Dice nuestro autor que …”el término cábala no significa únicamente una doctrina tradicional heterodoxa y puede emplearse como un sinónimo de tradición en sentido auténtico.
En esta acepción la tomamos ahora para señalar algunas referencias numéricas de la Biblia que reclaman nuestra atención y arrojan alguna luz sobre el conocimiento del tiempo histórico”.
Y, si bien “no podemos afirmar taxativamente y sin reclamos que el cristianismo sea una doctrina revelada y la Biblia un libro clave para comprender los designios de Dios en la Historia. Pero sí podemos concluir con absoluta certeza, que si la Palabra de Dios está en la enseñanza de la Tradición eclesiástica y en la Biblia, la historia es historia sagrada, y el sentido del tiempo en el hombre sólo se puede comprender si se atiende a esa doctrina.”
“San Agustín llamó la atención sobre nuestra falta de inteligencia en lo que respecta a los números usados en las Escrituras y cómo ese desconocimiento impedía comprender muchos pasajes figurados y místicos de la Biblia, añadía esta frase cuyo sentido auténtico no es difícil de penetrar: ES EN SIETE DIAS QUE SE CUENTA TODA ESPECIE DE TIEMPO.”
Nos trae la letra del salmo 89 (90) : “Porque mil años son a tus ojos como un día, como ayer cuando pasó” y nos cita la Epístola segunda de San Pedro: “… delante de Dios un día es como mil años y mil años son un día…” y anuncia la llegada del Día del Señor, que vendrá como un ladrón.
Nos pide detenernos en este número siete y sin “pretensiones extrañas” sacar algunas conclusiones. “Siete son los días en que Yahvé completó la creación del universo… Casi seis días de mil años cada uno han transcurrido desde el comienzo del ciclo bíblico y se anuncia la proximidad de un sábado que todos los profetas, falsos o verdaderos, anticipan como el comienzo de una nueva época.” “Estos siete mil años de historia están prefigurados a su vez por la Semana Santa, con sus cuatro días previos a la crucifixión de Cristo sobre el Gólgota, la muerte ignominiosa y la resurrección gloriosa en el amanecer del octavo día. El día sexto corresponde al de la “muerte de Dios” y si mis cómputos no andan mal cae justamente en el tiempo que estamos viviendo y al que Hegel primero y luego Nietzsche. Llamaron el Viernes Santo de la Cristiandad”. Esto se escribió en el siglo pasado y en el milenio pasado, es decir que hemos entrado al Sábado y Cristo yace en el Sepulcro.
Pero sigamos, nos recuerda un poco a San Agustín y su visión de la vida y de la historia. Cabe resaltar primero que es San Agustín quien escribe una Teología de la Historia y que esta obra moldea al hombre Cristiano del primer milenio y de todos los tiempos. Es una obra de alguna manera definitiva, no hay otra que la contradiga, y resulta insuperada e insuperable. En el tratamiento del tema no vemos a RCB recurrir a otra obra hasta que el tema renace con otros bríos en el iluminismo. Es la concepción cristiana de la historia.
Las conclusiones perennes podemos condensarlas en estos aciertos que señala y que condensa con sus palabras: “Fuera de ser una preparación al gran acontecimiento esjatológico, el tiempo no tiene sentido, porque en él reina la caducidad y la muerte.” “San Agustín colocó su enseñanza en un nivel decididamente transfilosófico. Porque el objeto de la sabiduría, conocimiento y amor, está fuera de los límites de nuestra existencia natural” “ La fe es la adhesión de la razón al testimonio sobrenaturalmente revelado y al mismo tiempo, un humilde abandono a la gracia”.
Ahora vamos a la frase que queremos destacar especialmente y dejar en la memoria del lector: “ Porque la verdadera historia, es la del “ Cuerpo Místico de Cristo” en su peregrinación terrestre hasta el fin delos tiempos, cuando vuelva Cristo y lleve sus elegidos hasta el Reino de Dios”. San Agustín habla de aquellas dos ciudades que se incoan en la tierra y luchan entre ellas mezclándose en el tiempo. La ciudad de Dios formada por los que viven según la Fe y la ciudad terrena, constituida por los que viven según la astucia de este mundo.
