Asado de por medio, pocos días atrás, me decía un amigo que hay ciertos aires de reconciliación soplando desde Europa y me preguntaba qué pito tocar en todo caso.
Personalmente no sé qué hay de cierto; espero que nada, pero es que este guacho siempre anda con buena data y para peor el actual pontificado, absolutamente indiferente a la doctrina y el rito, debe poner un acuerdo, con todas sus garantías, servido en bandeja. Y esto no porque se hicieran tradis, sino porque no les importan nuestras diferencias, ni el Concilio, ni la misa vieja, ni la otra. Digamos que para conciliar está más fácil que nunca: “hagamos como quieran, por mí jamón; que no le hace”, diría la Sede muy Santa.
Ante el planteo me incliné por negar toda posibilidad, siendo que vivimos el peor pontificado luego de Juan Pablo II, o tal vez éste sea aún peor, o la empardan.
Tras cartón, y ya que me preguntaba, le di mi opinión, la que pensándolo mejor, más serena y prudentemente, algo ha cambiado en estos días.
Cada laico tiene sus obligaciones con Dios y las de estado, y ahí está el meollo.
Acaecido el supuesto se viene la pregunta: ¿y dónde ir?
Y siendo que la respuesta es “ni idea”, parece lo más prudente mantenerse muy quieto y muy atento. Pero no porque el Concilio es algo que debe ser reinterpretado de acuerdo con la Tradición, o porque crea que el final no sería el de las otras congregaciones tradicionalistas que luego de acordar fueron fagocitadas corriéndose de su lugar, ni por alguna de las otras vueltas carnero que defienden los cabezas de tuerca que quieren pasar de línea 1/2 a 3/4. Nada de eso.
Sencillamente porque ante esa situación las obligaciones de estado siguen imponiéndose y a pesar del acuerdo seguiría siendo el sacerdote en concreto quien celebraría un rito u otro y daría los sacramentos, quien públicamente haría las críticas al Concilio y al Posconcilio o las callaría y quien mantendría la doctrina tradicional dogmática y moral, o no.
Sabemos que las misas que se celebran conforme al Motu Proprio se parecen más a la Nueva lo más seriamente celebrada y en latín que a las que tenemos costumbre de asistir. No sabríamos explicar exactamente el por qué, pero se puede percibir. No es igual.
¿Y eso cambiaría?
Imposible saberlo, pero no lo creo porque tiene que ver con la formación sacerdotal especialmente encarada en defender el rito y el sacerdocio católico.
¿Y si cambia?
¿Y si ya las críticas no son tan públicas?
¿Y si en 1 o 50 años devienen birritualistas?
¿Y si permiten que se celebre la Nueva en las capillas propias?
¿Y si los sermones defienden o coquetean con herejías?
Bueno, sería ahí el momento de patear el tablero. Antes sería imprudente, tanto como patearlo previo avistar un perjuicio concreto en los propios. Jules Barbey D’Aurevilly tuvo razón cuando dijo que era de animales vivir sin sacramentos.
Lo dije la otra vez: no hay que actuar en bloque, no somos parte de un club de fans; son el rito, la doctrina y los sacramentos. Son nuestros hijos.
Hemos visto de sobra durante los últimos años a quienes quemaron las velas antes de tiempo, con una realidad en la capilla que no lo ameritaba.
Groucho Marx -que no era tonto-, cuando lo vino a ver el cornudo para pedirle que siga a su mujer y así luego conseguir el divorcio, con buen tino le aclaró que primero conseguirían el divorcio y luego él y muchos más la seguirían.
Se trata de no adelantarse a lo concretísimo. La congregación es grande y cada lugar tendría su dinámica según sus sacerdotes, que no son necesariamente idénticos. Cada uno tendría la suerte que le toque y el que la tenga mala que vea.
Las diferencias creemos verlas en qué se considera que debe hacer la congregación: quienes piensen que está para salvar a la Iglesia festejarían; los que creemos que está para defender lo que defendió y defiende, no tanto.
Habría que ver qué dicen los Estatutos, aunque tampoco me importan tanto. Si me cisco en el Poder Judicial y toda su jerarquía, las leyes de fondo y procedimentales y con gusto prendería fuego a la Constitución Nacional, ¿por qué me deberían importar los Estatutos?.
Mientras tanto crucemos los dedos, que así estamos bien.