El asunto de la liturgia es un problema que no se termina de entender. Se nos aparece como un problema de formalismos y no de fondo, que corresponde aclarar a los curas dentro de su ámbito. Es un asunto en que la mayoría de los católicos ven un entorno cultural de las verdades, es decir, la “forma” en que esas verdades se expresan y se cultivan; casi una cuestión de estilo y de “buen gusto”. Aparecen como las reglas de arte de la celebración de un culto, dentro de las cuales se expresan verdades reveladas y dogmáticas de una manera más o menos adecuada a la época y al lugar, que sin duda alguna, pueden contener en algunas expresiones, traiciones a dichas verdades y a dichos dogmas, pero que en realidad hay que ir al “fondo” y no hacer tanto barullo por una forma que según los casos habrá que ajustar o corregir.
La idea es que, lo importante está en la doctrina que se expresa, y las formas, aunque son importantes, son de segundo rango. Los textos, la música y toda esa teatralidad en la que se expresan, hacen al aspecto emotivo y circundante. Predisponen mejor o peor para captar esas verdades. Más aún, en la medida que el católico en cuestión es más intelectual, más puede prescindir de toda esa teatralidad y emotividad. Los cultores de la Misa según el Ordo Excepcional establecido por Benedicto XVI, entienden que más allá de una impugnación al Novus Ordo, ellos encuentran que la liturgia tradicional expresa mejor el entorno “cultural” de nuestra religión. No quiero decir con esto que estas gentes descreen que en el acto litúrgico se produzca un misterio, pero no tan en el fondo, creen que ese misterio no depende tanto de las formas, sino de la integridad doctrinal del hecho todo, integridad que puede ser puesta a reflexión, es decir, valorada, sopesada, juzgada, reflexionada; y de esa manera preferir una liturgia a la otra.
El segundo escollo que existe para poder entender el problema litúrgico, es el grado de infección naturalista que poseemos. La mayoría de los católicos actuales entienden que, la vida se desarrolla en el ámbito natural, dentro del que rige un orden querido por Dios e impreso en nuestra naturaleza, y que la defensa de este orden natural constituye nuestra actividad esencial. Es una batalla contra el egoísmo, contra la injusticia, contra la lujuria, contra la pereza… y en esa batalla hacemos méritos para presentarnos al Señor. No quiero tampoco acusar de un naturalismo craso, ya que entiendo que creen que para el cultivo de las virtudes necesitan la gracia, pero quiero destacar el asunto de que están convencidos que la batalla es por un orden de este mundo y que de jugar ese combate, se gana el otro. En este entendimiento, hay un enorme mérito en aquellas personas que aún sin la fe, juegan a favor de todo lo que es bueno en el mundo.
Repasemos rápidamente lo olvidado. El hombre en su estado paradisíaco no enfrentaba un problema de orden natural, este le obedecía, le salía por efecto de su estado de gracia. El problema que se enfrentó es el de Satán. El del mentiroso engañador. Y ese combate es el que perdió con las consecuencias sabidas, en especial el “desorden natural”. Si perdemos de vista esta primera causa “sobrenatural” que produjo el “desorden” (y que sigue haciéndolo), pues entonces nos quedamos combatiendo contra los efectos sin atender la causa. El hecho palmario que suele olvidarse, es que el combate principal ES UN COMBATE CONTRA EL DEMONIO, ES UN COMBATE DE ORDEN SOBRENATURAL. Y esta evidencia de quién es el enemigo, es la que está olvidad y perdida. Queremos creer que luchamos contra nuestra tendencias propias de la naturaleza caída, fisuras por la que sin duda se cuela el maldito y que hay que tener cerradas como cualquier soldado cuida su disciplina y entrenamiento. Pero el soldado no puede olvidar que no se trata de puro entrenamiento, se trata de pegarle el tiro al enemigo. El estoico es como un fisicoculturista que nunca enfrenta el combate. El cristiano tiene un enemigo claro al que debe vencer. Pero claro, depende del enemigo las armas que debo usar y el entrenamiento que corresponde. Si mi enemigo es la carne o el mundo, así solo, resultan suficientes las armas de las virtudes cardinales. Pero si el enemigo es SOBRENATURAL, pues no me queda otra que usar ARMAS SOBRENATURALES.