Y agucemos nuestra percepción para esta frase : “ La naturaleza corrompida por el pecado, engendra a los ciudadanos de la ciudad terrena. LA GRACIA QUE LIBERA DEL PECADO A LOS DE LA CIUDAD DIVINA”. Ríos de tinta correrán sobre esta frase, algunos denunciando un maniqueísmo latente en el santo y otros señalando que la perspectiva de Agustín, lejos de constituir un tratado filosófico – teológico sobre la relación de la naturaleza y la gracia que desarrollará Santo Tomás más adelante, se trata de una visión histórica donde la naturaleza caída del hombre pugna contra el hombre asistido por la gracia. Los buenos autores, como el que nos ocupa, no caen en la trampa de las supuestas contradicciones entre ambos santos, y salvando la distancia y los instrumentos nocionales con que cada uno ha contado según la época, saben apreciar la vigencia que para el estudio de la historia tienen las reflexiones de Agustín.
“No podemos- dice RCB- olvidar el carácter polémico de la obra de Agustín. No fue un teólogo en la serenidad contemplativa del monasterio. Era un Obispo comprometido con su diócesis … Su reacción no tiene la objetividad académica de un filósofo que pesa razones, sino la de un guía espiritual que ataca sofismas y detiene amenazas.”
“La historia, para San Agustín, no es la de los grandes imperios usados por Dios como instrumentos de su Providencia, es la historia sagrada… ¿qué son Egipto, Asiria, Caldea, Babilonia, Persia, Grecia, y Roma misma, comparada con la trayectoria de ese pequeño pueblo elegido por Dios para que en él naciera el Redentor del Mundo? Prácticamente nada y en los jalones de su boceto universal ni siquiera figuran: de Adán al diluvio, de Noé a Abraham, de Abraham a David, de David al exilio, del exilio a Cristo y de Cristo hasta el fin de los tiempos. Seis épocas se repiten en el prisma del tiempo. Los seis días de la creación del mundo.” “Agustín no le interesó en ese momento, como tampoco se detuvo a hacer un examen de la cultura griega, a la que tanto debió en su propia formación”.
Y veamos el acierto no sólo teológico del Santo, sino también histórico en el pleno sentido de la palabra: “Pese a la poca importancia concedida a la historia de los sucesivos imperios, no estuvo tan equivocado como cierta crítica a lo Voltaire hace sospechar. Al fin de cuentas, ¿quién, fuera de los arqueólogos y los historiadores profesionales, se ocupa hoy de los asirios, de los babilonios o de los persas?. En cambio los personajes de Agustín están todavía en pié: israelitas, cristianos y un poco confusamente designados en la “ciudad terrena”, todos los que combaten por edificar la sociedad futura de espaldas a la revelación cristiana”.
Para quienes hemos recorrido la obra de RCB, notamos de manera impresionante en ella el método agustiniano. En la formación de la Ciudad Cristiana veremos a Pablo, veremos a Atanasio, a Ambrosio, y Agustín en el eje de su consideración, opacando a emperadores y reyes y hasta papas. Resulta llamativo que para esta nueva reflexión de la que hemos hablado más arriba, sobre el parecido de nuestra época con las invasiones bárbaras sobre el Imperio Romano y su proceso de conversión, no podamos sacar de su obra una fórmula política ejemplar y por el contrario, sean las Gracias Actuales que otorga la nominación al Obispado la levadura que levanta la masa en cada una de esas ciudades donde estos hombres gigantescos modelaron desde sus sedes al hombre, al ciudadano y al poder civil. Retomaremos más adelante esta reflexión para ver que la “reconstrucción” de la Cristiandad por la España Católica de la Gran Isabel, recurre a la misma fórmula y logra un éxito inédito, quedando para nosotros una lección aprendida, no son sistemas políticos los que traerán una solución al hombre, sino el recurso a esas gracias potenciales que Dios dispensa desde las jerarquías de su Iglesia y en la medida de que esas gracias puedan ser actualizadas por los hombres que la providencia ha designado como custodios de las Ciudades.
