Extra Ecclesiam nulla salus

Enviado por Mario Caponnetto en Mar, 11/11/2014 - 10:14pm

¿Quiénes rompen la comunión eclesial?


Hace unos meses, el obispo de la Diócesis de Ciudad del Este, de Paraguay, Monseñor Rogelio Livieres, fue destituido de su cargo acusado de romper la unidad eclesial y pastoral con el resto del Episcopado de ese país. Por su parte, dos obispos, uno en Italia, otro en Argentina, prácticamente al mismo tiempo, dejaron taxativamente en claro ante sus feligreses que la asistencia a misas celebradas por sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X (y lo mismo respecto de los demás sacramentos) constituye una falta gravísima al punto de que quien la cometiere incurriría, de hecho, en excomunión.

Ambos episodios no dejan de ser llamativos (por decir lo menos) y crean no poca perplejidad entre los fieles. En el caso de Monseñor Livieres, en efecto, nadie ha precisado sobre qué fundamentos concretos se ha acreditado el mentado quiebre de la comunión eclesial y pastoral pues, hasta donde sabemos, no han sido dados a conocer motivos específicos de carácter doctrinario, pastoral o disciplinar que sustenten semejante acusación. En lo que respecta a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, si bien es cierto que esta asociación carece de un status canónico en la Iglesia y mantiene una situación de separación de la Santa Sede, no es menos cierto que sus obispos, sus sacerdotes y sus fieles no están excomulgados (sin contar que desde hace varios años existe una instancia abierta de diálogo entre la Fraternidad y la Santa Sede). Surge, entonces, la duda: si los miembros de la Fraternidad no están excomulgados ¿por qué incurrirían en excomunión quienes asistieran a sus celebraciones litúrgicas? Además, ¿favorece, acaso, el clima de diálogo abierto con la Fraternidad la adopción de medidas disciplinares tan severas? ¿No hubiera sido, preguntamos, más acorde con una visión pastoral recordar a los fieles la situación y condición en que se encuentra la Fraternidad antes de tomar sanciones canónicas de tan alto calibre?

No estamos discutiendo ninguna de las medias mencionadas. Sólo planteamos dudas e interrogantes; dudas e interrogantes que se acrecientan si miramos el contexto general en que se desenvuelve hoy la vida de la Iglesia. Cada día nos llegan noticias, de casi todos los lugares del mundo, de hechos graves que afectan la doctrina, la liturgia y la pastoral: actitudes, gestos, declaraciones de sacerdotes y de obispos (incluso prelados que ocupan puestos notorios y expectables en el gobierno de la Iglesia) que representan una flagrante ruptura con la Fe, la Tradición y el Magisterio sin que nada ni nadie les oponga la mínima corrección o sanción canónica. Resulta, por tanto, inevitable la sospecha (por momentos una certeza) de que el peso de la autoridad sólo se hace sentir respecto de bien determinados sectores eclesiales en tanto que respecto de otros la actitud invariable es el silencio, la permisividad cuando no el aliento.

A propósito de lo que decimos valga como botón de muestra un escrito firmado por el Padre Eduardo Casas, sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba en la que se desempeña como asesor de la Comisión Arquidiocesana de Educación. El texto lleva por título La fe cristiana en un mundo de pluralidad religiosa y aparece publicado con fecha 31 de octubre pasado en el portal de la Junta Arquidiocesana de Educación Católica (Jaec), del Arzobispado de Córdoba: (http://jaec.org.ar/index.php/info-escuelas/pastoral/espiritualidad/3405-la-fe-cristiana-en-un-mundo-de-pluralidad-religiosa).

Sostiene allí el Padre Casas (que entre otras cosas figura como profesor de Teología Dogmática en el Seminario Mayor de Córdoba) que el cristianismo, a lo largo de la historia, en su diálogo con las otras religiones, ha pasado por diversos paradigmas eclesiales”. El primero de estos “paradigmas” es “el paradigma de la exclusividad (el cual generó, de hecho, exclusión y hasta violencia en variadas formas ya que sólo la salvación venía por la pertenencia visible e institucional a la Iglesia y fuera de ella no se encontraba redención)”. Luego, tras el Concilio Vaticano II, aparece un segundo “paradigma”, “el paradigma de la inclusividad” (sic) que “favoreció el diálogo ecuménico e interreligioso”. Pero en la actualidad aparece y se propicia “el paradigma de la pluralidad religiosa” que “es un parámetro (sic) construido desde la complementariedad e interreligiosidad a partir de una actitud de mutuo encuentro, reconocimiento, diálogo y alianza entre religiones donde la verdad es menos dogmática y más vital”.

