Diario de un disidente

Enviado por Esteban Falcionelli en Sáb, 12/04/2008 - 12:05am
Entro al aula del subsuelo, aunque en realidad ese es el Sótano.
Un hombre con el aspecto que Multitud asocia al oficio de Sabio (libro de Nietzsche sobre el escritorio, algún teólogo liberacionista fashion de “apuntador”, mirada sobradora, agua “Tales des-oxidante”, voz pausada, reflexiva, como si cada vez que enunciara algo, el mundo debiera prepararse a recibir una nueva dosis de astucia e ingenio de grandeza)….
...esa es la impresión que me causo el profe de “Filosofía de la religión”, quien a gusto se sentía en ese Sótano asfixiante, lindero a las “calderas” de la promiscuidad ideológica y a la grosería cómica del Instituto.
Irrumpí en el aula y aullé esperanzado: ¿Religión?.
-¡Filosofía de la religión!, contesto estremecido ante tal desafío.
Me miro de reojo, como si yo fuera el portador de una superstición popular, me pregunto mi nombre, y lo repitió lentamente, saboreándolo letra a letra: “Cheee-sss-terrr”, mientras una macabra sonrisa de hiena carroñera se le escabullía de la expresión. Él me haría pagar por todas aquellos “balbuceos de principiantes” que se atreven a hablar de “Alma” y no cesan en su empeño de causar daño a la antropo-logización de la Teología.
Cita el parágrafo 61, de “Más allá del bien y del mal” de N.
“El filosofo, tal como lo entendemos nosotros, espíritus libres, como el hombre que asume la responsabilidad más amplia, el que se siente responsable de la evolución global de la humanidad, ese filosofo podrá servirse de las religiones para su obra de selección y de educación…”. “…la religión es un medio más de vencer las resistencias y llegar a dominarlas; es un lazo que une a los señores y a los súbditos, que revela y entrega a los primeros las conciencias de los otros…”.
Según N., los filósofos deberían dirigir a la religión. ¿Por qué carajo? Eso no lo dice N.
Hay muchas cuestiones que “no se dicen” y nuestra civilización las asume como sobre-entendidas en un contorno dorado de modestas pretensiones.
Digamos, las almas en desgracia se suman al cataclismo de la “Filosofía de la Historia”, lo cual implica avalar una “metafísica racionalista” hegeliana, que niega la libertad y la contingencia, las cuales, para aquellos alejados de la barbarie, solo son concebibles como probabilidades y conjeturas. Los acontecimientos no se encadenan necesariamente, ni en el futuro (algún hegelio-bestia ya postulará una “Filosofía del porvenir”) ni en el pasado…
….como en aquel Tiempo en que todos los acontecimientos previos “parecieron” estar preparando la salvajada de la “Revolución francesa”. Dicen que es un resultado “lógico” y así lo justifican con cantidad de hechos los “filósofos historietistas”.
Pero la Re-bolu-ción no es necesaria, sino contingente, puesto que Luis XVI, si hubiese tenido formación militar, habría irrumpido en medio de los inmundos Jacobinos con unas decenas de Mosqueteros -Honra de los Caballeros de la dulce Francia-, al grito de: “¡Viva la Religión Católica, Viva el Rey!”; y quizás “hubiesen muerto unos 50 y el resto habría huido despavorido” (Napoleón).
Pero hay buenos auspicios, y se presenta a Kart Rahner, como un “Teólogo católico” que encauzara a los disidentes.
Aunque no es muy de “Católico” reducir la teología a la antropología, es decir a la sociología de la religión, tampoco es manifestar una posición heideggeriana reducible al existencialismo zurdo de Sartre y demás carroña.
Además, pretender hacer una síntesis con H., implica ir al fondo de su filosofía, es decir, tender un puente sobre sus bases kantianas y las del “gran villano de Occidente”: Hegel. Algo incompatible con la filosofía cristiana.
Al escuchar la obtusa pesadez de la barbarie, pensé en René y su “geniecillo maligno todopoderoso”, que se la pasaba engañándolo para hacerlo dudar, la duda como método.
Quizás, nuestra civilización no podía haber caído tan bajo, y ese comediógrafo maligno, me estaba haciendo pasar solo un mal rato entre homicidas metafísicos.
Medité sobre aquello de “geniecillo todopoderoso”, lo cual implica que es Infinito, y si es así, necesariamente tiene que ser Bueno, puesto que concebimos al mal en relación al Bien.
Por un momento hubiese deseado que la contradicción cartesiana fuese menos evidente.