Resulta pues, que nos vemos metidos en una batalla que excede con mucho nuestras fuerzas y podemos tomar varias actitudes. Una, entregarnos y chau. Dos, creer que nuestra batalla es en el orden natural y, corresponde a Cristo con sus curas la del orden sobrenatural. Tres, tener clara conciencia que ESA es nuestra batalla, la de orden sobrenatural, contra el demonio, y que se trata de desalojar al demonio de los ámbitos que ocupa en nuestro cuerpo, mente, hogar, sociedad, “cosas” que nos rodean, y aún en las mismas gentes de Iglesia. El asunto es así de arcaico y medieval. Es decir, que se trata de enfrentar al demonio en nuestros pensamientos y actos privados para desalojarlo de ellos. Lo mismo de nuestro hogar, lo mismo de nuestro trabajo, del ámbito político y de todos lados. Si el maldito se logra sacar, luego enfrentamos nuestra pereza, nuestra injusticia, nuestra lujuria. Pero no al revés. Porque por más que nos entrenemos, no le vamos a ganar la pulseada en el orden natural. Tuvo que venir Dios, encarnarse, y pisarle la cabeza, para que después se abra la posibilidad de que seamos algo.
Es importante saber si fue primero el huevo o la gallina. Porque si no, juntamos un armamento natural de lo más frondoso, y viene en un segundo y lo tira todo a la basura. El armamento fundamental que poseemos para esta batalla, es de orden sobrenatural y consiste en los méritos de Cristo por su Pasión y Muerte. Nada nuestro. Toda nuestra integridad moral y el cultivo de las virtudes, son polvo. Y ese armamento sobrenatural se nos comunica, se nos participa, mediante la vida Sacramental. Y la vida Sacramental se comunica dentro de actos exteriores de la Iglesia, que se llaman Liturgia. Se condensa todo en la Eucaristía y desde allí se comunica, por nuevos actos litúrgicos sacramentales. Es decir que la Liturgia, es el arma esencial en esta batalla de orden sobrenatural. Me podrán preguntar porqué quiso Dios que así fuera, y no prescindió de la formalidad del acto litúrgico? Es largo y lo dejamos para otro momento, pero aceptemos su voluntad y respetemos estos mandatos ensayando una razón simple: Si le encargamos una tarea a un niño o a un imbécil que no puede comprenderla, pues le damos pasos concretos y formales para realizarla y le pedimos encarecidamente que ¡no improvise!. Esta formalidad encierra un fondo que es imposible para el lelo y que permanece en mí. El lelo debe confiar en mí (pero ahora la moda es que el lelo debe entender y ¡paf!).
El acto litúrgico es una formalidad que encierra un fondo inalcanzable para nuestras seseras. Se trata de la renovación incruenta del sacrificio de Cristo que es Dios mismo Encarnado en la Segunda Persona ….¿¿??. Ponerse a pensar cuál es la forma más adecuada de expresar formalmente un misterio que no alcanzamos a comprender ¡y a la misma vez producir enteramente ese misterio! es una veleidad imbécil. Pero claro… yo soy un intelectual y lo entiendo… y juzgo si está bien o mal esa forma a base de las reflexiones doctrinales. Más imbécil. Porque esa “doctrina”, es fruto de ese acto formal, litúrgico y sacramental. Del acto litúrgico surge la doctrina, y no al revés. No puedo revisar lo que es más, por lo que es menos.
La Pasión de Cristo fue un “hecho” histórico, si, pero fue un acto sacramental y litúrgico cuya profundidad nos resulta incomprensible, y que su Iglesia debe renovar en cada Misa sujeta a una formalidad “revelada” por Dios en el hecho histórico mismo y en sus leyes (cánones) inspirados a los Santos. Y de ese hecho, ese sacramento y ese acto litúrgico, surge una doctrina y una fe, que resisten en la medida que son realimentadas por los efectos sobrenaturales que se producen en ESE acto.
