Un viejo agnóstico inglés decía, “algo anda mal en el mundo porque los inteligentes dudan y los memos están seguros”. El nunca bien ponderado Eco graciosamente expresaba, “antes tenía dudas, ahora no estoy tan seguro”. Por supuesto que estas chuscadas esconden un escepticismo gnoseológico propio de la moderna filosofía y sabemos que su conclusión final es negar que haya algo cierto en nuestra existencia… salvo por supuesto… aquellos dogmas ocultos del liberalismo, como el progreso y la evolución, absolutamente necesarios para no volarse las tapas de los sesos, poniendo su confianza en una bonanza colectiva al final del camino. Los fines humanos tienen en ellos una permanencia que robaron a los dioses y marchan ineluctablemente hacia la cumbre de la civilización. Está bien, no me engaño, pero tampoco dejo de ver que en el mundo de lo práctico esta ley sobre los pavos se da de una manera alarmante y es muy cierto que los estúpidos están llenos de certezas.
El palo va para nuestro rancho, el de los creyentes, pero no dejan de acertar con respecto a muchos católicos que partiendo de la certeza del dogma cristiano y sin tener mucho en cuenta la división que existe entre nuestro plano humano y el divino, encuentran la forma de derivar juicios ciertos sobre las más variadas cuestiones de la vida con la estólida certeza de ser instrumentos de la providencia, robando como los otros una permanencia divina a sus planes, pero para peor, cuando el agnóstico deja a Dios de lado, estos últimos lo suman como garantes de sus pobres criterios. De esta manera ellos saben con certeza absoluta qué es lo que debe hacerse con el hijo descarriado del vecino, con la dirección del colegio de los chicos, con la política del País, con la economía, con las relaciones internacionales y hasta cómo se hace un asado a la parrilla, siendo que fuera de estas fórmulas certeras e infalibles, quienes tengan el tupé de no seguirlas, caen inmediatamente en herejías que ellos mismos declaran formales y exhiben orondos los pecados ajenos de los que están exentos por su falta de vitalidad y su pobreza de sentimientos.
Resulta ser que la forma de encarar un problema de la vida tiene una sola solución que, ellos poseen con la certeza de un enunciado metafísico. “El ser es y el no ser no es”. Como corolario, se encuentran en posición de gobernar un buque, enseñar a cabalgar, dirigir un club de fútbol y por supuesto sancionar todos los errores que cometen los prójimos que por maniobras diabólicas (dan ellos certeros testimonios de las faltas y pecados del prójimo, que siempre las hay) han quedado desgraciadamente a cargo de una familia o de una institución que a ellos les correspondía. Por otra parte normalmente sus empresas son una serie de fracasos y sus mejores éxitos se muestran en el plano del sabotaje de las obras que otros , bien o mal, llevaron a cabo.
Los adagios populares dan acabada muestra de esto: el que sabe trabaja y el que no sabe enseña o es inspector; las tías solteronas dan consejos de cómo criar los niños; los que más festejan el día del padre son los divorciados; los que no supieron convencer a sus hijos guían a la juventud; los malos estudiantes son dirigentes políticos; los que hacen política son los que nunca hicieron nada; los que nunca jugaron son directores técnicos; etc.
No me caben dudas que aquellos célebres agnósticos terminan cayendo en las más ridículas y contradictorias certezas por el temor al vacío. “En qué creen los que no creen” es una frase que lleva a situaciones hilarantes (Hegel terminó creyendo en Napoleón y Rousseau por no creer en la Inmaculada Concepción de María, pasó a creer en la inmaculada concepción de todos los hombres). Evolucionismo, historicismo, progresismo, no son otra cosa que increíbles dogmas a los que niega la evidencia más palpable; se sostienen porque nacen del temor a la incertidumbre y a la duda; es decir a la humana condición, que en el fondo es de lo que todos los hombres huyen y que también es lo que lleva a los creyentes a concebir un mundo esquematizado a nuestra medida por un dios simplón en el que descargar su responsabilidad. En este bando lo peligroso es – y bien lo señalan los agnósticos inteligentes- que las “certezas” vienen con el sello de consagración de un Dios que les sirve a todos sus caprichos y en nombre del cual se cometen las injusticias más abyectas con los medios más ponzoñosos.
