Filosofía entre burros. (Sabidos abstenerse)

Enviado por Dardo J Calderon en Mar, 07/07/2015 - 9:48am

De la mano de Mons. Tissier de Mallerais venimos viendo algunos de los alcances de la “Extraña Teología de Benedicto XVI”. Esta teología – si así se puede llamar- está expresada en su obra anterior a su papado y aún durante el mismo. Es decir que nuestro autor nos aclara que no sólo no hay ruptura entre su pensamiento como teólogo, sino que hay una continuidad, y en ciertos casos, una profundización de los argumentos que la inspiran.

Tratando de resumir y traducir el espinoso asunto, cortando un poco abruptamente el análisis filosófico para el que no tenemos tiempo, lugar ni capacidad; adelantemos algo sobre lo que pido confianza, no en mí, sino en el mencionado Obispo, al que bajaré a mi nivel, para solaz y desasne de mis camaradas los burros.

Benedicto es un hombre formado en la filosofía moderna, que parte de lo que mi padre llamaba “pesimismo gnoseológico y optimismo histórico”, siendo el pensamiento cristiano su antípoda en estos dos aspectos (ya se aclarará).

¿Qué quiere decir esto? Pues que esta gente entiende que nuestra inteligencia no puede captar el “ser”. No puede conocer su esencia ni su naturaleza. Algo así como que podemos “pensar las cosas”, pero no “conocerlas”. Por lo que una cosa es lo que “pensamos”, y otra muy diferente “lo que las cosas son”, que es siempre un misterio. Todo lo que tenemos es nuestro pensamiento, una especie de “forma de pensar”, y la realidad puede que esté o no allí afuera y puede que sea de otra manera diferente a lo que pensamos. Si Aristóteles fuera un simplón como yo, pues les diría que atropellen una pared y luego la pongan en duda, mientras sanan en el hospital. Él diría que las cosas son “evidentes” y que nuestra inteligencia tiene la capacidad de conocerlas, quizá no totalmente y en cada detalle, pero si esencialmente y hasta entender de ellas su “naturaleza”. Esto se llama “optimismo gnoseológico”, y parte de lo que llamamos “sentido común”. Y después se complica bastante, pero en lo principal, es lo que todo hombre de sentido común piensa. El gaucho no duda si le va a poner la montura a una idea o a un caballo y tiene una idea bastante bien formada de cómo es el caballo y sabe distinguirlo de una vaca. Pero el moderno no, le gusta darle vueltas. No se me oculta que estamos ridiculizando un poco el pensamiento moderno, pero para gentes sanas, deben saber que todo es bastante ridículo y que se hizo para escapar de una forma de pensar – de una filosofía- que desembocaba en la Fe, y no tenían ganas de desembocar allí de puro rebeldes no más, y entonces se pusieron a pensar todo al revés hasta que pareció que era la forma correcta y a partir de ese momento los gauchos temen de que la montura caiga al piso o ensillen una cabra. Es decir, que un hombre - dice el sentido común que debe ser machito o hembra - pero ellos dicen que no, que es una idea nuestra y que puede ser lo que se le cante porque no hay naturaleza (o si la hay no podemos conocerla) y así mis pobres gauchos no saben si está bien o mal ser aputasao, aunque algo en su interior les dice que debe estar mal. Uno simplemente - dicen estos enrevesados - a fin de explicarse las cosas, les aplica categorías, se hace ideas de órdenes, pero esos órdenes y categorías son inventos nuestros, ¡no están en las cosas! Y si no, vean ustedes lo feliz que es Florencia de la Vega (pomadas de por medio). Vean que la sociedad no era un orden establecido, están mucho mejor con democracia que se nos ocurrió luego. Los órdenes son inventos nuestros que dan resultado un rato, mientras todos estamos de acuerdo y pueden pensarse nuevos órdenes que lo superen, por nuevos acuerdos. No hay un orden que viene de adentro de las cosas.

