La batalla preliminar

Enviado por Dardo J Calderon en Vie, 27/02/2015 - 8:19am

LA BATALLA PRELIMINAR. Por Jean Vaquié. Se hace cada vez más evidente que la lucha contrarrevolucionaria se desarrolla en dos niveles.

1.- Debemos batirnos en primer lugar por conservar las últimas posiciones que nos quedan. Resulta necesario y evidente conservar nuestras capillas, nuestros pocos monasterios, nuestras escuelas, nuestras publicaciones, nuestras asociaciones, y en un sentido más general nuestras esperanzas de salud y ortodoxia en la doctrina. Es por ello que estamos implicados en una serie de combates conservadores de poca magnitud y de los cuales no podemos sustraernos.

       En efecto, encontramos la mención de este combate en las mismas escrituras. San Juan evangelista, bajo el dictado de “Aquel que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas”, es decir , bajo el dictado de Nuestro Señor, se dirige al ángel de la iglesia de Sardes diciendo: “Esto vigilens et confirma cetera quae moritura erant”, lo que significa: Sed vigilantes y mantened los restos que están por perecer. (Apoc III, 2).

         La iglesia de Sardes, sabemos, corresponde a nuestro tiempo. Es para nosotros esa amonestación “mantened los restos”. El cielo espera de nosotros esta salvaguarda de los restos. Ella formula nuestra misión. Ella constituye nuestro combate contrarrevolucionario cotidiano. Es la “batalla inferior”. Es una batalla defensiva, una batalla de mantenimiento.

2.- Pero por sobre estas innumerables ocupaciones conservadoras, otra batalla, más importante aún, ha comenzado, y su objetivo es un cambio en el poder.

        “Yo reinaré a pesar de mis enemigos”

       Quién de entre nosotros ha olvidado esta promesa, lacónica pero formal, que Nuestro Señor ha hecho a santa Margarita María en 1689? Solo a ella, lo que debería bastar. Pero renovada, en el curso de los siglos XIX y XX, a un gran número de místicos y en particular a Madame Royer. Y cuando uno entiende que el juramento resulta de la repetición de una promesa, se puede afirmar que el Reino del Sagrado Corazón nos ha sido prometido bajo juramento. Podemos asegurar que hoy Nuestro Señor opera misteriosamente según su manera habitual, en vías de extirpar el poder de la Bestia y de instaurar Su propio reino. Este combate misterioso, donde El es el agente principal, constituye la batalla superior, aquella del objetivo principal.

      Ambas batallas responden, tanto la una como la otra, a la voluntad divina. Comprendamos que no podemos eludir ni la una ni la otra.

       Están entremezcladas, porque tanto en una como en la otra, los combatientes somos los mismos que tenemos dos luchas que llevar. Pero es de primordial importancia el distinguir estos frentes, porque no tienen los mismos objetivos y por consecuencia, no son susceptibles de una misma estrategia. En particular la parte que toca jugar a Dios y la parte que toca jugar al hombre, difieren mucho en el caso de cada batalla.

        La incomprensión que uno constata entre los jefes de distintos grupos, proviene de que la mayor parte no ven más que un solo combate y confunden los objetivos secundarios; cuales corresponden a la batalla inferior y cuales al objetivo principal de la batalla superior.

        Son precisamente las respectivas estrategias de estos dos frentes superpuestos las que vamos a examinar de a poco.

                                                    LA BATALLA INFERIOR.

       ¿Cómo conducir la “batalla de mantenimiento”? Ella presenta, del fondo de sus raíces históricas, un cierto número de particularidades de las cuales derivan, para los jefes de grupos, utilidades prácticas. No se puede librar con cualquier actividad. Las iniciativas están circunscriptas dentro de ciertos límites que señalaremos en cuatro párrafos.

                                                      EL DINAMISMO REACCIONARIO FUNDAMENTAL.

