Estamos en un brete. Por un lado Esteban me pide que sea uno de los que se hagan cargo de este sitio y por otro no se me ocurre nada que escribir.
Podría no importarme, ni hacerme cargo; pero no me gusta la idea de dejar este lugar en el olvido y mucho menos fallarle a un amigo. Un amigo, tal vez, que sea mejor perder que encontrar, que entre que mis niños joden tanto de día como de noche, que me jode casi todo y mi señora a mí también, que la inflación, que el laburo, que la AFIP, Rentas; Cristina, el dólar golpista a más de 10 mangos y la gran puta; ya tenía bastante.
Y no soy escritor y algo hay que escribir. Me decía Dardo no hace mucho que debía escribir más, pero es él quien de un tema hace varias carillas. A mí no me sale.
Para campear esta realidad se me ocurren algunas ideas, como la de entre tanto y tanto decir alguna barbaridad contra Mussolini para que Esteban reaparezca, pero no sería de lo más apropiado si lo que quiere es descansar.
También confiar en la colaboración de los amigos de siempre y de los que se vayan a querer sumar.
Y dado que cosas mías no podrán salir con la asiduidad necesaria para mantener esto vivo y no es bueno sentarse a esperar colaboración cuando todos tenemos que correr la coneja, pensé en dar a conocer textos cortos y que cuenten de cierta autonomía, de autores que todo el mundo debería conocer, o conocer más y aprender a querer.
Entre estos se me vinieron a la cabeza los Escolios de Gómez Dávila, pero ya está hecho. Los aforismos de Thibon, pero me van a tildar de trolo si les salgo con un “allí donde el espíritu no puede comprender, debe presentir; allí donde no puede presentir, debe creer”. O los de Federico Nietzche, pero necesitan, para no ser nocivos, de una óptica que no todos tienen y sería para quilombo.
Y, por último, -que es por quien me decidí-, de don Alberto Falcionelli. Parece lo más indicado por más de un motivo: por Esteban, por todos nosotros, porque se me antoja y porque se podría hacer desde una de sus obras inolvidables y hoy inhallables como es EL LICENCIADO, EL SEMINARISTA Y EL PLOMERO - GLOSARIO DEL COMUNISMO EN ACCIÓN. Una obra genial, llena de la ironía que da la autoridad, donde el autor desarrolló alfabéticamente el contenido de diferentes voces, como ser “alma”, “amistad”, “constitución”, “fascismo”, “filosofía”, “hambre”, “historia” y muchas más.
Lo de “licenciado” va por Lenin, que estudió Jurisprudencia; lo de “seminarista” por Stalin, que de jovencito se le dio por aquello; y lo de “plomero” por Nikita Jrushchov, que en sus comienzos ejerció “el honorable oficio de plomero cloaquista”.
Es un Glosario que no necesita de adaptaciones para su comprensión en la clave de estos años y por ello mantiene toda su actualidad. A lo sumo, distinguido lector, donde se dice “comunista” deberá usted leerlo como demócrata, social demócrata, socialista, demócrata cristiano, joven idealista, revolucionario o simplemente hijo de puta. Otras voces no necesitan tan siquiera de ese mínimo esfuerzo interpretativo.
Entonces, comencemos hoy con la siguiente voz del Glosario de Alberto Falcionelli:
Hipo: “contrariamente a los materialistas utópicos de la antigüedad y del siglo XVIII y de los evolucionistas modernos, cuya estrechez específica … consiste en considerar al mundo como proceso, como materia insertada en el desarrollo histórico” (F. Engels: Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana), los materialistas científicos afirman que “en la naturaleza, toda transición se efectúa por el salto” (P. Iúdin), lo que, según un amigo mío que se excita con estas cuestiones, hace de la sociedad humana una sociedad de convulsionarios sometidos a “la ley del hipo”, fenómeno más que suficiente para explicar el porqué del temperamento hipocondríaco de los dirigentes y militantes comunistas”.