Habiendo ya reseñado escuetamente las ideas políticas de Maurras, los motivos que lo determinaron a crear la Acción Francesa y sus relaciones con la Santa Sede, queda aun por decir algo sobre sus últimos años, donde se destacan: el inicuo proceso al que fue sometido, su activad en prisión y su buena muerte.
No le iban a perdonar a Charles Maurras su incansable actuación con relación al caso Dreyfus, tan defendido por los pacifistas franceses –ahora de turno-, ni su combate contra los demócratas cristianos, también pacifistas estos, dos condiciones que también ostentaban sus jueces.
Estaban todavía frescos los recuerdos sobre la amenaza de muerte que Maurras le dirigió por carta al ministro del Interior Abraham Schrameck con motivo del asesinato, en 1922, del héroe de guerra Marius Plateau, para el caso que volviera a ser tocado alguno de sus partidarios.
Los pacifistas en ejercicio del poder tampoco habían olvidado que Maurras, en 1936 y debido al pacifismo antecedente que no permitía entrar en guerra, dirigió una carta a los diputados franceses donde les decía que si declaraban la guerra serían apuñalados al día siguiente.
Por ello, hubo que inventarle, justamente a él, un caso de traición a la patria que era absurdo siendo Maurras un incansable batallador antialemán. En 1945 se lo condenó a prisión perpetua por inteligencia con el enemigo.
No faltaron ni la retención de documentos exculpatorios por parte del fiscal, ni testigos falsos entre los que hubo estafadores y presidiarios.
A los ochenta años, viejo y sordo, rebatió una a una cada prueba de cargo presentada en su contra, pero la ignorancia hacia la justicia por parte de tribunales ideologizados no es algo que se ha inventado en la Argentina de los últimos años.
Es triste pero debemos recordar la lamentable actuación de Paul Claudel que aprovechó para cobrarse un viejo resentimiento acusándolo a Maurras de haberlo denunciado a la Gestapo mostrando así “ruindad terca y pequeña”.
Dijo Maurras: “pongo el proceso bajo la advocación de Juana de Arco y André Chenier”, poeta asesinado por las turbas de 1789.
En prisión desarrolló una actividad extraordinaria. Cuarenta y dos libros y artículos para Aspects de la France y aun conservaba perfectamente su lucidez intelectual.
Jamás pidió clemencia. “Yo no soy Dreyfus”, solía decir.
Sus últimos días:
Maurras había perdido la fe en su primera juventud, no obstante ello, su sólido sentido común lo llevó a defender a la Iglesia, sus instituciones y enseñanzas con vigor y contundencia. Apoyó al catolicismo como un factor de orden pues así lo demostraba la historia que él conocía bien. Vio a Iglesia Católica como necesaria más que como institución divina. No obstante ello, tuvo seguidores y compañeros cabalmente católicos como el destacadísimo cardenal Billot –el teólogo más importante de su tiempo-, el P. Ives de la Briere, el abate Magnien, el jesuita P. Descoqs. Sus compañeros no fueron menos notables y entre ellos se encontraron Jacques Maritain, Maurice Barrés, Jacques Bainvielle, etc.
Asegura Zuleta Alvarez que “las mejores inteligencias de Francia habían pasado o estaban a su lado” … “sin perdonar un mito, sin respetar una sola imbecilidad peligrosa para la nación” , sin ceder en la lucha contra “una doble empresa –nos dice Jaime María de Mahieu- de vulgarización y de propaganda cuyo doble éxito, por supuesto, nadie negará”.
En 1952, a sus ochenta y cuatro años y ya completamente sordo, es trasladado a la clínica de San Gregorio.
Allí, monseñor Gaillard encargó al P. Arístides Cormier que intentara aproximarse a Maurras y "ayudarle espiritualmente", pues hasta el momento Maurras seguía alejado de la fe y se acercaba el fin de sus días.
El sacerdote sabía que debía plantearle "abiertamente el problema de su alma y de sus relaciones con Dios" y lo que no sobraba era tiempo.
Al principio de sus encuentros le dijo Maurras al P. Cormier:
- "Sepa señor cura, que en este asunto soy muy duro”.
- ¿Qué quiere usted que le diga y qué puede hacer usted por mí?
