Judas De Karioth

Enviado por Dardo J Calderon en Lun, 29/06/2015 - 9:52pm

Judas era originario de Karoth (is-cariote), un pueblo pequeño cerca del actual Hebrón en plena Judea. Era el único judío de los doce (lo que no es para dar de comer a racistas, ya que no eran diferencias de razas lo que separaba a Galileos, sino cuestión de naciones), asunto que tendrá su peso hacia el final de su desventura. No sabemos las circunstancias en que fue llamado por Cristo al Apostolado - en otros ha quedado la anécdota que suele ser muy significativa - pero sí sabemos que fue llamado “¿no os escogí Yo a los doce?” dice Cristo.

De aquellos tres intensos años, en los dos primeros podemos afirmar que Judas fue uno más de entre los doce; con la misma amistad y llevando igual vida y viscicitudes. Con sus defectos, tantos como los otros. En retrospectiva y sabiendo el final, podemos inferir que era peor, podemos ver su ambición política, o los rastros de su avaricia anunciando su traición, pero no fueron menos la intolerancia de Juan, o la ambición de Santiago, o la inconstancia de Pedro o la pusilanimidad de Tomás Hombres al fin, jugarían junto a Cristo y libremente, el derrotero de sus elecciones.

Judas sin duda alguna era uno más de ellos, amado por el Señor, que realizó predicaciones, probablemente curaciones y exorcismos. Cristo lo llamó para que fuera su Apóstol, no para que se perdiera. Sin duda alguna, y por el hecho mismo de su nacionalismo judío, Judas deseaba como buen ciudadano y legítimamente,  la restauración de su Patria. ¿Les suena? Como cualquiera de nosotros. Conoció al Maestro y vio en Él todas las condiciones para lograrlo. Ya se imaginaba que con todo ese poder y esa pureza, Israel se iba a levantar entre las Naciones como un faro para el mundo. Todo jugador político entiende la importancia de la bolsa en todos estos proyectos y él se la tomaba en serio. Podemos fácilmente ver en su vocación de tesorero el anuncio de su maldad, pero mal haríamos juicio de todos los tesoreros de la historia. Eso sí. Dentro del entusiasmo y aún dentro de la avaricia, que repito no se daba en mayor medida que se daban en otros de sus pares los defectos (parece que Bartolomé era el más prolijo, recibiendo de Cristo uno de los piropos más hermosos del Evangelio “He aquí un hijo de Israel, en quien no hay falsedad alguna”. Y eso que era medio tilingo; le gustaba la elegancia), dentro de eso, decíamos, debía haber en Judas un sesgo amargo agazapado que siempre está en la historia de los suicidas. 

Iniciando el tercer año de vida pública, se produce un hecho fundamental para los seguidores de Jesús. En el ápice del entusiasmo, aquel día de la multiplicación de los panes, los seguidores querían coronarlo Rey. ¡Cristo Rey! Ni pensar en el entusiasmo de todos; venían venir los días de la victoria y de la revancha. La restauración de Israel se perfilaba llena de buenos augurios. Pero al otro día… en la Sinagoga de Cafarnaúm, de manera impensable Cristo rechazaba la corona, no hay más de estos panes para la multitud, “el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo”. Estampida general. Muchos de los seguidores “se volvieron y ya no anduvieron con Él”. Cristo preguntó a los doce: “¿Queréis vosotros también marcharos?” y Pedro tomando la palabra, contesta en dos frases: “Señor ¿y a quién iremos?”, y en esta primera estaban todos azorados. Ya se habían jugado, no les quedaba otra carta. Y va la segunda que sí es de Pedro “Tú tienes palabras de vida eterna”. Probablemente no fue esta segunda la que firmara Judas, pero sí la primera. ¿A dónde iré? El proyecto político caía por tierra y él estaba jugado, señalado, reconocido dentro de los principales (no era tan fácil como ahora cambiar de monta). Y allí nació el dictado de una cínica avaricia, que si buscamos hoy, es muy típico. Estoy embromado, esto no sale, veremos si por lo menos lleno la bolsa. Es la historia de muchos hoy; el proyecto se frustra, por lo menos me lleno de plata, asunto que en un carácter cínico y alegre se transforma en un pillo de comedia. Pero él no era eso. Una enorme amargura lo atenazaba, una frustración de la oportunidad perdida por este “sobrenaturalista” lo amargaba, en el que había jugado su destino y puesto sus esperanzas más egregias. ¡Qué desperdicio! Ya más adelante diría lo mismo cuando lo del perfume derramado ¡Qué desperdicio!, pero ahora desde la avaricia (¡eran trescientos denarios! Y luego lo vendería por treinta, que eran más o menos treinta sueldos mínimos).

 ¿Cuántas vocaciones políticas hechas y derechas vemos recorrer este mismo camino? Ma sí, ya que estoy y todo esto se fue al tacho, me forro y me cisco en todos, pero con amargura (salvo la patrona que espera ansiosa la viudez para disfrutar ya libre del amargado. Y parece que esto se dio también en Judas que pasaba lo birlado a su señora). De allí en más, entendemos que hay que abandonar la teoría de que Judas buscó en su traición hacer “reaccionar” al Maestro. Lo conocía bien, nada lo iba a sacar de su camino, su lenguaje cada vez era más funesto, hablaba de muerte. Allí comienza a faltar en la bolsa, de a poco, y a amargarse la vida. ¡Maldito sea! ¿Quién lo entiende a este Hombre? Estaba todo listo ¡¿y nos sale con esta?!

