Cuando crean que han callado, se viene lo mejor. Resulta ser que los dos contendientes que me han surgido, de fina especulación, resultan por mucho ser más abogados que filósofos y van haciendo de su derrota una victoria -lo que era soportable- pero más aún, le da ahora por burlarse con incómoda jactancia. Palos entonces.
Con la peor de las malas leches acompañé la cita de Widow, ya que frente a ella retrocederían los perros, pero la cita era lo suficientemente ligera para lograr la principal coincidencia -o quizá terminar con la principal disidencia- que era la distinción de los dos órdenes como diferentes -aunque armonizables- y que esta distinción nace de la más tradicional doctrina tomista.
En mi primer defensa me tomé el trabajo de recomendar un libro de mi padre, La Arcilla y el Hierro, pero noté que esta cita no hacía gran mella en los contrarios (nadie es profeta en su propia tierra) y recurrí al tercero de dignidad incontrastable. Bien, cabe aclarar que dicho capítulo del citado autor, por mención expresa y por clara procedencia, tiene como fuente de inspiración y fundamento, dicho libro de mi padre.
No pienso resumirlo aquí, pero a través de él quiero resaltar que las sutiles diferencias que guardamos, son más importantes de lo que parece a primera vista.
En dicho libro, Calderón Bouchet reflexiona sobre el juego de estos dos órdenes desde perspectivas teológicas, políticas e históricas, y utiliza para su mejor intelección aquel sueño de Nabucodonosor y su interpretación por parte del Profeta Daniel. Política y religión. Orden natural y sobrenatural, constituyen el centro de un drama, de una tensión y de una permanente pugna que conforman el eje central de la que podemos llamar Historia Sagrada, y por o tanto, Historia.
El babilonio soñó un gigante con cabeza de oro, pecho de plata, vientre de bronce, cintura y piernas de hierro y por fin sus pies, en parte de hierro y en parte de arcilla. Lleguemos hasta ahí. Toma el autor esta figura -revelada- y entiende que el gigante que son los distintos imperios precristianos que van bajando de calidad y ganando en dureza, confluyen al fin, después del Imperio Romano de hierro con sus dos piernas (oriente y occidente) en la era cristiana. En ella, la arcilla de la religión se entrecruza con el hierro de la política, poniendo al poder en un estado en parte débil y en parte fuerte, sometido a un equilibrio precario de dos cosas que no son homogéneas, que no pueden ser “emulsionadas” , que permanecen distintas y de muy diferente índole y que sin embargo están obligadas a mantener un equilibrio, precario por supuesto. Esta figura da una idea cabal que estos dos órdenes no son algo tan sencillo de entender como un proceso de continuidad por elevación, que existe un tremendo choque entre los ámbitos y que el desafío de la cristiandad es mantener este precario equilibrio de órdenes, siendo en su historia un permanente proceso de inmiscuciones ilegítimas entre ellos.
Nos avisa el autor, que la doctrina cristiana, guste o no, debilita el poder político, que la religión, al contrario de la de los antiguos (lo dice Widow en la cita) que estaba concebida para fortalecer ese poder político, introduce “nuevos” criterios sobrenaturales que dejan al poder político sobre estos pies inestables. Sigue el autor diciendo, que la crítica de Celso en la antigüedad y la de Nietzsche en la modernidad, no son erróneas en cuanto a ver esta debilitación, pero que en ellos no hay la valoración que la Fe otorga a la novedad cristiana.
En suma, esta sutil diferencia que observé en los dignos contendientes, se hace enorme frente a la valoración del juego de los ámbitos. La política, aún respondiendo a los requerimientos del orden natural, va a reclamar para si un tipo de ordenamiento que la religión necesariamente tendrá que debilitar para permitir esta nueva vida. El hecho religioso hará temblar el orden político, solicitando de él una subordinación que no se hace pacífica porque el hombre necesitará para el paso religioso una serie de condiciones que necesariamente lo ponen en riesgo, y sólo si esta elevación del hombre religioso se da, recién la política encontrará un curso pacífico con la religión. Decir que “para el justo no hay ley”, es introducir un grave problema político.
El rompimiento de esta armonía precaria hará que de los criterios religiosos, aplicados al plano político, surjan las ideologías revolucionarias anárquicas y por otro lado, de los criterios políticos, llevados a todo el plano humano, surjan las tiranías.