- "Ayudarle", probablemente -le contestó el cura.
- Se lo agradezco, padre, pero siempre hay para mí cosas no solamente incomprensibles, sino incluso inconcebibles. Todos mis razonamientos no conducen a nada… Tengo los mayores deseos de creer. Todo lo daría por eso. Tuve por madre una santa mujer y fui educado en un colegio católico por maestros cuya memoria venero… Después, he tenido la desgracia de perder la fe. Pero no soy ateo, como se ha pretendido para calumniarme. No lo he sido jamás.
- "Le interrumpí para plantearle esta cuestión" -cuenta Cormier-:
- ¿Ha renegado usted la fe del bautismo?
- No, jamás.
- Entonces, ¿ha dudado más que negado?
- Eso es perfectamente exacto. En mi juventud he escrito, en algunos de mis libros, cosas que, justamente, han herido la sensibilidad de la fe de mis amigos católicos; pero lo lamento sinceramente y sería incapaz de volver a escribirlo ahora. Son las locuras de la juventud. Por otra parte, en la reedición de esos libros he suprimido o corregido” …
No es de fácil reemplazo una madre católica. La preocupación, la educación y el celo religiosos que tuvo la madre con el joven Charles le permitió a él recordarle al sacerdote, a los ochenta y cuatro años de edad, las siguientes palabras:
- "Tuve el consuelo de asistir a los últimos momentos de mi madre. Estaba allí, por consiguiente cuando el sacerdote vino a administrarle los últimos sacramentos… Cuando todo hubo terminado, mi madre, a quien jamás había visto yo rezar con tanto fervor, volvió hacia mí su rostro iluminado por una fe y una esperanza inexpresables y me dijo:
«Charles, tú harás como yo».
Y así fue.
- “Me habla usted, -sigue Maurras- en su carta, de Santa Teresita del Niño Jesús, a propósito de sus dudas contra la fe, y de su confianza. Le debo mucho, sin hablar de lo que el carmelo de Lisieux ha hecho por la reconciliación de la Acción Francesa con Roma. Santa Teresita ha sido mi ángel bueno. Poseo una reliquia de sus huesos que no me abandona. Me la dio la reverenda madre Inés de Jesús con la que tuve correspondencia hasta su muerte, y guardo sus cartas amorosamente”.
Luego le exhibió al sacerdote una cajita negra donde guardaba todo aquello.
- "He reconocido mis errores –continúa-. Por otra parte, lo verá usted leyendo mi Pío X, que aparecerá pronto. Mucho debo también a este gran papa que vivió tan humilde y tan pobre en medio de todas las grandezas”.
Y ahora Cormier haciendo referencia a Santa Teresita:
- “Junto a este anciano, difícil en ocasiones y tan desconfiado cuando de su alma se trataba, había Dios colocado una de sus criaturas más humildes, más dulces y más persuasivas. Sobre esta vejez solitaria y austera velaba una niña maravillosamente santa y bella”.
- "Durante las fiestas de Todos los Santos y Difuntos,-le dijo Cormier- que nos recuerdan la Comunión de los Santos, permítame pedirle que no se quede al margen, sino que ocupe su puesto al lado de aquellos que usted ha amado en la tierra y le han precedido en vida bienaventurada … ¿Por qué no aprovecha usted la visita que espero hacerle para recibir la absolución?… Es la llamada de Dios. Le suplico la escuche y responda humildemente a ella”.
Es lógico que un hombre como Charles Maurras le haya contestado al sacerdote:
- “… con plena conciencia, quiero ser administrado, pues deseo que todo ocurra en la lealtad y el honor. No termina uno su vida con una superchería. Por eso es por lo que necesito aún algunos días”.
Y cuando estuvo listo le dijo:
- "Es el momento de que me ayude a cumplir lo que debo hacer”.
Luego de recibir la Extremaución Maurras agradeció con estas palabras:
- “Mucho le agradezco todo lo que acaba de darme. Exprésele también mi gran reconocimiento a monseñor. Siga rezando por mí”.
Su ahijado, Francois, hijo de su amigo y compañero León Daudet, le entregó un rosario a su pedido.
Charles Maurras moría, con el rosario tradicional entre los dedos, el 16 de noviembre de 1952.