Hoy estamos llenos de estos órdenes inventados, que a veces y por un rato parece que funcionan (como al travesti mencionado) pero luego se transforman en desastres. Como los programas económicos de los gobiernos. Pero no importa, porque al hombre le va ir bien al final de este esfuerzo de prueba y error… ¿por qué? Porque sí. Porque son “optimistas históricos” (evolución, progresismo, etc.), y ¿de dónde sacan este optimismo? ¿En qué lo fundan? En que si no, hay que volarse los sesos, porque no sabemos ni podemos saber nada. A nosotros Dios nos ha contado el final de la historia, y no es muy optimista, es pesimista. En la historia… pero no allende la historia. Como la historia de Cristo.

El optimismo histórico es un “dogma liberal”. Si como escuchan. Ellos tienen también sus dogmas, pero los de ellos no tienen ni una pizca de racionalidad. “Estamos condenados al éxito”, aunque todo diga lo contrario.

Con sólo esto nos quedamos y vamos a los asuntos de la religión. Parece que Dios nos dijo una serie de cosas para que entendamos hacia dónde vamos y cómo somos, pero claro, Dios debe ser una “cosa” que está allá afuera (como la pared y el caballo) y no una idea mía,  porque si no, el que dijo las cosas soy yo en mi cabeza y resulta impensable que Dios se comunique con nosotros. Para ellos Dios es otro orden inventado, para darle fuerza de “autoridad” a un orden que inventaron unos medievales.

Pero, decía un tipo que se llamaba Kant, que teníamos que poner “cojones” y no andar justificando el asunto con un Dios, y saber que es el Hombre el que hace esos órdenes.

El último asunto que debemos entender es que en este esquema, en cada momento de la historia, el hombre adscribe a una manera de pensar las cosas y con ese producto de la razón, entiende las cosas de distinta manera. Que no hay ninguna que esté mal, sino que son ensayos, que se imponen por épocas. Que estaba bien que en la edad media se pensaran las cosas de tal manera y que hoy día se piensen de otra. Es decir que en cada época histórica hay una forma especial de pensar, de razonar, que se impone y que si no respetamos, nos quedamos sin poder hablar con nadie. ¡No nos entendemos! (no sé si alguno se siente en ese estado…).

Por supuesto que a la religión hay que “pensarla”. Si Dios habló, lo hizo en un lenguaje accesible para los hombres a fin de que lo entiendan, y ese era el trabajo de la Teología, que encontró en una filosofía (realista, es decir, que parte de que las paredes y los caballos son reales y no ideas, y por lo tanto de que Dios es real y no una idea). Esta forma de pensar las cosas – una filosofía – la descubrieron en gran parte los griegos, pero, cuando se trató de “pensar las cosas de Dios”, la construyó la Iglesia (no los griegos) y la depuró Santo Tomás. Es decir que hay una “filosofía cristiana”, que tiene cosas de Aristóteles, pero que no es de Aristóteles, porque se fue formando a partir de la consideración – como modelo de correcto pensar- de la Revelación Cristiana. Es decir, lo que daba en concluir de acuerdo con la Verdad Revelada, estaba BIEN. Esa Verdad era la medida, el metro patrón, y había que ir delineando una forma de pensar, que sin repugnar ni forzar la razón, antes bien, dejándola tranquila, llegara a conclusiones aceptables, se explicara en la medida de lo posible, esas revelaciones. Es decir que no fue un proceso histórico, no fue la mentalidad de una época; fue la mentalidad de la Iglesia de Cristo, fue su trabajo. Aristóteles sí fue una época (bastante amable, por cierto). Pero la Iglesia es eterna.

Los modernistas no aceptan esto. Dios no habló. Fue un “fenómeno”, algo que pasó y que pasa en nuestra existencia. Algo que experimentamos y que intentamos traducir en palabras, pero claro, con las palabras que “tenemos” en nuestra época, esas palabras que se entienden dentro de un sistema filosófico que está impuesto, que está “de moda”, por decir. Eso implica que la Biblia (ambos evangelios) no es Palabra de Dios, es palabras de los hombres que trataban de explicar su experiencia (llámese San Pablo, San Lucas, San Juan, San Marcos…  o Santo Tomás). Y que si hoy le tratamos de explicar al hombre la experiencia religiosa en el lenguaje de San Pablo o de Santo Tomás, no entienden un belín. Que no se trata de “imponer” una forma de pensar de una vez y para siempre en la historia, porque esta nos rebasa en sus formas de “razonar”, sino de que cada momento sepa expresar “lo religioso” en ese lenguaje nuevo que se impuso.

