Señor Director del Instituto, Señor Coordinador de Estudios, Señores Profesores, queridas familias y queridos ex alumnos:
hoy es un día alegre para ustedes, ya próximos a recibirse. Y es día triste para mí, pues yo también me despido. Pero créanme que esta tristeza pronto se disipará. Porque ¿acaso no constituye el mejor de los premios, para un profesor que se aleja, ser elegido para pronunciar este discurso? Alguna huella se dejó entonces, y no todo fue en vano.
Quiero en este momento evocar a mis maestros: el Padre Julio Meinvielle, el Dr. Alberto Falcionelli, el Dr. Guido Soaje Ramos y el Dr. Rafael Gambra: a ese gran Rector que fue Monseñor Octavio Derisi y a ese gran Decano que fue Santiago Estrada. Vaya el recuerdo emocionado de Carlos Sacheri, que ofreció su vida por la Buena Causa. Que su memoria luminosa nos sirva para no defeccionar.
Y ahora, una lista de agradecimientos, que no es corta. En primer término, a quienes me incorporaron a sus cátedras: a los Doctores Bernardino Montejano, Juan Manuel y José María Medrano, auténticos ejemplos de generosa entrega a la altísima tarea de transmitir la Verdad. Su amistad y su consejo son marcas que llevo impresas en el alma.
A mis directores, Francisco Arias Pelerano y Enrique Aguilar, por su leal respeto a la libertad académica, que en mi caso, posibilitó que los alumnos supieran que también existe un pensamiento político incorrecto en grado sumo. Espero que esa libertad se conserve siempre.
Al Dr. Ludovico Videla -otro ejemplo de universitario- por el apoyo brindado a mis investigaciones. A los profesores con los cuales forjé sólida amistad: el licencia do Víctor Tellería y el Licenciado Mauro Segret. Al Licenciado Marcelo Camusso, quien a pesar de los montones de papeles que inundan e inundarán su escritorio nunca dejó sin resolver el más mínimo problema. Que nunca pierda su imperturbable bonhomía.
A mis compañeros en la cátedra: el Dr. Guillermo Heisinger, las licenciadas Inés Franck y Agostina Da Cunha y el licenciado Santiago Lacase. A las que están siempre atentas y diligentes en la trinchera de la Secretaría: las dos Martas, Alicia, Guadalupe y Sonia. Al preceptor honorario Avelino, ese recio asturiano. Protector del buen estudiante y acicate del perezoso. ¿Cuántos millones de palabras habrán soportado su mostrador?
Y a mi familia, por su constante aliento y por las horas robadas. Que mis colegas del cuerpo docente encuentren en las suyas el mismo sostén que yo tuve.
Este cuerpo docente que después de tanto tiempo de voluntariado casi heroico, merece cuanto antes una paga que no suscite risa o lástima. Deben las autoridades tener presente quede otra forma, no se cumple con la justicia conmutativa. No sirve la consabida tarjetita de salutación anual. Los profesores son el núcleo vital de la Universidad. Pero tampoco alcanza con una remuneración acorde con la dignidad de su labor, sino importa que su voz y su voto cuenten en las decisiones que puedan afectarlos.
Al decir adiós a la casa que me albergó durante treinta y dos años, y con la única autoridad del largo servicio y la tranquilidad de con ciencia de haberlo prestado honradamente, en la medida de mis fuerzas, manifiesto mi preocupación por el cambio que podría sobrevenir en nuestra Universidad, cuya estructura tradicional sería sustituida por un modelo utilitario, donde los decanos fungirían como gerentes y la excelencia de los profesores calibrada antes que nada, por el número de sus publicaciones. Estaríamos entonces sometidos al imperio de la cuantofrenia, sobre cuyos peligros advertía el gran Sorokin.
La Universidad no es una empresa cuyo propósito es la eficiencia, sino una comunidad de vida donde maestros y alumnos buscan la Verdad, a través del estudio y de la investigación, que lleven a la inteligencia a cumplir con su último fin: la contemplación, el gozo del saber por el saber mismo. En definitiva, si una Universidad Católica no es la preparación terrenal para el encuentro personal con Jesucristo, no es nada. Es que toda concepción utilitaria implica un proceso de secularización que apunta a destruir las bases espirituales de los distintos saberes. Parece ocioso recordar aquí que ese proceso ha sido denunciado repetidas veces por los Sumos Pontífices. Sería una necedad mirar para el costado, como si nada pasara.
Y para ustedes, queridos chicos y chicas, van mis últimos consejos:
Que se les haga carne la importancia y la necesidad de la Política, en cuanto ciencia arquitectónica ordenada al Bien Común. No permitan que su posición venerable sea reducida a una mera técnica de adquisición y conservación del poder, a través de -permítanseme los neologismos- la opinología y la encuestología, terrenos de mercenarios inescrupulosos.
Rechacen con energía al inmanentismo de la filosofía moderna, cuya pretensión es reemplazar el reino de Dios por el reino del hombre, que deviene en el reino de la nada. No caigan en el pecado ideológico, porque la Ideología es la antítesis misma del pensar. Pongan atención en el lenguaje y no se dejen arrear por la manipulación de las palabras. Sepan discriminar. Perdón, quizás convenga una corrección para no escandalizar a algún débil por el uso de un verbo que ahora tiene mala reputación: sepan distinguir. Consideren quiénes emplean las palabras y para qué. Procuren quitarles la máscara de oveja. Cultiven la prudencia, que no es componer, transar, quedar bien con tirios y troyanos valiéndose de medias tintas. La prudencia no está de ninguna manera reñida con el coraje: bien por el contrario, hay ocasiones en que lo exige imperiosamente. No ahorren palabras fuertes: pueden significar la mejor corrección fraterna. Combatan a los malvados y cuídense de los tontos, porque son muchísimos y no cambian.
Manténganse unidos. Recen y luchen por la Iglesia y por la Patria. Pongan la Caridad en acto. Empleen la cabeza y tengan mucha pasión. Pidan a Dios, como nuestro Tomás pedía, "un corazón noble para que ningún bajo deseo lo esclavice: un corazón valeroso para que ninguna dificultad lo quebrante; un corazón libre, para que ningún poder lo fuerce y un corazón derecho para que ninguna mala intención lo pueda doblar".
Y que la Madre del Amor Hermoso los acompañe por el resto del camino.
* Prof. Augusto Padilla
* Discurso pronunciado el 14 de noviembre de 2005 en la despedida de los alumnos del Instituto de Ciencias Políticas, publicado en Revista "Cabildo", N° 55, abril de 2006.