       Las verdaderas fuerzas vivas de Francia, han sido siempre anti-revolucionarias. El don inicial que ha construido nuestro país es la Monarquía Cristiana. La república laica es un castigo provocado por los pecados del pueblo: “propter peccata populi”. La tendencia espontánea de Francia no va hacia la república, sino a la restauración. Nuestra Nación desea vigorosamente  retornar a su don inicial. Este es el dinamismo fundamental.

        Este rechazo instintivo de la revolución es particularmente sensible hoy. Asistimos sin lugar a dudas a un renacimiento de las fuerzas vivas. De tal suerte que los tradicionalistas, constatando una recuperación del potencial reaccionario, se ven con poder suficiente para afrontar, con serias posibilidades de éxito, los golpes de mano que los enfrentan con el poder revolucionario. Y es necesario reconocer que, en lo absoluto, tienen razón, ya que la reacción elemental de la nación, cuando se la considera aisladamente, es un fenómeno poderoso y particularmente actual. (Nota del traductor: se habla en tiempos de la reacción de Le Pen)

       Sin embargo, en las antípodas de esta corriente fundamental, el “Adversario”, ha tejido una tupida red de presiones revolucionarias que es totalmente artificial, pero que se imponen de una manera absoluta. El poder legal pertenece a esta red, y a fortiori, al “poder oculto”,  que es el inspirador “bien conocido” por nosotros.

       La habilidad de nuestros políticos, que no es poca, consiste esencialmente en llevarnos a votar en contra de nuestro dinamismo fundamental. En esto consiste claramente su tarea, y resulta “admirable”.

       Francia es como un corcel dominado por un jinete que no busca otra cosa que extenuarlo. Ella no tiene la fuerza para derribarlo. En pocas palabras, la energía reaccionaria siempre renaciente de nuestro país, es incesantemente neutralizada, mutilada e invertida. Las nuevas generaciones antirrevolucionarias son tronchadas a medida que surgen de la tierra. Y Francia camina de purga en purga.

       El “poder de la Bestia”, aunque esencialmente utópico por naturaleza, ha devenido de hecho, irreversible.

        La actual pujanza del dinamismo contrarevolucionario no debe ilusionarnos. Ella correrá la misma suerte que las precedentes. Se prepara una nueva purga.

       Tal es la particularidad de la batalla inferior: a saber, que ella está librada por una minoría, seguramente vigorosa, pero humanamente impotente. Es necesario que los jefes de grupo tomen conciencia de esta primera dificultad. El dinamismo contrarevolucionario fundamental es real, pero está neutralizado por un dispositivo revolucionario prácticamente insuperable.

                                       LA  POSICIÓN JURÍDICA ADVERSA.

       Los tradicionalistas tienen conciencia de defender los derechos de Dios, de cara al poder de la Bestia. Ellos ponen en esto el ardor y la confianza. Pero se imaginan demasiado fácilmente que esta posición de principios les da sobre el Estado laico una preeminencia jurídica. Ellos salen a la calle agitando el Decálogo y el Evangelio, acusando al Estado de haberlos violado. Ellos confrontan a los alcaldes, a los prefectos y a los ministros diciéndoles:

      “Es vuestro deber, por derecho divino, que está por encima de todas las leyes humanas, el prohibir el aborto, la eutanasia, las blasfemias en los espectáculos, la construcción de mezquitas, la ciudadanía masiva a los musulmanes… y todas esas cosas execrables.”

       ¿Pero cómo no ver que es ya muy tarde para venir con este discurso? Tendrían que haber comenzado por oponerse a la laicización constitucional del Estado. Ya que precisamente esta laicización ha sido obtenida, en 1958, gracias a los votos católicos.

       Son los católicos los que inclinaron la balanza para el lado de la apostasía definitiva del Estado. Llevados por sus obispos, habiendo sido ellos manipulados por el Cardenal Villot, entonces director del secretariado del episcopado francés, votaron en masa por la constitución laica que el General De Gaulle les proponía. Ha pasado la hora de exigir al Estado sin Dios el reconocimiento de los derechos de Dios.

