Hace poco me dijeron que una falla en la fe, en algún pequeño punto, no invalida ni hace hereje al creyente, y luego, un caro amigo, a la salida de Misa me dijo, más o menos, que se me estaba saliendo la cadena (no como crítica, sino como defecto compartido) y entonces me puse a pensar que este asunto de la fe en ese montón de historias que le fueran reveladas al cristiano para que creyera, que hoy casi nadie piensa que no son un mito, contienen en su propuesta una maldición de la que quiero huir a cada momento.
A ver si aclaramos. Tener fe significa que no sabemos. No se tiene fe de que existe Cristina ni el obelisco. Están ahí para verlos y tocarlos (paso con Cristina en lo segundo), y uno no “sabe” que Cristo es Dios. Uno cree en el testimonio del Cristo Hombre, sobre este misterio de que es un Dios encarnado. Y así con todo lo demás. Y esa fe comienza a meterse dentro nuestro y hay momentos que se hace de una evidencia palmaria. Pero en otros… no tanto. Y si me dicen que la Iglesia es indefectible, creo, pero muy delgadito, y hay momentos en que más quiero creer que creo, y así en otras cosas que son dogma. Y cuando estoy solo, yo y mi alma, se me suele hacer un hueco en el corazón y una angustia comienza a invadirme, pero, si viene uno de mis hijos ( o mis nietos) y me pregunta sobre los contenidos del catecismo, toda duda se me disipa, y con completa seguridad expreso los contenidos de la fe sin que se me mueva un pelo y de pronto mi corazón es sólido y palpitante.
No hace mucho en el seminario de La Reja, tras una hermosa liturgia, se me ocurrió decir ¡qué linda es mi religión! . Y sin duda era la alegría de compartir esa fe con tantos otros, tan amados, en forma tan clara y expresa, rezada y cantada. Pero el silencio del cuarto (o del baño en el caso de familias numerosas) me devuelve a la duda y a la angustia. ¡Muéstrate Señor, que no te veo! Muéstrame tú Iglesia que no la encuentro.
El asunto es que la fe, sólo adquiere su espesor, o mejor, su peso específico, cuando se expresa. Y luego en el silencio, se hace finita como hilo, dispersa como una bruma. La fe es fe cuando se dice, cuando se canta, cuando se enseña, cuando se testimonia. Y si no, se adelgaza y se muere de anorexia. Resulta que en silencio sólo me quedan las ganas de creer, pero si grito y me escucho, me creo sin lugar a dudas. Y esta es la maldición.
La fe es un don que tiene una maldición. Si me la callo, se me empacha; me intoxica de tristeza. Se me llena de dudas, y finalmente se me muere. Si digo cincuenta veces “bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”… renace y todo se disipa. Si rezo el credo en voz alta junto con otros cientos, me parece la cosa más lógica del mundo. Cuando converso de Dios con mis amigos, tengo una fe contagiosa; cuando escribo para ellos, vuelo como una flecha. Y cuando barrunto, ¡cataplún! De nuevo por el polvo.
Dios nos da la fe para que la expresemos y nos la quita cuando callamos. Y este fenómeno extraño, de algo que sólo es mío cuando lo comparto y que es ajeno cuando lo escatimo, es lo que nos viene pasando a los católicos desde hace un rato. El mundo nos hace callar para no entrar en problemas, y se nos termina muriendo. Se va cayendo a pedazos. Se van cayendo los pedazos que vamos silenciando.
Cuando un profesor se ve necesitado por su audiencia laica, de ocultar o de posponer el testimonio de la fe; cuando lo hace un funcionario ante sus dependientes, un empresario ante sus obreros, o un cura frente a la audiencia, o los mismos padres ante los amigos o novios de sus hijos, la fe se le ahoga en las entrañas y se le comienza a transformar en un veneno.
En nuestra fe hay partes que resultan un poco más “correctamente políticas”, por ejemplo “el Señor sea con vosotros”, “amén… amén”, pero otras que no tanto… “recemos por los pérfidos judíos”… ¡glup! … no resulta una frase muy feliz en estos momentos. Hagamos un poco de silencio, callemos estas partes. Y entonces quedan dos posibilidades; o se termina cayendo toda la fe y simplemente cultivo un mito socialmente beneficioso; o algunas partes quedan vivas y ese resto que callamos se comienza a tumorar. Se hace una pelota funesta en el alma que nos empieza a angustiar. Y ahí es cuando decimos, al revés que aquella vuelta en el seminario… “¡qué perno es esta religión!”.
El Concilio Vaticano II no es mucho más que esto. ¿Cómo hablamos de nuestra fe sin chocar? El modernista perdió la fe y se puso a trabajar sobre los “significados positivos del mito”, pero el “línea media” (en la que estamos incluidos todos en varios aspectos) , pasó a tener un poco de felicidad, y un poco de angustia. Una fe que libera, junto a una fe que intoxica. Una fe que nos llena de alegría, pero que por momentos se nos atraganta. Esos sectores que callamos y que nos indigestan. E inauguramos el creyente con cara de c…, el creyente bilioso, siempre medio atormentado.
Indudablemente no es este un consejito para que apliquemos en nuestros emprendimientos (económicos, políticos, etc), para los cuales, ya en estos momentos, lo conveniente es no tener fe. Sino que este es un consejo para vivir una fe sana, para acercarse al “Dios que alegra mi juventud”. Es como decíamos antes, un sistema de autoayuda. Vieron que ahora está de moda expresar sin tapujos las preferencias y de esa manera que no se ahoguen los secretos en un estómago ácido. ¡¿Soy marica… y qué?! . No hay nada peor (como dice el sabio Capusotto) que un puto negador.
Recomiendo una fe desfachatada… o ninguna. Por ejemplo… “Pedazo de estúpida; ponete la mantilla, no ves que estás molestando a tu ángel de la guardia”… o… “obtuso remachado, dejate de decir güevadas sociológicas sobre la restauración y la revolución… ¿no ves que es Cristo al que están crucificando?” o … “oigan… demócratas, republicanos, modernistas, timoratos, bujarrones y estafadores… no ven que es Satanás el que los inspira?... o… “no nena, no es tu pareja, se llama fornicación y es divertido, pero no me pasen gato por liebre” y finalmente ... “¿pueden ser tan boludos (ver dicc. de la RAE) de aguantar una conversación en la que me tengo que tragar la mitad de las verdades, para ver si saco una ventajita?”.
Es un hermoso ejercicio. Te trae un montón de enemistades, pero ayuda mucho a la digestión.