Jesucristo, encontré algunos de los pasajes más desgarradores que como
medico haya podido estudiar, esta pequeña investigación que NO es nueva,
se la agradezco antes que a nadie al Dr. Rivero Borrel, quien con su
extenso conocimiento de la pasión, a través de la Sábana Santa, me
inspiro para realizar este pequeño artículo. Lo que a continuación van a
leer, es producto de una investigación documental, aún no completa.
Realmente
no se puede realizar un estudio antropológico como tal, por la carencia
de distintos tipos de evidencia física, como se haría en un estudio
forense, más bien se elabora un estudio de acontecimientos, y se busca
una explicación medico científica de lo ocurrido.
La Crucifixión
(lat. Crux, crucis = Cruz, figere = fijar). Fue
inventada por los persas entre 300-400 D. C. Es posiblemente la muerte
más dolorosa inventada siempre por el hombre, reconociéndola como forma
de sufrimiento lento, doloroso. Este castigo era reservado para los
esclavos, los extranjeros, los revolucionarios, y para el más vil de
criminales.
La crucifixión –definida por Cicerón como «crudelíssimus
taeterrimumqus supplicium», el castigo más cruel y abominable–
este suplicio provocaba una muerte lenta con el máximo dolor y
sufrimiento materia en la cual los romanos eran expertos.
En
marzo de 1986, la prestigiosa publicación Journal of American
Medical Association (On the physical death of Jesus Christ.
JAMA. 1986 Mar 21; 255 (11): 1455-63), sacó a la luz un artículo en el
que se detallaban, paso a paso, los aspectos físicos de la muerte de
Jesús. El estudio causó un auténtico revuelo. La revista JAMA recibió
muy duras críticas, y los autores del trabajo, multitud de peticiones
del polémico artículo.
Durante 18 horas –desde las 9 de la noche
del jueves hasta las 3 de la tarde del viernes, la hora en que murió–,
Jesús sufrió múltiples agresiones físicas y mentales pensadas para
causar una intensa agonía, debilitar a la víctima y acelerar la muerte
en la cruz.
La
Oración en el huerto
«Y Jesús, sumido en la
agonía, –escribe San Lucas (Lc 22, 39-44)– insistía más en su
oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en
tierra». El único evangelista que reporta el hecho es un médico. El
sudar sangre, o hematidrosis, es un fenómeno rarísimo. Se produce en
condiciones excepcionales: para provocarlo se necesita un debilitamiento
físico, y se atribuye a estados muy altos de estrés, esto provoca una
presión muy alta y congestión de los vasos sanguíneos de la cara, la
presión alta y la congestión provoca pequeñas hemorragias en los
capilares de la membrana basal de la piel y algunos de estos vasos
sanguíneos se encuentran adyacentes a las glándulas sudoríparas. La
sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta es la primera
perdida de líquidos corporales (aproximadamente de 150 a 200 ml.)
El arresto de N. S. Jesucristo (Mc
14, 43-52; Lc 22, 47-53; Jn 18, 2-12)
Poco
después, Jesús fue arrestado por los oficiales del templo, que le
llevarían durante toda la noche de un lado para otro a los lugares donde
se celebraron los distintos juicios judíos y romanos. En total,
recorrió unos 4 kilómetros a pie.
Todo lo anterior, estrés,
perdida sanguínea por la hematohidrosis, provoca en el cuerpo humano un
aumento del metabolismo en su fase catabólica (consumo), este mismo se
refleja directamente en el consumo principal de carbohidratos
(glucógeno), esta reserva es muy pobre y se acaba pronto, por lo que se
inicia un estado en el cual se consumen las proteínas del cuerpo y el
catabolismo, en condiciones normales este mismo, puede estimular la
redistribución de líquido del espacio intracelular al extracelular.
La flagelación (Mt 27,
11-26; Jn 19, 1-5; Mc 15, 16-20)
Le
llevaron ante Anás, Caifás –el Sumo Sacerdote de aquel año– y el
Sanedrín –el Tribunal Supremo de los judíos– y todos ellos le acusaron
de blasfemia, un crimen que se penaba con la muerte. Pero como para
ejecutarle necesitaban el permiso de la autoridad romana, le enviaron
ante Poncio Pilatos acusándole de haber infringido las leyes romanas.
