"El 21 de Mayo el excelentísimo Cabildo, desde su Sala Capitular, mandó dos diputados al Virrey con el oficio donde le manifestaban los motivos que había para que abdicara el mando en el excelentísimo Cabildo y que el pueblo así lo pedía; cuyo oficio contestó por los mismos diputados en otro oficio diciendo que se hiciera un Congreso general o Cabildo público y lo que resultase en pluralidad de votos sobre si debía o no soltar el mando estaba pronto a ejecutar; cuya facultad o permiso para hacer dicho Congreso daba el Excelentísimo Cabildo…
Consecuentemente el Cabildo dispuso la urgente impresión de 600 esquelas para invitar a “la parte principal y más sana” del pueblo a una asamblea de vecinos, en los términos siguientes: “El Excelentísimo Cabildo convoca a usted para que se sirva asistir precisamente mañana veinte y dos del corriente, sin etiqueta alguna y en clase de vecino, al Cabildo Abierto que con anuencia del Excelentísimo Señor Virrey ha acordado celebrar, debiendo manifestar esta esquela a las Tropas que guarezcan las avenidas de esta Plaza para que se permita pasar libremente. Señor Don ….”.
El mismo día 21, dado el escaso tiempo disponible, se procedió a distribuir solamente 450 invitaciones de aquellas 600, como resultado de una selección realizada en reunión celebrada esa mañana…
De aquellos 450 invitados, sólo concurrieron 251, debiéndose la alta inasistencia a que el acceso a la Plaza fue hábilmente controlado por Domingo French y Antonio Beruti y sus partidarios, que imposibilitaron el paso de numerosos españoles que, no obstante estar invitados, debieron regresar a sus casas sin poder manifestar su voluntad.
El virrey Cisneros, en un informe despachado a la Metrópoli, describe este episodio con gran veracidad, cuando afirmaba que ese día “la malicia desplegó todo género de intrigas, prodigios y maquinaciones para llevar a cabo tan depravados designios. Había yo –decía Cisneros- ordenado que se apostase una compañía en cada boca calle de las de la plaza, a fin de que no se permitiese entrar en ella ni subir a las casas capitulares a persona alguna que no fuese de las citadas; pero las tropas y los oficiales eran del partido; hacían lo que sus comandantes les prevenían secretamente, y éstos les prevenían lo que les ordenaba la facción: negaban el paso a la plaza a los vecinos honrados y lo franqueaban a los de la confabulación; tenían algunos de los oficiales copias de esquelas de convite sin nombre y con ellas introducían a las casas del Ayuntamiento, a sujetos no citados por el Cabildo…” …
Prueba de ello es el elocuente testimonio de Francisco Orduña quien, luego de votar a favor del virrey, fue “insultado por uno de los abogados, tratándome públicamente de loco, porque no fui con las ideas del partido; otros jefes militares veteranos y algunos prelados que siguieron mi dictamen fueron también insultados o criticados. Me retiré del congreso –concluye Orduña- así que pude lograrlo, bajo pretextos que aparenté…”
Otros optaron por retirarse de la asamblea, según se advierte en el acta del cabildo que registra veintiséis asistentes que no votaron “por haberse retirado antes de llegarles la vez”. Sobre este particular, resulta por demás sugestiva la airada protesta de José Martín Zuleta, también partidario del virrey, para “que concurran más de doscientos vecinos de primer orden que faltan”.
El resultado, como no podía ser otro, dada las condiciones en que se realizó la votación, fue ampliamente favorable a los patriotas que, de tal manera, lograron la destitución del virrey. (Bernardo Lozier Almazán: Martín de Alzaga. Historia de una trágica ambición. Ediciones Ciudad Argentina, 1998)