Y serán enemigos del hombre los de su propia casa
San Mateo, X, 35
Hay dos películas que me produjeron una gran conmoción interior por la similitud entre los hechos que narran y los que han ocurrido y ocurren en nuestra Patria. La primera de ellas, El Francotirador, el célebre film de Michael Cimino, la vi cuando se estrenó entre nosotros a fines de los años setenta.
Vietnam-Tucumán. Visité, en esa época, a mi marido durante el Operativo Independencia, pero a mi estilo. Lo “militar, política y socialmente correcto” era encontrarnos en la ciudad de Tucumán. Con la ayuda de un buen amigo fui al monte donde estaba el llamado Emasán, un equipo móvil de sanidad provisto de alojamiento, laboratorio, consultorios y de un quirófano que prestaba asistencia médica a la población civil de las zonas de combate. (¡Y pensar que Cristina cree que trajo ella por primera vez un quirófano móvil a la Argentina!).
Allí estaba destinado mi marido a quien mi llegada no lo asombró mucho acostumbrado a mis conductas “incorrectas”. De mi encuentro con nuestro petit Vietnam recuerdo el miedo al recorrer los caminos flanqueados por altísimos cañaverales. Detrás de las cañas se ocultaban los “jóvenes idealistas” para salir a matar.
Ningún respeto a los vehículos de Sanidad: en la misión anterior a mi visita habían matado a un médico y herido a otro. No voy a contar el argumento de El Francotirador, película que se exhibe hasta hoy por televisión y es harto conocido: canto a la Patria, al valor, a la amistad y al amor. Imposible, cada vez que la vemos, no recordar a aquellos que intervinieron en el Operativo Independencia, sobre todo a quienes dieron allí sus vidas.
La segunda película que me conmocionó de modo semejante es menos conocida, de hecho la vi apenas hace unos días pese a haber sido estrenada en 1979; me refiero a la australiana Consejo de Guerra del Director Bruce Beresford. El hecho histórico que inspira el film es la segunda Guerra Boer, en Sudáfrica, entre 1899 y 1901. Los Boers, sabiendo que se venía una invasión británica para quedarse con sus dos colonias, atacaron primero con modalidad de guerra de guerrillas que no acataba ninguna de las normas de la guerra clásica.
Las tropas británicas estaban integradas en su mayoría por australianos. Para responder a la nueva modalidad de guerra que planteaban los Boers, los británicos formaron un grupo de comandos especiales (integrados básicamente por australianos) que usaron métodos “no convencionales” (grupo de tareas, como se dice hoy). Horrores por ambos lados. Órdenes verbales, ninguna escrita. Los australianos ejercían la “obediencia debida” a rajatabla porque por esos días se trataba políticamente la anexión de las Colonias Confederadas Australianas al Commonwealth. Cambiarían completamente de estatus al formar parte del Imperio Británico pero teniendo un gobierno propio para su organización interna (Gran Bretaña se reservaba las relaciones exteriores y la defensa).
Cuando estaba por terminar el conflicto, se elige a tres oficiales australianos, tomados como chivos emisarios, para demostrar al mundo que se castigaban los excesos de la guerra. Los envían a juicio. Es interesante comprobar que los que declaran en el juicio en contra de esos tres habían cometido horrores similares, habían obedecido las mismas órdenes. Lo peor es escuchar los testimonios de oficiales australianos, negando la existencia de las órdenes verbales que llevaban a violar todas las leyes de la guerra. Sucesos acaecidos hace más de cien años que suenan idénticos a lo que ocurrió y ocurre en nuestra Patria. La gran farsa de juicios inicuos. Mis amigos que en los setenta peleaban en el monte ahora son prisioneros de guerra condenados por tribunales muy parecidos al que muestra la película.
Ambas películas son como parábolas de nuestra historia reciente y de nuestra actualidad. El horror de los setenta, el combate, la muerte, el llanto. Ahora la parodia de los juicios y de los derechos humanos. No obstante se impone una aclaración: gracias a Dios hay una diferencia importante entre los condenados australianos y los nuestros. Esos australianos culpan a Dios por las injusticias de los hombres, en cambio la mayoría de nuestros presos han acrecentado su fe en la prisión.
A mis amigos, ayer combatientes, ahora presos, les dedico el texto del Evangelio de San Mateo, que uno de los condenados a muerte de la película pronuncia antes de morir: Y serán enemigos del hombre los de su propia casa (Mateo X, 35).
Y esto es lo peor.
Postdata: es de esperar que alguna vez nuestro cine se anime a contar estas historias con objetividad y verdad.