En un doloroso balance del primer año del pontificado del Papa Francisco, Don Antonio Caponnetto nos señala con toda la fuerza y emoción de su pluma, su perplejidad ante lo que ocurre en la Roma de hoy, y el adjetivo de perplejo está expresamente puesto por el autor como descripción de su estado moral.
En su epílogo resume que lo dicho es la “opinión de un laico católico perplejo y dolorido”. Sin muchas más referencias, podemos decir con la real academia española, que perplejo es un adjetivo que significa estar “dudoso, incierto, irresoluto y confuso”; y no que sean estos otros sólo sinónimos de la palabra usada, sino que la palabra habla de un estado moral que comprende todos estos para conformar “un estado de cosas”. Caponnetto sabe bien en que cree, pero duda de si lo que está viendo lo está viendo, camina por sus razonamientos con cierta incertidumbre, no termina de resolver que camino ha de tomar y en fin, soporta un estado de confusión que otros han sembrado, sin poder establecer o señalar cual es el camino correcto, el camino de orden frente a este estado de cosas.
Decía mi padre que héroe es quien ve el orden en medio de la confusión, y para este caso, Antonio humildemente no se nos propone como héroe de la hora, sino que con los ojos húmedos, declara su propia impotencia y sin saberlo, ingresa al campo de las víctimas, donde según como se juega, se puede ofrecer el martirio o caer en la depresión.
Hablar de perplejidad para definir el ambiente católico de mejor leche, no es nada nuevo. En el 68, Pablo VI en la clausura del Año de la Fe, alertaba contra los ataques contrarios a la doctrina, pues, según decía, “engendran – como por desgracia hoy se ve- la turbación y perplejidad en el alma de muchos fieles”.- Juan Pablo II en la alocución del 6 de febrero de 1981 decía: “Los católicos de hoy, en gran parte se sienten perdidos, confundidos, perplejos e incluso decepcionados”.
En 1985 Mons Lefebvre lanzaba su “Carta Abierta a los Católicos Perplejos”, en gran medida por la presión de muchos (el P. Roger Calmel en primera línea), pues en Francia ya hacía veinte años que las mejores cabezas de la derecha católica intelectual y política, tenía expresiones como la que hoy recibimos de nuestro notable argentino.
Sabemos que el reloj americano atrasa entre treinta y cuarenta años con respecto a Europa, y que la descomposición de la revolución nos llega de a poco, mitigada, diluida y por sobretodo vulgarizada. Tuvimos nuestros jacobinitos, que luego de una campaña por el norte y rompiendo algunos conventos y violando algunas monjas, asesinaron un virrey e hicieron una purga de católicos que ya todos han olvidado.
De igual forma con el ralliement en Francia, y de la mano de León XIII, y el de no menor infeliz memoria Pio XI, (salvando el desesperado intento restaurador de San Pio X) , gracias a la política de acuerdismo y entrismo con la república democratista, masónica y judaizante, llevada a cabo por Papas derrotistas y conformistas que se valieron de sus peores hombres para mantener los nexos espúreos con la carroña política de sus tiempos; de igual forma repito, en nuestros pagos la condición para ocupar un episcopado viene siendo la de tener las peores condiciones espirituales.
En aquellas épocas de Papas “buenos” pero derrotistas, las jerarquías se llenaros con hombres mediocres, aún a disgusto, pero que se consideraron necesarios para desarrollar sus innobles tareas diplomáticas. Mientras se silenciaban los santos y los defensores de la Fe (aún a sabiendas de que lo eran, y por miedo a que se expresaran con el coraje que el “honor” católico exige y pusieran en peligro el “gran negocio político” que estaban cerrando con la República Masónica) ), y no sólo se silenciaron; se persiguieron, se excomulgaron, se encarcelaron, se asesinaron, se condenaron , se prohibieron sus publicaciones, se crearon publicaciones en contra, en suma… como había muchos Caponnettos, el ataque desde dentro era furioso, y veamos que no lo llevaba un Bergoglio ni un piojo como Poli o el lameculos sanrafaelino. Lo hicieron Leon XIII y Pio XI ( en parte Benedicto XV que como Pio XII mantuvieron la camándula jerárquica establecida) y con plumas como la de Maritain.
