“El Cristianismo reemplazó a las antiguas religiones como principio de unidad civil. No se trató sin embargo, del sencillo procedimiento de reemplazar una divinidad por otra. El cambio que se produjo afectó en todo orden la vida de los hombres, por lo cual se modificó profundamente la naturaleza de las instituciones sociales, aunque se conservaran formas antiguas y el tránsito durará varios siglos.
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El Cristianismo, pues, se diferencia de las otras religiones por anunciar a un Dios único, creador, omnipotente y providente, por la universalidad de la salvación que trae a los hombres -se extiende necesariamente a todos, no habiendo otra posible- y por realizarse esa salvación en la interioridad de la persona. Además aunque esta salvación no dependa en nada, en cuanto a su naturaleza y eficacia, de la voluntad humana, sin embargo requiere de la aceptación voluntaria para aplicarse a la persona. Por todo esto, se destacan con el Cristianismo ciertos valores naturales, cuya dimensión real no era ni siquiera sospechada en las civilizaciones anteriores: el carácter personal del individuo humano, su libertad.
La vida cristiana no queda sustraída, por consiguiente, a las exigencias del orden natural. La gracia es sobrenatural y necesita de la naturaleza para crecer en ella. Las virtudes sobrenaturales requieren, como sustento, de las virtudes naturales. De este modo, el orden natural no es una especie de base sobre la cual se deposita algo que le es ajeno, sino que es él el que se sobrenaturaliza, sin perder absolutamente ninguna de sus propiedades. La gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone y la perfecciona. Son órdenes, distintos e inconfundibles, uno infinitamente superior al otro. Que se unen en el hombre, exigiéndose mutuamente: la naturaleza queda frustrada y caída sin la gracia y debe hacerse permeable a ella para alcanzar su perfección: la gracia necesita de la naturaleza como árbol a la tierra buena para hundir sus raíces; ambas crecen juntas, la naturaleza en tensión tras la gracia.
Por esto, siendo la vida en sociedad necesaria para la perfección natural de los hombres, la vigencia y la observancia de su orden propio, de sus leyes, es exigencia impuesta por el fin sobrenatural al cual tienden por la Redención de Cristo. Así en la civitas cristiana que se va conformando en los siglos posteriores al derrumbamiento de la de la ciudad antigua, la unión de lo religioso y de lo político aparece claramente delineada, aunque de otra forma: la diferencia consiste en que el cristianismo no es sólo religión -entendida esta como una dimensión, entre otras de la vida humana, la de los actos por los cuales se vincula expresamente con la divinidad-, pues comprende la sobrenaturalización, o elevación por la gracia, de todos los aspectos de la vida del hombre. Por lo tanto esta unión no sólo consiste en un reconocimiento de la dependencia de la sociedad con respecto a Dios, en cuanto es su máximo legislador y su protector, sino en la búsqueda del bien común natural en cuanto ordenado al bien común sobrenatural, del cual es distinto pero inseparable.”
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“El bien común sobrenatural y el bien común natural, siendo distintos, son fines en orden a los cuales se constituyen sociedades también distintas. Aquél es el fin de la Iglesia, a la que se pertenece por la Fe y la gracia, y cuya intrínseca constitución es por lo mismo sobrenatural. La sociedad política, en cambio, que comprende a las demás sociedades naturales como partes suyas, a la que se pertenece por el nacimiento y el cultivo de las potencialidades del hombre, es la que se ordena al bien común natural. No son sin embargo dos sociedades yuxtapuestas, pues sus miembros son los mismos. Los cuales son de modo diverso partes de una y de otra. Iglesia y sociedad natural confluyen, por ser inseparables el bien sobrenatural y el bien natural del hombre: esta es la razón de su necesaria unión. Sin embargo, se supone en tal unión la delimitación de sus ámbitos respectivos de competencia: son ámbitos que de ningún modo se confunden, aunque estén íntimamente relacionados.”
Juan Antonio Widow. El Hombre Animal Político. Ed. Nueva Hispanidad. Pag 80/84.
Si no he sido claro, esto es lo que he querido decir y lo que he creído contradicho en el estimado Gadaffi. Si por su parte en esto coincide, no hay disenso. De no coincidir, tenemos una buena reyerta.
Dardo Juan Calderón