La voz Cloacas y cañerías, del Glosario del Comunismo en Acción, de don Alberto Falcionelli:
Especialidad de Nikita Serguéievich Jrushchov que, como se sabe, antes de lanzarse a la profesión de funcionario del partido una vez asegurado el triunfo de la revolución bolchevique, ejerció la de plomero cloaquista en Ucrania. Aquí, pues, no existe misterio semántico alguno y las palabras mencionadas asumen innegablemente el mismo sentido en el campo del socialismo que en el mundo capitalista. La única diferencia es que, en dicho campo, y, singularmente, en el “país guía”, esto es, en la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, dejaron de representar hace más de cuarenta años el humilde e irreemplazable papel que siguen desempeñando en las regiones dominadas por el capitalismo podrido. Si hemos de fiarnos en las quejas de que la prensa soviética se hace eco casi cotidianamente, esto se produce a la vista de todos, como lo ilustra el ejemplo siguiente: en 1947, en un inmueble de inquilinato apenas entregado a sus moradores en la reconstruida ciudad de Stalingrado –objeto de las preocupaciones más celosas, por razones onomásticas, del compañero Stalin- los grifos de agua corriente dejaban escapar violentísimos chorros de un barro nauseabundo y los del gas, cada vez que se los podía abrir con pinzas y ganzúas, se contentaban con emitir ruidos ensordecedores parecidos a las descargas de los motores de explosión después de una noche de invierno a cielo abierto. Este extraño fenómeno, relatado con todo detalle por Pravda, Kokodril y otros órganos de la disciplinada prensa soviética, no es más que uno de los mil que se producen día tras día en los inmuebles nuevos de la progresiva Rusia comunista donde, evidentemente, el importante sector de las cloacas y cañerías escapa a toda norma de planificación. Necesario es señalar que el asunto de las cloacas se presenta con visos más penosos aún que el de las cañerías, ya que, en la generalidad de los casos, se niegan terminantemente a funcionar, salvo en la dirección opuesta a la prevista, con los resultados que se puede imaginar para parroquianos reducidos a murmurar con desesperación impotente: “No hagan ola, no hagan ola…”. Las cloacas anteriores a la revolución funcionaban correctamente, porque los “capitalistas” que las fabricaban, por estar sometidos a la norma inmoral de la libre competencia, tenían que esmerarse en su colocación. Sus sucesores de la era soviética, “desalineados” de tan inmunda servidumbre, solo se preocupan por la “realización del socialismo”, de suerte que, para un ciudadano ruso al fin salido de la ley de hierro del capitalismo el máximo de la felicidad y de la elegancia –una elegancia ligeramente teñida de esnobismo- consiste en obtener alojamiento en una casa terminada antes del radioso 25 de octubre de 1917. En cuanto a las cañerías de los retrógrados tiempos zaristas, como estaban fabricadas con plomo y bronce de primerísima calidad, esos mismos ciudadanos las “desalinearon” desde el primer día del régimen soviético, para venderlas en el aborrecible “mercado privado”, institución llamada en otros lugares mercado negro.