Sonaba Luis Miguel en la radio “soledad angustia yyy desespeeeración”. Además de estas notas de un bolero, se me ocurre aquel tango: “cruel en el cartel… dan ganas de balearse en un rincón”.
Bromas más o bromas menos, ver lo que ha hecho Francisco (encíclica ecológica, perdones por evangelizar, reuniones con homosexuales, loas al jesuita zurdo retambufón, etc.) para espíritus no muy proclives al absurdo y la burla, produce un estado de desazón irremediable. Sumemos a ello la lectura de lo que es la teología de Benedicto, y ciertamente es de entender que los pocos católicos que quedan, y que no se hallan inmunizados en un tradicionalismo cuerdo –cada vez más raro- estén al borde de la angustia y puesta su Fe en la Iglesia Católica en dura prueba.
Uno no sabe bien si en estos momentos conviene avivar el fuego o hacerse el sota. Se entiende que algunos intenten aminorar, frente al embate socarrón, ordinario y flatulento del último papado; el papel que juegan los “conservadores”, que aunque doctrinalmente modernistas a puntos increíbles, por lo menos no han tirado la chancleta y guardan un cierto reparo al enorme pecado de escándalo que enloquece a los buenos. O no. O ¿hay que hacerles recordar que de esos polvos estos lodos? Y entonces los pobres ya no saben dónde apuntalarse. Acá aparece el tema famoso del “desamparo” del que hablan los alemanes,Heidegger y Benedicto
Es decir, que según el modelo modernista, el hombre debe experimentar este desamparo de un magisterio dogmático, como necesario escalón de maduración, como antítesis de una mentalidad demasiado acomodada en las fórmulas dogmáticas y esquemáticas de una religión paternalista que tenía todo solucionado y que se ve atacada por una modernidad que pone todo en tela de juicio con dudas espirituales, pero con flagrantes verdades y soluciones prácticas y tecnológicas que no se pueden negar y que parecen anunciar la solución de problemas que la Fe no podía solucionar. Buscando la síntesis de una mentalidad que se atreve, poco a poco, a fundar sobre sí mismo, una seguridad que buscaba afuera. Para ello, para acompañar este proceso, como consuelo, está el Cristo de la Pasión.
Pero frente a esa experiencia, del hombre moderno y en especial del católico moderno, de perder de golpe el asidero con una doctrina que tiene todas las respuestas, y pasar al tembladeral de que todo es posible y nada es verdad, pero, que en ese estado de duda y temblor se logra un avance impensable en pocos años, incontrastable, innegable frente a las necesidades humanas (¡la multiplicación de los panes!), sin duda alguna hay que reconocer que algo de bueno tiene y que algo aporta. ¡Hay que hacer la síntesis!
Pensemos. La religión nos dio una seguridad intelectual y espiritual. Pero en lo que hace al“bienestar”; bien poco. Esto otro, con su sistema de poner todo en duda, nos entrega un mundo superabundante en medicina, en comida, en diversión, en lujos. ¿A quién no le gusta? ¿Quién lo rechaza en su propia vida? ¿Quién deja morir un hijo de polio? (aunque Sabin fuera un judío ateo). El que lo niegue es falso. Entonces, la mentalidad que lo produjo, algo de bueno debe tener. Está bien… nos mandó a todos al psiquiatra, porque la contradicción nos enfermó. Y… ¿qué hacemos? Pues buscar la síntesis entre estos dos pensamientos, entre estas formas que una, asegura el espíritu, y la otra mejora la carne. Porque después de todo, somos alma y carne. Este piadoso trabajo, este misericordioso derrotero, es el que hacen los Ratzinger y contertulios. ¿Se les puede reprochar? Tú lector ¿estás dispuesto a tirar las medicinas, el auto, la electricidad, las vacaciones? Busquemos la forma, se dicen ellos, y nosotros, contradicción o no, estamos en la misma, ya sea metiendo la cabeza en un pozo o como cornos sea. Es mejor vivir en Bella Vista que en Villa Bosta, (podía decirVistalba, que es donde bellamente vivo, no fue para señalar a nadie).
“Me apenan las multitudes”, dice Cristo. Y es esta pena por las multitudes la angustia del católico de los anteriores cien años que tan bien estuvo reflejada en la obra de grandes escritores. ¿Qué debemos decirle a esta gente desamparada? De la izquierda decían que todo pasará para bien, ¿y de la derecha? El tema ya está en Saint Exúpery, "¿Qué debemos decirles a los hombres?" se preguntaba, en su famosa carta al General X y frente a esa multitud de soldados americanos “buenos camaradas” pero sin la más mínima idea de lo que estaban haciendo. ¿Una enorme piedad por todos ellos? Bernanós, por el contrario, disparaba su cañón lleno de desprecio, lúcido como nadie, en la “Grand Peur de biens pensants”.