Fácilmente podemos recurrir a la división de las ciencias prácticas y las teóricas, donde habitan el mundo de las dudas y el mundo de las certezas; pero lejos de una cátedra, pretendo simplemente rescatar la experiencia de estos estados de la inteligencia para disipar los temores consignados. Es cierto que los que parten de la duda terminan en forzadas certezas lógicas o ideológicas, pero los que partimos de las certezas, solemos creer que con ellas hemos entendido la totalidad del problema humano. El miedo al vacío y el miedo a la incertidumbre nos hacen dar unas carambolas dignas de payasos y se suele convertir la Fe en una certeza material y como derivado, se posee un juicio acertórico sobre todas las cosas.
La condición humana puede participar de una manera análoga en algunas certezas divinas, pero la duda es parte de la aventura de la existencia. Un rasgo típicamente adolescente es querer estar seguro y los jóvenes siempre pretenden dar con la forma única de hacer las cosas. Esto está bien o está mal? Y… salvo un pequeño plano de la vida, nunca lo sabremos del todo.
Cuesta al creyente decir que en muchas amargas noches, dudamos aún de lo indudable y que nuestra Fe se convierte en un delgado hilo del que nos aferramos desesperados. Que más que creer, queremos creer. Pero esto resulta impensable para la mentalidad farisaica en la que al sentirse escogidos e iluminados por la misma deidad, no sólo se parte de una certeza sobrenatural indebidamente apropiada, sino que la traslada a todos los planos de la vida por entenderse ellos mismos una prolongación providencial de la misma deidad. Y entonces se establece como las mismas tablas de la Ley lo que corresponde al campo pielagoso de las cuestiones humanas. Se dirá sin dudas lqué se puede comer o no. Cómo deben vestirse y criarse los hijos. Cuál es el modo “hic et nunc” en que debe dirigirse el colegio o la actividad política. Y aún más, esta certeza se retroalimenta en el típico fariseo católico, cuando marcha sin dudas ha recibir la Hostia que confirma su autoridad, mientras el publicano teme y tiembla nunca seguro y siempre al borde del sacrilegio. Nuestra religión tiene este acto público que conlleva un máximo de responsabilidad y a la que sólo sirven las almas más simples; mientras la utilizan como bandera los hipócritas que han logrado acallar su conciencia y marchan llenos de gestos de compunción y autojustificación, y de la que huyen los pecadores trágicos casi convencidos de no merecer la gracia. En el fondo, ambos se ponen a administrar la gracia divina, unos por exceso y otros por defecto. Ambos se desencuentran con Dios, uno por verlo demasiado lejos y los otros por no guardar las distancias debidas.
Estos hombre con su carga de certezas irrumpen en todos los planos con la presunción de su iluminación, y así lo vemos interpretar la historia desde la mirada de Dios, designando cuáles hechos son queridos y guiados por Él, cuales obras están definidas por Dios y frente a las cuales todo atropello y villanía tiene justificación, llevando a Dios a coincidir con sus puestas y administrando la Inteligencia de lo alto a fin de fundar la obligatoriedad de sus precarias conclusiones. La gracia siempre les viene como merecimiento de sus vidas intachables y retuercen al máximo la gratuidad convencidos de salir airosos si se trata de ponerse en la balanza; y, sin duda alguna, practican sin reproches el deporte del tiro de la primera piedra, pero ya, y una vez denunciada la maniobra en el Evangelio, por intermedio de bufones, locos, adolescentes, mujercitas… o en forma anónima. Capaces de caminar erguidos hacia el altar convencidos que su odio es el odio de Dios.
Sus víctimas preferidas son aquellos que han hecho algo, a lo que se parasitan y penetran en un primer momento, adulando en la medida del rumbo de sus intereses y criterios y a los que sabotean de esa mala forma que es la infiltración y la fingida intimidad (entrismo) una vez que pierden protagonismo. Su cercanía fraudulenta les permitirá mañana invocar el conocimiento directo del mal del prójimo. Porque como todo mal necesita del bien para realizarse en su cercenamiento, una vez que ellos no pueden participar de un éxito para el que poco han hecho, se vuelcan en la crítica y en la denuncia del defecto, para lo que se constituyeron como testigos certeros debido a esa calculada y fingida cercanía. Luego podrán jactarse de la demolición de lo hecho como su verdadera obra de excelsa vigilancia. Llegando en esto aún a aceptar grandes pérdidas. Si quien hace, tiene tendencia a la avaricia – o por lo menos la acusación es plausible - son capaces de dejar a mano sus fondos para poder acusarlos de desfalco, y si es la lujuria – o si da el tipo para que lo crean- no trepidan en acercarle las caderas de sus hijas a riesgo de la mala fama (vean la película La Otra Bolena – con censuras- donde bravos católicos arrimaban sus mujeres al fauno inglés, probablemente convencidos de que Inglaterra bien valía un polvo). El fin supremo de castigar al que no responde a sus certezas divinas, al plan del cielo que encarnan, justifica los daños colaterales. El gran invento de Karl Schmidt: ser los providenciales “Katejones” de un proceso al que se han parasitado y del que ocultan haber provocado sus peores expresiones con la explotación de sus debilidades. Súcubos son sus demonios.
