"En cuanto a la mujer artífice modesto y poderoso, que desde su rincón, hace las costumbres privadas y públicas, organiza la familia, prepara el ciudadano, echa las bases del Estado, su instrucción no debe ser brillante.
No debe consistir en talentos de ornato y lujo exterior, como la música, el baile, la pintura, según ha sucedido hasta aquí.
Necesitamos señoras y no artistas. La mujer debe brillar con el brillo del honor, de la dignidad, de la modestia de su vida. Sus destinos son serios: no ha venido al mundo para ornar el salón, sino para hermosear la soledad fecunda del hogar. Darle apego a su casa, es salvarla; y para que la casa la atraiga, se debe hacer de ella un Edén.
Bien se comprende que la conservación de ese Edén exige una asistencia y una laboriosidad incesantes, y que una mujer laboriosa no tiene tiempo de perderse, ni el gusto de disiparse en vanas reuniones.
Mientras la mujer viva en la calle y en medio de las provocaciones, recogiendo aplausos, como actriz, en el salón rozándose como un diputado entre esa especie de público que se llama la Sociedad, educará a los hijos a su imagen, servirá a la República como Lola Montes y será útil para sí misma y para su marido como una Mesalina más o menos decente".
Juan Bautista Alberdi
Nota: Este fragmento ha sido tomado de “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1979, pág. 52.