Como se nos a señalado en ocasiones a los que adherimos a un catolicismo tradicional, ocurre en Agustín una parecida acusación “… no es difícil hallar en San Agustín textos para probar su indiferentismo político y por lo tanto, respecto de eso que hoy llamamos la justa esperanza en la constitución de un orden social más perfecto. Su preocupación fundamentalmente teológica no le permitió descansar en una ilusión de esta estirpe, porque todo “cuanto se refiere a esta vida de los mortales, que pasa y termina en un corto lapso, no es muy importante el dominio bajo el cual vive el hombre moribundo, si los que la gobiernan no le fuerzan a la impiedad y la iniquidad”.
Trae el autor una cita de Lowith: “Todas nuestras lucubraciones acerca del progreso, de la crisis y del orden mundial le hubieran parecido pueriles, porque desde el punto de vista cristiano, no existe más que un progreso: aquel dirigido a una más marcada distinción entre la Fe y la falta de ella, entre Cristo y el Anticristo. Sólo hay dos crisis reales de importancia: Edén y Calvario, y únicamente un orden en el mundo: LA DISPENSACIÓN DIVINA, mientras que el orden de los imperios es, como decía Agustín, un desenfreno en una variedad infinita de torpes placeres”. Y seguidamente agrega nuestro autor: “ Estas afirmaciones pueden parecer hoy pasablemente obsoletas porque el mundo de Agustín, como el cristianismo mismo, han dejado de tener vigencia y emerge una concepción del universo que parece la caricatura en clave temporal, de la fe, la esperanza y la caridad cristianas. ¿No será esto lo que Agustín entendía como el Reino del Anticristo? A la historia le toca responder y a nosotros seguir paso a paso el proceso que lleva desde el mesianismo cristiano al marxista, pasando rápidamente por las distintas fases de esta secularización decisiva”.
Hemos distraído un poco la consideración de la cábala y la profecía, para tratar de comparar los tiempos y sacar de la historia el ejemplo. El parecido de aquellos primeros tiempos de la cristiandad con los presentes, no sólo es nuestro ni primordialmente nuestro, hasta una famosa película canadiense lleva por título Las Invasiones Bárbaras. Pero lo más llamativo del caso es que aún en medio católicos la reflexión se pierde en los vericuetos de la historia “técnica” para analizar los sucesos, y de loca manera apartan a Agustín como el modelo perfecto del logro civilizador y de la conversión del mundo, normalmente amparados en prejuicios “filosóficos” que un intencionado y cultivado malentendido, pretendidamente tomista, ha apartado al Santo de nuestra atención.
Volvamos a la profecía, y en ella la más clara y decisiva que es la de Daniel, no sin antes aclarar el tema de la cronología. Nos recuerda RCB que resulta un escándalo hablar de una historia de seis mil años desde Adán a nuestros días. Sin embargo, y junto a Raoul Auclair, concluye que nuestra historia, efectivamente no tiene más de seis mil años. Dice Auclair: “ Más allá de esos sesenta siglos es la noche, la noche negra, abisal. Se puede extraer del suelo los instrumentos archiseculares de la industria del hombre, admirar en las paredes de las grutas el impulso de su genio, asombrarse de monumentos que parecen levantados por titanes. Ninguna de estas cosas sirve para aclarar el pasado anterior a nuestro propio pasado. Porque la historia es encadenamiento y allí no hay más que fragmentos, los restos dispersos de un mundo sepultado”.
