III. EL ENEMIGO FRAGUADO: En el lastimoso balanceo al que se entregan los portadores de la idea democrática entre extremismos de izquierda y extremismos de derecha para no tener que reconocer el carácter unitario del fenómeno y no verse constreñidos a pedir cuentas a sus inspiradores reales, el primero siempre resulta más "conducente", creen ellos, porque conformaría una base de seguridad para el mantenimiento del establishment creado o, mejor dicho, agigantado en la lanzada de la victoria en la "Cruzada común" contra el fascismo, cuyo renacimiento, según ellos, sería mortal para dicho sistema de dominación financiera y política.
Pero como, por otra parte, todos tienen conciencia de que el fascismo sólo vive en el recuerdo de algunas minorías nostálgicas día a día más reducidas por razones biológicas —el MSI es una excepción, valedera únicamente para Italia como fue, por lo demás, el fascismo de Mussolini—, se sigue hablando de "amenaza fascista" por necesidades de terrorismo intelectual a las que se quiere someter a los más jóvenes que podrían ceder a la tentación de volver a actualizarlo o, simplemente, de querer obedecer a una pura vocación nacional, porque han descubierto que, desde 1945, los dueños del poder les han mentido impúdicamente (a lo cual se debe seguramente la merma considerable de votos sufrida por la D.C. en las elecciones generales de junio de 1983).
Esta es la razón por la que los promotores de la propaganda antifascista han tenido que completar su vocabulario para tener amalgamados a los hijos de los beneficiarios de la victoria y a los de los vencidos (se han amalgamado, por cierto... en 1968).
Se ha empezado, decía, a hablar de "peligro reaccionario" que permite agregar nuevas gamas al teclado. Este peligro siempre va aparejado con acopios vistosos de violaciones de los derechos humanos. Y aquí es donde los promotores de la "democracia orgánica" caen en el embudo por temor a pasar por otros tantos Heinrich Himmler.
Los términos siguen designando a los mismos fantasmas, sin lugar a dudas, y siguen siendo intercambiables: el general Pinochet siempre seguirá siendo fascista (como sigue siéndolo Francisco Franco para la eternidad), así como el primer ministro Botha, puesto que están en el poder sustentándose, claro está, en "siniestros aparatos represivos", con lo cual el KGB va asumiendo todos los rasgos de una sociedad de beneficencia, tanto más ahora que está, como siempre estuvo, en manos del "liberal" Iuri Andrópov. No escapa siquiera el mismo Franz Josef Strauss que, con su CDU, se empeña en no olvidar las tierras germánicas irredentas y en sostener que la Unión soviética es, sin remedio posible, una amenaza mortal para la paz y la humanidad: quienes militan en la derecha nacional —un Almirante, un Blas Piñar, un Le Pen— aun cuando se limiten a la prédica doctrinaria o a la acción parlamentaria son y serán siempre necesariamente reaccionarios, pero ¡ojo! con afición permanente por el genocidio para el caso de que, etc., etc., todo lo cual es de suma utilidad para mantener alerta, y embotado al elector y al militante.
Pero, ¿qué es un reaccionario?
Continuará...