Pilatos no le encontró culpa alguna y lo envió a Herodes. Y éste, de
nuevo, lo devolvió a Pilatos, quien lo mando azotar (según la ley judía
este castigo se realizaba con un máximo de 39 latigazos, los mismos que
se le propinaron).
esta tortura; estaba formado por cuatro o cinco correas de piel de
becerro con bolas de plomo y pedazos de huesos de oveja insertados en
los extremos. Despojado de sus ropas y atado a un poste, Jesús fue
azotado repetidamente hasta quedar moribundo. Se estima que los
latigazos provocaron heridas equivalentes a quemaduras de tercer grado:
las correas de cuero y las mancuernas de huesos de carnero que remataban
unas bolitas de hierro, actuaron desgarrando la piel y el tejido
subcutáneos, y las bolas de metal causaron serias contusiones. Se
calcula que aproximadamente la pérdida sanguínea de cada uno de los
flagelos es de 2 ml, si multiplicamos por 39, a su vez por 2. 5
obtendremos la pérdida hemática aproximada (487 ml).
Jesús
recibió una tercera parte de los golpes en el pecho y, el resto, en la
región lumbar (espalda) mientras permanecía inclinado hacia adelante.
Los verdugos deben haber sido dos, uno de cada lado, de constitución
física diversa (uno es más bajo que el otro, debido al ángulo de las
heridas que se observan en la sábana santa). Se continúa con estrés, la
hormona principal que se secreta es la adrenalina, esta hormona que se
produce en la médula de la glándula suprarrenal en estas situaciones
(estrés y dolor), tiene varias acciones, la primera es una
redistribución de líquido, hay una vaso-constricción en la piel y el
tejido celular subcutáneo, y una vaso-dilatación en los músculos,
sudoración profusa en la piel de la cara (hiperhidrosis); se puede
comentar que el flagrum utilizado para este suplicio algunas
veces desgarraba hasta el músculo lo que debió de aumentar la pérdida de
sangre.
Coronación
de espinas (Mt 27, 27-30; Jn 19, 2-3; Mc
15, 16-20)
Según un estudio publicado en abril de 1991
en el Journal of the Royal College of Physicians of London,
Jesús de Nazaret fue llevado al Pretorio para desempeñar el papel de
«juguete para las tropas», costumbre que solía permitirse una vez al
año. Allí fue abandonado dentro de un espacio confinado con un batallón
de 600 pretorianos, cuerpo de guardia del emperador romano, famoso por
su corrupción. Se sabe muy poco de lo que pasó entre aquellas paredes.
Los soldados colocaron una tela sobre su espalda, una corona de espinas
sobre su cabeza; cabe explicitar que posiblemente se haya usado la Poteriun
spinosum L, que cuenta con largas espinas, por medio de la sábana
santa. Sabemos que fueron 33 heridas en el cuero cabelludo (las heridas
en cuero cabelludo sangran aproximadamente de 10-15 ml dependiendo del
sitio): 330 ml.
midiera aproximadamente de 1,80 y pesara ente 78 y 80 Kg. Es decir que
su volumen circulante debió de ser aproximadamente entre 5 y 6 litros,
llevando a cuestas una pérdida sanguínea de 10 al 12 %, más aparte, los
efectos fisiológicos del estrés y el ayuno agudo.
Los efectos
fisiológicos de una pérdida hemática.
choque hipovolémico, más aparte debemos descontar las pérdidas
insensibles, que posiblemente haya tenido hasta esta parte de la pasión.
Dentro del pretorio (Jn
19, 2-5; Mt 27, 27-30; Mc 15, 16-30)
Le
escupieron, le abofetearon y lo golpearon con la vara, lo humillaron,
le arrancaron de nuevo la ropa, reabriendo, probablemente, las heridas
de la espalda. Con todo esto, las condiciones físicas de Jesús antes de
la crucifixión debían de ser críticas. Llevaba toda la noche caminando,
sin dormir ni comer; con la piel destrozada por la flagelación.
En
la Sábana Santa se nota un fuerte golpe dado con un bastón o un palo,
de forma oblicua, que dejó sobre la mejilla derecha de Jesús una
contusión importante; ya que la nariz aparece deformada por una fractura
del tabique nasal, así mismo aparece una gota de sangre en el rostro de
la sábana santa, lo cual nos puede orientar que con el mismo
traumatismo se tuvo una hemorragia nasal, que sangró profusamente hasta
dejar huellas posteriores: hemorragia nasal por contusión
Esto
obedece a que en la vasculatura nasal se encuentra involucradas
fundamentalmente las arterias etmoidales anterior y posterior, ramas de
la oftálmica (carótida interna), encargadas de irrigar la parte superior
del tabique nasal y paredes externas y las arterias palatina mayor y
esfenopalatina, provenientes de la maxilar (carótida externa) que
irrigan la parte inferior del tabique y los cornetes. Estos vasos se
anastomosan entre sí formando una tupida red en la parte antero-inferior
del tabique, dando origen a una zona predispuesta a la hemorragia,
plexo de Kiesselbach o área de Little.
enfurecida, se los entrega para la crucifixión. A la hora tercia (9.00
a.m.) Mc 15, 25, los soldados romanos encaminaron a Jesús hacia el lugar
de la ejecución.
