El blog de Esteban se ha visto fecundado por sendas contribuciones de alto valor académico, en el que autores de fuste acometen la tarea de descubrir las raices ideológicas de una serie de abogados argentinos.
Sin duda alguna, la profundidad de los autores produce un efecto elevador de los autores analizados, poniéndolos a una distancia de comprensión de aquellos que conformamos el común de los asiduos lectores de la página, y es por ello que pretendo por la presente traducir al vulgar lo que he entendido de lo escrito, dentro de un lenguaje muy alejado de lo académico y sin dejar de avisar que mi hermeneútica viene teñida de la experiencia que como abogado viejo he ido aquilatando sobre los colegas que pretenden ciertos visos de intelectuales.
No quiero tampoco usurpar el lugar de Esteban, que es el del sentido común y el del hombre con “calle”, ya que de esta manera el asunto se podría despachar con pocas palabras (malas, por supuesto) y resumir para el público que se trata de una manga de hijos de puta que adoban sus turbios negocios con citas pedantes, recogidas por sus relatores y/o “negros”, y que tras ellos no hay otra cosa que una panza glotona y una bragueta llena de inquietudes onanistas, cuando no en el mejor de los casos, una enorme vanidad y afán de figuración, nunca exento del inconfesable deseo burgués de tener un “buen pasar” económico, todo ello sasonado con el enorme terror que sienten estas picudas aves de quedar por momentos o para siempre fuera del “banquete sucio” donde alimentan sus bajas necesidades o su narcisismo extremo.
En el caso de los cortesanos el asunto es evidente, sus raices intelectuales abrevan del íntimo contenido de sus tripas. Son abogados y conozco la ralea. Basta verlos en sus escritos que conforman su diario quehacer, para ver el desparpajo con que todo lo demuelen al ritmo de sus intereses y de sus miedos, destruyendo toda posibilidad de orden con sus demandas, sus defensas, sus sentencias y sus propuestas de reformas, llevados en algunos casos por su “odium fidei” y en los otros por justificar una vida entera de prácticas viles y vicios inmundos. Tarea que no se ejerce desde el coraje que inspira el odio del reformador jacobino, sino desde la morosa tarea del burgués acomodado que sólo empuja una defensa del contrario bien, cuando se ha asegurado que tras ella ya no hay nadie que pueda devolver aunque mínimamente el embate. Cuando se halla seguro de haber impedido toda defensa por efecto de haber corrompido al enemigo participándolo de sus sobornos, entregándole el culo de sus mujeres y hasta el propio de ser necesario, mordiendo con romos y amarillentos dientes su garganta en simulado beso lúbrico, una vez que ha logrado de aquel el ensueño lujurioso de la resaca orgiástica del lujo.
Las excusas ideológicas que para uso de los petulantes ensayan en sus vómitos mentales, no son más que formas alambicadas de la mentira, cínica y desvergonzada, que rebuscan en superficiales paseos de la mano de mercenarios plumíferos asalariados y que pronuncian entre risas y carcajadas de bocas llenas de comida masticada. Mentira que conforma su único credo demoníaco. “Creo en el Padre de La Mentira y en la mentira como método salvífico, creo en ella como única y principal acción de ocultamiento del Verbo, es ella la que nos da el “pan nuestro” de cada día con la saciedad de la abundancia y el exceso, y es ella la que confunde a los imbéciles que nos entregan su existencia por las migas y nos gratifican en el resentimiento …”.
Un paso más arriba de la escala se muestra orondo y obeso el vanidoso intelectual leguleyo. Con ellos el contubernio constitucional se vuelve ciencia y en pos de interpretar la letra que nació muerta, para conducirla en nuevos vericuetos que justifiquen la manda que el poder de turno les encomienda a la medida o les compra de confección de los que tienen urdidos en tiempos vacantes (y que disfrazan de patrióticas intenciones), acuden al mercado persa de las ideas en boga y en un cambalache de divagues sancochados, saltan del Aquinate a Marx, pasando por los alemanes (si hubiera vivido más, también habría recurrido a los ingleses), pero eso sí, todos usados a la inversa, o patas para arriba o como carajos cuadre para permanecer vigentes en el cotorreo pedante y superficial del mundillo funcional al democrático dislate, publicando en bien editados y gruesos volúmenes sus devaneos entre alusiones a cercanías con famosos personajes que como en una foto robada, no alcanzan a ocultar la sorpresa de aquella compañía; para por fin mostrarse en el escaparate donde malevos reyezuelos buscan el pie de sus inconfesables razones. Casados con la moda del superficial pensamiento, no bien consuman ya quedan viudos, y en busca de un nuevo coqueteo esconden el cuello picoteado en sus camisas celestes con sus trajes grises, sacando en tiempos de desempleo las manos del bolsillo de sus impertinentes chalecos, para deslizarla en otros bolsillos que desprevenidos del corte temporario de influencias entran ingenuos al adusto bufete que corona el busto de Alberdi. Estos son mis principios, pero si no les sirven, tengo otros.
Lejos de mi el no valorar el trabajo de quienes descubren las profundas relaciones intelectuales que conforman el trasfondo del pensamiento de estos personajes, colijo así mismo que la propia Hiena Barrios abreva en freudianas especulaciones y que su tendencia a estrellar los automóviles hace referencia al tema de la aceleración de la historia que desde Evola a los últimos posmodernos afrancesados, ocupa al hombre moderno.
Pero desde mi simpleza descanso en los exabruptos del amado Esteban que señeramente me conducen por caminos despejados de la bruma del espíritu, y su dedo índice preclaro alimenta en un rasgo firme y decidido, mostrando sin ambages, quién es un hijo de puta.
Dardo Juan Calderón