Alex defenestrado

Enviado por Juan Lagalaye en Mié, 04/03/2015 - 11:39am
No es la primera vez y lo tiene bien merecido: como reflexionaba una vez Elena, que tanto su padre como mi suegro, preservaron su libertad por no haber sido paniaguados eclesiásticos, o clericales, como se quiera, guardando siempre respeto por la Santa Iglesia y los santos clérigos que, aunque pocos, los hay.
Mi amigo en desgracia, por defender la gracia fue expulsado de otro corral poblado de lobos en el que se animó a habitar como cordero –mas, convengamos, no manso-, tratando de atraer lo que podía del rebaño cautivo, sin perder la condición de hombre libre, que lo es por someterse a la Verdad. No la del liberal, que no lo fue ni antes de su conversión ni la del librepensador, que honesto que debo ser en el elogio intentado, no se le podría atribuir nunca el ingrediente substantivo del término, aunque cuando piensa lo haga bastante bien.
Es que Alex no deslumbra por la exposición de doctrinas o los pasatiempos intelectuales, sino por la propuesta de ideas dirigidas a la acción, teniendo siempre como norte el empeño de restaurar en el hombre, a través de sus quehaceres, la inocencia original. Él puede hacerlo, puesto que guarda envidiablemente esa superioridad del alma, muy distinta de la ingenuidad, torpe debilidad de la inteligencia.
Me es inevitable –para delinear en cierta forma su personalidad y expresar el afecto que le profeso-, mencionar las circunstancias en que lo conocí. Ello fue, entre quince y veinte años atrás, cuando profesor de algunos de mis hijos entonces adolescentes, maliciando que algo escondían y tras un hábil interrogatorio que duró menos que un minuto, llegó a desenmascararlos (nos) en punto a la posición religiosa de la familia, pidiendo rápidamente una reunión con los padres de tales engendros, no movido por una curiosidad zoológica -pues que ya a algunos de esa especie conocía y reconocía como amigos, tal los García del Río Colorado, a quienes encontró como consecuencia de deambular en sus incansables itinerarios patagónicos, enamorándose de aquel modo y estilo de vida- sino para manifestarnos que se ocuparía de cuidarlos. Y de ahí en más, en ambientes y actividades diversas, los prohijó, no socavando nunca sus convicciones a pesar de estar entonces lejos de compartirlas, guardándose para plantearnos a Clarita y a mí las reservas que tenía respecto del camino emprendido por el santo obispo francés. Más aún, cuando él y mis hijos encontraron refugio en el último Don Jaime, Andrés –cuándo no- se entreveró con el capellán del colegio a raíz de los consabidos problemas litúrgicos, pidiendo el curita de marras, en reunión de profesores, la expulsión de mi prole, solicitud malograda por la oposición del cuidadoso padrino; hace un tiempo, Alex me comentó socarronamente, que dicho clérigo se había convertido, pues llegó a enterarse de que estaba haciendo uso de los beneficios del “motu proprio”.
Y no es que este compadre vea en la dimensión que entendemos deseable la importancia de la cuestión litúrgica, sobre todo, la maldad intrínseca del “novus ordo”, pero hombre práctico como es, advirtiendo el derrotero atestado de tremendos peligros por el que surca la Nave y la necesidad de ajustarlo a los probados y antiguos recursos de la náutica para superar el trance, apenas se le dio la ocasión consiguió de un párroco amigo la celebración dominical en horario central de la misa oficialmente rehabilitada y, reivindicada -aunque nunca abrogada según nos vinimos a enterar por confesión del pontífice-, para beneficio de una feligresía edificante por su piedad y composición familiar, formada en gran parte por quienes influyen decisivamente en el gobierno local, pero que nunca fue atraída por nuestras huestes sacerdotales; guardémonos de emitir sobre ese hecho cualquier juicio ligero, ya que el mismo Mons. Fellay afirmó que es insostenible la tesis de que el Cuerpo Místico se reduzca a las capillas de la Fraternidad.
Digo de él que es un hombre práctico. Posiblemente se deba a que, como frecuentemente señala, es romano y no haya sido casualidad que, por la función diplomática de su padre, naciera en la Ciudad Eterna. Toma una idea y tras ella dispone su obrar, articulando esfuerzos y entusiasmando a jóvenes y no tanto para concretarla. Es, como se dice hoy, un hacedor, pero no poniendo el objetivo en los meros logros materiales sino que, valiéndose de ellos, los hombres orienten sus vidas ejecutando las tareas simples, fundamentales, imprescindibles para una socialidad emancipada de la esclavitud que nos impone la economía moderna con su catálogo de necesidades ficticias. Siguiendo la impronta paterna, siembra, planta árboles, pero de manera tal que la metáfora se presenta con la fuerza de una contundente realidad.
Como que de romanidad se trata, hace poco tiempo, el último 20 de noviembre, avisado de que en una plaza situada en la periferia de San Miguel, mi pueblo, periférico de por sí, se descubriría un busto del Restaurador, me animé a ir, porque mi devoción histórico-política lo imponía y, muy importante, por las garantías que me diera el invitante de que las condiciones mínimas de supervivencia estarían aseguradas. Llegado al lugar y previamente a su iniciación, presentaciones mediante, me puse a charlar con uno de los circunstantes, joven él, que se mostró muy interesado por mi exposición, acerca de la relación simbólica existente entre el glorioso Arcángel -capitán de la Contrarrevolución y vencedor de la primer manifestación del liberalismo en la historia-  y las mesnadas rosistas: los Colorados del Monte y la Sociedad Popular Restauradora. Él también tenía para decirme lo suyo: que fundó una agrupación cuyo emblema son remeras con la inscripción “si vis pacem para bellum”. No podía superar la sorpresa de que en ese lugar, alejado en el tiempo y la distancia mas no –increíblemente- en la cultura, un grupo de jóvenes quisiera emular a las antiguas legiones, cuando uno de mis hijos me dio la sencilla explicación: “si fue alumno de Alex en el Parroquial”.
