…se ha convertido en el personaje del día, al menos entre los eco-tristes, con su conferencia en Madrid sobre el cambio climático. El ex vicepresidente de Bill Clinton ha trasmitido una idea, sola una, pero de forma reiterada: el cambio climático es el reto más importante al que se enfrenta la humanidad, lo que podríamos llamar una postura de consenso, dado que un día antes, durante su entrevista con Rodríguez Zapatero ambos estadistas estuvieron de acuerdo en que este era el mayor reto para la humanidad, por lo que debe ser muy cierto.
Es más, Gore, un hombre progresista, de mente abierta y aire dinámico, eminente miembro del Nuevo Orden, al que mis paisanos de la Fundación Príncipe de Asturias quieren premiar con un galardón, ha animado a España a encabezar la lucha contra el cambio climático, a través de su apuesta por las energías renovables. Es decir, que nos valora tanto que se muestra dispuesto a que sigamos malgastando el dinero de nuestros impuestos en subvencionar energías renovables. De esta manera, la energía nos saldrá carísima, pero, eso sí, no aumentaremos el calor de la tierra y otros países, Estados Unidos, sin ir más lejos, podrán contaminar lo que nosotros dejemos de contaminar. O sea, a la cabeza del mundo, chavalotes. ¡Cómo no le van a dar el Príncipe de Asturias! ¡Y el Nobel! Y sobre todo, ¡la medalla del Congreso, oiga!.
Esto del cambio climático es cosa de mucho predicamento, especialmente para los agonías. Hasta el mismo nombre tiene algo de terror psicológico, imperceptible, insuperable. Es lo de siempre: si no tienes fe tienes supersticiones y si no tienes miedo al infierno, tienes pánico al cambio climático.
Por otro lado, el coco del cambio climático enlaza directamente con otro concepto estrella, es decir, otro tópico: el desarrollo sostenible. Veamos: el único progreso que existe es el progreso material, el progreso técnico. Por lo demás, con cada hombre comienza la historia en el sentido más prístino del término: comienza su historia. El progreso es mejora material, el progresismo no es más que menor movimiento, y esta cuestión tiene su enjundia. Y para progresar se necesita, antes que nada, una cosa: energía.
Pero el responsable del efecto invernadero y del calentamiento global no es la energía, sino el transporte. La primera es responsable de al menos del 20%; el segundo de más del 50%. El progre piensa que progresar es moverse constantemente, por lo que está empeñado, para reducir el efecto invernadero, en reducir la producción de energía, pero no se atreve a decirle a la gente que utilice menos el coche porque, naturalmente, no le harían ni caso.
Por eso, el amigo Al Gore insiste en las renovables, y deja a un lado el transporte, cuya censura es menos popular y afecta al conjunto de los ciudadanos, no a una serie de compañías.
Pero es que, además, el ecologismo tipo Al Gore es puritano. Ante un problema, en lugar de adoptar la actitud vitalista de superarlo -combustibles de automóvil menos contaminantes- empiezan a complicar la vida de la mayoría, por ejemplo, haciendo máscara la energía y obligando a pagar más impuestos. La opción cristiana es la contraria: es vitalista, responde al viejo ¡Henchid la tierra y sometedla! No, no hay que apagar la luz, lo que hay que hacer es producir más energía, y de paso producir los medios necesarios para no degradar el medio ambiente con esa producción. Vivan las centrales térmicas de carbón -por citar al coco malo de la progresía- si alrededor seguimos reforestando las zonas de emisión. No hay que cerrar centrales, hay que plantar árboles.
Hace 50 años se planteó el mismo dilema: no hay alimentos para todos. Solución de la progresía: eliminemos a los hambrientos. Solución cristiana: produzcamos más alimentos. Al final, los hechos se impusieron, pero antes la progresía ya había impuestos a la contracepción y el aborto.
Que no, que la única doctrina económica posible es que los hombres, cuantos más hombres mejor, disfruten del placer de la existencia. Y no hablo ya de confiar en la Providencia. Basta con confiar en el genio humano.
La imagen de la ecotristeza es la cara de cartón, siempre triste, del señor Al Gore.