La cronología bíblica, en el pensamiento de este autor, se ajustaría a señalar con aproximada adecuación el ciclo que hoy llamamos historia, para distinguirlo de ese tiempo desconocido al que significativamente llamamos pre-historia.
Analicemos de la mano de ambos autores la profecía de Daniel en lo que respecta al sueño de Nabucodonosor. Una gran estatua con cabeza de oro, pechos y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro y sus pies en parte de arcilla y de hierro. Una piedra cayó sobre estos pies, sin que mano alguna la hubiera tocado, y entonces todo se vino abajo, siendo todos iguales al polvo en verano. EL VIENTO LOS LLEVÓ SIN DEJAR TRAZOS. La piedra se convirtió en montaña que cubrió toda la tierra. Daniel explica la sucesión de reinos. Tu eres la cabeza de oro, y después viene uno inferior y enseguida otro que dominará toda la tierra. Habrá un cuarto reino que será duro como el hierro que aplasta todo, que quebrará los otros reinos. El de los pies, es un reino dividido, en parte fuerte y en parte frágil, “así como lo has visto al hierro mezclado con la arcilla de la terracota, se unirán en semilla de hombre, pero no podrán sostenerse juntos, porque el hierro no se mezcla con la terracota. En el tiempo de esos Reyes el dios del Cielo levantará un reino que nunca será destruido y ese reino no pasará a otro pueblo. Aplastará y aniquilará a todos esos reinos y el mismo subsistirá para siempre jamás.
Todos los intérpretes han visto ven la sucesión de imperios en número de cuatro y siendo el de hierro el Imperio romano, en cuyo tiempo aparece Cristo y funda la Iglesia. Esta última sería la montaña . Pero RCB junto a Auclair, observan dificultades en la interpretación. Ellos ven cinco reinos, siendo el último el de la mezcla de hierro y arcilla. “El tiempo de esos Reyes” que para ellos es nuestro tiempo. “Es a partir del reino o de los reinos divididos, mitad fuertes y mitad débiles, cuando aparece el reino definitivo. Este último no puede ser la Iglesia porque emerge como un bloque sin fisura sobre la caída del imperio histórico simbolizado por la estatua. La profecía es clara en lo referente a la desaparición sin rastros de los antiguos reinos”. Para nuestro autor “ esos reinos divididos del imposible quinto imperio son los reinos cristianos. El hierro significa el orden cesáreo, militar, de la ciudad terrena cuyo paradigma bíblico es Babilonia. La arcilla designa el espíritu del evangelio y con ella se edifica la Jerusalem celeste, el Reino de Dios para los elegidos de Yahvé. La mezcla imposible libra los pueblos cristianos a una permanente división interior, a una tensión de fuerzas contrarias en constante desequilibrio. “He aquí el tiempo de las naciones” escribe Auclair, “una forma externa que perdura y un fermento interior que provocará la ruina. Este fermento es el hombre nuevo que nace, gracias al sacrificio del Hijo del Hombre y que arruinará las estructuras de la vieja humanidad para que aparezca otro orden al final de los tiempos”.
Si ustedes pudieran alcanzar la inmensa claridad que arroja esta interpretación sobre el análisis de la historia, podrían escribir la obra de Calderón Bouchet que surge como un rayo de la misma y a la vez, entroncarla con la obra Agustiniana.