En un cierto momento, la Monarquía Vaticana se encontró con que su cuerpo elector no era la crema y nata de la santidad, sino aquellos que habían hecho mérito de haber prestado los más innobles servicios que exigía una política maquiavélica erróneamente preferida a la simple y sencilla frontalidad y fructuosidad del martirio. Estos cardenales elegidos para los compromisos de la política tras un proceso de evaluación inversa a las virtudes que se exigen del clérigo y más acorde con esa mixtura de mierda y arcilla que exige la política de los laicos, no hubieran hecho mucho daño si sólo hubieran existido para la política momentánea de su tiempo y de si la Iglesia hubiera efectuado en forma inmediata posterior, una purga de los viejos servidores de causas hediondas ( por desgracia estos viejos Papas derrotistas no habían llegado a ser tan malos como para recurrir al asesinato. Lo que luego vendría) ; pero allí quedaron y fueron tarde o temprano el colegio elector. Colegio elector que llegó no sólo con la carga de su mal origen, de sus vicios, de su plebeyismo republicano y de su grosera expresión de toda una vida cortesana alejada de la práctica contemplativa y mística de la liturgia, sino especialmente con los compromisos pactados en el silencio ominoso de los toma y daca de la inmunda puja partidaria. Ya Juan XXIII es el resultado de una elección de este tipo de colegio y ya en estas elecciones, los pactos secretos y los ocultos socios de cada uno de estos crapulosos comienzan a tener que ver en las elecciones, proceso que en breve convertirá a los electores en verdaderos hombres de paja o testaferros, para conformar el elemento que define principalmente a la República moderna que es el anonimato de los resortes de poder.
Traigo a colación la cita de L’Abbé Lantaigne (Alberto Falcionelli nunca hubiera avisado que es un personaje de Anatole France para que los simplones se confundan, y mi padre en su “Maurras… “ no deja de señalar la influencia del mismo Maurras en este párrafo: “La República causó a la Iglesia heridas más profundas y secretas. Conoceis demasiado la cuestión de la enseñanza para no descubrir muchas de estas llagas, pero la más envenenada fue introducir en el episcopado sacerdotes imbéciles de espíritu y carácter…” . Ahora y bien lo marca Don Antonio, son para colmo putoides.
No hace falta ser un monárquico de la Acción Francesa para darse cuenta que una Monarquía se construye a partir de una tradición. La Monarquía Vaticana lo es en la medida que el cuerpo elector representa esa tradición y elige al hombre que mejores condiciones presenta para su sostenimiento; es un grupo “adherido a los mismos principios y para la misma tarea”.
Si los electores son un grupo que representa distintos y a veces “opuestos” grupos de presión, bajo un juego dialéctico, pues esto ya no es una Monarquía, en el mejor de los casos es una especie de oligarquía que establece un consulado o dictadura que viene a sortear un momento, una crisis. En el mencionado libro del viejo nos trae la cita de Jules Le Maitre: “Los beneficios de un Cónsul- explicaba- es cosa accidental y frágil. Nunca estamos seguros de encontrar al buen dictador y bien se puede caer sobre el malo. La dictadura es la salvación por un solo individuo. Lo que se debe desear es la conservación del país por una continuidad, por una estirpe de gerentes, adheridos al mismo principio y a la misma tarea”.
El último mamarracho de renuncia papal porque el cónsul no daba los resultados queridos o porque la crisis concreta para la que fue contratado había variado de panorama, y el posterior renombramiento cantado, en el que para colmo las influencias y grupos de presión comienzan a filtrarse de forma desembozada , y donde parece que hasta la fecha del mundial de fútbol tuvo algo que ver en el asunto; nos da una acabada prueba de que el carácter monárquico está completamente desvirtuado y que de ninguna manera sabemos a ciencia cierta quienes gobiernan la Iglesia ni para qué la gobiernan. Ya hasta el consulado es de una fragilidad alarmante y no me trago la de “ojo con Jorgito que es un tirano y les va a juntar la cabeza” . Un caraxo. Francisco es una pieza de coyuntura y un prestanombre. Don Rafael Gambra que había conocido a Juan XXIII, le llamaba la atención de que era algo así como un “guarango”. Pablo VI era un burócrata. Juan Pablo II un gran ignorante. Benedicto XVI un intelectual universitario y este último, un “grasa”.
