Tratar de obtener por todos los medios posibles la división de los argentinos, porque la desunión es la única forma de que sigan detentando el poder. A la larga o a la corta, esa pasión sediciosa conducirá a que nos enfrentemos una vez más, cuestión que a estos irresponsables no parece preocuparles.
Conviene insistir en que a estos sujetos no les interesa la Política como tal, es decir la ciencia arquitectónica que procura el Bien Común, que entre sus componentes tiene, en rango principal, a la paz y a la concordia. Para ellos, ese saber venerable no cuenta: sólo es la técnica que les permite estar sentados en Balcarce 50, no desplegando por cierto actividad intelectual alguna, sino simplemente repartiendo fondos del estado Nacional para torcer o comprar voluntades.
Recuerdo la sensación que se vivía en l955, cuando ya la inicua y torpe persecución a la Iglesia, hacía presagiar que a Perón se le acababan los tiempos. Nos mirábamos unos a otros temerosos de hablar, por si acaso nos escuchase alguien y nos denunciase por “Contreras” Incluso dentro de los hogares, se tenía especial cuidado frente a las personas de servicio, por temor a la delación que podía hacer intervenir a los “jefes de manzana”. Pero nunca Perón consiguió matar el espíritu cívico, los ideales de cada uno y la decisión de dar la vida por ellos. El poder absoluto lo había cegado y creyó que duraría varios años más en el gobierno. Tarde, muy tarde pió, llamando a la oposición. Por eso se derrumbó tan pronto, desprovisto de toda convicción, y bastó la corta y heroica resistencia de Lonardi para terminar con su régimen.
Eran tiempos en que las banderas políticas no se negociaban, siendo título de orgullo perseverar en la fidelidad a ellas. Cuando uno las seguía, era “para toda la vida”, y nada despertaba tanto la admiración como la valentía de no claudicar. Perteneciendo yo a una familia “facha” y -colmo de colmos- de raigambre uriburista, era una infaltable cita de honor concurrir a la Casa Radical, con los compañeros del Champagnat, para escuchar los insondables y herméticos discursos de Don Ricardo Balbín, con su famoso traje gris cruzado, ese inveterado prófugo de la plancha. Tiempo después, uno haría fuerza en los actos peronistas, resistiendo a los crueles fusiladores de la “Libertadura”.
(Vaya de paso un recuerdo emocionado y agradecido a Eduardo D´Angelo, ese viejo “radicha” que se hizo amigo de mi padre en la cárcel de Devoto. Fue quien me convidó a tomar mi primer Demaría, en el Rousillon de Santa Fe y Montevideo. Salute, inolvidable Eduardo: nunca olvidaré tus elegantes pilchas y los dos claveles blancos que comprabas cada día al florista de la esquina, uno para lucir en tu ojal y el otro para ofrendar a tu “santa viejita”, tan alvearista como vos).
Nada de eso está en pie y ni las sombras quedan de aquellos buenos argentinos que nos dieron ejemplo, más allá de sus preferencias políticas. Hoy todo está en venta y casi se armaría una guía de teléfonos con la lista de tránsfugas que ayer juraban amor eterno a Fulano o a Mengano, y que hoy se prosternan ante el Malvado, Maniático y Mentecato que nos avergüenza y humilla con su sola presencia. No los nombro, por elementales razones de higiene mental, pero tengo en vista la preparación de un ranking, donde no faltarán parientes y amigos de otros tiempos.
Nunca como antes, los dueños del poder han hecho tanto para dividirnos, en claro designio sedicioso. Este no es tan sólo un pésimo gobierno, incapaz de solucionar el más mínimo problema. Este no es simplemente un conjunto de ineptos, con una larga cuenta de inacabables torpezas y atropellos. Este no es un mal gobierno, sino un gobierno de malos, de protervos, de resentidos, de brutos con alma fea, sin ley y sin Dios.
El día en que muchos argentinos lo entiendan y reaccionen en consecuencia, nos veremos libres de esta catastrófica pandilla. Pero, por favor, compatriotas, si llega ese anhelado momento, capturémoslos antes de la desbandada.
Nota para el lector joven: “contrera” era el apelativo de cualquier opositor. Los “jefes de manzana” eran afiliados al partido que controlaban al vecindario. “Libertadura” se llamaba a la fracción jacobina de la Revolución Libertadora que desplazó al gran Lonardi, para así llevar a cabo el ciego e insensato plan de persecución al pueblo peronista. El Demaría era un trago suave, que también tomaban las chicas, a escondidas, naturalmente. ¡Oh, deliciosa época del copetín!.
Escribe Augusto Padilla