No perdemos de vista la enseñanza fundamental de Guillermo Enrique Hudson sobre el efecto del paso del tiempo; sin embargo, encontrarnos con que las cosas han cambiado tanto no dejan nunca de sorprendernos y provocar en nuestros corazones nostálgicos una sensación de pérdida inevitable y desasosiego
El poeta, el gran poeta, hace que el tiempo revista las cosas de honor y las haga más limpias. Tal vez sea la observación desde la lejanía que me trae tu recuerdo altivo. Allí estabas rodeado de aquellos hombres ancianos, graves y respetables. Con imponentes barbas, dueños de la tierra, con su numerosa hacienda y aquellos caballos que vivían en estado de libertad sobre las llanuras de tus primeros pasos.
Te recuerdo acariciándoles el lomo, quitando cosquillas al modo indio, mientras relinchaban dulcemente para luego salir al golope amadrinados de la yegua mora.
El fruto de la antigüedad y la nobleza de un linaje radicado.
Tal como el Juan Rojas de nuestro poeta primero:
Sumamente sagaz
Para el rastro y el monte, su tino
de índole poco locuaz,
prefería el renombre que se labra
tras largo acierto y callada porfía,
porque con doble mérito valía
su silencio tanto como su palabra.
Por ello su opinión era sentencia
en aquella recóndita sapiencia…
Luego fueron los tiempos de aquel mozo tan gravado en mi memoria. Cómo olvidarte montando aquel flete overo capaz de cualquier proeza y que llegado a la plaza del pueblo repleta de muchachas criollas, sabía irrumpir por el lado de la comisaría, bailando un galopito de través, jugando con la espuela, corta la rienda, blanco el belfo de espuma y pícara la mirada de chimango que se asomaba por debajo del sombrero.
Luego vinieron los ‘80.
Supiste ser el terror en los dancing del Bajo cuando ponías en su lugar a sinvergüenzas, apostadores y rufianes solo con tu adusta presencia y no trepidabas en darle al pueblo pobre la justicia que los jueces le retaceaban.
Y el tiempo del catch. Qué luchador. Te consagraste en Mendoza, luego tu furia reclamó las luces de la gran ciudad y el podio fue tuyo también en Buenos Aires.
Hoy, algo ha cambiado. Tal vez fue la distancia, tal vez el tiempo, tal vez ambas.
Ya no está aquella estampa marcial que encontraba en el recio bigote el marco de un fascismo orgulloso y viril.
¿Habrá sido el mar?, ¿el efecto de la sal?, ¿estarás escabiando?, ¿Cristina?, ¿Francisco?, ¿un tren de frente?, ¿o una gripe fuerte?