Pero ahora no es el Católico el que siente eso por los “otros”, sino que se siente él mismo apenado por sí mismo, incluido en el torbellino de la crisis y la contradicción existencial, sin saber bien qué decirse a sí mismo; y ya el problema no es “los otros” sino yo mismo, en medio de los otros. Esa sensación de tener seguro puerto y sentir pena por los que zozobran, que podía ser piadosa o rabiosa, pasó a ser esta sensación de náufrago de una Iglesia que no alcanzamos a comprender y que marcha en deriva y parece que se hunde, pero todo en medio de una vida de abundancia material. El desastre nos alcanzó; ya no somos espectadores o cuerpos de salvataje, ¡nos estamos hundiendo! Pero… ¡tan dulcemente! ¡Tan abrigaditos y cuidados! Y frente a esto la misericordia toma nuevos ribetes, porque yo mismo estoy hasta los ijares en el barro pero saboreando el maná que la modernidad lanza del cielo. Ya no soy el tipo del faro, soy el que está en el agua. El Papa está en el agua, los curas están en el agua, los intelectuales están en el agua, y todos calefaccionados; todos ovejas, nadie pastor, pero lanudos. Y como ya sabemos, estas catástrofes sacan lo mejor y lo peor de cada uno, porque es lindo apiadarse de los demás, pero es urgente salvarse uno, o quizá… dejarse ahogar rápido.
El Santo de estas épocas es algo realmente difícil. ¿Quién puede decirse seguro de algo? ¿Quién puede iluminar? Si ya no hay magisterio seguro. Si todos sentimos moverse el piso bajo nuestros pies. Y lo que es peor; estar en la ribera y a seguro se comienza a experimentar como una culpa, como una vergüenza. No hay justificación alguna para estar en esta cómoda situación. ¿O será un espejismo? Me debo estar engañando, no puede ser que yo sólo esté a salvo. Y por otra parte, además de ser agradecido con Cristo, ¿no estoy lleno de gratitud día a día con este pensamiento que logró tan maravillosos bienestares? Un Ave María debajo del edredón de plumas cada mañana. ¿No seré yo un gran hipócrita? Muy lindo Santo Tomás, pero con esas ideas todavía andaríamos en carreta y muriendo en los partos. ¿Me voy a la villa miseria con el Padre Mujica y tiros para los burgueses? ¿O me voy a la misma mierda? Me rasco pa dentro. ¿Con qué jeta me bajo de un avión en primera clase y predico el espíritu de pobreza? Más vale no predico nada. O predico para burgueses y que los otros; previa misericordia, paciencia y comunismo; vayan llegando. ¿A quién le jode que los chinos sean comunistas? Molestaba en Europa. Cuando sean burgueses hablaremos. Banquemos a Marxun rato. ¿O alguien puede hacer algo sin guita, sin inversiones, sin fondos fiduciarios, sin tarjetas de crédito, sin ordenadores, sin wifi, sin paracetamoles y pomadas hemorroidales?Muéstrenme uno.
En el fondo, todos estamos buscando una síntesis, entre este bienestar burgués y una explicación cosmológica en la que descansar el espíritu. O si no queremos tildar el asunto de hegeliano del vamos, busquemos un … “equilibrio”. Suena más potable. Más Opus. Pero también sin escraches, porque nosotros… la misma con distinto olor.
Todos los esfuerzos tradicionalistas sufren esta misma enfermedad. El más recalcitrante “non possumus” está juntando dólares, tiene una buena obra social y anda en coche. Santo Tomás se inficiona, el combate se inficiona, la oración se inficiona, porque todos, absolutamente todos, pagamos el tributo a este bienestar que nos consiguió la modernidad, y retorcemos nuestra contradicción con excusas más o menos bien pensadas. Si tenemos misericordia, la ensuciamos con auto justificación; y si tenemos desprecio, lo envenenamos con auto desprecio.
No estoy hoy para acercar soluciones. “Deanme” un tiempo para no balearme en un rincón. Pero no me digan que esto no se parece mucho a aquella situación profetizada. “¿Hallará el Señor fe sobre la tierra?”.
Se me ocurre una… ¿no será la modernidad un ataque de misericordia que quiere comoPedro a su manera y como Judas a la suya, evitar el sufrimiento de la Pasión? ¿Es que la única manera de ser íntegro es sufriendo? ¿En el espíritu y en la carne? ¡Qué espantoso! ¡Qué inhumano! ¡Qué retrógrado!
Felices vacaciones.