        En el combate del día a día que debemos llevar, estamos encerrados dentro de los medios que la legalidad laica dispone, y que para peor, se hará cada vez más rigurosa, reduciendo siempre un poco más nuestros medios de defensa.

        Una legalidad socialista se impone, en la cual los cristianos y su Dios  serán considerados como enemigos públicos.   Se comprende que tal situación sea exasperante para los tradicionalistas y sus jefes de grupo.

        Sin embargo, si bajo pretexto de hacer valer un derecho divino  llevamos a cabo una guerra de principios contra el estado laico, traspasaremos los límites de la batalla inferior, para entrar en el campo de acción de la batalla superior, la cual supone, como veremos,  una estrategia diferente.

                                              LA VIGILIA QUE SE DEBE GUARDAR

       La batalla del día a día no es una batalla de ruptura. Las fuerzas que están juego no posen los medios para una confrontación. El ministerio propio es el de salvaguardar los “restos que iban a perecer”.

        Es necesario que el Señor, cuando venga, nos encuentre “velando”. El nos pide precisamente no desaparecer, no derrochar las fuerzas y las vidas, que son Suyas, y de las que El tendrá necesidad.

       Los combatientes de la batalla inferior, como hemos dicho, son los mismos que los de la batalla superior ( aquella que pretende el cambio de poder). Puestos por la Providencia como bisagra de ambas fases, ellos deben librar dos guerras que son simultáneas en el tiempo pero diferentes en cuanto a sus objetivos y a sus estrategias.

       Veremos que, en la batalla superior, el rol divino domina todo y oblitera totalmente el rol humano. ¿Debemos por tanto creer que este “rol divino” es despreciable en el combate de la conservación? Claro que no. ¿Cómo se podría sin la ayuda del cielo, sin la ayuda de los ángeles y de los santos patronos, sortear las etapas obligadas de una guerra civil y a la vez exterior que se podría resumir en estas pocas palabras: provocaciones, desestabilización, toma de rehenes, represalias, delaciones, tribunales populares o clandestinos, terrorismo político, venganzas personales, inflación, quiebras, anarquía?.

        Una de las condiciones fundamentales para mantenerse no es otra cosa que una humilde vigilia, a lo largo de este período complejo y severo. Una constante elevación del espíritu hacia el cielo para obtener a cada instante la protección indispensable. El rol de Dios no es menor en la lucha por mantenerse.

UNA ESTRATEGIA DE PRUDENCIA.

En lo concerniente a la conducta de la batalla conservadora, dos cuestiones preliminares se imponen:

-esta batalla no busca más que objetivos secundarios.

-ninguna asistencia divina excepcional nos ha sido prometida.

Por consecuencia, la batalla inferior se debe conducir según la forma de proceder habitual del gobierno humano. Es Santo Tomás (si la memoria no nos engaña) el que nos va a indicar lo esencial de esta conducta.

Cuentan que una tarde llegó a un monasterio para pasar la noche, justo en el momento que se procedía a la elección del Abad.

“Hemos elegido el más sabio” le dijeron.

Santo Tomás objetó:

“Si es el más sabio, que enseñe”.

Los monjes recomenzaron la elección.

“Esta vez hemos elegido al más piadoso”

“Si es el más piadoso, que rece”.

Recomenzaron una tercera vez.

“Hemos elegido al más prudente”.

“Si es el más prudente, que gobierne”.

La batalla conservadora debe ser llevada con prudencia. El mismo Santo Tomás, en otro pasaje, acepta en el caso en que el pueblo es gravemente tiranizado, la eventualidad de una revuelta dentro de un cierto número de condiciones que se resumen en esta: es necesario que el remedio, es decir la revuelta, no sea peor que el mal, es decir la tiranía. Si la revuelta conlleva más inconvenientes que ventajas, ella pasa los límites de la prudencia y uno debe evitar el rebelarse para no agravar la situación.

