Puesto el tema en cuestión no me va quedando otra que terciar en el mismo, aún cuando la condición de “viejo” me pone en el peligro de la añoranza babosa. Pero vamos de a poco.
Perez Reverte, para quien ha leído su obra, es claramente un misógino; las mujeres de sus libros son siempre de una enorme personalidad pero de una frialdad en el interés concreto que deja un regusto amargo, me atrevo a diagnosticar un egoísmo que nunca logró una entrega total. En su chochera añora esas mujeres “importantes” de tono y de figura, que en realidad existen más en su imaginario y en el cine que en la realidad de ningún momento. Algún comentarista quejoso se prende en el defecto de verse resabiao contra el bello sexo a pesar de que el comentario de una dama ha dado claramente en el clavo. La mujer es para un hombre, y el hombre la construye a fuerza de merecerla. Chesterton nos decía que el “invento” es tan maravilloso, que hay una para cada uno, y que cada uno tiene la que se merece, y si no tiene ninguna…..
Hay que ser ciego y redondamente remachado para no darse cuenta que el ser más bello de la creación es una mujer. Si ese trascendental del ser que es la “belleza”, entendido dentro del núcleo de bondad y de verdad, cobra existencia y encarnadura, es en María, la mujer que Dios conformaría a su grandeza y la que no dudo, resumía todo orden de belleza en todos los planos: teologales, morales y físicos. En el aspecto físico y “temperamental”, calculo que Eva debe haber sido de un encanto sin igual, y es María, la nueva Eva, quien puede volver a dar al hombre una idea de esa belleza primordial, y no hay que andar buscándola en el cine.
Dios hace al varón y le da una “varona” (virago), a la que el hombre le pondrá un nuevo nombre “mujer” (mullier), que sacará de su principal característica que es la “ternura” (mullier quiere decir muelle, blando, tierno. Es un adjetivo que hemos sustantivado para designar a ese ser) . Es decir que toda la tradición adjudica a la mujer esta principal forma de ser que es la ternura, forma de ser que ha penetrado todos los idiomas, dejando claro que estos nuevos ideales de “prestancia”, “carácter”, “elegancia” o aún otros mucho más bajos, no son sino el reflejo de los malos gustos de los hombres que han desviado una vieja sabiduría, y con sus malos gustos van conformando mal a sus mujeres.
El primer grito feminista con lo que venimos diciendo será “¿así que tiene que haber un varón que nos dé forma, o somos informes?” Y… si. Este es el secreto que la vieja revelación nos trae con lo de la costilla y otros datos no menores. Ese ser blando y moldeable como la arcilla, hecho para la ternura, espera un varón virtuoso para acompañarlo, para complementarlo, y para darle el gusto enorme de hacerse a su medida y hasta de replicarlo en los hijos. El varón, palabra cuya raíz es la misma que la de fuerza y virtud (vir), solicita una compañera y la forma a su medida. En la relación hay un dar del varón y un darse de la mujer. La mujer “mostrenca”, la que no tiene varón, no sabe quién ser, porque ella ha nacido para ser para otro, para vestirse como al otro le gusta, para tener los modos que al otro le gusta, y en ese darse, cumple su finalidad y logra su razón de ser. Por ello, frente a Dios, no podía haber un ser más agradable que una Mujer, esa María de Nazaret, que fue todo lo que Dios quiso que fuera. El ser humano más amado, no podía ser un varón.
