Ha muerto Blas Piñar. Los que iniciamos nuestra lucha política al principio de esta Edad Oscura que los estúpidos, los traidores y los cursis llamaron "ejemplar Transición", estamos un poco más huérfanos.
No es el momento de entrar en tediosos y estériles análisis y debates sobre los matices de su visión política. Blas Piñar, para los españoles de mi generación, fue, por encima de todo, el ejemplo de que la política no tenía por qué ser el monipodio mezquino de engaños y sucios intereses en que la habían convertido los demócratas.
Con él aprendimos que hay otra política hecha de conceptos que un liberal o un marxista jamás comprenderían: Honor, Lealtad, Valentía, Justicia, Amor a la Patria y a su Historia.
Cuando, a pesar de las trucadas y farisaicas leyes electorales, consiguió ser el único parlamentario patriota de la Historia reciente, su oratoria asombró y deslumbró incluso a sus enemigos. Los discursos parlamentarios de Blas Piñar eran fogonazos de brillantez, erudición y magnífica oratoria frente a la gris, gregaria y anodina jerga parlamentaria de los burócratas apesebrados de la incipiente cleptocracia. Con un par de referencias históricas era capaz de desmontar cualquiera de los argumentos postizos que, a base de coletillas y frases hechas, farfullaban los calientaescaños de derecha e izquierda.
La mejor prueba de su singular talla política es la saña y bajeza con la que sus enemigos lo atacaban. Incapaces por su cobardía congénita de hacer frente en la calle a sus seguidores, los demócratas empleaban, entonces como ahora, la mentira, la calumnia y el control de la prensa para intentar silenciar la voz que ponía en evidencia sus manejos y sus engaños.
Desgraciadamente, por numerosas razones que hoy no es el momento de analizar, la mediocridad y la vileza de la corrupta monarquía parlamentaria se acabaron imponiendo sobre la alternativa patriota. De momento.
Porque hoy, casi cuarenta años después de la instauración de este régimen inicuo, estamos comprobando dolorosamente que, cuando nos advertía sobre las consecuencias que la partitocracia tendría para España, Blas Piñar tenía razón.
Ramiro Semper