Apenas puede creerse que semejantes afirmaciones hayan sido escritas por quien se presenta como teólogo y a quien su Ordinario le ha confiado nada menos que la educación de la Arquidiócesis y la formación de los futuros sacerdotes. En su exposición el Padre Casas parece olvidar largos siglos de elaboración teológica y dogmática acerca de la exclusividad de Cristo y de la Iglesia en orden a la salvación de los hombres (extra ecclesiam nulla salus). No se trata de “paradigmas eclesiales” sino de una verdad que ha de ser firmemente creída por todo católico: fuera de Cristo y de la Iglesia no hay salvación. Que esta verdad haya sido profundizada y precisada a través del tiempo no significa que haya sido alterada ni cambiada en su formulación esencial. De hecho, el último Documento magisterial de la Iglesia sobre este punto, la Declaración Dominus Jesus de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, del 6 de agosto del año 2000, ha dejado en claro la invariabilidad de la doctrina cuando en su número 20 sostiene que: “Ante todo, debe ser firmemente creído que la «Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con palabras concretas la necesidad del bautismo (cf. Mt 16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta» (Lumen Gentium, 14). Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica universal de Dios (cf. 1 Tm 2,4); por lo tanto, «es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación» (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 9)”.

La misma Declaración, en el parágrafo siguiente, citando la doctrina de Trento, afirma:Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que proceden de Dios y que forman parte de «todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones ». De hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación evangélica, en cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los corazones de los hombres son estimulados a abrirse a la acción de Dios. A ellas, sin embargo no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de los sacramentos cristianos (Concilio de Trento, Decreto De sacramentis, can. 8 de sacramentis in genere: DS 1608). Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1 Co 10,20-21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación” (Dominus Jesus, 21).

El tema es extenso y complejo pero baste lo apuntado para advertir que esta verdad de fe no ha cambiado y ese presunto cambio de paradigmas eclesiales no existe más que en la imaginación del Padre Casas.

Pero no se detienen aquí las tesis de este presunto teólogo (que ostenta, además, los títulos de docente, escritor, poeta, conductor y productor radial). Más adelante insiste en que el “nuevo horizonte” de la interculturalidad y complementariedad “intenta desterrar la imposición eclesial y las actitudes de privilegio o exclusividad que ha tenido el cristianismo, especialmente el catolicismo, asumiendo el aporte de las diferentes tradiciones religiosas y culturales, proponiendo otra mirada de la mediación de Jesús, no tan ligada ‘’exclusivamente’’ a una sola Iglesia o una sola religión”.

Es decir se intenta desterrar la fe en la única Iglesia de Cristo, desterrar nada menos que todo un artículo del Credo. ¿Algo más? Sí. En la cúspide de su novedosa teología Casas escribe: “Se parte de la idea de que Jesús no se anunció a sí mismo sino al Reino de Dios y al Dios del Reino y que el Espíritu de Dios está presente en el mundo y en la historia, actuando siempre "macro ecuménicamente", superando toda división entre religiones y pueblos (el subrayado es nuestro). Cada uno opta por ser judío, musulmán, hindú, budista o ateo. Los cristianos no somos dueños de la verdad, la cual -al igual que la misma vida- está en continuo crecimiento, desarrollo y evolución. Nunca se la tiene acabadamente sino que se la percibe progresivamente”.

Ahora es muy claro: Cristo no se predicó a Sí mismo sino “al Dios del Reino”. Ergo, Cristo no es el Dios del Reino. Cristo no es Dios. 

Honestamente, ¿puede un católico estar en comunión con el Padre Casas? ¿Puede estar en comunión con el Arzobispo Ñañez que no sólo calla y no corrige semejantes desvaríos sino que avala a quien los profiere manteniéndolo en vitales cargos pastorales de su Arquidiócesis? ¿Quién o quienes rompen la comunión eclesial, comunión que no puede fundarse sino en la integridad de la Fe? ¿Quiénes son y donde actúan los verdaderos destructores de la fe y de la unidad de la Iglesia?.