Excelencia educativa

Enviado por Esteban Falcionelli en Sáb, 15/08/2009 - 8:32pm





"¿Hijo,
qué quieres ser de mayor? Pues… hijo, papá".
Así ironizaba sobre su
vástago un camarero entrado en años que hablaba, hace unos días, con su
compañero mientras servía la barra. "Ahora -prosiguió- 'me se' va con la
novia diez días a Mallorca. ¡Cómo viven estos chicos!"
.


Estos
chicos, sin privarse de ningún placer adulto, prolongan indefinidamente la
dependencia de sus padres y se gastan lo que ganan en coches, ordenadores,
cadenas de música y diversiones. Estos chicos siguen con juegos de niños hasta los
dieciocho años y, hasta los treinta, se pasan buena parte del día entretenidos
con Internet y con la televisión. A los treinta y cinco, siguiendo el modelo de
la serie Friends, tienen todavía pandillas. "Son mis amigos, por
encima de todas las cosas"
, dice una famosa cancioncilla, con dejes de
blasfemia. Y a los cuarenta, empiezan a plantearse el futuro, ante el probable
óbito de sus progenitores: se compran un piso de una sola habitación, y todo lo
demás sigue igual.


Estos
chicos -y no tan chicos- se divierten, y mucho, cosa que no tiene nada de
nuevo. Lo nuevo es que, cuando pierden su tiempo en juergas y pasatiempos, no
hacen, como en otro tiempo, algo de más, sino algo de menos. Se juntan, se
aman, ven películas, oyen música, se emborrachan o fuman hachís como con
desgana y aburrimiento. No lo hacen porque les desborde la fuerza vital de sus
pasiones, sino porque les falta fuerza para pensar. Estos chicos ni siquiera
son transgresores de normas y costumbres, porque la única norma que conocen es
que no hay normas, lo único que creen es que nada es digno de crédito, de lo
único que están convencidos es de que nada es verdad. Es decir, estos chicos
son escépticos, pero no por exceso de crítica, sino por ausencia de
pensamiento. En argot: son pasotas.


Estamos
hechos para pensar, esto es, para conocer la realidad, que nos asalta con
preguntas y evidencias intranquilizadoras. Pero pensar es doloroso, los datos
son molestos y la realidad verdaderamente latosa. Por eso, hace falta mucho
instrumento de diversión, mucha conexión con amigos por Internet, mucha
repetición de máximas televisivas y, cuando esto no basta, mucho alcohol o
suficiente droga para no pensar. Es necesario todo eso en grandes dosis para
responder, siempre que se presenta un problema moral, político y religioso:
"eso depende", "cada uno ve las cosas a su manera" o
"yo paso de esos malos rollos, tío".


Estos
chicos ¿de dónde han salido? De nuestro sistema de educación estatal.
Lentamente, a base de sucesivos empujones y codazos el Estado Español, ese gran
culpable, ha ido arrinconando la educación religiosa y familiar hasta
monopolizar, más, mucho más que en otros países, la educación. Desde los
ideales ilustrados contra el analfabetismo, hasta los planes de Villar Palasí,
las Logses, las Loes, las Lous y todo ESO, pasando por estatismo educativo de
Franco (que, por cierto, las jerarquías eclesiásticas admitieron sin chistar),
la maquinaria estatal no ha hecho más que engullir todo el control de la
enseñanza. Controla la edad de ingresar obligatoriamente en la educación, su
duración y contenidos; controla que los listos no destaquen (por eso no pueden
aprender a leer antes de los cinco años) y que los otros no se retrasen y, por
ello, se les pasa de curso, hayan aprobado o no. Controla la ideología y los
métodos de enseñanza, los castigos, los manuales, los exámenes y la preparación
de los profesores. Controla el tamaño de los colegios, el de las aulas, el
número de cursos y de alumnos por clase, de metros de patio, de gimnasio y de
horas de clase, y de todo cuanto se les pueda ocurrir. Controla todo menos lo
que debiera, a saber, que no haya bachilleres que no sepan escribir y que no
haya profesionales incapaces en las carreras puramente civiles.


Las
instituciones educativas se han convertido en grandes establos, de régimen
cerrado en el caso de colegios e institutos, de régimen abierto en el caso de
las universidades. Su fin ya no es educar, es decir, hacer hombres de bien
capaces de enjuiciar cualquier asunto, como decía Aristóteles, sino mantener fuera
de las calles a los alumnos y "socializarles", es decir,
adoctrinarles en el relativismo democrático e igualar a todos en la ignorancia.
No hablaré de las humillaciones que sufren los profesores. En breve tendrán que
dar clase detrás de una urna de cristal acorazado y el orden será mantenido por
la policía, como ya va a suceder en Francia. De los conocimientos sólo contaré
que en 2º de Bachillerato, justo antes de entrar en la universidad, pregunté
quien era anterior, Carlomagno o Alejandro Magno ¡y ninguno lo supo en toda una
clase!.


Dado
tan clamoroso fracaso ¿facilita el estado la educación privada o la educación
eclesiástica? Nada de eso. Ni hace, ni deja hacer. No permite la enseñanza en
casa. Para fundar un colegio no concertado, hay que empezar por poner alrededor
de ocho millones de euros sobre la mesa. No digamos para una universidad. En
Francia, cuna del estatismo educativo, los alumnos pueden estudiar a distancia
y basta con una casa, y poco más, para hacer un colegio. He conocido una universidad
tradicionalista en París, que expide títulos reconocidos por la Sorbona, y
cuyos locales se reducen a dos o tres pisos de un edificio. Aquí no: la
constitución declara la libertad de enseñanza, pero el estado pone tales
exigencias materiales para que se establezca un colegio o una universidad, que
ninguna asociación que no sea muy poderosa puede ni siquiera planteárselo.