Agregaré algo de mi coleto para demostrar que la profecía del sueño de Nabucodonosor está referida a la segunda venida del Cristo y no a la primera. En el libro de Vittorio Messori “Hipótesis sobre Jesús” el autor se hace eco de la interpretación que la piedra se refiere al Mesías en su primera venida, y sin aviso previo, realiza una síntesis de todas las profecías mezcladas en el libro de Daniel. Él mismo resalta que el descubrimiento de los papiros de Qum Ram, puso en evidencia que los esenios habían tomado la cuenta de aquellas setenta semanas del capítulo 9, para establecer con precisión llamativa el tiempo de la llegada del Mesías. Lo que es cierto y bastante comprobable. Pero lo que no resulta perdonable es tomar la totalidad de las profecías del Libro con sentido mesiánico y mucho menos mezclarlas en una sola interpretación. Salta a la vista con la simple lectura que cada una de ellas implica una realidad diferente y los símbolos utilizados son diferentes. El mismo hecho de que en el capítulo 9, en otro contexto que el 2, y existiendo un lapso considerable de años entre uno y otro, se profetice con lujo de detalles la historia presente y futura de Israel, la venida del Cristo, la Pasión de Cristo, la destrucción de Jerusalem, la confirmación del pacto con “muchos” , la venida del “DESOLADOR” hasta que venga la “consumación”, es señal que en el capítulo 2 se está hablando de otra cosa.
Pero recurriendo a una buena traducción, podemos agregar párrafos al texto citado por el autor que arrojan mayores luces. Daniel le dice al Rey: “Estando tu en cama, te vinieron pensamientos por saber lo que estaba por venir”. Es decir, del porvenir en general. Luego al hablar del efecto de la piedra sobre los reinos dice “y se los llevó el viento sin que de ellos quedara resto alguno”. Sin duda es un efecto extra histórico, ya que en la historia permanecen hasta hoy los efectos de esos reinos. Más abajo dirá con respecto a los pies de hierro y barro: “ Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido (reconoce aquí un quinto reino) más habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. .. Así como viste el hierro mezclado con el barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas, pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro”.
En fin, podríamos estar muy divertidos con Daniel por mucho tiempo, pero volvamos a nuestro objetivo. Pareciera ser que de la profecía bíblica y de los falsos profetas, podemos concluir que la historia se encuentra en su último “día”. Día que para tranquilidad de las niñas, es de mil años y no quiero empañar esta seguridad con un análisis sobre la aceleración de los tiempos y con la profecía nuevo testamentaria que dice que si El no acortara los días, nadie se salvaría. Acordemos con un milenio acortado por la Misericordia Divina. Haciendo abuso de la seguridad cabalística, podemos entender que tampoco habrá otro “Reino” según la profecía de Daniel; la descomposición o Decadencia de la Ciudad Cristiana- siguiendo a nuestro autor- es nuestro último periplo en la historia.
De qué manera podemos decir, en este Sábado Santo que iniciamos, que Dios ha muerto. Sabemos que hablar de la muerte de Cristo es un Misterio que resulta imposible de entender, y sin embargo, con el Credo debemos asentar en nuestra Fe que padeció en tiempos de Poncio Pilatos, que murió y que resucitó. ¿Qué significa este morir? Lo dejo para los teólogos. Pero podemos hacer una breve reflexión de lo que fue para la historia. Qué pasaba en las mentes y los corazones de sus discípulos. La duda, el temor, el reinicio de una vida diferente camino de Emaús?. La espera. La petición del cuerpo. Los perfumes y la sábana, el Sepulcro. El desbande. Las mujeres. María.
