Fauna política

Enviado por Dardo J Calderon en Vie, 30/10/2015 - 4:07pm

DEL “CÁNDIDO”, AL “TRUCHIMÁN” Y AL “GIL”.

Cuando el viejo Cicerón disputaba con otros dos una senaduría, como los otros tenían antecedentes de corrupción, se vistió con una toga blanca para destacar su inocencia ante los electores. Con esto inventó el nombre y el uso de la imagen; del vestir “cándido” salió la palabra candidato y la imagen que había que dar.

La democracia es una ideología que consiste en invertir todos los valores cristianos partiendo de poner al pueblo masificado en el lugar de Dios y de allí falsificar todas las verdades para que parezcan permanecer, pero que signifiquen todo lo contrario. Es ideología porque son ideas concebidas, con cierta lógica interna, nada más que para hacerse del poder; con el cual luego – se piensa- se hace lo que se quiere. Parece que se puede hacer bien o mal. Pero no es así, la ideología otorga un poder con el que sólo se puede hacer mal, porque es un poder bastardo fundado sobre la mentira. No abundemos en esto.

Esto implica que la legitimidad la da el número, que debe lograrse por hacer coincidir el discurso ideológico con los anhelos de la masa a fin de obtener la victoria electoral, pero esto no es tan fácil; ya que primero hay que pulsar el estado emotivo de esa masa y algunos intereses concretos, para hacerles creer que la democracia “siente” con ellos y que podrá colmar esos intereses. Es decir que el candidato cabeza de lista tiene que “encarnar” ese estado emocional de anhelos de la mayoría, que cambia a cada rato, y a la vez hacerles ver que algunos intereses concretos pueden ser satisfechos.

Decía mi padre que la ley primera de toda política es la adhesión de un pueblo a sus dirigentes, y que esta se logra cuando existe realmente adhesión a las verdades y no a los engaños publicitarios. Esto último es para un rato, y ese rato dura lo que dura el montaje de la mentira.

Un día la mayoría siente rabia y resentimiento, y gana el candidato que sabe expresar esos sentimientos, pero al otro los humores cambian, y la mayoría busca el éxito mundano, la fiesta, el placer, la glotonería; y el candidato debe saber leer estas variables y encarnarlas. Esto debe ser representado con una fuerza y una candidez teatral para que sea convincente. Hartos de guerrilleros heroicos y de piolas “porongas”, la provincia de Buenos Aires eligió una mina amplia, pluralista, cándida, “bien atendida”; en fin, pegada o casualidad, se leyó el humor y se supo vender la vieja ideología con el ropaje que exige el humor del momento.

El candidato cabeza de lista es el que expresa este modelo general y masivo con el que se mete el anzuelo ideológico (en general hoy se trata de tipos exitosos, con lindas mujeres a las que “satisfacen” pero que dejan ser en su feminismo, amplios y etc.), anzuelo que sostienen por la caña los verdaderos poderes anónimos que usan de estos vendedores de imagen, encantadores de serpientes, y cuyas ideas abrevan en las más endemoniadas usinas.

Pero esto no sólo se trata de enganchar la “masa”, porque encima la historia la ha disgregado en miles de componentes huérfanos y mostrencos, la población tiene muchos bolsones de especiales características a los que hay que llegar de forma particular, con lenguajes especializados, con anhelos específicos. Si uno quiere los votos de las barras de fútbol, pues debe acercarse a través de un “puntero” que se exprese en su mismo lenguaje, que “traduzca” el discurso y que pueda mostrar ciertas concreciones de intereses de ese grupo, por ejemplo repartir fasos, zapatillas, entradas a los partidos, viajes a los partidos, etc. Entonces el tipo pica. Si son amas de casa de escasos recursos, pues será otro puntero, con otra traducción del discurso y con electrodomésticos. Si es un barrio medio pelo, pues será un hombre de familia y un enripiado para menos barro, una caseta policial y una ampliación en el recorrido de los micros. Discurso traducido y concreciones berretas.

El “truchimán” era el traductor de los moros en la España conquistada, ¿por qué quedó la palabra como símbolo de engaño? Trucho o truchimán. Porque no sólo traducía el idioma, sino que adaptaba el discurso a la mentalidad del que escuchaba. Esto es el puntero político. El tipo que adapta el discurso ideológico a la mentalidad de un grupo de este estallido y fragmentación social, y que logra cierta preeminencia consiguiendo algunas concretas prebendas que a ese grupo agradan o creen necesitar. El electrodoméstico, la droga, el asfalto de una calle, cargos, etc.

Hay punteros para aquellos grupos a los que el discurso general no penetra por cuestiones de formación, de prejuicios, de escepticismo, de deformación y otras. Al futbolero le importa un pito la voluntad popular, pero si hay faso y yanta, ya entiende. Al escéptico ideológico lo convences con un buen asfaltado y dos canas más en la cuadra. El puntero te dirá, “está bien todo es verso, pero el asfalto o el centro de salud no es verso, y al final es eso lo que importa, hacés como que te tragás el verso y lográs el asfalto”. Esta es la amalgama del sistema, no importa si te lo tragás o no, importa que colabores.

El laburo de puntero se consigue con la especialización, este personaje es un bicho especial que hace de nexo entre el discurso general y su adaptación al grupo extraordinario y fragmentado, y además, garantiza con ello la “amplitud” del sistema. Macri tiene que mostrar al Rabino Bergman con gorrito, a la Lilita con una cruz, al franja morada con boina blanca y así toda la fauna que lleva el mensaje en sus traducciones.
La universidad debe ser captada por una traducción intelectual, que explica en otro nivel el discurso masivo que es para los giles. Para los empresarios hay economistas, para los cholulos hay artistas.

Seguro que cerca tuyo hay un puntero político que es un hombre más o menos como vos, confiable, que te trae algunas soluciones concretas y que te vende la democracia. Después de todo, las ideas no son nada, lo importante es la licuadora, el centro de salud, el asfalto, las yantas y el porro. Cosas concretas. El está junto a vos en la cancha, gritando los goles y sufriendo las bolsas con pis que bajan de la tribuna; está en la universidad con tus mismos sueldos y angustias; va a misa los domingos y es familiero, como vos, sufriendo la inseguridad y las calles poceadas; pero la diferencia es que ha tomado conciencia de que hay que “hacer algo”, algo concreto, fuera de la maraña ideológica, “hechos”, “cosas”.

Al final de la fauna política y como base de la cadena alimenticia están los “giles”, los que creyeron que las ideas no importan; “argentinos a las cosas”, hay que dar leche, o asfalto, o seguridad; lo demás son boludeces. Habría que fundar para estos una cátedra de “historia de las cosas”, porque no creen en la “historia de las ideas”.

Estos punteros son las metástasis del sistema, la ramificación del cáncer democrático, la desvergüenza que amalgama y cohesiona, la desfachatez y el cinismo de una sociedad panzista. Los que enlodan todo lo bueno y todo lo sagrado. Los que impiden toda reacción noble. Los que degradan el deporte, el barrio, la familia y la religión, porque todas estas cosas comienzan a servir a los fines de la ideología.

Cuando vea que uno de ellos toca el timbre de tu casa; péguele un escopetazo. Cáguese en la licuadora, en el asfalto, en la seguridad y en el centro de salud. Entrar al juego democrático es una horrible decadencia, un espantoso deshonor, una pérfida mentira y una profanación inaceptable. Si lo hace por conciencia cívica, se es sólo estúpido, pero si lo hace por unas “cosas”, se es un cretino