En la fiesta de la Asunción, la más antigua en honor de la Santísima Virgen -según la tradición tiene origen en el tiempo de los Apóstoles-, se rezó la última de las misas gregorianas celebradas en sufragio del alma del difunto propietario de esta página, encargadas por su piadoso sobrino "Torito", hijo de María José. Iniciado ese ciclo en la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, lo ofició casi totalmente el padre Santiago Ma. Villanueva, y digo casi, porque las circunstancias se dieron de tal modo que tuvo que concluirlo el padre Álvaro Calderón; así, dos sacerdotes vinculados entrañablemente a Esteban, cumplieron uno de los ritos que con mayor fuerza dedica la Santa Iglesia para alcanzar a sus hijos el tránsito rápido a la gloria.
Dicha expectativa -en la oportunidad en que el buen Dios disponga- entiendo, por lo demás, que no es aventurada, por la disposición de su alma en el transcurso de la enfermedad que lo abatió y los auxilios espirituales recibidos con manifiesta devoción, según el testimonio de los sacerdotes que solícitamente lo asistieran en el trance, especialmente los padres Ezequiel Ma. Rubio y Carlos Herrera.
No cabe trazar en este postrer aviso una suerte de panegírico, tan propio de las despedidas mundanas, que inventan "virtudes" laicas o remiten a superficialidades sin horizonte más alto que el de la materia; bastan las afectuosas semblanzas de Dardo y el artillero Padilla para alimentar la nostalgia que tenemos de Esteban.
Queda, sí, una escueta referencia, a las palabras del sacerdote que dispuso sus restos para encontrarse con los de sus padres. Así, el padre Calderón, quien por oficio y amistad conoció las profundidades de su alma, luego del responso dado en la capilla del viejo cementerio del Norte -en la que permaneció una jornada, según precisa observación de Germán, como en vela de armas-, se refirió a la fidelidad como su virtud principal. Que no es poca cosa, puesto que refiere directamente a la Fe, condición de nuestra salvación, aunque tan olvidada esté dicha verdad.
Esteban fue fiel en lo mucho, en el servicio a la Iglesia y a la Patria, y a sus padres como el mejor de los hijos y a sus hermanos como el mejor también. No le conocí mezquindades ni rencores y si algún encono tuvo, fue hacia los enanos que pretendieran atacar la memoria de su padre. Y fue fiel en las pequeñas cosas, esas con las que podía alegrar a sus allegados en la etapa terrenal de nuestras vidas. Dio cumplimiento, al fin y al cabo, a la divisa familiar: "Recte et Fideliter".