Peronista pero romano, mi joven interlocutor. Romano pero peronista, Alex. Él no oculta nada, tampoco ésto. Y lo peor es que hace alarde de su filiación política. Entiendo, de todos modos, que la sentencia de Eduardo Allegri aplicada libremente al caso, puede darnos la solución: el problema no es que Alex sea peronista sino que los peronistas no son como Alex. Pero, esa particular -aunque  generalizada- percepción de la realidad argentina, que algunos pueden vincular con cierta miopía, no le impide una correcta apreciación del panorama histórico. Tan es así que es uno de los principales promotores de las sucesivas ediciones del relato de la “familia de bandidos”, que en su caso tiene la expresa intención de que sea conocida, en la mayor medida posible, la maldad de la Revolución Francesa.
Alex, en realidad, parte de una premisa correcta. Siguiendo a su maestro, Federico Mihura Seeber, considera que una de las características principales de esta época es que la degradación del hombre alcanzó un punto culminante, como consecuencia de rechazar su verdadera dignidad, consistente en haber sido creado a imagen y semejanza de la Divinidad -que ya en aquel pasaje del relato inicial se manifestó en su realidad Trinitaria- y redimido por N.S.J.Xto.
Dicha convicción lo movió a tener una participación activa en el movimiento organizado para tratar de impedir la promulgación de la ley del matrimonio sodomítico. Tiempo antes, recuerdo que me expresó la certeza que tenía de que ese no sería el último paso y que le seguiría la legalización del bestialismo, conjetura que lamentablemente se presenta en el horizonte de nuestra decadencia, ante el camino que le allanara la reciente decisión judicial de otorgar a los animales la condición de “personas no humanas”.
Con motivo de esos afanes tuvo ocasión de tratar a nuestro “enviado en Roma” –que como diría mi suegro, ahora es ordinario allá, después de haber sido ordinario del lugar en ... Buenos Aires- produciéndole el recuerdo de esa experiencia una profunda desazón al enterarse de su infausta promoción a la dignidad que actualmente detenta (empleado este término en su acepción estricta: apoderarse de algo sin título o buena fe). Indudablemente, aquel personaje tuvo también oportunidad de calibrar la envergadura moral de nuestro amigo y como tiene buena memoria y dicen que maneja todo, no sería aventurado sostener que ordenó a sus alcahuetes la necesidad de deshacerse de ese inconveniente lastre.
A propósito de la actividad aludida, cuando se llevó a cabo la última manifestación, la de la plaza del Congreso en julio del 2010, advirtiendo uno de lo curas que por ahí metían la cuchara que ondeaban algunas banderas aspadas, con la certeza de que los agitadores eran amigos de Alex, exigió a éste que las depusieran, quedando el clérigo desairado por la novedad de la época: la “obediencia debida” ya estaba abolida.
En fin, el protector, maestro y amigo de mis hijos, el amigo entrañable de mi casa, Alex Vallega, ha sido expulsado de la UCA, en la que a lo largo de veinte años desarrolló el Programa Patagónico, a través del cual innumerables jóvenes encontraron un lugar en el que aprendieron a amar a la Patria en sus lugares recónditos y que también, siguiendo a la Cruz del Sur, hallaron en esas soledades un remanso para su espíritu, bajo el amparo de María Auxiliadora y hermanados por Ntra. Señora de las Pampas. No me caben dudas de que ese proyecto seguirá su curso, porque Alex no necesita de oficinistas, eclesiásticos o civiles, para llevar adelante sus empresas. Y estoy también seguro, de que dentro de cinco años, cuando se cumplan los quinientos de la primera misa oficiada en nuestra Patagonia, habrá un sacerdote en la Bahía San Julián celebrando idéntico rito, tal como lo viene planeando desde hace mucho tiempo, aun antes del “motu proprio”, porque Alex es un verdadero patriota y un católico fiel.
  Debe enorgullecerse, por lo demás, porque ha quedado unido en su suerte a otros maestros a quien la UCA también repudió, que en eso ha sido constante desde la fundación: el rector Cerdisi no pudo cargar sobre sus espaldas la recia cátedra del maestro Soaje ni la clara doctrina del padre Meinvielle, que por publicarle en Universitas un artículo acerca de la teología herética de Rahner, expulsó en el 1971 al secretario de redacción de la revista.
No sería completa mi semblanza si omitiese referirme al elemento fundamental de la vida de Alex: Teresita. Dotada de una gracia especial, que se aprecia en la constante sonrisa y la armonía y belleza de su rostro, inteligente, discreta, atenta siempre a las cosas del Cielo, con el ejemplo de las santas mujeres lo acompañó -practicando las virtudes de éstas, señaladas en el antiguo rito del Sacramento- en su largo y fecundo matrimonio, que en este año, Dios mediante, será llevado plenamente a la dimensión patriarcal con el casamiento de Lucía, la talentosa hija,  ilustradora del relato de Mme. de Sainte-Hermine y de los Recuerdos de Paciano, demostrando en este último caso el ejercicio extremo de su piedad filial, por las razones que los lectores de la obra conocemos pero que, en homenaje a la amistad, nos abstenemos de publicar.
Porque a Alex se le perdona todo, hasta que escriba con las patas.