Así que ese personaje que se pone a discernir sobre las formalidades de un acto cuyo fondo no alcanza ni a sospechar con su cabecita, es un imbécil remachado. Y de igual manera el tarado que cree que lo entiende porque ha leído la Summa, que nos acerca razones tan simples como la que yo les acerco más arriba para que barruntemos, está poniendo todo de cabeza. Lo sacramental y lo litúrgico, que hacen una misma cosa, son el Sancta Sanctorum, lo intangible, el misterio oculto, del que abreva la vida sobrenatural y natural. De allí sale la doctrina y todo lo demás.
Pero además, es el arma por excelencia en la batalla. El demonio sólo puede ser enfrentado por medios sobrenaturales, sólo puede ser expulsado por Cristo de nuestra vida y de nuestra sociedad. ¡por medio de actos litúrgicos!. Indudablemente un montón de “sabios” creyeron que la Virgen cuando pedía la consagración de Rusia, es decir, un acto litúrgico y sacramental, lo hacía porque era una viejita piadosa y no sabía nada de marxismo y política internacional. Lo que estaban olvidando es que esa Nación estaba poseída por el demonio y había que exorcizarla. ¡Tan difícil!. Pero no, se pusieron a pensar…
No sé que cornos creen ustedes que está pasando en este mundo, en sus hijos, en sus casas, en sus barrios, en sus municipalidades y en sus patrias, pero si no vuelven a darse cuenta de esa verdad tan evidente para el hombre medieval, de que están poseídas por el demonio, inficionadas por el demonio, asediadas por el demonio, y de que esta vida se trata de una batalla contra mandinga, están bien fritos. De que hay que “usar” ese arma única y fundamental de la batalla, EN PRIMER LUGAR, que es la Liturgia, para desalojar a la bestia y desde allí ordenar el resto. Que es desde allí que surgen las “ideas”, las disciplinas morales, los métodos de entrenamiento.
Sin duda alguna la liturgia es cosa de curas en su ejecución, pero es “nuestra arma” principal y esencial, y es cosa nuestra. La Pasión de Cristo no es un asunto de curas en exclusiva.
En fin, como el demonio sabe que somos unos imbéciles, mientras estamos reflexionando sobre la política internacional y escribimos grandes tratados de todo tipo, el atacó la liturgia y del resto ni se cuida. Y la atacó a través de la soberbia de un montón de conciliares que creían que debían “adaptarla” a los tiempos del hombre y no “adaptarse” a su eternidad.
Me podrán decir, si tienen ganas de seguirse equivocando, que la liturgia es una creación del hombre. No y no. Es el “hecho” de la Pasión del Dios Encarnado, renovado en la formalidad inspirada por Dios a su Iglesia bajo claras revelaciones hechas en la Vida misma del Señor. No ensayen una liturgia a base de criterios doctrinales ni culturales. Aténgase a la canonizada. Traten de no ser imbéciles soberbios. Y el Novus Ordo… es un claro acto de imbecilidad y de soberbia y para eso ya no agrego, lean a Romano Amerio.
El hecho fundamental es que nos quedamos desarmados frente al único y verdadero enemigo. Haciendo gimnasia en el spa. Y para colmo hay que soportar a quienes dicen que esto es un asunto de curas, como si a ellos les tocara combatir contra Obama, Cristina u Holland, y nada tienen que ver con esta lucha sobrenatural. Estos tres tarados son maniobras de distracción, como el trasero de esa muchacha que se menea, y el fangote de plata que nos pasa por la nariz, el ENEMIGO es Satán, y cruje cuando la Liturgia Católica lo desaloja de nuestra vida. Entiendan que la liturgia es una bomba, un avión de combate, un portaviones, que se han dejado en el galpón mientras se hacen conversaciones diplomáticas con un enemigo que cuenta con un servicio de inteligencia infinitamente superior al nuestro. Y que para peor, ese enemigo, no tiene ni una bala.
Nos hemos dejado mojar la pólvora porque creemos que la batalla es otra. Cuando jugamos con la liturgia… nuevos ensayos, cultos excepcionales y otras linduras, simplemente estamos haciendo “arte”, estamos mostrando esculturas con armas “antiguas”, o las usamos como “elementos disuasivos”. ¡Hay que apretar el gatillo!