El hombre que acepta la vida en el claroscuro de su pequeñez suele tener un firme respeto por el que demuestra dones para la obra, buscando el último lugar si aquello no está a su altura a fin de no adjudicarse triunfos que no merece; buscando su propia culpa si participó de daños colaterales y aún más si los provocó; pero normalmente azorado de aquella capacidad extraña que volcó el Señor en algunos dechados. “No le pongas bozal al buey que ara” dice la Biblia, y San Pablo trae la cita expresamente en defensa de los presbíteros que suelen sufrir más que otros estas insidias.
El entrismo, como el espionaje, no sólo suele ser un medio ineficaz y aún contraproducente por aquello de que se entrega más de lo que se saca y se informa más de los que se obtiene; sino que principalmente es una vocación vil. Un hombre cabal no soporta el fingimiento de la amistad para provocar un mal o simplemente para llevar con engaños al prójimo a su interés egoísta o altruista. Aún cuando esté convencido que es un bien para el común. Su propia integridad se destruye. No me gusta Astiz, prefiero al cabal Giachino pateando la puerta del frente y una vez declarado a viva voz su clara y leal enemistad. Pero por sobre las preferencias - y para eso fueron traídos los artículos de Calderón Bouchet que anteceden - el hombre debe saber que las obras que en esta tierra hacemos, nunca sabemos para que servirán. En ellas reina la duda por buenas que parezcan y a ello debemos sumar la certeza que nos da la profecía de que tarde o temprano, todas esas obras serán capitalizadas en beneficio del maligno. Si no se ha producido ya, es bastante seguro que la catedral de San Pedro cobijará al inmundo. Por ello, lo importante de estas obras es “cómo” se han hecho y … sé que con rapidez me estarán insultando los enemigos por aquello de que lo que pone el juicio es el fin. Sí, pero veamos bien que los fines humanos que mueven la historia son sólo humanos, y ellos participan de nuestra condición inestable, siendo que en el cómo realizamos estos fines entra de lleno el fin sobrenatural que es el que realmente debe informar el “cómo” sin que le importe mucho el resultado buscado por el hombre y sin poner grandes esperanzas en ello.
Si hicimos una catedral para que siempre se de la Misa católica en ella, es probable que no lo logremos, y de hecho hay sobradas muestras. Si hacemos una orden religiosa, pasa lo mismo. Si fundamos un colegio no sabemos finalmente para qué o para quién ha de servir. Lo que sabemos de esas obras y lo que deberíamos contemplar cuando las vemos, es esa multitud de personas que buscaron el cielo en su ejecución, aún con sus desfallecimientos, errores y pecados. La pirámide de Keops es una imbecilidad monstruosa que habla de la tiranía, la crueldad y la esclavitud; pero la catedral de Chartres puede ser reducida a polvo sin que eso haga mella alguna al infinito valor que significan esas generaciones de franceses buscando el cielo al poner cada piedra. El fin humano, necesariamente NO se encadena al fin sobrenatural como paso previo; siempre es una chapuza que termina de la manera más impensable (“en histoguia mañana puede llover miergda”, decía el buen Alberto). Si el político cree que realizará una obra civilizadora con los medios que solicita el tiempo histórico – porque con otros no puede - que llevará al final los hombres al cielo, pues está completamente loco. Si es muy efectivo, logrará esa civilización pensada; pero que eso sirva o no a la salvación de los demás, es algo que está fuera de su poder. Constantino hizo al mundo romano cristiano, pero a los cinco minutos lo hizo arriano y él mismo murió arriano. A la edad media le siguió la moderna, y toda la cultura occidental nos trae a lo de hoy. El verdadero cristiano desconfía de los fines, duda y tiembla por ellos. Sabe que el tiempo se mide en eternidad y en actualidad. El verdadero cruzado intuía que esa epopeya podía terminar muy mal como en efecto terminó por los errores, egoísmos y crímenes cometidos; su problema no era ese, es que él debía tratar de conquistar el cielo en medio de esa intrincada madeja de rencillas humanas a las que había que sortear con más trabajo y peligro que a las saetas sarracenas; como el pobre Raimundo de Saint- Gilles - inconstante como pocos en la empresa - que perdiendo todo el fruto de su labor y desechando un Reino que lo esperaba como héroe en Francia, se quedó en Siria para morir como cruzado; “a ejemplo de Cristo que no descendió de la Cruz”.
