Algo veníamos adelantando y no mucho más vamos a extendernos. Cuando solicité a mi hermana versada en la historia que me acercara un libro sobre el proceso de unidad española en el siglo XV, me trajo un tratado bastante técnico y objetivo y me dijo. Vas a ver un milagro.
Efectivamente, resulta inexplicable de manera causal y ponderada el logro de los Reyes Católicos en tan corto lapso. Fernando y antes su padre, fueron dechados de talento político a un grado eminente. Tanto en el manejo de sus guerras y de sus alianzas, como en el medroso terreno de la diplomacia y en el más difícil de las guerras civiles o internas. Y aquí encontramos el raro y feliz encuentro de dos generaciones talentosas que extrañamente vez se dan en la historia y que provocan avances impresionantes. Sin embargo nada de esto explica la transformación espiritual de un pueblo agotado y corrompido, no tanto en su fuerza de base como en sus jerarquías. Y aquí talla Isabel, su Fe, su Amor y su disciplina. Era una evidencia espiritual para Isabel que toda transformación viene de dentro y que lo único que transforma al hombre es la Gracia de Dios conducida a través de los cursos jerárquicos de su Iglesia y expresada en las fuerzas sacramentales. Resultaría largo relatar el estado de corrupción y acedia que tenía esa Iglesia, tanto la española como Roma misma. Su primera preocupación fue darle a cada ciudad española un Obispo Santo, y desde esta acción sobrenatural, elevar la masa con la levadura pertinente. Cada vez que nosotros hablamos de una propuesta de conversión individual, a los efectos de obtener resultados a corto o mediano plazo en el ámbito político, resultamos atacados por la impaciencia. Habiendo recursos tan efectivos como la publicidad y las técnicas modernas de manipulación, se considera de cavernícolas proponer un método que llevaría una enormidad de tiempo. El cálculo se saca de la conversión del paganismo en aquel Imperio Romano, pero claro, con un sustento cristiano en la población, la tarea no es tan loca como parece. La cuestión es que Isabel contaba con ese sustrato que permanecía latente de la vieja unidad y catolicidad de la península.
Sin embargo, el modelo aplicado no comenzaba con una acción política, pedagógica o cultural. Comenzaba por una recomposición de la Iglesia. Isabel creía en la fuerza de aquellas gracias que asisten al Obispo para la guía de su Ciudad, y a esto apuntó de manera certera e indubitada. Leyes concretas al respecto, producto de sabias alianzas con Roma, le hicieron recuperar sus sedes obispales que estaban repartidas en Roma como prebendas y privilegios de simoníacos, obligando a los Obispos a residir en sus sedes bajo apercibimiento de pérdida de las mismas. Sabias elecciones de hombres Santos (El Cardenal Cisneros encuentra su proceso de canonización detenido por las mismas fuerzas que impiden el de Isabel). Una decidida acción en pos de la unidad religiosa con una renovación de la Inquisición, una “guerra santa” contra el moro, que será la fuerza que renovará la nobleza y las órdenes guerreras en su verdadero carácter de servicio militar otorgándole la posibilidad de una Cruzada y sacándolos de una molicie que los embrutecía en el lujo y la avaricia. Los resultados por todos conocidos se logran a una velocidad impresionante y provoca desde España la Contrarreforma Católica, aportando los hombres sabios de Trento. Su mayor logro: en un período en que el Estado se adueñaba de todos los sectores de la sociedad y utilizaba la Iglesia en su provecho, Isabel logró poner a España al servicio de la Iglesia que ella mismo contribuyó a consolidar y puso al Estado en el lugar que corresponde, respetando el municipio, las regiones, los reinos, los fueros, las “constituciones”, las cortes, los “parlamentos” y hasta las más pintorescas costumbres de cada región, en una “Federación” que surge como el paradigma político católico de la modernidad, que contiene sin desmedro de su poder firme y robusto el respeto por el “hombre” y desde su nacimiento incluye los anticuerpos del poder tiránico que se anuncia desde los vecinos y que será la culpa que ha de cargar la Catolicidad en su complicidad hasta la fecha. (Saliendo de contexto, es este el concepto de “federación” que animará a los mejores argentinos en el siglo XIX que enarbolaban el “religión o muerte” y no el concepto americano con el que muchos confunden. De igual manera entendían en este contexto aquellos hombres al municipio, a la provincia, y a las “asambleas”, más allá que luego fueran tergiversadas por el liberalismo masón). El Carlismo será el heredero de este espíritu y probablemente el último bastión cristiano de la historia.
