Desde aquel día nefasto en que Pilatos pensó una elección como salvación del Hombre que se le presentó imputado de enormes delitos, y sobre el cual su mujer le advirtió que no se metiera, el cristiano ha quedado advertido sobre el sistema. Lo cierto es que la historia de las elecciones en que ha jugado el católico como “electorado” siempre ha resultado en un retroceso duro y puro. Largo sería abundar sobre el análisis del “ralliement” que deja una clara enseñanza, tanto en Francia como en la Italia del siglo XIX, y pasado el intervalo de los fascismos, en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del presente.
Nadie duda que cada paso democrático fue un paso para atrás, pero, no han faltado quienes han hecho del “retroceso”, toda una teoría justificativa del “repliegue ordenado” con la conservación de fuerzas de base sobre las que asentar una futura arremetida. Todavía estamos esperando la arremetida mientras seguimos reculando hasta retaguardias jamás imaginadas.
En la analogía bélica que venimos utilizando, está claro que hay situaciones en las que hay que retroceder, pero usualmente, los grandes generales, han acompañado estos movimientos con la táctica de tierra arrasada.
Es decir, reculo, sí, pero no te dejo nada, no te entrego nada ni colaboro con nada. Al enemigo ¡mierda! como supo decir el buen Cambronne. Y por otra parte, cobrar caro cada palmo de tierra entregada.
El Estado moderno, es un artefacto maligno que viene a usurpar la Iglesia. Es un enemigo declarado del cristianismo y, el cristianismo, vencido en la fuerza de los hechos con claridad a partir de la Revolución Francesa, nunca debió aceptar la más mínima legitimidad de su poder, manteniéndose como una nación ocupada, resistente, sino en las armas, por lo menos en la conciencia, no aportando al mismo ni una pizca de legitimación mediante la participación en ninguna de sus empresas. Otra cosa hubiera sido el resultado de aquel siglo XIX si esta hubiera sido la política cristiana, que fue la de Acción Francesa y la de los Cristeros mexicanos, entre otras. Pero no fue así. La cristiandad buscó excusas de legitimación para este poder que se imponía y le entregó la savia de sus esfuerzos para que sean mal usados a favor de un fortalecimiento cada vez mayor de ese estado demoníaco.
Teorías y más teorías heterodoxas fueron justificando este colaboracionismo, sin que ninguna de ellas pudiera esconder el verdadero móvil que llevaba a la entrega pacífica de los baluartes. El miedo. El miedo de perder las añadiduras y el miedo de solicitar al cristiano un sacrificio para el que su estadio burgués hacía impensable. Como aquel Rey del Principito, las autoridades eclesiásticas preveían mandar sólo lo que pensaban que iba a ser obedecido y se cerraban a solicitar un destino duro, previendo una apostasía que al final se dio igualmente, y dejando en algunos la idea de que podría haber sido otra cosa si se hubiera tocado las cuerdas de un heroísmo cristiano. Por lo menos a algunos, nos queda el beneficio de la duda. El enemigo sembró el terror sin piedad en La Vendée y también con los Cristeros, sabidos de que este terror era su mejor arma, pero queda por analizar si estas derrotas fueron por una alocada reacción de un catolicismo temerario y descabezado, o lo fueron más por el abandono que desde las jerarquías se ejecutó con parecida crueldad y con el argumento de que el diablo no era tan malo como lo pintaban.
La teorización corre por estos cauces: 1) el estado moderno no es tan malo en sí mismo, porque, aunque no haya más Reino Cristiano, hay en él una base de orden natural que es salvable. 2) las condiciones de una supervivencia dura hubieran llevado a la apostasía, y hoy no hemos llegado, con blanda resistencia, a dicha apostasía. Las bases cristianas pueden responder porque hay “cristianismo de base”. Por la contra, otros vemos todo lo contrario, pensamos que el estado moderno carece de la más mínima cuota de orden natural, porque este es imposible, aún en teoría, de darse sin apoyatura sacral. La naturaleza sin la gracia, no llega ni aún a naturaleza. El estado moderno es todo lo malo que puede ser y va a ser peor, y por otra parte, el cristianismo nunca es “de base”, es de cabeza. Lo que queda “en las bases” es una agonía de cristianismo que privada de su alimento magisterial desde las jerarquías de la Iglesia, se agota en un socialismo emotivo (nuestro peronismo) que se entrega a cualquier falso pastor que temple las cuerdas de un populismo publicitario que los embelesa laudando un elán colectivo al que sabe que no va a poder dominar racionalmente, pero que tras de sus caprichosos movimientos de “migración sensual”, más o menos “atajados” por el placer o el temor, va haciendo si agosto de adulador aprovechado.
Finalmente la apostasía general ha sido impuesta desde ese estado moderno, con la complicidad de una cristiandad temerosa del poder y entumecida por las doctrinas tranquilizantes, cristiandad que se ve arrastrada cada vez más hacia el abismo y que en el proceso o táctica de retroceso, entregó al enemigo sus mejores fuerzas, sus alimentos, sus pertrechos, sus trabajos, sus armas y sus vidas. Vemos que en el Concilio Vat II entrega hasta su culto, que se hace culto profano para una “religiosidad democrática”.