Cristo no habló – para ellos- sino que fue una “experiencia” que tuvieron esos hombres que hablaron (fue Verbo, no por logos, sino por acción muda). Y nosotros debemos “hablar” nuestra experiencia actual de lo religioso en el “idioma” que usamos hoy. Al traste con todo el trabajo de establecer un idioma.

Pero reparemos en la “experiencia”, porque si la experiencia fue sólo de aquellos que vivieron junto a Cristo, estamos fritos, ya que no hay otro dato de ella que la que dejaron esos que estuvieron con Él. La experiencia misma debe ser una constante experiencia humana, de todos. Es decir que ya tampoco tiene importancia “esa” experiencia ocurrida y esos “testigos” de la experiencia, sino que se trata del “Cristo Cósmico”, que se revela a todos. Es decir que aquella experiencia – por ejemplo esa Pasión Sangrienta, entendida como Sacrificio por aquellos hombres antiguos acostumbrados a sacrificar palomas y corderos a una Divinidad iracunda- no tiene nada que ver con la experiencia de hoy, que en una civilización más acostumbrada a entender los asuntos como sacrificio en la “solidaridad”, gracias al pensamiento de la solidaria zurda, ya no necesita de imágenes sangrientas, ni de piedras sacrificiales, sino de mesas compartidas. Limpiemos el imaginario antiguo.

Y este trabajo de “hablar” con el lenguaje de hoy la experiencia religiosa, es la expresa tarea que se toma el Concilio Vaticano II, en especial el “teólogo Joseph Ratzinger” y que lo expresa con todas sus letras, como veremos. Su libro “Fe y Razón” no trata, como algunos creen,  de hacer el trabajo de Santo Tomás de demostrar que nuestra Fe es razonable, sino de que la “razón” no es una, sino histórica, y se expresa en cada época de manera diferente, y que por lo tanto hay que volver a expresar lo religioso (la experiencia, no la dogmática definida, que sólo es lenguaje humano) con el lenguaje de la “razón dominante” de la época, porque si no, la Iglesia queda hablando en el vacío, nadie la entiende, siendo que ha venido para dialogar. Veamos a Benedicto XVI:

“Cuando en el siglo XIII por la influencia de los filósofos judíos y árabes, el pensamiento aristotélico entra en contacto con el cristianismo medieval, y que la fe y la razón corren el riesgo de entrar en una oposición irreconciliable, fue sobretodo Santo Tomás de Aquino quien jugó el rol de mediador en la nueva reconciliación entre la fe y la filosofía, llevando de esta manera la fe a una relación positiva con la forma de “razón dominante” de su época”.

Filosofía perennis un corno. Expresión histórica ya pasada. No hay “razón” humana, sino “razón dominante” según la época. ¿Hay dogmas? Ssssi… pero no son expresiones del lenguaje que quedan fijas para ser “entendidas” por una razón humana que funciona siempre igual; sino que  son “experiencias” que tenemos los hombres de todas las épocas y que expresamos de manera diferente. Si queremos que el hombre de hoy entienda esos “dogmas”, no podemos usar ese lenguaje “tridentino”. Debemos usar el mismo lenguaje que ellos entienden, a base de las “experiencias nuevas” que se le producen (nadie hoy día ve crucificados – porque no miran a oriente- sino hombres abandonados por la desolidarización).

La razón no es algo que responde a una “naturaleza” constante, es algo que está siempre pero que no podemos definir ni abarcar, sólo podemos ver su expresión en las “ideas” que el hombre usa en un momento histórico. El desafío de la Iglesia es re expresar esa experiencia – que para colmo ya es otra, no la misma-  en un nuevo lenguaje acorde al tiempo. Y él, Ratzinger, lo va a hacer.