Dos recomendaciones de alta política deja Isabel en su Testamento. La de cuidar que los Obispos atiendan sus ciudades y la de cuidar el proyecto americano.
Isabel y con ella España, fue en el pasado milenio – viernes santo de la historia – la Verónica, el Simón de Cirene, el Longinos y aún Dimas. Pero ya bajado de la Cruz sólo quedan Juan y María.
Podemos sacar de esto la siguiente conclusión. Hay que hacer lo que hizo Isabel, y con ello cultivar una hermosa tradición costumbrista que los tiempos han hecho imposible. Además existe un problema, no somos Reyes. La verdadera enseñanza es que debemos hacer los que “mandó” Isabel. Es decir, nuestra propia conversión. Que no otro es el mandato cristiano político de todos los tiempos y la única fórmula que funciona a la larga y a la corta.
“Ningún hombre ha inventado todavía una estructura política, sin que la inventiva del diablo no encuentra el medio de explotarla con fines perversos”. “Por consiguiente, estaría más conforme con los procesos de la historia que cada uno de nosotros realizara el bien que tiene delante de sus narices. Obran más sabiamente quienes procuran realizar el bien en su propio rinconcito del mundo y dejan a la levadura levantar toda la masa, que los que piensan que la vida es vana si uno no puede influir sobre el gobierno, promulgar leyes, asumir el poder político y realizar grandes cosas.” (Herbert Butterfield)
“El verdadero sentido de la historia es ser, a través de la diversidad de las vicisitudes exteriores, la forja y la educación de las almas. La tarea de la historia es formar personalidades… formar en nosotros las personas que representan los mayores valores del mundo” ( J. Danielou)
No es buena técnica política el representarse la historia como procesos que producen paradigmas rígidos. Todos los procesos son humanos y han llegado a su fin y no pueden resucitarse, “todas las generaciones estaban a igual distancia de la eternidad” decía Ranke.
“Revela un criterio más atinado, aunque sólo procuremos una representación gráfica, el considerar la historia como si una inteligencia se cerniera sobre ella, se orientara después de cada acción humana y tomara sus decisiones en su transcurso, decisiones a veces impredecibles y que nos llevan más lejos de lo que quisiéramos” “ Por consiguiente, si existe un sentido en la historia, no reside en los sistemas y organizaciones que se construyen sobre largos períodos, sino en algo más esencialmente humano, en algo que en cada persona se considera humanamente como un fin en sí mismo”. (H. Butterfield)
“A veces la nostalgia del pasado llega a ser casi como una enfermedad. Así sucedió en los siglos XVIII y XIX cuando varias naciones europeas empezaron a idealizar su historia primitiva: sus cuentos de hadas, su folklore y su poesía heroica. Tal actitud contribuyó al resurgimiento del nacionalismo romántico con todos sus efectos.” “Otro aspecto de nuestras relaciones con los que nos han precedido surge claramente del poder de la tradición. Esta, sea por acción psicológica inconsciente o sea como resultado de ciertas doctrinas e instituciones, puede conducir a una exagerada sumisión al pasado” (H Buttterfield)
Todas estas citas son subrayadas de RBC en los libros que de él poseo. Pero veamos este tema en él mismo y cuando trata sobre el pensamiento de Vazquez de Mella: “¿ Qué es lo que cada generación debe recibir de la anterior sin mermar ni destruir y cuál es el fundamento real de esta obligación? Mella no ignora que la obligación no puede residir solamente en el respeto de un derecho histórico. Si se admite el perfeccionamiento de las instituciones y su adaptación a nuevas circunstancias históricas, no se sabe cómo se podría discutir el derecho a la reforma. Por lo demás, hay pueblos que guardan tradiciones abominables, y el mismo Mella no habría podido menos que admirar a Hernán Cortés cuando con todo el vigor de su fe cristiana, destruyó violentamente los ídolos sanguinarios de los Aztecas. La Tradición en su sentido estricto, encuentra su