La tentación del "entrismo"

Enviado por Esteban Falcionelli en Sáb, 25/10/2008 - 6:45pm


Cuando uno ha logrado con la ayuda de innumerables defecciones, traiciones, cagonerias, prudencias, adaptaciones al siglo y exigencias de la supervivencia, pertenecer al bando que irremediablemente perdió, surge la tentación del "entrismo"; galicismo que significa un entrar en las filas del “otro” para desde dentro “convertirlo”.

El ejemplo que se nos propone en forma permanente y cansadora es la conversión del Imperio Romano, pero, seamos claros en las diferencias; no fue con pusilanimidad que se enfrentó aquel monstruo sino con martirio; y segundo, la modernidad no es una civilización pagana, es nuestra derrota, nuestra defección. Es la corrupción de una civilización. De alguna manera no hay un otro, sino nada, sino nuestros vicios. Cabe aclarar que se trata de una derrota moral que se ha cristalizado en estructuras adversas a la moral propia pero sobre su misma cáscara, dando por tanto la impresión de que uno sigue más o menos sentado sobre el occidente cristiano y la moral es más o menos la misma, con lo que por momentos pareciera que un golpe de timón puede llegar a enderezar la cosa. Todo el asunto pasa por establecer si es un momento de baja de la civilización o ya es otra cosa muy diferente, que justamente eso es una herejía y no como se dice ahora, una cuestión de hermanos disidentes (salvo, claro, que estemos hablando de Abel y Caín).

Partiendo de un cierto y discutible "nosotros" venidos a menos, el "entrismo" intenta lo que se ha dado en llamar un "derivativo moralizador", es decir; la transformación desde el interior de dichas estructuras como efecto de una “colaboración resistente” fundada en las "buenas intenciones" del otro y suponiendo que una cierta exigencia moralizante que se está imponiendo y declamando en todo el mundo frente a la quiebra política y financiera del sistema, puede significar el retorno a una moral cristiana, o por lo menos, una momentánea desaceleración del proceso de desintegración de la civilización. Las buenas intenciones deben suponerse tanto del "esfuerzo moralizador" que se propone desde el sistema, como del entrista que aporta leal y sinceramente lo suyo.

El sistema de penetración que se presenta a los bien intencionados, parte de echar mano a los principios de tolerancia, no discriminación, derechos del hombre y aceptación de las diferencias en minorías de opinión; es decir; aprovechar las contradicciones del ideario liberal que se precia de su amplitud de criterios y utilizar esa base de cristianismo que acusan sus ideas como levadura de la masa. Sabemos, con cierta dosis de astucia, que todo hombre encumbrado y políticamente correcto de base cultural occidental tiene que tener un amigo creyente, un judío, uno de derecha, otro zurdo, un indígena, un inmigrante y por supuesto un trolo; y esto porque él es un poquito creyente, un tanto judío, de derecha, zurdo, indígena, inmigrante y trolo. Desde la perspectiva de ser el creyente aceptado, se presenta una cantera inagotable de forzadas relaciones sobre ese sector fragmentado de la personalidad del correcto que puede traducirse en cargos desde donde comenzar la tarea moralizante. Y esto sin defecto de la propia conciencia, ya que todos somos “consecuentes”. El amigo creyente se acepta porque es bien creyente, el judío porque puede ser cualquier cosa (lo que en él es ser consecuente), el de derecha es bien de derecha, el zurdo bien zurdo y el último recontra.

Eso sí. Algo hay que ofrecer. Tienes que tener brillo. Una especialización, un liderazgo; escribir, cantar, bailar o pintar bien; ¡qué tipo inteligente y capaz!. A ningún correcto le cabe un amigo feo, malo y sucio. Me corrijo. Salvo que en dichas cualidades tengas alguna preeminencia de grupo y resultes líder de los malos, feos y sucios.

Están los promotores y los detractores del instrumento. En el primer bando se trae a colación la base cristiana que se conserva y que sirve de partida a la actividad. Del otro esgrimen que esa cáscara humanista es propiamente el pecado de Lucifer. Y el asunto resulta interminable. Bien intencionados y mal pensados se enfrentan. ¿"Entrismo" es apostolado?. ¿… o todo lo contrario?.

En esta síntesis política entre democracia y medios masivos de publicidad que forma el actual régimen de poder, el entrista debe elegir uno de estos sectores para ejercer su apostolado. "Los medios y la fe cristiana. Dos universos a conciliar" un título de Guy Marchessault, y más reciente, "El gran malentendido. ¿Ha perdido la Iglesia la cultura y los medios?" de Frederic Antoine. ", representan el entrismo en la Francia católica de mejor intensión, dirigidos por supuesto a penetrar los medios. "Medios ¿Dónde está el malentendido?!", se pregunta del otro costado Bernard Dumont en un artículo certero.

Aunque calladitos de la boca y al principio tímidos, muchos acusaron feliz recibo de los aires moralizantes que trajo la democracia y amontonaron antecedentes sobre algunos candidatos, hablando de su capacidad, o moralidad o desprendimiento, a los efectos de ser ubicados en un puesto que les permita irradiar sus cualidades transformadoras. Desde la cultura, el medio ambiente, la policía , la red cloacal, los medios de propaganda, la justicia, "el leal ejercicio de la liberal profesión" (¡epa!) el empresariado (¡opus!) o cualquier otro rincón que los acepte y siempre de la mano de algún lobby católico que los publicita y los catapulta. Es más, no han faltado argumentos teológicos que no son nuevos.