Nada de nada queda de Aquello. Ni la expresión, ni la palabra, ni la experiencia, ni los testigos. El Cristo histórico es incomprensible. Sólo queda un Cristo impersonal, a histórico, mudo e incomprensible, que debe ser experimentado por nosotros y expresado en nuestro lenguaje moderno, forjado  base de nuestras preocupaciones modernas (derechos humanos, dignidad, libertad, igualdad, solidaridad, democracia) y de nuestras experiencias modernas (revoluciones, conquistas, economías etc.). (Realmente es una escupida en la cara de todos estos burgueses de mierda que hoy estén crucificando cristianos en oriente. No saben cómo taparlo, ¡qué inexplicable exabrupto antediluviano que nos devuelve a tiempos de un imaginario perimido!  Cuando hoy la Pasión se explica en términos de “derechos vulnerados”; la Cruz y la Sangre eran símbolos antiguos que hoy se expresan con la integridad del salario laboral.) 

¿Pero – dirán ustedes- es tan irremediable este cambio de razón, de lenguaje, de filosofía, que nos deja mudos ante el hombre actual, incomprensibles? ¿Hay una fuerza tan enorme que nos impone las nuevas formas sin que podamos librarnos de esta tiranía del cambio? ¿Es que no hay nada Eterno que nos acompaña en la mudable historia? No y sí. No es para nada irremediable ni insuperable y sí, está la Iglesia para aportar lo eterno. Es una estafa y un chantaje que podría disiparse en dos minutos desde la Cátedra de Pedro (y sólo desde la Cátedra de Pedro). En que el sentido común vuelve a ensillar el caballo. En que Cristo vuelve a ser Palabra de Vida, experiencia de aquellos Apóstoles que nos dejan su testimonio único e irrepetible, con palabras inspiradas, razonables en un lenguaje humano conformado para ser entendido siempre por todos los hombres; tesoro irreproducible custodiado por su Iglesia.

¿Nosotros no experimentamos a Cristo?

La más de las veces, lo normal es que…  no. Creemos en un testimonio y lo encontramos muy razonable. Adherimos a la doctrina nacida de los Testigos, de los Mártires. Experimentamos sí, en nuestra vida el bien que acarrea esa doctrina sabiamente formulada, y la amamos, a veces de corazón (¡dichosos los que logran estas consolaciones!), pero normalmente con la inteligencia. Ni lo vemos, ni lo tocamos, ni lo sentimos. Será Mañana.

¿Y entonces? ¿Por qué nadie entiende ya ese lenguaje? Porque hoy viene la confusión desde los Papas, que eran el gran obstáculo para que la confusión impere. ¿Misterio de iniquidad?      

¿Qué queda de Cristo para nosotros sin esa doctrina? Una nostalgia, una ansiedad en el desencuentro que me enajena… o una conmoción histérica, una emotividad enferma que lo sustituye por la adoración de mí mismo en mi fraguada experiencia visceral.

¿Esa doctrina es extensa y difícil? No. Es simple, unas pocas y densas palabras para una razón que mantiene su sentido común. Para el que Dios ES,  más allá de mi idea y de mi experiencia

            ---------------------------------------------------------------------------

Citando a Mons. Tissier (con agregados nuestros entre paréntesis), concluimos hoy, y prometemos para después:

“Según Benedicto XVI (no sólo Joseph Ratzinger) el punto fijo del Concilio Vaticano II, según el programa concebido por Juan XXIII, fue precisamente el de ubicar hoy la fe en una relación positiva con la filosofía idealista moderna, por suprimir el antagonismo deplorable entre fe y razón moderna (no entre fe y razón, sino entre fe y “razón moderna”, no hay que comerse el título del libro) y hacer que la doctrina sagrada dé un nuevo salto hacia adelante. Y bien, veamos como Joseph Ratzinger, él mismo, siguiendo el programa que también es suyo, ha usado de esas filosofías dominantes en los años 50, para releer los artículos del Credo y para exponer los tres grandes misterios de la fe.”   

¡¡¡¡ Puajjj!!!!. Pero hay que hacerlo por bien de los cultores del “gran conservador”.