Parece que Casandra, que estaba más buena que un asado en obra, atrajo los deseos de Apolo, y este viejo acosador le pidió favores a cambio de darle el don de ver lo porvenir.
Casandra agarró viaje y, una vez obtenido el don, rompió su palabra y no entregó… lo que tenía que entregar. Apolo que era un dios, no pudo retirar lo dado, pero en el colmo de su rabia, le escupió la boca engañadora y con esto le clavó la maldición de que aún cuando tuviera el don, nadie le iba a creer sus augurios. De tal manera que Casandra se la pasó viendo las desgracias que se iban a producir, pero por más que las avisaba, nadie se las creía. Así pasó que le avisó a Paris que no se entusiasme tanto con Helena, que iba a traer la guerra, pero nada… y que no reciban el Caballo de Madera que le regalaban los griegos, y como si tal… Con lo que el don se convirtió en angustia indecible. Claro que Casandra no conocía el rivotril, por el cual uno ve a los otros marchar a la desgracia, pero te importa un carajo.
Este asunto, que como todo mito encierra una enorme verdad, se repite a cada rato durante toda la historia. Los mismos profetas siempre fueron unas Casandras que, por más que le avisaran a los suyos lo que iba a pasar, los muy cimarrones no le daban ni cuarto de bola y las más de las veces, los molían a palos por bichos de mal agüero.
Todo aquel que sea padre de una piara de niños, sabe que esto es el pan de cada día, y calculo que los sacerdotes pasan por las mismas penurias con sus fieles. Con lo que tenemos que lo que uno sabe, se le termina atragantando como un vómito de furia que sólo espera su descargo en el deseo irrefrenable de que una vez que pasen las cosas, y se jodan bien jodidos, uno pueda decirles ¡te lo dije pelandrum!. Pero ni así. Porque los mal paridos prefieren joderse mil veces antes que dar el brazo a torcer, e inventan mil y una razones para no darte la derecha, cuando no recurren al viejo y freudiano argumento de echarte la culpa de lo sucedido. Calculo que el mismo mandinga que se jodió bien jodido, sigue renegando en su obstinación y de lo nuestro en este mundo perro, la culpa la tienen nuestros viejos o el mismo Dios, que al final es lo mismo.
La cuestión es que todas las autoridades de la historia, que son autoridades porque saben lo que va a pasar cuando te empiezas a meter en güevadas, se hincharon las pelotas de ser el agorero de la desgracia, y rivotriles químicos o ideológicos de por medio, dejaron de dar avisos malditos y se compraron una sonrisa Kolinos, para desde la poltrona –que bien puede ser la silla de Pedro- mirar como se van todos a la mierda pero contentos y agradecidos en que ya no jodas.
¿Querés hacerte puto? ¡Pero como no, mijito! Ya verás vos y tu traste lo que les espera, pero esta inmensa tarea de ser el cuidaculos universal, cuando todos están convencidos que la felicidad viene de los bajos, resulta ímproba.
Pero volvamos a Casandra. Su maldición no existiría si hubiera cumplido su palabra. Es decir, que esta maldición que pesa sobre todos nosotros, cada uno en su plano, no sería tal si hubiéramos cumplido nuestra palabra con el Dios. Hay una falta de nuestra parte que conlleva la maldición. Los padres que sufrimos con los hijos este descreimiento y esta desconfianza, buscamos en qué le hemos fallado a esos mendigos ingratos, mimados e insaciables, y lo cierto es que dan ganas de darles un palo.
El problema no es con ellos, el problema es con Dios. Y lo mismo cada autoridad de este mundo y aún los que tienen autoridad del otro, que una vez visto sus esfuerzos dilapidados, sólo les queda enojarse con la ingratitud de los súbditos, empleados, fieles o lo que corno sean, con los cuales la ecuación siempre les da a favor con creces, y sin embargo los muy cabrones ahí están, paraditos en la puerta como acreedores mirando con desconfianza y altanería. ¿Olerán los muy malditos que estamos en falta con Dios? ¿son tan sabios? ¿O simplemente es una maldición la que los hace sordos ante los avisos evidentes para su beneficio?.
Todos nuestros dones y nuestros bienes se hacen males para nuestra desesperación, si hemos provocado que Dios nos escupa la boca. Nos queda como Adán, hacer silencio ante la maldad hasta que venga Aquel que puede reparar en un acto de obediencia esta distorsión entre acreedores y deudores. Porque al final, el asunto no se trata de cómo acomodar nuestra relación con los hombres, sobre la que daremos mil vueltas y revueltas y nada conseguiremos. Sino que se trata de cómo acomodar nuestra relación con Dios. El drama de Cristo no fue un asunto de un Dios que quiso arreglar su situación con los hombres, fue el de un Hombre que pudo arreglar la situación con Dios, sino, no se hubiera necesitado la Encarnación.
Este es el secreto de toda acción política, ver cómo arreglamos con Dios y no como arreglamos la casa de los hombres, a los que, como a los hijos, hay que darles mucho menos bola de la que nos están vendiendo, ya que, por esta vía, sólo nos queda aceptar sordos, ciegos e impotentes sus caprichos hasta que todo estalle en el desastre. Y digo bien, acción política, no clerical: de los padres, de los jefes de empresa y de los gobernantes.
Y si con esto recibo una vez más la acusación de desinterés por las cosas del mundo, o de sobrenaturalista, me pasa por Casandra y se pueden ir todos a la misma mierda.