Entender que esta “tensión” de los dos órdenes se pueda solucionar en la historia es un simplismo que lleva a las peores consecuencias. Entender que una sana política, trae como consecuencia un arribo al mundo religioso, es una torpeza. Y es esta la tentación de los fascismos que hace suponer a muchos que el camino andado por las sendas de un poder llevado conforme al orden natural, lleva más o menos necesariamente al cristianismo. Esta es la confusión que hace que muchos hagan una supervaloración del mundo antiguo, del orden romano y de la inteligencia griega, como de dos Bias que anunciaban al cristianismo, y no se dan cuenta que estas dos Bias son un aporte mínimo a la novedad cristiana, novedad que ingresa utilizando lo bueno y positivo, pero disgregando su fuerza para iniciar un tiempo completamente nuevo, donde sus aportes quedan minimizados y con mucho trastocados. Se rebaja la importancia infinita que en lo social y político significa la aparición en la escena de esta nueva Institución que es la Iglesia, que no sólo pretende regular el orden sobrenatural, sino que será quien definirá en concreto aquella problemática planteada por Cristo “Dad al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Cristo, nos dice RCB, no dijo qué era de cada uno, a quién le corresponde decidir este problema? . Al poder político?. Será la Iglesia en la Edad Media quien se entenderá la que tiene el criterio de este dilema, y con ella el Sacerdocio se pone a la cabeza de todo el orden político como árbitro indiscutido de los planos. Cristo es Sacerdote y Rey.
Concluyendo este tema y ya anunciando el otro (supuesto clericalismo) debemos decir que no corresponde entender el orden político como una fuente de bien que por su disposición correcta al orden natural, anuncie una aceptación del orden religioso. Por el contrario, será el orden religioso el que pondrá en sus límites al orden político sometiéndole a sus preeminencias y poniéndole en riesgo al permitir para mejores bienes, que la cizaña permanezca entre el trigo.
Ahora bien, de lo dicho se concluye que el estamento sacerdotal es quien tiene el criterio de armonizar los órdenes y con esto la preeminencia política. Que probablemente reclame para sí órdenes concretos de la vida política, como puede ser la educación, o porqué no la judicatura. La regulación exclusiva de la ley matrimonial y muchas otras cosas que el poder político resentiría. Podríamos decir que puede meterse en nuestras familias y de alguna manera debilitar nuestra autoridad paternal al imponer criterios y reclamar una jurisdicción superior sobre el alma de nuestros hijos.
Los contendientes se inclinan ante el Aquinate. Citemos: “No es pues el último fin de la muchedumbre de hombres congregada el vivir conforme a virtud, sino alcanzar la fruición divina por medio de la vida virtuosa; y si a este fin pudiera llegarse por medio de la naturaleza humana, necesario sería que el oficio del Rey perteneciese al encaminar los hombres a ese fin… Más porque el fin de la fruición divina no alcanza el hombre por virtud humana, sino por virtud divina … el guiar a este fin no será del gobierno humano sino del divino. Por tanto esto corresponde al Rey que no es solamente hombre sino Dios y hombre, esto es a nuestro Señor Jesucristo, que haciendo los hombres hijos de Dios los introdujo en la Gloria Celestial….. El ministerio de este Reino, para que las cosas terrenas fuesen distintas de las espirituales , se cometió no a los Reyes de la tierra sino a los Sacerdotes, y principalmente al Sumo sacerdote, sucesor de Pedro, Vicario de Cristo, que es el Pontífice Romano, al cual todos los Reyes Cristianos deben estar sujetos como al mismo Señor Jesucristo, porque así deben serlo los que tienen a su cargo el cuidado de los fines medios al que lo tiene del fin último, y guiarse por su gobierno…” “porque la buena vida, que en este siglo hacemos, tiene por su fin la bienaventuranza celestial, le toca al oficio del Rey procurar la buena vida de sus súbditos por los medios que más convengan, para que alcancen la celestial bienaventuranza; como es, mandándoles las cosas que a ellas encaminan y estorbándoles, cuanto fuera posible, lo que es contrario a esto. Cual sea pues el camino para la bienaventuranza y cuáles son los impedimentos de él, por la Ley divina se conoce, cuya doctrina pertenece al oficio del Sacerdote, conforme a aquello de Malaquias….” (DEL GOBIERNO DE LOS PRÍNCIPES).
Citado esto, bien podéis ir con vuestro anticlericalismo a predicar con Mongo Aurelio, que bien entiendo lo que quieren decir con respecto a los curas de nuestro tiempo, es decir a la prevaricación del sacerdocio. Pero ojo al piojo con lo que convertís en doctrina de un estado de corrupción, y por lo que pretendéis hacer política y educación con los curas bien lejos. Vale. Pero de allí les anuncio la seguridad de vuestro fracaso (se me pegó el tono admonitorio).
Concluyo. Todo lo anterior, discusiones de por medio, tenían en mi el solapado objetivo de haceros concluir que la única acción política que hoy por hoy cabe, es recuperar la Iglesia en su contenido tradicional. Que todo lo demás es juntar paja. Que primordialmente es recuperar la dignidad sacerdotal como elemento imprescindible de la sociedad civil, del que Uds. pretenden poder prescindir porque no lo encuentran dado. Y que el combate del tradicionalismo católico, no es un asunto simplemente religioso, sino el único combate político útil y necesario.
Idos por tanto a cagar con vuestra “politique d’abord” y vuestro inmaduro anticlericalismo. Dejaos de hacer fintas intelectuales y programas de mínima.
HAY QUE RECUPERAR EL SACERDOCIO, y principalmente hay que hacer que él reine en nuestros hogares.
Dardo Juan Calderón