Es que si no hacen así, puede costarles la vida o la cárcel. Sin el poder, no son nada.
Sin el poder, su vida se convierte en un infierno, amenazados por las deslealtades y las delaciones: los que ayer se inclinaban reverentes, serán sus potenciales verdugos; los que ayer sonreían complacientes, agachando la cabeza, están esperando el momento para liquidarlos.
Si se recuerda esto, es inútil considerar la conducta de La Gavilla, con la lupa del Derecho Constitucional, porque el cumplimiento de la ley es algo que la tiene absolutamente sin cuidado. La Gavilla no tuvo, no tiene ni tendrá reparo en violarla cuantas veces sea necesario.
Pero a diferencia de los capos sicilianos, que tienen ancestral solera en el ejercicio de sus funciones y que saben de memoria el eventual destino que les aguarda en caso de que flaqueen, La Gavilla es un conjunto de desarrapados que no tiene código alguno. Han traicionado todas las veces que pudieron, han menospreciado lo que significa vivir humillando a ocasionales aliados y han cultivado un fatal autismo político. Por eso su única salida es huir, siempre huir, para adelante.
Ya no es el mero goce del poder lo que los mueve: ahora se trata de salvar el pellejo, buscando impunidad para sus delitos.
No hay otra explicación posible para la candidatura de la * Kapona, y que me perdonen encuestadores, politólogos, analistas y expertos del marketing político.
También debemos tener en claro que la cuenta regresiva ha comenzado para la Gavilla. Son los corsi y riccorsi de la historia, sobre los que tan genialmente escribió Giambattista Vico. (Pero del ilustre napolitano me parece que la Gavilla, más bien nada que poco…).
En política, los ciclos se cumplen inexorablemente y cuando más alto se llega, es la señal de que comienza la declinación, que en este caso estimo acelerada, porque quiero creer que el buen sentido del argentino común terminará prevaleciendo.
No peco de optimismo. Simplemente tengo esperanza, porque en política, la desesperación es casi un pecado.
* Nota catapúltica: La Primerísima, según quienes la conocen, es una malvada total, peor que la que encarnó Bette Davis hace añares. El Eclesiastés dice que cuando una mujer es buena, es dos veces más buena que el hombre. Yo creo que cuando es mala también, pero no sé cuantas veces más mala es. A ojo de buen cubero, digo que diez.