 Judas no podía entender por qué no se lanzaba a la “acción”. Sólo se explicaba en una especie de vicioso funambulismo que atacaba al Señor. Se replegaba en pensamientos funestos cuando ya se había estado a las mismas puertas del éxito.

Ya está todo perdido, de última, saquemos los últimos treinta denarios. De una u otra manera Él marcha ciego buscando su perdición; aprovechemos, ¿qué tiene de malo? Lo mismo sucederá conmigo o sin mí. Se debilitó y reza y se aparta de todos. Ma sí… ¿Pero qué fue de mí? De ese muchacho y de ese hombre que quería salvar su Patria, lleno de sueños y proyectos. De generosa entrega. Al fin el único testigo de lo que fui era ese Hombre al que he traicionado. ¿Qué me queda? ¿El tragar amargo las viandas de mi torpe riqueza? ¿Arruinarle la vida a los míos con esta nube nefasta que me sigue? Mejor me cuelgo de un palo.

Claro, no sólo él, sino también los otros lo pensaron. Pero ¡era tan amable! “Tú tienes palabras de vida eterna”, y no pienso estar en otro lado que contigo, pegue por donde pegue.

¿Es que Cristo no quería la restauración de su Patria? Si, por supuesto. Es que la política le daba un higo? No, de ninguna manera. Es que había una tarea primordial que sólo él podía hacer. Había que pagar la deuda acumulada. Había que expiar. Primero. Había que reparar lo mal hecho. Bajar a los infiernos. Luego si querían los hombres restaurar sus patrias, podrían.

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Este es todo el secreto de los proyectos políticos, tras los cuales nos espera la pícara comedia o la amarga tragedia. No se trata de una acción oportuna a partir de lo que hay. Hay que pagar primero y hay que expiar los pecados propios y lo de la Nación que amamos. Ellos constituyen una carga de mal y de torpeza que hacen irremontable cualquier proyecto. Qué cara hubiera puesto Judas si el Señor le dijera… paciencia… lo que quieres se dará, por un rato, en unos diez siglos. Pero hoy te puedo dar la vida eterna. Y lo otro después se deshará. Se deshará cuando el hombre quiera accionar sin reparar, sin expiar. Llegará el nefasto día en que los hombres falsificarán mi doctrina, y dirán que no hay nada que expiar. Que mi Padre es pura misericordia y que no exige la justicia reparadora. Que los hombres falsificarán el tesoro de la Misa y ya no será más expiatoria de sus pecados, sólo un ir hacia adelante, sin precio. Acumulando sus torpezas que harán fracasar todas sus empresas. Cuando la sola mención de las “deudas” se haga insoportable. El Anticristo será un gran condonador de los títulos de deuda, dejando que la infamia siga su curso destructor. Impidiendo que nadie repare el entuerto.

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El eje de la doctrina del gran teólogo de Tubinga, Joseph Ratzinger, es hacer caducar el concepto de expiación. Remito a la obra de Mons. Tissier para ahorrarles citas. Este principio es el eje que sostiene todo el Concilio Vaticano II que es quien prohíja este desahogo de los títulos de deuda y quién inicia el festejo de acción de gracias exclusivo por esta generosa condonación que creen necesaria para avanzar sin rencillas. Este es el que troca los deberes en derechos, festejando este acierto de la Modernidad. Por ello habrá mucho que expiar. Quienes crean que se puede olvidar y perdonar sin necesidad de volver a desdecirse de esa horrorosa mentira, de reparar esa monstruosa falacia, sólo construye sobre arena y hecha cenizas sobre su cabeza. Quien pretenda de allí partir como de un mal entendido, para buscar un “nuevo paradigma”, y que no entiende qué hacen esos tipos atascados en la vieja liturgia, en comunidades “expiatorias” (o sacrificiales diría Calmel) con rezos y procesiones, en vez de “accionar” sin quedarse plantados en una discusión sin mayor importancia; pues esos, Dios los libre de la amargura, del psiquiatra y de la soga. Esos  que creen que corresponde hablar de Cristo Rey, sin recordar que previo a recibir su corona, estaba Cristo Víctima, y que no hay Patria ni vida personal alguna que no exija el pago del pecado en dura moneda de sufrimiento, en claras medidas de reparación del mal hecho. En el ofrecimiento de esa Víctima en el Santo Sacrificio de la Misa. Pues esos, comienzan a cometer el error de Judas. Y sin duda hoy caminan con los otros, predican, curan y exorcizan, llenos de entusiasmo en sus proyectos restauradores, hasta que Cristo los defraude y los desilusione, pidiéndoles que como Él, vuelvan a reparar lo hecho. A desdecirse de sus mentiras y falacias, a devolver lo hurtado, para que la mentira no sea el poder de sanación de un perdón falso que deja incólume la obra destructora del maldito.