La
Crucifixión (Mc 15, 20-32; Lc 23, 26-38, Jn
19, 17-24).
La costumbre era que el condenado llevase a
cuestas el travesaño de su cruz –o «patibulum»– que pesa unos
cincuenta kilos, hasta el Gólgota, a unos aproximadamente 700 metros
desde el Pretorio. Pero Jesús estaba demasiado débil para hacerlo, esto
lo hicieron porque si el condenado a muerte moría antes del suplicio el
pretoriano era castigado con la misma suerte, por lo que tomaron a Simón
de Cirene, para que llevara a el patíbulo. Aun así Jesús caía
continuamente, lo podemos inferir por el sangrado que presentan las
rodillas de la sábana santa, su peso lo doblaba continuamente, la
pérdida sanguínea lo agobiaba más.
Una vez allí, los verdugos le
quitan sus vestiduras, pero su túnica se ha pegado a las heridas y el
arrancarla es atroz, los soldados le arrojaron al suelo con los brazos
extendidos para clavarle al «patibulum», con lo que lograrían
reabrir las heridas de los latigazos. El siguiente paso era insertar el
travesaño –con la víctima clavada en él– en la almilla del madero
vertical para formar la cruz completa.
No se sabe si Jesús fue
crucificado en la cruz tau o en la latina, pero el hecho de que
le ofreciesen vinagre con una esponja enganchada a una caña de hisopo
(de unos 50 centímetros de largo) hace suponer que fue ejecutado en la
cruz pequeña, la tau.
clavos de unos 13 a 18 centímetros de largo: dos para las extremidades
superiores y sólo uno para ambos pies. El verdugo toma un clavo, lo
apoya sobre el pulso (siempre se había creído que Jesús fue clavado a la
cruz por las palmas de las manos, sin embargo ahora se sabe que se
habrían desgarrado con el peso. En cambio, los ligamentos y huesos de la
muñeca sí pueden sostener un cuerpo que cuelga de ellos) de Jesús. Con
un golpe seco de martillo lo clava y lo remacha bien en la madera.
En
ese mismo instante, su pulgar, con un movimiento violento se puso en
oposición a la palma de la mano y los dedos medio e índice se paralizan
de manera recta, describe perfectamente la lesión del nervio mediano
(mano de predicador) esta lesión solo se podría observar si posterior al
traumatismo se pidiera al paciente que flexionara o extendiera la mano
posterior a la lesión de este.
en marzo de 1989, simuló la crucifixión con unos voluntarios –con la
ayuda de cuerdas y ganchos en lugar de clavos– y comprobó que la
posición de los brazos sobre el «patibulum» era un factor muy
importante: cuanto más estirados estaban, más doloroso era permanecer
suspendido. Con las dos muñecas clavadas a la cruz, y el cuerpo
suspendido, la única forma de inhalar y exhalar aire es elevando el
cuerpo. En cada subida y bajada, las profundas heridas de la espalda de
Jesús rozaban obligatoriamente con la madera áspera de la cruz, con lo
que, casi con toda seguridad, su espalda continuó desangrándose durante
la cruel ejecución.
atravesaba el primero o segundo espacio intermetatarsiano, en el extremo
distal de la articulación tarsometatarsal. Puede que el nervio profundo
peroneal y alguna rama del medio y el plantar lateral hubiesen sido
dañados por el clavo.
Según Ball, existen dos factores a
considerar. Primero, el punto del madero al que fueron clavados los
pies: si el cuerpo quedó muy estirado, Jesús no pudo elevarse para coger
aire, con lo cual hizo un máximo esfuerzo para coger un mínimo de aire.
Pero si clavaron sus pies más arriba, pudo elevarse para respirar
mejor.
En segundo lugar, es importante la forma en la que el
clavo atravesó los pies: si los pies se colocaron de lado y el clavo
pasó a través de los tobillos –entre la tibia y el tendón de Aquiles–,
entonces la víctima pudo cerrar las rodillas y levantarse para respirar.
Esto explicaría, según Ball, que algunos crucificados tardasen varios
días en morir. Pero si los pies de Jesús se colocaron uno sobre otro,
apoyando la planta del pie inferior en la madera, y el clavo los
atravesó de arriba a abajo, entonces le fue imposible estirar o cerrar
las rodillas.
En cada ciclo respiratorio, habría necesitado
derrochar una gran cantidad de energía para levantar todo el peso de su
cuerpo, tomar aire, y volver a descender lo más suavemente posible para
evitar el dolor desgarrante de los clavos de las muñecas.