Cómo puede repetirse en la historia este efecto?. Su Cuerpo Místico, como muerto, cesa de estar en presencia de los fieles, cesa el efecto de Su contacto que sostiene a los suyos. Y el efecto de ese Cuerpo Místico que El deja en la historia no es otro que la Gracia, que la Gracia prometida que se derrama desde los Sacramentos y Sacramentales que son la Sangre de la Iglesia y que se conjugan en el Sacramento por antonomasia que es el del Altar. La Eucaristía. Pero este Corazón Sacramental tiene sus arterias principales, los demás Sacramentos, y estos irradian la vida a todo el cuerpo por un infinito número de Sacramentales que iluminan nuestras vidas en todos sus aspectos. Los Sacramentales que implican la Gracia que derraman las Jerarquías eclesiásticas, los que deben poseer los Papas para regir el mundo, los Obispos para sus ciudades, los priores para sus parroquias, los Rectores de conventos para sus monjes, en fin, todo ese entramado de Gracias Sacramentales que no están garantizadas sí o sí, por el Sacramento, sino que dependen de nuestra Fe, de nuestra disposición. Los Sacramentales que se imprimen sobre los gobernantes, desde los principales hasta los más bajos, consagraciones que implican la efusión sobre ellos de gracias especiales para la gestión. Los Sacramentales que apoyan al hombre en sus oficios, en sus empresas, en sus proyectos. Los Sacramentales que ayudan al intelectual a no errar en sus reflexiones y en sus juicios. Todo eso se ha secado. Las partes del cuerpo que vivían de esta irrigación se han muerto. Un Corazón oculto late de manera imperceptible y por un milagro insondable. La promesa permanece en los siete Sacramentos, mientras haya Sacerdotes que reciban el Orden Sagrado, pero existe un problema, el llamado a la Vocación es propio del Obispo, cuyo cargo es un Sacramental, y se secan los seminarios. El Matrimonio permanece posible aún en la defección de todo el Sacerdocio en la medida que los contrayentes tengan la voluntad recta.
Quizá ahora se entienda de qué se trata esa muerte. De que el cuerpo social “desacralizado” ha dejado de recurrir a las fuerzas sacramentales y se hace impotente y da muerte en vez que vida. Que la vida de la Gracia desaparece de todos los sectores y que sólo se garantiza en aquellos elevados a la jerarquía de Sacramentos. El Sacerdocio y el matrimonio.
Que sin duda no olvidamos la recta doctrina y que el cuerpo social es necesario para la existencia de la sociedad más imperfecta que es la familia. Y de igual manera no se puede concebir el Sacerdocio sin la existencia de una jerarquía Eclesiástica. Pero de alguna misteriosa van a existir, esa es la promesa, y la Seguridad de la Promesa son los Sacramentos.
El Imperio Romano y la Horda Bárbara se convirtieron porque hubo Obispos que actualizaron sus Gracias especiales para el gobierno de sus Diócesis. Porque Constantino creyó en el sacramental de la Cruz ( a su extraña manera), porque Clodoveo creyó que la Consagración por el Papa implicaba el aditamento de fuerzas especiales para el Gobierno ( a su bárbara manera), porque cada cristiano creyó, con una firmeza que no podemos entender, que cuando ejecutaba el Sacramental de acción de gracias por el alimento recibido, Dios le iba a realizar la petición de “mantenerlo en su Santo Servicio”, y así se hizo. El mundo entero se secó porque no comprendió esta ventaja adicional, que resultaba imprescindible para no morir.
Y ahora entendemos a San Agustín al repasar todas las frases citadas y al repasar su tiempo, que pretendemos emular desde la miopía de nuestras propias elucubraciones políticas. Una política católica es la que cuenta con Dios a través de los sacramentales. Y el mismo Pilatos podría haber sido un justo gobernador con sólo pedirle a Cristo que ilumine su juicio. Una reconstrucción de la Civilización cristiana es la recomposición de ese entramado de sacramentales y como veremos más adelante, esa fue la Gesta de Isabel La Católica, único Príncipe de la Modernidad que entendió el sistema político en forma cabal. Desde Dios.
Pero ahora resta andar otro camino. Si esto que se dice es así, ¿qué debemos hacer en el plano político? El paradigma será el Hispanismo Católico que nació con aquella Trastámara que sólo una malicia imperdonable no ha subido a los altares, pero su concreción nos va acercando más a aquellos esenios que esperaban al Mesías bajo concretas instrucciones: “En este tiempo los hombres deberán alejarse de entre los corrompidos para retirarse al desierto, donde recibirán instrucción cuantos habrán de encontrarse listos y prontos aquellos días”.
Nota del autor: En el próximo capítulo nos preguntaremos si es posible una política que exceda el marco del círculo íntimo, repasando los últimos intentos y escuchando las razones de las mejores mentes de la postura que podemos llamar, Política por Caridad