Nuestro siglo no precisaba una reforma a fin de acercar a la gente corriente y común una religión que se les había hecho lejana. Necesitaba una reforma que hiciera una religión a la medida paupérrima de la jerarquía reinante en la Iglesia Católica. Ellos no podían leer más a Santo Tomás, no podían rezar el breviario, no entendían los Salmos, repetían la liturgia sin saber lo que decían, no sabían más latín, eran la última bosta mediocre que sólo sabía hablar imbecilidades en los medios cortesanos de una política ruin, o balbucear la imbécil y deletérea filosofía germana aprendida en universidades que ponían más a prueba sus braguetas que sus ceseras, siendo que gran parte de la nueva teología fue concebida más por un ardor de entrepiernas que por el celo social que reclamaban. Curitas de parlas sentimentales con viejas de parroquias o pendejos de la acción católica que terminaban en el catre o en la guerrilla. Ellos hicieron el Concilio Vaticano II para ellos. Porque no aguantaban más la ficción de la “cultura cristiana” y necesitaban una excusa para ser enormemente brutos, groseros, carnales y vulgares como lo eran, pero bajo la mentira y la hipocresía de que lo hacían para tener olor a ovejas y acercarse a las ovejas. Eran cabrones y diseñaron una religión de sucios cabrones.
Si alguno quiere ver destruirse un ejército, quítele con el pacifismo toda hipótesis de conflicto y búrlese de las formalidades del orden cerrado y la disciplina, que no es otra cosa que un juego de boludos si no vas a entrar en guerra. Si quieres restaurarlo, muéstrale los enemigos de los que hay que defenderse y a los imbéciles a los que hay que conquistar para salvarlos de sí mismos, pero antes de la acción, logra recuperar la mística de la disciplina y el orden cerrado. La Iglesia es el ejército de Cristo, sáquenle con el ecumenismo toda hipótesis de conflicto, prívenlo del fuego de la caridad en la ofensiva de la conversión, corten la necesidad de la estrategia de defensa de la teología y el dogma, y tendrán que toda su liturgia, sus disciplinas místicas, sus sacramentos y sacramentales, su plegaria y su contemplación, es sólo un juego de boludos. Por supuesto que en ambos casos hay que cambiar el tono. Si ya perdiste el miedo a un renacimiento del militarismo, se puede usar esta gente para los terremotos y otras desgracias civiles, pero las reglas internas y la disciplina son otras. En el caso de la Iglesia, se construyó una liturgia para la charla amena con todos los “hermanos” – aún los más putos- , se hizo de los seminarios un lugar de formación de trabajadores sociales o profesoretes de catequesis-praxis, de la filosofía y la teología una conversación intelectual con otras concepciones – más propia de laicos- cuando no una ideología social, etc.
Todo confuso, todo mezclado, no queda al fiel que mantiene el recuerdo de la tradición, sino la perplejidad. La propia experiencia del dolor en el abandono, la persecución y la impotencia contra fuerzas del error que sale de usinas tan poderosas y superiores a nuestras fuerzas, avaladas justamente por aquellos que hemos considerados autoridades y que han sido puestos para la defensa de la verdad. Una enorme máquina que presiona hacia abajo y que acusa de loco de atar a todo aquel que traiga a colación algo superior, o trascendente, o por lo menos de buen gusto, o que no sea una pelotudez idiotizante.
Leer la vida del padre Roger Calmel es revivir todo este proceso y observar a un hombre santo, sabio, culto, caritativo, formador de generaciones, clarificador del pensamiento de las elites católicas, portador de una finura espiritual extraordinaria, predicador incansable… que va llegando hacia el final de sus días y con cierta ingenuidad mira al la Iglesia y expresa : ¿ “Mais comment cela se fait-il que je sois tout seul?” (¿Cómo es que ha ocurrido que hoy estoy completamente solo? ).