fundamento en la Palabra de Dios, y si existen elementos tradicionales, dignos de veneración, son aquellos que los pueblos, de acuerdo con su idiosincrasia, han ido formando en torno a la inspiración de la Palabra”. A punto seguido aclara “ La Palabra Divina, tal como su depositaria, la Iglesia de Roma, la conservó, fue para España el motivo de su unión nacional y el principio moral que dio fines a su empresa política”. Pero el uso de la palabra tradición, sin hacer la salvedad constante de su carácter análogo y de recordar su analogado superior que es “ la suma de las verdades y de las instituciones sobrenaturales transmitidas bajo la garantía de la Iglesia Católica” ; cuando se aplica a las costumbres , usos, instituciones y en general a los principios de orden social, hay que precaverse de dos maneras: “que tales principios tengan “vigencia” social …de otro modo la evocación de la tradición no pasa de ser un juego retórico más o menos romántico” y “que el abandono de tal tradición suponga la desaparición de un pueblo como realidad socio-política” y como efecto de la anterior vigencia.
Remata el autor en este párrafo que subrayamos nosotros: “La tradición religiosa tiene una característica que no comparte con ningún otro principio de los muchos que pretenden dar unidad a los pueblos… y esto, porque la fe es un principio efectivamente viviente cuya fuerza restauradora y organizadora abarca al hombre entero. La adhesión a la fe modifica la actitud interior del hombre, orienta y organiza su querer más íntimo: el amor humano y a través de la conquista de la fuerza que la impulsa y da regimiento a toda la existencia humana, se expande en todos los órdenes en que se da tal existencia: organiza la familia, el pueblo, la región, y el orden político; inspira las relaciones múltiples de convivencia: asociaciones profesionales y de oficios, el derecho, la educación y el comportamiento total, religioso y profano” . Y volvemos al principio, siendo la fe un acto que implica la aceptación del testimonio en la Revelación, movido por el mismo Dios que en el acto de otorgarla modifica mi propia realidad óntica y por tanto junto con el testimonio recibo al mismo Dios en la interioridad del espíritu, no hay posibilidad alguna de restaurar el orden social cristiano, sin Gracia.
Hasta aquí y de la mano de nuestro autor hemos establecido el paradigma de la reacción católica en este milenio malo. Hemos ponderado su herencia histórica en lo que pueda valer como testimonio y en lo que pueda valer como vigencia. Y hemos resaltado el verdadero valor de la Tradición en su analogado superior, entendiendo , salvo mejor criterio (como suelen decir los abogados) que nos encontramos en un siglo que ha derrumbado todo valor histórico y que nos deja frente a la tradición desnuda de la palabra revelada, desprovistos de ese elemento principal de todo Orden Social que es la fuerza de su historia cuando sobre ella enanca la Verdad eterna. Casi nos atrevemos a dictar la sentencia apocalíptica de que toda convivencia se hace imposible. La sentencia de Thibón. Sin embargo y para aquellos que gustan de los finales felices, guardamos una esperanza. La fe puede hacer posible cualquier renacimiento, en la medida de que las fuentes de la Gracia que la insufla permanezcan vivas. Vivirá el hombre desde el bautismo, la Confesión y la Eucaristía. Vivirá su familia en el Matrimonio y su alianza con el Sacerdote. Vivirá la parroquia con su Prior y la Ciudad con su Obispo. Sólo estas realidades sacramentales serán la base de un orden social que podrá tomar el gobernante católico, y no al revés. Y el pronóstico es funesto.
Nota de quien escribe: Nos queda para el final lo prometido. La consideración de una política posible en estos tiempos, que lo haremos de la mano de Miguel Ayuso, por ser este el representante más inteligente y noble de la postura que he dado en llamar, Política por caridad. Y coronaremos este esfuerzo, con el dictamen final de nuestro autor guía en el libro que venimos siguiendo.