Más abajo en esta página, nos traían una conferencia del Dr. Ayuso, donde claramente podemos ver este proceso de derrotismo cristiano. El Estado moderno, aun siendo malo, no es tan malo como para preferir su ausencia. Algo de orden trae y sobre ese orden se puede incidir, porque hay que entender esto ¡la tarea política es una cuestión de razón humana sobre un orden natural! Y ese “orden natural” existe en las bases como dato legado por el creador. (Se olvidan que es una naturaleza caída que debe ser constantemente regenerada desde la autoridad, desde arriba, por la gracia y el Magisterio)
¿Desde dónde podemos incidir? Desde la “gobernanza”, que eufemismos aparte, no es otra cosa que la burocracia, esos cuadros administrativos del estado y de los cuales no puede prescindir porque al haber roto las conciencias religiosas, él es todo Policía; cuadros de tal enormidad cuantitativa que uno se puede colar en ellos y, una vez instalados ser levadura de la masa de “base cristiana”. Esta es la gran tentación, y falacia, de donde el estado moderno, brutalmente anticristiano, se va a servir (y se viene sirviendo) de las fuerzas cristianas, instaladas en un plano medio al que los poderes modernos, con su moderna tecnología, les anula todo resultado de importancia, y, donde el cristianismo se modula dentro de un socialismo populista. Cualquiera que haya trabajado en serio con estos estados, sabemos que si hace veinte años una licitación era decidida desde la burocracia media, hoy sabemos que es imposible. El estado moderno con la cibernética actual, llega a todos lados en dónde hay un interés de importancia. Todas las licitaciones se digitan desde un ministerio nacional y la tarea que queda a los cuadros medios, es la del papelerío justificante o la de la denuncia impotente. Ya ni las cloacas.
Y toda esta actividad es generadora de “empresas del poder” que están fundiendo la actividad libre. El catolicismo se convirtió en una ralea de empleados públicos que sueñan con un levantamiento social que jamás ocurrirá, o que ocurrirá para peor.
Por encima de este catolicismo derrotado, está el catolicismo exitista. El del Opus. El que con más vigor y ambición, pretende acceder a las “cabezas” del estado moderno (¡por lo menos!). Cabezas que deben su poder no a la “fuerza” (fascista) ni a la dignidad de su nobleza (aristocracia) , sino a la puja democrática que impone la explotación de los más bajos deseos de la plebe y que conforma la dirigencia a las más abyectas maniobras de complacencia para luego necesariamente traicionarlas en sus onanísticas proyecciones, dejando como único posible resultado, su propio enriquecimiento (lean a Renán y su inteligente análisis sobre la Democracia en Francia; el dirigente democrático, por necesidad, tiene que ser cada vez más bajo y abyecto, como la prostituta que cada vez tiene que inventar nuevas piruetas para satisfacer la imaginación de su cliente. Es, dice Renán, un sistema de selección al revés. Sin caer en ese engaño plebeyo que es el socialismo, terminan siendo perros caros que comen de las sobras de la mesa, aún de manos y acariciados por sus dueños, que buscan el consuelo de tanta mugre en una amistad, que aunque no sincera, aparece como elevante y trae un argumento justificante.
La única acción verdaderamente católica es reponer la Autoridad Magisterial del mundo, reavivar los medios de la gracia, y nunca jamás entregar a este estado moderno ni un ápice de su Grandeza Religiosa y civilizadora. Excomulgarlo lisa y llanamente.
La “base” cristiana sólo puede ser reconducida al encontrar su subordinación con el Sacerdocio Católico y revivida en los sacramentos de la fe; único “buen pastor”. Y a la “clase dirigente”, salida de la puja electoral, negarles todo apoyo, negarles nuestra compañía, el más mínimo consuelo y justificación, negarles la carne de nuestros hijos, nuestros Templos y nuestras doctrinas, y dejarlos encharcados en el mundo de su miseria, de sus putas y sus alcahuetes. Pueda ser que el asco los sature. El interdicto de las naciones que supo sabiamente aplicar la Iglesia en otros tiempos (muchos más de los que se imaginan, y que en la práctica, sin tener carácter excomulgatorio, los privaba de los oficios en la misma medida) es lo que debemos aplicar los cristianos contra el Estado Moderno. Si la táctica que imponen los tiempos es el retroceder, no entregar nada. Tierra arrasada, como se sacó Kutúzov a Napoleón, y no tendríamos hoy a la Iglesia misma en sus manos.
Creo que algo así quería decir Esteban en el artículo casi monosílabo anterior. Reflejos de noble.
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PS.- El electorado católico argentino, creo que está comprendido en ese 20% de masistas (algo hay en el FPV que fueron entrismos pasados, y algo de pitucos hay en Macri). Veremos en breve con quién los “mercan”.