Adiós al 2016

Enviado por Juan Lagalaye en Sáb, 31/12/2016 - 5:51pm

Concluye él con una noticia que no por previsible ha dejado de conmovernos: la muerte del buen amigo Alberto Soaje. Amistad que en nuestro caso no tuvo como característica la abundancia de palabras o gestos sino la entrañable familiaridad con que estuvimos vinculados a través de los lazos existentes entre sus padres y mis suegros y toda la cordialidad a que esos venerables troncos dieron lugar, de los cuales este accidental agregado -mi persona- pudo usufructuar inmerecidos beneficios.

Pero, más allá de las distancias que la geografía o los temperamentos pueden establecer, existía ese afecto profundo cimentado en las preocupaciones comunes que este tiempo impone, además del contacto frecuente con que la agraciada Quequena nos unía y sin olvidar la fugaz estancia de Laura en nuestra casa, apenas cinco meses atrás, quien nos alegró diciéndonos que todo estaba bien.

Y todo estaba bien, pues desconociendo entonces el precipitado desenlace que hoy nos entristece, podemos decir con certeza que en esa Alta Gracia se sabe vivir y se sabe morir, dando de ello cumplido testimonio el amigo Alberto.

Acerca del primer enunciado de mi proposición podré abundar en otra ocasión. Sólo, ahora, destacar conductas que mostrando un sobrio arraigo para afrontar lo cotidiano, con la mirada siempre dirigida hacia lo alto, disfrutan plenamente del tiempo festivo.

Mas, cuando la muerte presenta su dura realidad, por esa disposición hecha hábito, se la acepta -no enfrenta- como la mayor bendición que podamos recibir. Esa muerte con dolores humanos pero con consuelos divinos, que son los que los auxilios de la santa Religión proporcionan a quienes -predestinados, ciertamente- respondieron noblemente al llamado a seguir la vía estrecha, edificando familias que parecen ser la última y eficaz resistencia.

Es así, que seis meses después que Esteban, con similar conformidad ante la dura enfermedad y confiando en el buen Dios, como aprendiera desde su cristiana cuna, ha quedado, por fin, alejado de las preocupaciones humanas, de la desazón por una patria que carece de la seguridad de las promesas y de una Iglesia que, aun teniéndolas, no por ello deja de inquietarnos.

Y nosotros, ante el 2017. Años atrás, al oficiar la misa del primer día del que correspondía entonces, en la iglesia de La Reja, un cura francés, el padre Labouche, nos sermoneó deseándonos, no que fuese bueno o malo sino que lo fuera con Dios. Que así nos venga.