La
sábana santa, nos puede dar un poco de luz en este momento, el hecho es
de que Jesús al ser envuelto en la síndone, muestra como un miembro
pélvico es menor al otro, sin embargo, esta es una ilusión óptica del
mismo lienzo, en la parte que estuvo en contacto con el frente de
Jesucristo, se puede observar como una rodilla resalta más que otra por
las diversas caídas sobre las piedras del Gólgota, empero también por
que al momento del rigor mortis, estas no pudieron extenderse, y
quedaron de la misma forma, por lo tanto, podemos inferir que Jesús fue
crucificado con los pies encogidos.
Normalmente, para respirar,
el diafragma (el músculo grande que separa la cavidad torácica de la
cavidad abdominal) debe bajarse. Esto agranda la cavidad torácica y el
aire entra automáticamente en los pulmones (inhalación). Para exhalar,
el diafragma se levanta para arriba, y comprime el aire en los pulmones y
mueve el aire hacia fuera (exhalación). Mientras que Jesús cuelga en la
cruz, el peso de su cuerpo abate al diafragma y el aire se introduce en
los pulmones y permanece allí. Para exhalar Jesús debe empujar hacia
arriba impulsándose sobre pies clavados (esto causa más dolor). Para
hablar, el aire debe pasar sobre las cuerdas vocales durante la
exhalación. Los evangelios mencionan que Jesús habló siete veces desde
la cruz. Es asombroso que a pesar de su dolor, él empuja con sus pies
para exhalar el aire y producir sonido y perdonar «Padre perdónalos
porque no saben lo que hacen» (Lucas 23, 34).
Según
algunos estudios, como el de William D. Edwards de la revista JAMA, el
efecto más importante de la crucifixión, aparte del dolor abominable,
era la dificultad para respirar, sobre todo para exhalar el aire. La
respiración era superficial, dado que la exhalación era principalmente
diafragmática. Edwards cree que esta insuficiencia acabó en una
hipercapnia –es decir, un exceso de dióxido de carbono en los líquidos
corporales– y una fatiga que se acompañó pronto de calambres musculares y
contracciones tetánicas. En definitiva, cada uno de los movimientos
para conseguir un poco de oxígeno se convirtieron en un esfuerzo
agonizante le condujo finalmente a la asfixia de Jesús.
La
dificultad para exhalación conduce a una forma lenta de sofocación. El
bióxido de carbono se acumula en la sangre, dando como resultado un alto
nivel del ácido carbónico en la sangre. El cuerpo responde por
instinto, accionando el deseo de respirar. En el mismo tiempo, el
corazón late más rápido para circular el poco oxígeno disponible. La
hipoxemia (debido a la dificultad en la exhalación) dañan a los tejidos y
a los capilares, estos se tornan más permeables (es decir comienzan a
escaparse el líquido de la sangre e infiltrarse en los tejidos). Esto da
lugar a una acumulación del líquido alrededor del corazón (derrame
pericárdico) y de los pulmones (derrame pleural) Jn 19, 34.
deshidratación, y la inhabilidad de conseguir suficiente oxígeno a los
tejidos, esencialmente sofocan a víctima. La falta de oxígeno también
daña el corazón (infarto del miocardio) lo que conduce a un fallo
cardiaco.
Cuando el condenado tardaba mucho en morir, se le hacía
una crucifractura, o rotura de piernas, para que la víctima ya no
pudiese elevarse para respirar. Jesús murió mucho antes de lo esperado y
no tuvieron que hacer la crucifractura, pero, siguiendo la tradición,
travesaron el lado derecho de su cuerpo con una espada. El evangelio de
San Juan (Juan 19, 34) narra que después del «golpe de gracia»
comenzó a salir sangre y agua de la herida, en ese orden.
James
Thompson cree que Jesús no murió por agotamiento, ni por los golpes o
por las 3 horas de crucifixión, sino que murió por agonía de la mente la
cual le produjo el rompimiento del corazón. Su evidencia viene de lo
que sucedió cuando el soldado romano atravesó el costado izquierdo de
Cristo. No tan solo prueba esto que Jesús ya estaba muerto cuando fue
traspasado, sino que Thompson cree que ello también es una evidencia del
rompimiento cardíaco. El renombrado fisiólogo Samuel Houghton cree que
tan solo la combinación de crucifixión y ruptura del corazón podría
producir este resultado.
Lc 23, 44-46 Hacia la hora
sexta (12:00 PM), las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora
nona (3 00 PM). El sol se eclipsó, el templo se rasgó por en medio. Y
Jesús con voz fuerte, dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
al decir esto expiró.
Mientras que estos hechos desagradables
representan un asesinato brutal, la profundidad del dolor de Cristo
acentúa el grado verdadero del amor del Dios para su creación. La
enseñanza de la fisiología de la crucifixión de Cristo es un
recordatorio constante de la demostración magnífica del amor del Dios
para la humanidad, que fue expresada aquel día del calvario. Esta
lección me permite participar en la comunión, y recordar su sacrificio,
con un corazón agradecido.
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