todas las cosas. Y justamente se aquejan porque si aceptamos esta sujeción, se nos presenta el problema de los Ministerios, y aparece el cura con su ministerio sacerdotal, reclamando la primacía social e intelectual ha través de su Ciencia Rectora, y hay que aguantarles sus sermoncetes. ¡Puf! Qué asco! . ( Pero no se preocupen. Ahora renuncian y nos dejan tranquilos). Coincido con ustedes en que en la época de inocencia, que era nuestra mejor época, no hacían falta los curas y sólo había un Ministerio en cabeza de aquel matrimonio. Pero como decía Chesterton, la gran novedad es el pecado original y lo único que garantiza nuestra libertad en este estado de naturaleza caída es la sujeción a la Gracia y por desgracia la administran ellos. Y para terminar de escandalizar, me atrevo a decirles que no sólo garantiza la libertad sino la vida misma de la naturaleza humana, que como naturaleza no se sostiene ni se encuentra viva, sino en el todo uno de su encuentro con la Gracia.
Poneos de pie y recitad el Credo.