La actividad conservadora puede en ciertos momentos exigir golpes de audacia. El combate de los tradicionalistas nos ha dado algunos memorables ejemplos, y seguramente que nos dará otros. Decimos solamente que estos golpes de audacia no deben ser “golpes en la cabeza” ni el “lanzamiento de dados” en intentos a la ligera. Deben contener un fondo de reflexión y de prudencia. Esto es incontrovertible.

Una cosa es la virtud de fortaleza que tiene asiento en el alma y muy otra, bien diferente, es la fuerza física. ¿De qué nos sirve tener el alma llena de fortaleza moral si no tenemos en el puño algo de fuerza material para ponerla en obra?

La virtud de fortaleza no nos da por ella misma el poder de intervenir.

Cuando el adversario está en el máximo de su poder y prepara una nueva depuración, el simple buen sentido exige que uno recomiende, no ciertamente la inacción, sino por sobre todo la prudencia.

CONCLUSIÓN:

Venimos de marcar la diferencia entre, de una parte los objetivos secundarios, es decir el mantenimiento de las últimas posiciones tradicionales que constituyen el núcleo de la batalla inferior, y de otra parte el objetivo principal, a saber, la extirpación del poder de la Bestia, que es el núcleo de la batalla superior.

Muchos no quieren admitir esta distinción. Ellos dirán y aún dicen:

“No hay dos batallas, no hay más que una, la mutación del poder no puede surgir más que de la sucesión de pequeñas victorias elementales del combate día a día. Esta mutación es un asunto de largo aliento, nuestra escalada no puede ser más que lenta. Es utópico suponer un desenlace brusco”.

Los jefes de grupo que razonan de esta manera pondrán el esfuerzo principal sobre los objetivos secundarios que es donde precisamente nuestros adversarios los esperan, seguros de la legalidad socialista.

Nuestros adversarios, en efecto, buscarán, como lo hacen ordinariamente, hacernos perder nuestra sangre fría y llevarnos  la violencia. Y es verosímil que tendrán éxito, en todo o en parte, haciendo caer así grandes flancos de la defensa tradicional.

Madame Royer, apóstol de la devoción al Sagrado Corazón y alma privilegiada, escribe proféticamente: “Los franceses llegarán a los confines de la desesperación”.

Esta expresión muestra bien que ella no prevé “un lento remontar”, sino más bien una sucesión de derrotas.

Este es el pronóstico, realmente muy pesimista, que se puede hacer en cuanto a la batalla inferior. Veremos que no es lo mismo en lo que concierne a la batalla superior a la cual ahora arribaremos.

Nota del traductor: Debo confesar cierta estupefacción que me causa la lectura de estos párrafos. Muchas veces he entendido que sólo existe la batalla de “conservación”, y muchas veces he dicho- sin creerlo del todo- que hay que “remontar la cuesta” de a poco. En el fondo siempre he sentido que esto se trata de “una retirada prolija” y los hechos van demostrando que es así, pero es muy duro decirlo sin más a los jóvenes, y echamos mano a este subterfugio de una esperanza retardada en el largo plazo que nunca llegará . Más allá que cierto crecimiento del tradicionalismo nos entusiasma, pero rápidamente se ven las caídas y los drenajes que nos vuelven para atrás. En especial las imprudencias que nos debilitan y que nos dejan a merced de la legislación revolucionaria, o aún peor, de mendigar una “misericordia” en términos liberales, que nos priva del argumento y otorga la razón al enemigo. Atacamos la legislación revolucionaria, pero al minuto solicitamos sus sobreseimientos en sus términos, cuando nos pilla “el policía”y el juez de turno, por ahora, nos palmea la espalda con socarrona paciencia.  El mismo sostenimiento de las buenas instituciones propias (especialmente los colegios que son el semillero) se ve torpemente saboteado desde dentro a niveles inexplicables ( o mejor dicho, fácilmente explicables, o aún mejor, explicables por facilismo). Es bueno recordar que llegaremos “a los confines de la desesperación”, y es mejor poder decirlo sin tapujos, porque el asunto me estaba quemando las tripas.