Este grito desgarrado de Antonio Caponnetto me trajo la frase de Calmel a la memoria. Así es, con cierta sorpresa querido amigo, que nosotros que fuimos los últimos en defender la integración del hombre por medio de sus solidaridades concretas en la Patria, pero en la Patria concebida como un poder sacramental dependiente de la Iglesia Católica, puestos en la tarea de cuidar con eficacia aquello que la impiedad moderna atacaba con furor, aún contra los católicos que defeccionaban en una separación del estado con la Iglesia y a los que les recordábamos el necesario culto político a Nuestra Señora, a los Santos intercesores, al dogma de la Comunión de los Santos, la reversibilidad de los méritos, la sobrevivencia de los cuerpos gloriosos , pero sobre todo , los profundos beneficios históricos y sociales de la Iglesia, el enorme beneficio de la acción de la gracia sobre el género humano. Y sin embargo, los que estábamos contra el individualismo liberal o católico-liberal, estamos solos.
Felizmente solos para testimoniar nuestra impotencia. Nuestra condición – diría Calmel- de “siervos inútiles” que ya todo lo esperamos de Su gracia y nos sabemos incapaces de desvelar una acción frente a la insondable profundidad del misterio que ocurre a dos palmos de nuestras narices. Si coincidimos en el diagnóstico de los tiempos, sepan los que a estos finales se acercan que el misterio nos debe encontrar en humilde plegaria, pero, y esto es calmeliano - y un poquito caponeteano - con el honor de ser católicos intacto.
El pronóstico
Todo católico de buena raza debe llegar a su noche amarga. Pero queda el volver a empujar la cuesta con la cabeza erguida, llevando a cabo las acciones que impone la hora. Antonio Caponnetto ve como muchos místicos, que la solución por ahora es la contemplación, la asiduidad a la liturgia, la oración misma.
Estamos de acuerdo otra vez. Pero nada es tan sencillo. Ya que como venimos viendo, no se trata de un proceso de mundanización de ciertos hombres de Iglesia y todavía tenemos intactos y para recurrir , el tesoro de sabiduría tradicional y la liturgia – opus dei (obra de Dios mismo)- en un costado o fondo de la Iglesia. No se trata que Francisco causa una confusión que debemos curar en el recurso a la certeza eterna que nos da la renovación del Sacrificio de la Cruz en la Misa Católica. Se trata de algo mucho peor. Se trata de que Francisco no es causa de nada sino efecto de la pérdida de la liturgia, efecto del abajamiento del Concilio Vaticano II, de la caída vertiginosa de la práctica religiosa, del abandono de la formación mística de legiones enteras de sacerdotes, del abandono del cultivo de la doctrina, de las artes, de las disciplinas, de los sacramentos, de las devociones. Se trata que deberá usted previamente a lograr el despojo y obtener el consuelo místico, pasar una vez más por el arduo tembladeral de tener que distinguir si existe o queda en algún lado una liturgia católica; si quedan en algún lado verdaderos sacerdotes que puedan celebrar esa liturgia en letra y espíritu. Ya que verá que algunos quedan con espíritu que cultivan la mala letra de una liturgia diluyente y “pacifista” en el sentido que hemos señalado más arriba. O quizá un curita le dé la Misa Tradicional y cumpla la letra pero con aquel espíritu ecuménico de tolerar a un viejo llorón y depresivo, cuando no con la total mala leche de impedir una restauración programática de la liturgia y del sacerdocio católico. La vida no termina hasta que termina, y esta nos impone la alegría de vivirla aún en las condiciones más desfavorables. El hombre y la vida social repugnan de esta desintegración que en el supuesto logro revolucionario se produce como cultivo de las libertades modernas y tarde o temprano busca la unidad perdida en una restauración natural o en un engaño ideológico. Decía Calderón Bouchet “No obstante la existencia radical de esta voluntad de separación, la vida social tiende, por su propia naturaleza, a recomponer la unidad perdida, pero careciendo ya del principio viviente que la hacía posible, trata de lograrla por el camino de un escepticismo que borra el trazo demasiado firme de las oposiciones espirituales y las diluye en una indiferencia universal, sostenida por la virtud de tolerancia que, como decía Claudel, no es virtud ni puede sostener nada.”