Proponer nuestros fines humanos como escalones para subir al cielo es el colmo de la bobera. Pasando por el hecho de lo diminuto de nuestras mejores miras, por el millón de obstáculos que nos pondremos nosotros mismos y los dos millones más que nos pondrán los otros. Siguiendo que la misma empresa tomará un rumbo azaroso que nos moverá como barquitos en una tormenta. Siempre la empresa humana son esos dados que César tira a la suerte, con la diferencia cristiana de que en buenas, malas y de las otras, el hombre de Dios sabe que lo que vale es cómo se portó en ellas.
Volviendo a los tontos remachados, estos creen que sus obras son el cumplimiento de los designios divinos y que por ello están habilitados para todas las vilezas. La conquista de América fue una gran gesta en la medida que sus hombres la entendieron como la entiende Anzoátegui al hablar de Don Pedro de Mendoza - como purgatorio de sus pecados - pero no se nos oculte que América terminó en una chapuza vergonzosa. Es lo que hacemos los hombres y como paradoja, en medio de estas chapuzas nos jugamos la suerte eterna. Ninguna de ellas vale el odio, el engaño, la mentira, la cuchillada anónima, el doblez, la astucia fraudulenta.
Me despido con un último ejemplo cercano de estupidez criminal. Vean en este blog un comentario a “Rasputín Dixit” que firma un anónimo que se autotitula gustoso AGOSTO CAPILLA. No sería digno de tratar lo que expresa porque es normal que un tipejo de su estofa no haya podido salir del lenguaje unívoco, y por tanto cuando yo digo que “los Falsos Profetas, son falsos, pero profetas”, el marrano grita de alegría porque me encuentra una contradicción y grita mi error como si fuera un gol que hubiera pateado él. Su inteligencia se ilumina de emoción… “!te pesqué¡” ... La frase por desgracia no es mía, es de Calderón Bouchet en la pag. 104 (primer párrafo) del libro Esperanza Historia y Utopía – textual- autor que seguramente el hombrecito dice frecuentar con grandes elogios. Pero no es esto lo que quiero resaltar, ya que es normal que le falten generaciones para llegar a las metáforas, las paradojas y analogías; lo más hediondo es el nombre que se pone: AGOSTO CAPILLA. Les explico: en Mendoza, en Agosto, hay cambios de curas. Como suele ser en estos casos, a la gente de bien les duele despedir un cura que durante años se ha prodigado en obras humanas y celestes, de las cuales sin duda el alegre anónimo debe haber sido beneficiario de no pocas; y con caridad y conciencia de la propia condición uno está dispuesto a olvidar lo que haya habido de error.
No habla de aquello que piensa emprender para enmendar lo que cree fue mal hecho, sólo quiere adjudicarse el daño, siendo que hasta eso le queda grande cuando es evidente que su perversa bufonería demuestra la inhabilidad para un mal seriamente llevado. Pero la fecha representa su triunfo de resentido. ¡Por fin he jodido a alguien! ¡Y alguien importante! Ha dado por fin su bofetada y golpeado con su caña - ; al fin de cuentas, ¡es su única forma de participar en obra! Calculo que comulgará sacando pecho el próximo domingo.
Tuvo otro éxito y debe hacerle bien saberlo. Me contristó. Y profundamente. Me recordó una fecha para mi triste. Fue como una puñalada en el riñón ver esas letras, sentir su endemoniada alegría; puñalada que me dejó sin aliento por varios días e imposibilitado de ver a Cristo a la cara en la Hostia. Quise golpear el aire y limpiar sus pies con mis lágrimas, mostrar mis pecados para resaltar la inocencia. Quise cortar orejas y gritar como un animal herido por las heladas quebradas. Y él lo sabía. Agosto es un mal mes. Un mal mes para la querida Capilla. Me consuelo con recordar que el salario cristiano es la ingratitud y la calumnia, y que vendrá setiembre, y que yo pude amar y conocer a un hombre extraordinario.
DARDO JUAN CALDERÓN