Cuando Carl Schmidtt fue conducido al proceso de Nuremberg por su participación como jurista del sistema Nacional Socialista, no sólo estableció el término "resistencia por colaboración" para su defensa , sino que escribió un libro -"Ex captivitate salus"- donde otorga rango de obligación cristiana al entrismo por oposición a un "Cristianismo Efímero" que acepta su derrota ( y que personaliza en Tocqueville), y se describe así mismo (con la expresión de San Pablo) como "katejon", como aquel que obstaculiza la victoria total del mal y "se prohibe desesperar"; dejando en el aire la sensación de que si no fuera por él, las cosas pudieron haber ido peor. Las malas lenguas dicen que si hubiera ganado el Eje, al salir rumbo a su casa desde su seguro puesto en la Corte Internacional que hubiera impuesto el nuevo régimen, habría ido silbando "Duestchland uber alles". No fue así…, y como decía Celine, cambió el saludo de la derecha en alto por las dos manos arriba y frente a la debacle total no le quedó otra que reconocerse como observador ajeno a los hechos que arrasaban una época y escribir -hacia el final- esta frase de crudo pesimismo político más al tono de Tocqueville: "Callando.., nos hemos consagrado a nosotros mismos y a nuestro origen divino." Muy germano. Un latino hubiera dicho: "Puteando…” y lo demás igual.

Como se ve, el asunto no es regional ni exclusivo. Frédéric Lordon escribió un libro sobre esta tendencia en Europa: "Después de la debacle financiera, ¿la salud por la ética?" y se explaya en contra del "entrismo" en su capítulo "El infierno de las estructuras o la inutilidad del moralismo", en el que establece – según su modo sociológico- en forma de ley necesaria que .."el derivativo moralizador es una especie de colirio que hace difuso el hecho palmario de que en un sistema y siguiendo su propia lógica, los agentes no hacen otra cosa que aquello que las fuerzas de campo donde se encuentran ubicados los llevan a hacer". Al comentar la frase, Dumont la tilda de abrupta, pero le reconoce el acierto de dejar de lado las bizantinas objeciones de conciencia en torno del entrismo - de la obligación de no desesperar o del cristianismo efímero- para responder con toda claridad y practicidad a las "esperanzas” de "transformación desde el interior" fundadas sobre las solas buenas intenciones".

Lordon me convence. Ya los Romanos decían que los senadores son buenas personas pero el Senado es una Bestia. Aún suponiendo el estado puro de las intenciones (asunto que repugna mi malicia congénita) el medio aparece como inadecuado, muy especialmente en aquellos campos en que lo económico interviene de manera decisiva, ya que, continua Lordon "…la teoría económica estandard pone gran cuidado en construir su objeto separándolo de todo lo que no sea la búsqueda de la rentabilidad - en especial las consideraciones morales". Pero también es inocua en aquellos ámbitos difusos de la cultura y la intelligentzia, estatales o privados, donde para obtener una mínima clientela que haga "sustentable" y justificable la existencia, hay que competir contra el embate extraordinario que se desplaza desde los medios de comunicación, llevándonos necesariamente a los planteos de los autores más arriba citados: el ingreso a los Medios; decurso inevitable de todos los que quieren influir de mínima forma. Pero está este sector como ninguno invadido por la economía. (Quien haya tenido la experiencia de entrar en uno de ellos por un corto tiempo, sabe que el único acto propio de un hombre de buena fé que puede ejecutarse es dinamitar la imprenta. Y si el derivativo moralizador no es muy fuerte, es aceptable vaciar la caja).

Allá en los setenta (ahora están de moda) algunos teníamos claro que la participación en las asambleas y agrupaciones de estudiantes eran para el boicot o te arrastraba la imbecilidad adolescente que formaba mayorías. Pero eran troskistas… ahora son moralistas. Entrismo o boicot? Que decida el temperamento. Ser sincero con las "propias ideas" e influir desde su pequeño ambiente…, o ser malicioso para dejar el presente griego? En lo que a mi concierne, no sirvo para lo primero pues no soy ni brillante ni moralizante y por aquella costumbre de “puteando…” nadie me quiere en su bando; y en cuanto a lo segundo, pasados mis años jóvenes en que me divertía romper asambleas, cada vez que me acuerdo del personaje de Conrad en El Agente Secreto, volando por los aires con su bomba casera en los jardines del observatorio de Greenwich, se me pasan las ganas. Será que ya no soy adolescente, o que siempre me resultó innoble eso de ser infiltrado, y aunque se me pasó la posibilidad de una buena carga frontal de caballería me queda como a Gallardo, la camaradería en la nostalgia. (Salud compañeros de aquellas campañas- que nunca en mi vida yo habré de emprender…).

Todo el cuidado que uno puede poner a esta altura de los sucesos, se dirige (¡Dios nos libre!) a no transitar lo de Carl Schmidt y un día tener que dar excusas un tanto alambicadas – y con olor a caca - al fiscal de turno. Que con respecto a su frase final, mal que nos pese, a unos y otros, después de colaborar o de putear, nos llegará el momento de callar y consagrarnos a nosotros, a nuestro Origen y a nuestro Destino. Que endemientras, el buey suelto bien se lame. Que Dios sigue vivo. Y que mientras suenen unas monedas en el bolsillo (que me he sabido rebuscar) me vuelvo a casa silbando una tonada…que no les importa. 

Dardo Juan Calderón