Realmente y en lo personal no veo la hora de que todo termine, sin embargo parece que falta un rato y en este rato nos corresponde dejar de estar perplejos para estar vigilantes y buscar con cierta certeza el rumbo de nuestra nota en el concierto final de este misterio de iniquidad. El P. Calmel se había planteado sobre un parecido diagnóstico, el siguiente curso de acción. Nunca quedar de manera alguna atado a ninguna de las reformas provenientes del Concilio, lo contrario sería mantenerse en la perplejidad o convertirse ya no en una víctima, sino en un permanente rezongón de un abuso que por falta de honor soportamos hasta medidas aberrantes. Esto es lo que solemos llamar línea media, donde sin dudar no lo incluyo a Don Antonio, ya que no lo veo ni dispuesto a que su trasero sea un constante blanco de práctica, ni al muy común vicio de judíos de terminar haciendo de la desgracia un negocio en un pacto de minorías legitimantes.
Por supuesto que para Calmel la solución era ser santo, y ser santo tenía en estos últimos tiempos una sóla y principal forma de lograrse. La via era la resistencia contra todo cálculo frente a la revolución modernista en la Iglesia. Sin concesiones y aunque vengan degollando, desde Pio VI hasta ahora. Cruzaba lanzas con Madirán cuando este se entusiasmaba demás con Pio XII. Pero el asunto daba alegría porque no era tan difícil. Había que comenzar por perder la vanidad de la propia personalidad, de la propia capacidad, el rifar los propios dones y hacerse pequeño y desconocido. ¡Qué maravilla que a uno le guillotinen las obras y se vayan estas con Luis XVI y la querida Maria Antonieta al cielo!, porque si son los últimos tiempos, la victoria nos sorprenderá con una “jugada” inesperada, milagrosa, de la gracia del ALTÍSIMO. El enemigo profundo, ese Satanás que usted no quiere exagerar para no quedar en la rechifla, pues parece que ya sí está cada tras cortinado en Babilonia, y sabe que son las fuentes de la gracia las que debe cortar para que la mayor parte perezca. En especial la Misa. Y por tanto, fácil silogismo, lo que queda por hacer es salvar la Vieja Liturgia que asegura la Misa efectiva y la formación de los sacerdotes santos que mantendrán la liturgia de la que se nutren.
En aquel momento el P Calmel llegó a la conclusión de que si no surgía un Obispo, uno sólo aunque sea, el asunto estaba frito, y como Dios no es de los que te dejan frito refrito, tenía que aparecer. Y tenía que fundar un seminario para preservar el sacerdocio que preservara la liturgia que preservara la Misa y con ella los demás sacramentos. Esto es conocido.
En fin, querido amigo. Creo que ha enfrentado con éxito el demonio de una estúpida papolatría, del conformismo y del derrotismo católico. Es sabia su decisión de resguardarse en la liturgia y la contemplación. Pero le aviso que ha comenzado a andar un nuevo camino en el que se le enviarán siete nuevos demonios que le susurrarán al oído que usted no debe meterse en los asuntos de liturgia, formación de sacerdotes y validez o eficacia de las Misas y los Sacramentos.
La abstención de este planteo sería caer en una indiferencia que lo llevará a la tolerancia. No rece la Misa que reza Francisco y que llevó a Francisco donde está , y cuando tome el rosario, contemple las siete alegrías de la Virgen para recuperar la risa y saber transmitir la alegría de un tiempo en que la santidad se pone al alcance de las manos más torpes y las almas más pequeñas.
Sepa que la Divina Providencia, consciente de la debilidad humana frente a las realidades sobrenturales, siempre las mantiene encarnadas, y que si el Cuerpo de Cristo hoy parece muerto al ser bajado de la Cruz, permanece encarnado en algún pequeño grupo sostenido por algún santo ignoto y ocultado, que si mira bien, no está tan lejos suyo.
Tenga en cuenta que cuando un misterio de la categoría del que pretendemos está ocurriendo, se pone en marcha, ningún sabio puede verlo, sino el humilde.