Ahora bien; Dios “mereció” por así decirlo, a María, y todas las bellezas de las santas y las vírgenes que a Él se han consagrado en la historia. Pero el varón tiene una enorme responsabilidad que consiste en hacerse digno de merecer ese tipo de amor tan especial que es el femenino. Tiene que saber qué quiere y tiene que tener con qué conformar. De lo contrario se viene la maldición. ¿Cuál maldición?. El que Dios le haya dado al varón el privilegio de tener un ser para su compañía, capaz de vivir para él, con la posibilidad de recibir de ese ser los (ojo que no quiero ser verde) goces más maravillosos de la naturaleza, de llegar a esta condición Regia (así decía Chesterton: cada hombre, por más infeliz, tiene un Reino en su casa a causa de su mujer), y me atrevo a agregar, condición divina… implica necesariamente llegar al tamaño, por lo menos humano, de merecerla. Y si se acerca a ese milagro portentoso de la mujer, sin las debidas condiciones; pues le espera la más desgraciada suerte de todas. Más le vale quedar soltero. Y de aquí tanta infelicidad en las vidas matrimoniales. Pero si el hombre no falla, es muy raro que la mujer falle. Es una pieza muy bien pensada para encajar. Y entrando en terreno pantanoso, aún referido al placer sexual que el buen Dios ha dispuesto, hay que saber que se paga con una hombría especial o deriva en onanismo y homosexualidad, porque el verdadero placer es “conocer a una mujer”.
Por supuesto que en la vida de una mujer existen varios hombres que inciden. Cristo mismo para empezar, su padre para seguir, santos sacerdotes; que hacen la tarea de llenar ese vaso sediento de contenido, pero, me atrevo a afirmar que, salvo las vocaciones religiosas que se llenan de Cristo mismo, en el común de las mujeres estos hombres providenciales más hacen al tamaño del vaso, a la vocación sedienta, que al contenido mismo, que le tocará llenar al varón designado. Una buena Iglesia y una buena familia preparan un continente generoso, de buen volumen, y lo entregan a un marido magnánimo para que lo llene.
Quien se acerca a una mujer “sin las debidas condiciones”, come y bebe su propia condenación. Hay demasiada belleza, se reciba una dignidad exagerada al poseer una mujer, es un atrevimiento tan enorme frente a la “paridad” humana, que más vale justificarlo con sobrada hombría. Una de mis hermanas decía que ser mujer es una evidente desventaja, hasta que se tiene un HOMBRE, y se pasa a la delantera. No se trata de que por ser hombre y tener sexo merezcamos una mujer, tenemos que demostrar un plus, y tenemos que ser capaces de “dar” ese plus. Un plus de virtud, de coraje, de aprecio por lo que vamos a recibir que es un don Divino que Dios mismo se reservó para Él en María.
La querida Clarita (que más abajo comenta) dice una enorme verdad, el hombre que tiene quejas de la mujer sólo se tira barro en su cabeza. Son sus culpas y su pequeñez de lo que habla. No hay paisaje, ni construcción artística, ni flor alguna, que nos de una ínfima idea de la belleza que existe en la mirada de entrega de una mujer que nos declara “su” hombre. Las mujeres no son seres que caminan a su gusto por el mundo y las hay más gustosas o menos. Es un ser maravilloso que solicita de nosotros una grandeza para ser con nosotros algo nuevo y mejor, pero… que en el fracaso de la expectativa… es implacable.
Esa muchachita a la que se denosta por charlatana y chismosa, que un día todavía está jugando a las muñecas y celándose con las amigas, al otro día se convierte en una leona heroica capaz de cosas que un hombre necesita años para enfrentar. Es uno de los milagros de lo femenino. Y esas tonteras no son para un hombre de verdad sino causas de ternura, donde la niña juega a defender su hombre y su cría. Un hombre cabal sabe ver por encima de ellas la verdadera esencia de la mujer.Una última y rápida disgresión que debería ser más amplia para no ser mal entendida. En tiempos veterotestamentarios, los varones cabales eran poligámicos. No todos habían nacido para la dignidad de la virilidad ejercida, y las mujeres debían, como en los animales, recurrir al más apto. Algo de esto está ocurriendo en la moderna sociedad anticristiana. Cristo redime muy especialmente la virilidad y si María no fuera Corredentora, nada se hubiera hecho por la feminidad. Es en Cristo donde hoy cada hombre puede ser un HOMBRE, es allí donde debemos buscar ese contenido que la mujer espera y que rehace nuestras magreadas virtudes viriles. Hoy es posible a todos. Y a todos les espera una mujer que lo corone si se está dispuesto a ser Rey en su casa.