Los
informes Pisa, los de la OCDE y de otros organismos internacionales, han puesto
recientemente en la picota el sistema educativo español como uno de los que
están a la cola de los países desarrollados. Algunos, desde la perspectiva del
estado de derecho democrático se han llevado las manos a la cabeza. Por ejemplo
Pérez-Reverte, con la delicadeza que le caracteriza, ha puesto de vuelta y
media a Zapatero (al cual llama imbécil) y a sus ministros y ministras (cuya
madre no se olvida de mentar), porque las sucesivas reformas socialistas -no
menos que las del PP- han dado como resultado la ignorancia supina, la
incapacidad de comprender el mundo, en que se halla sumida buena parte de
nuestra juventud.


Pues
bien, no estoy de acuerdo. Desde el punto de vista democrático, es un craso
error calificar de desastrosa la educación pública española. Para verlo basta
remontarse a Rousseau, padre doctrinal de la democracia, con su Contrato
Social
y padre, a la vez, de la pedagogía moderna, con su Emilio.
Una cosa es complementaria de la otra. El pacto social conlleva que "cada
uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección
de la voluntad general"
. Si una voluntad particular se niega, por
disconformidad, a obedecer a la voluntad general, es lícito someterla por la
fuerza. Con ello, según dice Rousseau, se obliga al ciudadano a ser libre, pues
sólo la constitución de la voluntad general impide que estemos sometidos a una
voluntad de otra persona. La voluntad personal pasa, en lo que se refiera a los
asuntos públicos, a ser voluntad general, que, de hecho, se identifica con la
voluntad del que ha sido votado. En nuestro caso con la voluntad del Sr.
Rodríguez y su corte de los milagros.


Ahora
bien, cuando se ha amputado la voluntad personal en lo que a las cuestiones
sociales se refiere; cuando todo el interés por los asuntos comunes, o por la
patria, se puede plasmar solamente en el voto a partidos e individuos que harán
lo que les venga en gana; cuando todo eso sucede -digo- es necesario
lobotomizar también la inteligencia sobre tales temas. Si se dejara que los
españoles fueran educados en el sentido clásico de la palabra, es decir, si
pudieran tener una concepción del mundo razonable, que les habilitara para
juzgar sobre el bien y el mal en temas de política y en cualquier otro, su
sufrimiento sería insoportable y resultarían, además, difícilmente gobernables.
Al que le cercenan un órgano le anestesian; lo mismo debe hacerse con el que ha
cedido su capacidad decisoria sobre sus deberes más importantes. Otra cosa
sería crueldad. Los ciudadanos de una democracia sólo deben tener los
conocimientos necesarios para la producción; deben limitarse a la profesión que
les permite ganarse la vida y pagar los impuestos. Sobre todo lo demás, tienen
que estar convencidos de que no cabe conocimiento seguro, y de que todo es
cuestión de un gusto que queda a discreción de los representantes de la
voluntad general.


Por
eso, según dice Rousseau en el Emilio, la educación del niño individual
deberá "ser puramente negativa, la cual no consiste ni en enseñar la
virtud ni la verdad, sino en librar de vicios el corazón y el espíritu del
error"
. ¿A qué se refiere con eso del vicio y del espíritu de error? Pues
a los conocimientos que van más allá de lo que necesita en su vida personal, es
decir, a los conocimientos filosóficos y a los que proporciona la Revelación.
"Son los filósofos con su preceptos, los sacerdotes con sus exhortaciones
los que envilecen"
el corazón del niño, dice Rousseau. La enseñanza tiene
como finalidad evitar las preocupaciones sobre el futuro, que nacen de la
metafísica, de la religión y de la moral: "Si pudierais no hacer nada, ni
dejar hacer nada, si lograrais tener sano y robusto a vuestro alumno hasta la
edad de doce años, sin que supiera distinguir su mano derecha de la izquierda,
desde vuestras primeras lecciones se abrirían lo ojos de su entendimiento a la
razón, sin baches ni preocupaciones"
. Porque así disfrutará de la vida, sin
que las teorías y religiones la ensombrezcan. "Padres -recomienda Rousseau-,
tan  pronto como puedan vuestros hijos gozar del placer de la existencia,
haced que disfruten de él, y cuando les llegue la hora en que Dios los llame,
no mueran sin haber disfrutado de la vida"
.


Vista
desde la genuina doctrina de la democracia, la educación pública española es un
éxito sin precedentes: tras un larguísimo período de instrucción, que se
extiende hasta los veinticinco años, los discentes han aprendido a manejar, con
más o menos pericia, unos instrumentos de producción y, sobre todo, han
aprendido que nada más puede aprenderse. Se ha logrado que los alumnos no
distingan la derecha de la izquierda, no ya hasta los doce años, como dice
Rousseau, sino hasta la edad de jubilación. La inmadurez e inconsciencia del
adolescente se junta con la recaída en la infancia del anciano. No sólo se les
ha extirpado la voluntad particular en beneficio de la voluntad general, sino
que se ha completado la operación con la ablación de toda concepción del
universo que les permita juzgar con independencia de la voluntad general. Y si
usted, amigo lector, duda que sea excelente tal educación, es porque se obstina
en conocer, en creer y en desear el bien; es porque, en el fondo, todavía no es
usted un demócrata.


Por
José Miguel Gambra


Tomado
de Agencia Faro



Nota de Argentinidad: La foto es de la Universidad de Salamanca. Salvando
las distancias, la educación Argentina es mucho peor (más democrática, con perdón) y están los Kirchner (de nuevo con perdón).