La política para la Iglesia no es un mal tolerable, sino un bien deseable. Así lo recordaba el Papa Benedicto XVI en el discurso al nuevo embajador de Albania ante la Santa Sede el pasado viernes: “Una eminente forma de caridad es la actividad política vivida como servicio a la polis, a la ‘cosa pública’, en la perspectiva del bien común”.
Tal afirmación no implica ingenuidad alguna. La Iglesia, como ‘experta en humanidad’ es consciente de los riesgos espirituales de quienes se consagran a la ‘cosa pública’. Sabe de la ambición humana, la tentación de poder, el ‘trepismo’ y la tentación de la corrupción. Pero aún así, anima a los fieles laicos a comprometerse en trabajar por un mundo más cristiano -y por tanto más cristiano- a través de las herramientas políticas. “Tal servicio se sienten llamados a desarrollar los católicos, especialmente los fieles laicos, en el respeto de la legítima autonomía de la política y colaborando con los demás ciudadanos en la construcción de una nación próspera, fraterna y solidaria”, añade el Papa en el citado discurso.
¿Por qué esta insistencia pontificia en el compromiso político de los cristianos? Para la Iglesia la realidad es un bien. El cuerpo no es el enemigo del alma, ni tampoco su cárcel; es su compañero fiel. Del mismo modo, la política no es el castigo de la vida terrenal, ni el peaje de la vida social. Es el bien mediante el cual el hombre construye la vida social. Es el instrumento del Bien Común: el bien de todo hombre y de todos los hombres.
El discurso del Papa no es sólo un discurso doctrinal, sino pastoral. Los católicos hemos sido relativamente audaces en el compromiso de la vida social. Escuelas, universidades hospitales, asociaciones civiles, fundaciones en defensa de los menos favorecidos, organizaciones de caridad de inspiración cristiana, pueblan nuestra vida social. Y está muy bien. En sentido amplio, la vida asociativa es también metapolítica.
Pero tengo la impresión que el discurso del Papa va más lejos. Es un llamado a la urgencia del compromiso político en la vida de los partidos y de las instituciones públicas. Para ejercer la caridad política y construir el Bien Común. Sin ligazones partitocráticas y con absoluta libertad de espíritu. Sin ingerencias no deseables de la jerarquía y respetando la legítima autonomía de lo temporal. Pero en la arena. Y en el fango si es necesario. Porque la realidad que no se construya a la luz del Evangelio se construirá con visiones panteístas (ecologistas), economicistas (capitalismo y socialismo), laicistas o antiateas. Y no existe mayor miseria que arrancar al hombre su espíritu trascendente.
Escribe Luis Losada Pescador