Sinceramente preocupados por la adaptación al mundo que se vislumbra en las filas del tradicionalismo con la aceptación de ciertas novedades que van desde el acuerdismo al look y hábitos más bochornosos que desde allí algunos pregonan como correctos, prudentes, viriles y machazos; nos vemos compelidos a la siguiente reflexión:
Tal vez fue la estampa del Duce la que llevó a Esteban a afirmar lo afirmado sobre las cabezas totalmente rapadas, pero eso es sacar las cosas de tiempo y lugar y es sabido que la descontextualización es la madre de un sin número de errores. Hay que decir con claridad que es a todas luces preferible el pelado de antaño que el moderno que esconde un metrosexual que por no aceptar el paso del tiempo disimula la calvicie con un completo rapé.
Como el león ya viejo y orgulloso que luce su melena canosa y roída por los años, la que aun simboliza que alguna vez fue Rey de la Selva, macho de sus leonas y caudillo de su manada; a pesar de ostentar un paso lento y ya no poder cazar sus manjares, pero que camina venerable entre los jóvenes, se echa bajo el árbol y bosteza; así, como aquel león, iba alguna vez entre las gentes el antiguo pelado.
El pelado pretérito tenía algo de esa mística que hoy se ha perdido. Unos rulos focalizados únicamente en el sector de nuca y patillas también hacen referencia a un pasado de correteos en los dancing y tragos en la camaradería del bar local. La pelada se ostentaba orgullosa, no se disimulaba.
Es un problema de énfasis. No se tiene cada vez menos pelo, se tiene cada vez más frente y sabiduría, y con ello se adquieren el derecho y el respeto que dan los años.
O aquellos otros pelados formidables que usaban peluquín o el lengüetazo de vaca que llevaba el poco pelo de izquierda a derecha con lo que cubrían levemente la pelada central y que los poco entendidos, los carentes de tango, podían llegar a considerarlos renegados o avergonzados de sus regias calvas que pretenderían disimular, mientras la verdad siempre fue otra. Tanto el peluquín como el lengüetazo fueron la epifanía de la pelada. Apelar a estos usos no tuvo nunca más norte que hacerlas evidentes. Nunca se hablaba más de la pelada del pelado que cuando usaba peluquín y ellos lo sabían. Por lo bajo reían de sus críticos, a quienes les habían logrado hacer creer la intención de disimular la brillosa testa.
¡Tontos, creyeron fruto de la casualidad que el peluquín azabache fuera calzado sobre canosas patillas!
Y así fue que armaron cofradías de pelados con peluca, donde se mataban de la risa por el éxito conseguido y tramaban planes maléficos siempre tendientes a provocar el cuchicheo ajeno, para comentarlo entre colegas la posterior noche de viernes.
Aun recuerdo algunos de estos pelados majestuosos, muchos de ellos taxistas o manejando el 60 camino a La Boca, conocedores de ratis, de putas y malevos; bebiendo, riendo y charlando del partido del último domingo.
Hoy todo eso ya pasó. Todo tiempo pasado fue mejor. O tal vez no; tal vez sea que nuestra memoria es selectiva y dejamos en el olvido los malos recuerdos, para traer al presente solo los de los tiempos felices.
Curly, el de voz finita, era el maricón; el macho era Larry y nada sabemos de Moe.